Dossier especial 2001
“A toda opresión se opone una rebeldía”: 20 años de luchas feministas

Por María Alicia Gutiérrez y Viviana Norman

En la crisis del 2001 confluyeron diversas voces, demandas y acciones de resistencia cuyas reverberaciones aún resuenan en nuestro presente. Nuevas formas de lucha política emergieron frente a la precariedad con énfasis en la autonomía y la horizontalidad. En esta nota, María Alicia Gutiérrez y Viviana Norman, sociólogas e integrantes de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal Seguro y Gratuito, vuelven sobre aquel acontecimiento histórico desde la experiencia de los movimientos feministas y LGTTBIQ+, sus modos de articulación, encuentro y construcción política, en el cruce entre el pasado como experiencia y el futuro como un tiempo en disputa.  

 

Las imágenes de lo que fue el estallido del 2001 se arremolinan desordenadamente en la memoria. Especialmente aquella noche del 19/20 donde la irrupción masiva en las calles hizo detonar el sistema económico, político, social y cultural. ”Que se vayan todos” resonó fuertemente y marcó la impronta de la crítica descarnada al sistema político (y la responsabilidad en la crisis) así como el “corralito” y el agolpamiento frente a los bancos mostró el límite de un modelo económico de expoliación. Puso en cuestión no solo a la elite política desprestigiada e incapaz, sino que se atrevió a impugnar la legitimidad de los partidos tradicionales y de un sistema de representatividad devenido profundamente limitado y excluyente. Asimismo, abrió paso a las renovadas formas de la política que tuvo su epicentro ya no en las instituciones del sistema, puertas adentro y para pocos, sino en el despliegue de una política callejera que cobijó las múltiples experiencias del despojo.  

Las feministas comprendimos entonces la productividad de ese movimiento que se nos presentaba diferente de la vieja política instrumental destinada a la toma del poder. Por el contrario, sentimos ese impulso colectivo como modo de autoafirmación, la misma que emprendimos contra el régimen heteropatriarcal desde nuestra génesis militante. Como explicaba entonces Holloway, “no se trata de ganar posiciones de poder, sino en desarrollar la potencia de la lucha”.2 De eso, sabemos y desde hace tiempo cuando el debate sobre la construcción del poder atravesó a la segunda ola y a los feminismos interseccionales: la discriminación y la opresión hacían sinergia en una matriz estructural de clase, género, raza, generación entre otras.  

Genealogías feministas del estallido  

La sociedad reaccionó, mostró su fuerza y se fue articulando de maneras diversas frente al acontecimiento que irrumpió, quebró la trama urbana y simbólica y después nada fue igual, aunque a veinte años algunos aconteceres nos hagan pensar lo contrario. Se implementaron metodologías que pusieron en tensión lo legal, lo ilegal, lo legítimo, lo ilegitimo: desobediencia civil activa.3  

La protesta plebeya no surgió de un puro espontaneísmo, si bien los cacerolazos marcaron una impronta novedosa. Los 90 del siglo XX no fueron una década silenciosa: la implementación del modelo neoliberal a ultranza, con índices escalofriantes de desempleo y pobreza, achicamiento de los Estados con recortes a las políticas públicas como contrapartida a los altos costos de endeudamiento, no pasaron sin resistencias y nuevas articulaciones políticas. Los feminismos no estuvieron ajenos a ese proceso y gestaron formas de resistencia y acción conjuntamente con los grupos LGTTBIQ+ y al compás de vaivenes internacionales. La mayor expresión de la protesta social fueron los piqueteros y otras formas organizativas que le hacían frente al desguace social, político y económico. Allí las mujeres y feministas expresaron sus sentires y reclamos: la reproducción social de la vida, los cuidados y la violencia estaban en el centro de las conversaciones, al igual que en los Encuentros Nacionales de Mujeres. 

