Golpe de Estado en Bolivia
De la revolución democrática al golpe de Estado y la contrarrevolución

Por Mauro Benente (UBA/UNPAZ)

ATR: La revolución democrática

El 18 de diciembre de 2005 marca un hito en la historia de Bolivia. Por primera vez desde la restauración de la democracia, en el año 1982, un candidato accede a la Presidencia sin necesidad de ser nombrado por el Parlamento. De acuerdo con el sistema institucional entonces vigente, si ningún/a candidato/a sumaba la mayoría de los votos, el Congreso era el facultado para nombrar al Presidente, y no siempre se elegía al más votado –por ejemplo, en 1989 accedió a la Presidencia Jaime Paz Zamora, quien había salido tercero–. Aquel 18 de diciembre marca un hito porque un candidato supera el umbral del 50%, y llega al 53,72%. Pero también marca un hito porque en un país donde la mayoría es indígena, asume la presidencia el primer Presidente indígena del Cono Sur, y el segundo de América Latina –el primero había sido Benito Juárez en México–.

Evo Morales no solamente fue el Presidente más democrático de la historia de Bolivia por haber accedido con ese porcentaje, ni por haber alcanzado el enorme 64,22% en las elecciones presidenciales de 2009, y el 61,36% en las elecciones de 2014, sino porque fue el mandatario que más ha contribuido a dar forma una idea de democracia como el autogobierno de los y las iguales. El proceso político conducido por Evo y el Movimiento Al Socialismo (MAS) ha disminuido –de acuerdo con datos del FMI y el Banco Mundial– notablemente la pobreza, la desigualdad, el desempleo, variables que no deben leerse solamente en clave económica, sino también como profundamente democratizadoras. Esto es así porque este proceso de igualación en términos materiales, fue acompañado por una revolución profundamente democrática: darle voz y poder de decisión a quienes históricamente habían sido silenciados y silenciadas. Esto se puso de manifiesto en el proceso constituyente más democrático de la historia de toda América (ya no solamente Latina). Si la fotografía de los procesos constituyentes bolivianos mostraba la presencia de varones blancos, provenientes de una élite económica y cultural, la Asamblea Constituyente que inició sus labores el 6 de agosto de 2006, marcó una paridad entre varones y mujeres, y la Presidencia de una chola: Silvia Lazarte Flores. La fotografía ya no era de varones blancos con trajes monocromáticos, sino de coloridas vestimentas de indígenas, campesinas, y sindicales. Pero, además, el momento constitucional que se desplegó entre 2006 y 2009 no se encerró dentro de un edificio donde debatían las y los constituyentes, sino que fue acompañado por foros participativos, el enorme trabajo del Pacto de Unidad, y una potente discusión y movilización ciudadana sobre el nuevo diseño institucional.

Fue en la apertura de la Asamblea Constituyente que el Vicepresidente Álvaro García Linera no dudó en subrayar que Bolivia estaba desplegando la que quizás sea una de las palabras más hermosas del diccionario: una revolución. Quienes históricamente habían sido excluidos y marginados, excluidas y marginadas del poder político, y del bienestar y las riquezas, “hoy reclaman su legítimo e histórico derecho a ser parte del poder político” y también exigen “el derecho a compartir, el derecho a distribuir esas riquezas económicas”. A sus ojos se estaba frente a una “revolución porque las mayorías marginadas: indígenas, campesinos, trabajadores, mujeres y juventud que siempre fueron considerados ciudadanos de segunda y tercera categoría, hoy le reclaman a sus élites el derecho a ser ciudadanos, a compartir el poder y a compartir las riquezas.”[1]

Bajar un cambio

Si durante la primera y la segunda Presidencia de Evo Morales existió un proceso de democratización a todo ritmo, el tercer período marca cierto freno en el constante proceso de dar voz y decisión a quienes hasta ese entonces no la tenían. Hacia el final de la segunda parte de la Presidencia, el rol de los movimientos sociales, campesinas e indígenas comienza a opacarse sensiblemente, e incluso algunas organizaciones indígenas se transforman en opositoras. Por su parte, comienzan a perfilarse ciertas variables que explican que, en estas elecciones de 2019, el apoyo a Evo no haya sido tan contundente.

Por una parte, y en un plano más económico, con aires de familia a lo sucedido en Brasil, Ecuador y Argentina, en Bolivia hubo un importante crecimiento de las clases medias. Franjas poblacionales que se encontraban en la pobreza, rápidamente se transformaron en una clase media con potencial de consumo. Sin embargo, mientras el ascenso en términos económicos se realizaba por escalera mecánica, la politización de estos sectores medios estaba enroscada en una empinada escalera caracol. Dicho de otro modo, las clases medias fueron olvidando que el ascenso social se explicaba no (solo) por méritos personales, sino (fundamentalmente) por políticas estructurales y, fundamentalmente en elecciones locales, comenzaron a restarle apoyo al MAS.

