Seguridad social
Los abuelos de la nada

Por Juan Ignacio Balasini (ITE)

Un grupo de jubilados y jubiladas se agolpan en un centro cultural del barrio porteño de San Cristóbal en una fría mañana de mayo. Hace seis meses que asumió Cambiemos y una centena de adultos mayores esperan la llegada del presidente Mauricio Macri para escuchar el anuncio oficial de la “Reparación Histórica”.

En la efímera primavera macrista, el gobierno disfrazó de épica el proyecto que se lanzó aquella mañana, una propuesta que signaría el destino del sistema jubilatorio y que sería presentado como el esperado resarcimiento frente a años de injusticia. En esa primera etapa del macrismo, el “gradualismo” se desplegaba por casi todo el dominio de las políticas públicas, se celebraba el pago a los fondos buitres para que los mercados de deuda internacionales vuelvan a darle la bienvenida a la Argentina, y el Fondo Monetario Internacional nos miraba con ojos esperanzados y nos tiraba likes frente a cada anuncio.

El gobierno buscaba engordar y consolidar sus apoyos, con alguna medida que atenuara el rebrote inflacionario causado por los primeros tarifazos y el salto devaluatorio en el que el dólar había pasado de 9,6 a 14 pesos. Los jubilados y las jubiladas de haberes medios y altos que venían litigando contra la ANSES se mostraban como una alternativa interesante para tales fines, bajo la premisa de que, del bienestar material, se derivaría una lealtad política inmediata.

Doce años atrás

Las demandas que originaron la Reparación Histórica nacieron como resultado de una política deliberada del kirchnerismo. Allá por 2003 era prioritario recomponer la capacidad de consumo de los jubilados pero, con cuentas públicas diezmadas, no alcanzaba para dar un aumento significativo para todos ellos. Ahí nació la idea de dar aumentos por decreto a los jubilados que cobraban la mínima, y otorgar recomposiciones menores al resto de los adultos mayores.

A la par que se fue incrementando la mínima, cuando las cuentas públicas comenzaron a cosechar la siembra de una economía en crecimiento, el kirchnerismo decidió ampliar la cobertura por medio de moratorias para incorporar a poco más de 3 millones de adultos mayores (en su gran mayoría mujeres) que habían peregrinado por el desierto de la informalidad.

Esta segunda decisión fue mirada con la ñata contra el vidrio por parte de otros tantos jubilados que cobraban por encima de la mínima y esperaban una recomposición similar. Un viejo conductor de buques llamado Adolfo Badaro era uno de ellos, para quien la Corte Suprema terminaría fallando a favor, y volviendo su caso un emblema que sería recogido por el macrismo allá por el 2016.

La consecuencia de aquella estrategia fue lo que se conoció como el “achatamiento” de la pirámide previsional: una base muy amplia con haberes no tan diferentes a los de los jubilados de mayores ingresos que se ubicaban en la cima. Fue así como el kirchnerismo desarticuló parcialmente el vínculo entre las trayectorias salariales y los niveles de jubilaciones, logrando que el sistema previsional no sea una caja de resonancia de las desigualdades que se observan en el mercado de trabajo.

La Reparación Histórica no fue otra cosa que deshacer un sistema previsional más igualitario, amplificando las diferencias entre jubilados para representar entre ellos las desigualdades salariales existentes entre los trabajadores. La narrativa del individualismo, el éxito personal, la pulsión desigualadora del núcleo duro macrista y la fantasía meritocrática volvían a imponer su lógica siniestra de fragmentación de solidaridades sobre los adultos mayores. Con el ascenso del macrismo, el acuerdo distributivo que había construido y consolidado el kirchnerismo comenzó a ser erosionado.