Así el 2001 se nos aparece como un “nudo” parafraseando a Julieta Kirkwood en relación a los saberes y acciones feministas-4; donde se articulan y confluyen distintas demandas, organizaciones y acciones en una mirada interseccional que permitió discutir básicamente la lógica y la construcción del poder; la autonomía y la relación con el Estado y el régimen político y la dignidad de la vida. Ese “nudo” que reflejó una situación dramática para el país y para muchos de sus ciudadanes, también lo pensamos como una instancia productiva. Nos permitió articular otros modos de encontrarnos, organizarnos y construir políticamente, tomando el pasado como experiencia y registrando el futuro como un tiempo de reconstrucción/construcción. 

Durante aquellas jornadas, estábamos convencides que se trataba de la crisis del feroz modelo de acumulación impuesto por la dictadura militar 76-83 mediante el terrorismo de Estado y que los sucesivos gobiernos en democracia perpetuaron hasta profundizar sin apenas lograr mitigar las desigualdades sociales. Pero, además, creíamos que iba a ser posible otra sociedad y en esas mismas jornadas la comenzábamos a construir. Las mujeres dieron batalla al calor de las ollas que revolvían en los comedores comunitarios que se fueron multiplicando como consecuencia de la propia existencia. Fueron quienes, en los barrios, politizaron lo doméstico cuando tuvieron que afrontar la tarea de la reproducción de la vida. Con ellas la vida cotidiana toda se politizó también, cuando tomaron a sus hijes de la mano y salieron a la ruta, a cortarla y a avivar el fuego de las gomas.  

Esas mujeres asumieron las tareas femeninas asignadas requeridas para la autogestión como demandaba la urgencia. Conjuntamente pusieron en cuestión la opresión patriarcal en las relaciones con sus pares varones. Fueron quienes mostraron con acierto que la autonomía, la horizontalidad y la construcción del poder popular no eran posibles ni aceptables sin ellas. Que esos principios, que en sus movimientos sociales pugnaban por regir la futura organización política y el cambio social, debían implementarse y plasmarse también en las relaciones domésticas, en las parejas, en las tareas del trabajo barrial y en los piquetes.  

El movimiento de mujeres y feminista venían poniendo en cuestionamiento la dicotomía privado/público. La consigna “lo personal es político” permitió, desde la lucha de los organismos de derechos humanos, evidenciar que las condiciones de desigualdad y opresión eran lógicas profundamente naturalizadas. Desmontar esa construcción cultural significó formas nuevas y creativas de imaginar, articular y organizar.  

La toma de las calles y el espacio público 

El estallido desplazó los cuerpos al ámbito público donde nos fuimos encontrando en la enorme heterogeneidad de experiencias que, como en los feminismos, debió convivir con el conflicto latente que supone la diversidad. Ese espacio reconfiguró no solo los cuerpos y los encuentros sino también el significado de cada lugar. Asimismo, entre las barricadas y las corridas, supimos de gases, balas de goma y muchas de plomo. Mientras pasaban las horas, los cuerpos tendidos en el asfalto mostraron los rostros humanos de la tragedia. Ante ello, los cuerpos vivos en una alianza de las afecciones y las pasiones generaron un modo de crear la política in situ. La insistencia de la comunidad afectiva creada en el espacio público produjo la potencia de la política. Ahí se instituyó la política con esa presencia, con ese estar y se redefinió la potencia en la acción colectiva, en el cuerpo a cuerpo.5  

La necesidad de transformación sonó en un grito colectivo mientras las cacerolas marcaban el ritmo del hartazgo. Los medios y poderes hegemónicos, etiquetaron como espontánea a esta rebelión popular como si ello significara la carencia de potencia política, lo mismo que sucedió con el feminismo durante décadas. La política de los partidos, del parlamento y los votos requerían una profunda transformación y eran los de abajo quienes empujaban para dar vuelta el orden de cosas y por fin lograr “trabajo, dignidad y cambio social”. Lo viejo quedaba sepultado debajo de las cenizas de fogatas. Y lo nuevo, profundo desafío, se tramaba día y noche en las asambleas populares y en los piquetes.   