Por otra parte, y en un plano algo más de orden institucional, el inicio de la tercera Presidencia se topaba con un límite temporal preciso: luego de una muy discutible habilitación judicial para presentarse a un tercer mandato, todo indicaba que Evo no podría presentarse nuevamente a elecciones presidenciales. Para sortear este escollo constitucional, el 21 de febrero de 2016 Evo convocó a un referéndum consultando a la población sobre una nueva candidatura y el 51,3% votó que No. Es importante destacar que, este ajustado resultado, se produjo solo unos días después de una potente noticia falsa desplegada por los medios de comunicación, que sin dudas opaca la claridad del resultado de la consulta: por esos días se informaba que Evo habría tenido un hijo, que no había sido reconocido y había fallecido. Al año siguiente, la estrategia para sortear el escollo que impedía una nueva reelección fue presentar una acción ante el Tribunal Constitucional Plurinacional, que el 28 de noviembre de ese 2017 habilitó a Evo a presentarse a una nueva reelección.[2] Según creo, el desconocimiento de los resultados del referéndum –contaminado por las operaciones de prensa– y la muy polémica sentencia del Tribunal Constitucional, también explican algo de la pérdida de apoyo hacia el MAS, sobre todo en clases medias urbanas.

Existe un enfoque liberal, y liberal conservador, que observa con malos ojos las reelecciones presidenciales. La discusión es muy extensa, no deseo extenderme sobre el asunto, pero sí sentar una pequeña posición que no reniegue de los grandes liderazgos, para luego pasar al momento del golpe y la contrarrevolución. La historia latinoamericana ha mostrado que los procesos políticos democratizadores, aquellos que le dieron voz a quienes no la tenían se dieron con liderazgos fuertes. Con muchos matices, aquí se inscriben procesos como los de Perón en Argentina y Lázaro Cárdenas en México, y los recientes liderazgos de Chávez en Venezuela, Lula da Silva en Brasil, Rafael Correa en Ecuador, e incluso Néstor y Cristina Kirchner en Argentina. Esta historia, a diferencia de los pruritos liberales, muestra que los procesos democratizadores pueden convivir con grandes liderazgos. ¿Esto es lo ideal? No. Lo ideal sería que los procesos democratizadores no necesiten de grandes liderazgos, pero en América Latina no hay ejemplos históricos de este ideal. Y lo que la historia y el presente sí muestran con notable claridad, es que del otro lado de la grieta de los liderazgos no estaban ni están las fuerzas democratizadoras, sino unas derechas aporofóbicas y/o clasistas, y/o machistas, y/o racistas. En el caso de Bolivia, tal como veremos, estas disyunciones fueron y son todas “y.”

Las elecciones presidenciales de 2019     

Las elecciones presidenciales del 20 de octubre de 2019 se dieron en el contexto de clases medias con cierto descontento motivado en las razones económicas y políticas mencionadas en el apartado anterior. Este contexto se combinó con un candidato como Carlos Mesa, que no puede catalogarse como un representante de la derecha más recalcitrante. Con este escenario, el resultado del proceso electoral ofrece un resultado seguro, y uno dudoso. Con seguridad, Evo Morales ganó la elección. Eso no está puesto en duda. Lo que está puesto en duda es la victoria de Evo Morales en primera vuelta, quien obtuvo un caudal de votos bastante menor a las elecciones presidenciales previas.

Las dudas aparecen por una situación irregular –ni siquiera la nefasta OEA utiliza la palabra fraude- que se suscitó durante el conteo rápido. Cuando el número de actas verificadas alcanzó el 83,85%, Morales contaba con el 45.71% de los votos presidenciales, y Mesa llegaba el 37,84%, lo que significaba una diferencia de 7.87%, que no alcanzaba los 10% de distancia necesarios para evitar la segunda vuelta. Con ese porcentaje escrutado, el conteo se detuvo durante varias horas, y luego, el resultado final arrojó una diferencia de 46.86% del MAS, sobre el 36,72% de Comunidad Ciudadana de Mesa, dando como ganador en primera vuelta a Evo. Si bien las proyecciones geográficas y las tendencias del escrutinio muestran que esa diferencia de más del 10% era previsible al momento de tener el 83,85% escrutado,[3] las dudas y posibles irregularidades del proceso se transformaron en protestas masivas contra Evo Morales. En un primer momento, las protestas demandaban la convocatoria a la segunda vuelta. Sin embargo, cuando el domingo por la mañana, y creo que en una buena decisión, Evo anunció el llamado a nuevas elecciones presidenciales, quedó claro que la demanda democrática no era genuina, que la verdadera demanda era contrarrevolucionaria y profundamente antidemocrática: era ponerle fin, incluso mediante un golpe de Estado, a un gobierno democrático y democratizador. Sin dudas, el MAS ha cometido algunos errores antes y durante el proceso electoral, y sería una falencia no mencionarlo. Pero más grave sería no subrayar que el interés de la oposición –al menos de su conducción- no era subsanar los errores sino, mediante un golpe de Estado, detener todos los méritos del proceso democratizador más importante de las últimas décadas de Nuestra América.