El déficit autoinfligido

Quizá el punto más llamativo del proyecto que se anunciaba a mediados de 2016 era la ausencia de estimaciones sobre el costo fiscal que traería aparejado. No solo por el mayor gasto público -consecuencia del incremento de las jubilaciones a más de 1 millón de jubilados-, sino porque a futuro cada movilidad jubilatoria iba a ser sobre una base más elevada para este conjunto. El macrismo ofrecía, para pagar todo este flujo de gastos adicionales que perdurarían por más de una década, el ingreso de un blanqueo impositivo que se iba a dar por una sola vez. Tiempo después, la propia ANSES confesaría que con esos recursos solo se podían financiar dos años de Reparación Histórica.

Además del blanqueo impositivo, otra medida se ofrecía para facilitar la negociación en el Congreso: la Pensión Universal para Adultos Mayores (PUAM), una versión low cost de moratoria que se presentaba como una opción superadora a la estrategia kirchnerista, porque sería automática y evitaba ser relanzada cada cierta cantidad de años. Ahora bien, cuando se leía la letra chica se advertía que era sólo válida a partir de los 65 años, que iba a ser equivalente al 80% de la mínima y que, a diferencia de las moratorias, no contaba con el beneficio de otorgar pensión por fallecimiento.

La Reparación Histórica junto con la PUAM desarticularon la lógica fuertemente redistributiva del sistema previsional del kirchnerismo y escondían un mensaje que se iba a revelar poco más de un año después: era insostenible y sus dificultades se profundizarían cuando las inconsistencias del modelo macroeconómico del macrismo dejasen un rosario de recesión, inflación, informalidad, pobreza y desempleo.

Dominancia fiscal, shock y Stacy Malibú

Las elecciones legislativas de 2017 empoderaron al macrismo para acelerar su programa económico. Faltaban unas semanas para finalizar el año y dar comienzo a la crisis económica que iba a enterrar este corto pero intenso revival neoliberal. Ya a comienzos de ese año, el gobierno intentó modificar la fórmula de movilidad jubilatoria ajustándola 0,3 puntos porcentuales (equivalente a $17,5 mensuales de recorte a cada jubilado). La indignación social pudo más y obligó al gobierno a dar marcha atrás. Sin embargo, luego del triunfo en las legislativas, el macrismo avanzó y logró imponer una modificación que implicó un ajuste en las jubilaciones de 6,3 puntos porcentuales (equivalentes a casi $400 mensuales para los jubilados con la mínima). El macrismo interpretó al resultado electoral como un cheque en blanco para su programa de reformas.

Así como en la primera etapa del gobierno identificamos una estrategia “gradualista”, en la que la política dominó sobre el objetivo fiscalista de reducción del déficit, hacia finales de 2017 la estrategia giró 180 grados y la cuestión fiscal pasó a dominar a la política. El “reperfilamiento” de las jubilaciones fue tan solo el primer paso, una temprana golondrina que anticipó la llegada del FMI y el abandono del gradualismo.

Pasaron cosas, vino la tormenta y finalmente volvimos al Fondo. En el medio un desmanejo completo de la política cambiaria, el cierre de los mercados de deuda y la impericia del equipo económico que no supo, no quiso y no pudo. Todo aquello se hizo carne en una sociedad que ya venía golpeada y vio cómo desde 2018 la crisis entró en una espiral vertiginosa que pocos pudieron llegar a digerir. El macrismo nunca estuvo preparado para enfrentarse a tanta realidad y se fue desarmando en el camino dejando a la vera millones de excluidos, manteniéndose hasta el último momento como eternos profetas de una aspiración imposible.

Otra larga noche se asomaba en el otoño de 2018. “Decidí iniciar conversaciones con el FMI” decía un presidente al que se le habían quemado todos los papeles, y pese al coaching miraba a cámara sin entender. Enseguida se intentó un relato a destiempo y al que se le veían los hilos: “no es el mismo Fondo de hace 20 años” salía a declarar el entonces ministro de hacienda Nicolás Dujovne. Pero el globo de ensayo se desinfló a poco de andar y el macrismo quedó por enésima vez pedaleando en el aire. Era el Fondo de siempre, la misma Stacy Malibú y ni siquiera tenía un sombrero nuevo.