Las calles, las plazas, en la ciudad o en los barrios, agitaron la política de lo común que hoy permite trazar un hilo, anudar experiencias y descubrir continuidades. Nada se pierde, todo se transforma o reaparece con formas de otras luchas porque, en definitiva, aquello es aun hoy lo que anhelamos: los reclamos por el reparto de la riqueza, la toma de decisiones colectivas y la revolución en nuestra relación con los otros y con nosotros mismos6 y resonó en el cántico “piquetes y cacerolas la lucha es una sola”.  

Las asambleas como herramienta para la construcción política no fueron un invento del 2001. Tampoco podemos decir que fue un fenómeno que se dio en todo el país. Lo cierto es que estas prácticas de participación ciudadana actuaron como mediadoras reales de la acción política que funcionan conforme a los propios intereses de sus participantes, son controladas por sus miembxs y no responden a instituciones tradicionales como pueden ser los partidos políticos.7 Del mismo modo la experiencia de las fábricas y espacios diversos recuperados. No podemos soslayar que las mujeres –también les jóvenes-; tuvieron obstinada y activa participación desde el inicio de los movimientos de desocupados, en su desarrollo y la construcción de prácticas e identidades políticas de estos movimientos sociales.8 

De igual modo, en las asambleas barriales, la apropiación por parte de las mujeres del espacio público o de edificios abandonados fue también un escenario propicio para recuperar las luchas feministas sobre la politización del propio cuerpo, que no solo se deslizaba por las calles y asambleas, sino que se enfrentaron a las fuerzas de seguridad que avanzaron e intentaron desarticular. Instalaron el debate por el aborto legal junto con la soberanía y autonomía de sus decisiones en una verdadera praxis que se reeditó en las jornadas del 2018 y 2020. Las piqueteras dieron vitalidad a un feminismo popular y, como las asambleístas, contaron con la memoria histórica acumulada, los recorridos de las Madres de Plaza de Mayo, que dejaron su casa e irrumpieron en las plazas para denunciar la desaparición forzada de sus hijos, constituyendo así un movimiento de DDHH que nos enorgullece. También de las mujeres que forjaron los ENM, donde ejercitaron la democratización de la palabra, la horizontalidad y la deliberación para alcanzar los consensos. Y todas aquellas activistas que rompieron con el orden impuesto del mismo modo que se intentaba hacer en las jornadas de diciembre.  

20 años después: ¿qué fue de la potencia insurgente? 

El estallido da idea de un instante, ruido, explosión. ¿Qué alcances tuvo esa onda expansiva? Esos días se argumentó sobre el poder y el contrapoder. Recuperando a Negri,9 podríamos decir que la redirección que sufrieron la luchas populares a partir de 2003, marcaron el límite para la construcción del contrapoder tal como fue soñado en las jornadas de diciembre de 2001. Esos días intensos, pero también los que siguieron, marcaron la resistencia a lo viejo, y la insurrección fue la más contundente escenificación de las formas que pretendió alcanzar la lucha política. Sin embargo, pocos años después, siguiendo a Negri, no fue posible profundizar una potencia constituyente de un nuevo poder.  

Pudimos protagonizar una revuelta plebeya que puso en evidencia el quiebre de la hegemonía del modelo de acumulación del capital y la ineptitud de la clase dominante para prolongar su disciplinamiento social. Pero más que nada, la desobediencia y su potencia organizativa, vista 20 años después, permite comprender cuánto de la vocación rebelde e insumisa la impulsó y cuánto de esa capacidad colectiva fortaleció a los feminismos locales en los últimos años. Esa potencia del movimiento feminista se expresó de manera contundente en los Paros Internacionales de Mujeres desde 2017, en el Grito Global de 2017, en los debates sobre el aborto 2018/2020 y la construcción de la Marea Verde y en el surgimiento de NUM en 2015. Todos estos eventos marcaron un derrotero de una lucha internacional que no se detiene y que está cuestionando el sistema capitalista, racista, colonial y heteropatriarcal de raíz. La situación inédita, dolorosa y compleja de la pandemia, en el contexto de una crisis económica con epicentro en la deuda, puso en claro el lugar de los movimientos feministas y LGTTBIQ+ en la sustentabilidad. Por eso “la deuda es con nosotras” que siempre garantizamos la reproducción de la fuerza de trabajo y pusimos la enorme cuota de plusvalía en el trabajo reproductivo no remunerado.   