Golpe de Estado y contrarrevolución     

Fuerzas oscuras han destruido la democracia, pero estoy seguro que pronto

nuevamente la democracia del pueblo, de las comunidades indígenas campesinas,

de los obreros, de las mujeres, de los jóvenes y de los profesionales

volverá a reestablecerse en nuestra querida Bolivia.

Álvaro García Linera. Carta de renuncia a la Vicepresidencia

La revolución democrática, que a todo ritmo se produjo durante la primera y parte de la segunda presidencia de Evo, tuvo una potente oposición de una derecha clasista, machista, aporofóbica y racista, situada en la medialuna, y fundamentalmente en Santa Cruz de la Sierra, que llegó a declarar –de modo completamente inconstitucional– un estatuto autonómico. Durante los primeros años del gobierno del MAS, esta derecha clasista impugnaba la presencia de indígenas en el gobierno, los y las golpeaba e insultaba por las calles, tomó e incendió oficinas públicas, impidió durante el mes de septiembre de 2008 que Evo aterrizara en varios aeropuertos, y fue responsable de la denominada “Masacre de Pando” o “Masacre de Porvenir”, que terminó con la vida de 13 campesinos que apoyaban al MAS.

Esta oposición clasista, machista, racista y aporofóbica fue la que capitalizó la protestas que se iniciaron tras el resultado electoral del 20 de octubre, que perdieron su (supuesto) potencial democrático, y se transformaron un caldo de revanchismo contrarrevolucionario. La figura visible de esta oposición es la de Luis Fernando “el macho” Camacho, una especie de Bolsonaro de Santa Cruz, pero sin votos puesto que no ocupa ningún cargo electivo. “El macho” forma parte de una élite empresarial perjudicada por la nacionalización de los hidrocarburos que llevó adelante el gobierno del MAS, integra una logia de derecha radical denominada “Caballeros de Oriente”, y compuso una serie de imágenes aterradoras propias del revanchismo contrarrevolucionario. Entre ellas se sitúa la constante portación de una biblia, y una escalofriante comparación con Pablo Escobar: “el macho” postuló la necesidad de anotar en un cuadernito, como hacía Escobar, los nombres y apellidos de los funcionarios y militantes del MAS. Nombres y apellidos que no quedaron solamente en el cuaderno, sino que tomaron carne en las persecuciones a funcionarios y funcionarias, y se transformaron en el fuego que tiñó de negro las viviendas de partidarios y partidarias del MAS.

Con la derecha recalcitrante en las calles, y una no tan fuerte movilización de los partidarios y las partidarias del MAS, el pasado domingo se consumó el golpe de Estado. Con la policía amotinada –situación algo recurrente en Bolivia–, el ejército le “recomendó” a Evo que presentara su renuncia. Para que el ejército realizara esta “recomendación”, el paso previo fue situarse por encima de la autoridad presidencial, y eso se llama golpe de Estado. En 1962, el Presidente argentino Arturo Frondizi fue obligado a renunciar, y en su lugar asumió José María Guido, un civil que, de acuerdo con la Ley N° 252, era el primero en la línea sucesoria. En la Argentina existe un acuerdo en catalogar a los sucesos de fines de marzo de 1962 como un golpe de Estado, incluso cuando los militares no asumieran el poder. Este acuerdo fue puesto en duda por el canciller argentino Jorge Faurie, quien no se sonrojó al afirmar que en Bolivia no se podía hablar de golpe de Estado porque los militares no habían asumido el poder.

La respuesta al llamado a nuevas elecciones, fue un golpe de Estado impulsado por la derecha más recalcitrante de Bolivia. Una derecha que ni antes ni ahora está comprometida con la democracia. Una derecha que tiene una apuesta contrarrevolucionaria completamente antidemocrática. Si García Linera entendía que Bolivia estaba llevando adelante una revolución, porque los y las que siempre habían sido ciudadanos y ciudadanas de segunda, se encontraban decidiendo por sí mismos y por sí mismas los destinos de su vida en común, la derecha quiere volver a posicionarlos y posicionarlas en ese lugar de segunda o tercera. Si el cocalero Evo lideró un proceso que democratizó la palabra, “el macho” Camacho pretende encabezar un proceso para volver a silenciar a las grandes mayorías populares.

 

[1] García Linera, A. (2012). Palabras del Vicepresidente de la República de Bolivia, Álvaro Marcelo García Linera. En Enciclopedia Histórica Documental del Proceso Constituyente Boliviano Tomo I, Vol. 1, La Paz: Vicepresidencia del Estado Plurinacional, p. 535.

[2] Sentencia constitucional N° 0084/2017.

[3] Un excelente estudio de estas proyecciones, y una buena relativización de los informes de la nefasta Organización de Estados Americanos, en Long, D., Rosnick, D., Kharrazian, C., Cashman, K. What Happened in Bolivia’s 2019 Vote Count? The Role of the OAS Electoral Observation Mission. Washington: Center for Economic and Policy Research. Recuperado de: http://cepr.net/images/stories/reports/bolivia-elections-2019-11.pdf?v=2

 

Imágenes: pixabay.com

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