Ya los jubilados lo habían advertido un tiempo atrás, cuando el Fondo volvía a hacer su informe anual sobre el estado de la economía argentina a finales de 2016. Las recomendaciones respecto del sistema previsional eran elocuentes: cambiar la fórmula de movilidad por una menos generosa, reducir el haber inicial de los nuevos jubilados, incrementar la edad jubilatoria de las mujeres, y separar presupuestariamente la seguridad social del “asistencialismo” no contributivo (Conectar Igualdad, Progresar, Procrear, moratorias, entre otros). Nada había cambiado entonces, el programa de recomendaciones del Fondo para países con crisis en su frente externo volvía sobre los viejos manuales para restringir el espacio de políticas públicas.

El macrismo, junto al FMI, comenzó a promover, ya de forma explícita, el desmantelamiento de instituciones de seguridad social que tiempo atrás algunos cuestionábamos por no ser lo suficientemente radicales, por no representar un cambio profundo en la redistribución del ingreso y en las condiciones de vida de los sectores más vulnerables.

Recuerdos del futuro

El 2020 nos encontrará unidos o dominados. Este presagio peronista reversionado ayuda a entender la preocupación de Alberto Fernández por mostrar unidad y acumular todo el capital político que se pueda para enfrentar el programa de reformas que el Fondo buscará imponer desde el primer día de gobierno. Las jubilaciones están en el centro de ese debate, como la piedra en el camino para alcanzar el superávit fiscal, una piedra que creció de forma preocupante gracias a la Reparación Histórica, y que trató de ser contenida por la reforma de la movilidad jubilatoria tal y como ya en 2016 recomendaba el FMI.

Los emisarios del Fondo comenzaron a elevar el tono al hablar de la necesidad de una reforma jubilatoria para recuperar la sostenibilidad financiera del sistema previsional. Ajuste fiscal, reforma laboral y previsional como apocalíptica trinidad que impone el FMI para traer los dólares que garanticen la gobernabilidad a partir del 11 de diciembre. ¿Aumentar la edad jubilatoria? ¿aumentar la cantidad de años de aportes para poder jubilarse? ¿crear un pilar privado de ahorro bajo un esquema de capitalización? ¿modificar la determinación del haber inicial y/o volver a modificar hacia abajo la movilidad jubilatoria? El menú de la agenda de reformas más o menos cuenta con estas alternativas.

Desde mediados de 2018 y a lo largo de 2019 se fue intentando colocar sobre la agenda pública la tesis de que el sistema previsional no era sostenible con los parámetros que contaba. Reparación Histórica mediante, el propio macrismo salía a advertir la gravedad del problema que él mismo generó. Organismos internacionales e inversores externos comenzaron a apoyar la tesis macrista para preparar el terreno a una nueva reforma jubilatoria.

Pero a los límites de la sostenibilidad financiera se le impone el límite de la política, que refleja las necesidades de una sociedad a la que por varias décadas se le impuso precarización como forma de entrada (y salida) al mercado laboral. Para lo que viene, resulta necesario repensar el esquema de seguridad social y el sistema jubilatorio que el macrismo nos dejará. Y también debemos entender que no hay argumentos sólidos para promover políticas de ajuste como ser el aumento de la edad jubilatoria, el recorte de los haberes o el aumento de los años mínimos de aportes para acceder a la jubilación.

Argentina tiene actualmente una edad mínima jubilatoria que, si tenemos en cuenta otros países con patrones similares de envejecimiento poblacional, es elevada. A su vez, el bono demográfico, que marca a partir de qué año comienza a haber más adultos mayores que personas en edad de trabajar, durará hasta 2035 (cuando en muchos países desarrollados con la misma edad jubilatoria mínima ya venció incluso a finales del siglo pasado). Por otro lado, actualmente, la probabilidad de reunir 30 años de aportes, como lo marca la actual normativa, es sumamente baja, por lo que incrementar este parámetro solo llevará a que un minúsculo conjunto de adultos mayores (que a su vez son lo que tuvieron empleos de mejor calidad) logren jubilarse.

Es sin duda deseable promover una reforma, pero ella debe enfocarse en los principios de universalidad, solidaridad, progresividad y sostenibilidad. Resulta muy improbable que una propuesta que se haya gestado en el laboratorio de un gobierno conservador en lo político y liberal en lo económico como lo fue el macrismo vele por estos principios básicos.

Pero por más que logremos redefinir el financiamiento, no será posible llegar muy lejos sin crecimiento del empleo formal. La estrategia de política macroeconómica es determinante para la sostenibilidad de largo plazo del sistema previsional. El modelo importa. Y el macrismo ha dejado unos resultados paupérrimos, con un modelo sin imaginación que fue absolutamente incapaz de generar empleo de calidad.

El debate sobre la sostenibilidad de la seguridad social se juega en varios planos: uno vinculado a las dimensiones propias del sistema (cobertura, nivel de prestaciones y financiamiento), otro determinado por la política macroeconómica y sus efectos (que determina y en parte se ve determinada por el sistema previsional), y un tercero determinado por las tendencias de mediano y largo plazo en los mercados de trabajo locales y regionales (donde por ejemplo habitan los desafíos contenidos en los acuerdos de comercios bilaterales y regionales, las economías de plataformas y el avance de la robotización en la industria).

Una mención aparte merece la brecha de género en el mercado de trabajo, que se traduce en diferencias muy preocupantes en la cobertura jubilatoria de varones y mujeres. El kirchnerismo logró mitigar en gran medida este problema con las moratorias previsionales. Es cierto que no pudieron constituirse como una solución de mediano y largo plazo por su carácter contingente, pero fueron el primer paso en la deconstrucción de la lógica contributiva, desafiando la relación de subordinación que hasta ese momento guardaba el sistema jubilatorio respecto al mercado de trabajo.

Más allá de estas soluciones parciales, en la discusión de fondo lo que tenemos que debatir es qué acciones y políticas públicas deben impulsarse para ampliar la participación de mujeres, y de quienes no se auto perciben varones, en el mercado de trabajo en general, y en el acceso a un empleo formal en particular. En todo caso, si debemos cuestionarnos las moratorias previsionales debe ser por no haber sido lo suficientemente radicales. Es necesario profundizar sus rasgos democráticos, como un instrumento igualador de capacidades y oportunidades, repensarlas para hacer efectiva la equidad, resolviendo las múltiples vulnerabilidades que rasgaron el tejido social.

Desde hace muchos años, acumular 30 años de aportes en un empleo asalariado formal parece ser algo parecido a ganarse la lotería. Una meta a la que solo una minoría de los trabajadores puede aspirar. Pero hoy el sistema jubilatorio se financia no solo de los aportes y contribuciones de esos asalariados registrados, sino también de los de aquellos que no reunirán los 30 años, y de quienes ni siquiera pueden trabajar pero que pagan el IVA y otros impuestos que se destinan a la ANSES. En resumidas cuentas, la foto completa de este esquema termina siendo la de pobres y clase media financiando las jubilaciones de parte de la clase media y alta.

Desafiar, repensar, deconstruir y saltar de una vez los contornos del esquema contributivo de la seguridad social es la única manera de asegurar una jubilación digna para todos y todas. Ese es el principal desafío que debemos afrontar para los jubilados actuales y futuros. Ese es el lugar desde el que debemos defender y radicalizar la seguridad social.

El libro “El rompecabezas de la seguridad social. Una guía para entender hacia dónde va nuestro sistema jubilatorio”.

[1] Esta nota es un adelanto del libro “El rompecabezas de la seguridad social. Una guía para entender hacia dónde va nuestro sistema jubilatorio” disponible en https://edunpaz.unpaz.edu.ar/OMP/index.php/edunpaz/catalog/book/36

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