La novedad de tal amalgama, de lo común ante todo como indignación, presagiaba una nueva subjetividad radical. Tejer lo común, retomando la noción de Federici, hoy refleja una nueva mirada del cambio social, que supone romper con la idea estatista de revolución y quebrar el mandato neoliberal que reordena la vida en la lógica del mercado. Desmonta la dicotomía público/ privado que, muchos años antes, las feministas habían visibilizado bajo la consigna “lo personal es político”, desnaturalizando así la opresión. 

En esta lógica se inscribe una de las luchas centrales de los feminismos: la reproducción de la vida y los cuidados, una manera creativa de repensarlos en vinculación con otras formas de las relaciones sociales. Esto supone desafiar la lógica del capital y una nueva conceptualización de la política que pone como centralidad el cuerpo en el proceso integral de la reproducción de la vida. De allí la necesidad de la reinvención para afrontar  los dilemas del neoliberalismo y su avanzada conservadora, con multiplicidad de saberes y prácticas que desarticulen  las contradicciones que ellos mismos generan.   

Veinte años después, nuestras luchas feministas han resignificado la política, han obligado a poner la mira en el colectivo feminista y de disidencias sexuales, y expresa las múltiples intersecciones de las demandas. Inscribe una nueva gramática de las luchas, con la emergencia masiva de grupos sociales como les jóvenes e instituye un espacio de cruce intergeneracional e intercultural. 

Por eso creemos no equivocarnos al pensar que ese impulso político anti capitalista, anti imperialista, descolonial de aquellas jornadas históricas, lo resignificamos en nuestros feminismos, lo que nos impulsa a trascender las meras efemérides y recuperar ese recuerdo para recrear la potencia insurgente que nos movilizó entonces.  

 


María Alicia Gutiérrez, socióloga, docente e investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales. Integrante de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal Seguro y Gratuito.

Viviana Norman, socióloga feminista. Integrante de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito.

 


1 “A toda opresión se opone una rebeldía”: Kirkwood, J. (1987). Feminarios. Santiago de Chile: Documenta. 

2 Holloway, J. (2003). Prólogo. En R. ZibechiGenealogía de la revuelta. Argentina: la sociedad en movimiento. Buenos Aires. Letra Libre-Nordan. 

3 Gutiérrez M.A. (2013). 15M. Si no nos dejan soñar no les dejaremos dormir. Buenos Aires: Ediciones La Parte Maldita. 

4 Kirkwood, J. (1984). Los nudos de la sabiduría feminista. Santiago: FLACSO. 

5 Butler J. (2017) Cuerpos aliados y lucha política. Hacia una teoría performativa de la asamblea. Buenos Aires: Paidós. 

6 Federici, S. (2018). El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismo. Buenos Aires. Tinta Limón. 

7 Ouviña, H. (2003). Las asambleas barriales y la construcción de lo “publico no estatal”: la experiencia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Recuperado de http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/becas/20110128033732/ouvina.pdf 

8 Andújar, A. (2005). Mujeres piqueteras: la repolitización de los espacios de resistencia en la Argentina (1996-2001). Buenos Aires. CLACSO. 

9 Negri, T. (2002). Contrapoder. En T. Negri (et. al) Contrapoder. Una introducción. Buenos Aires. Ediciones de Mano en mano. 

Comentarios: