Desafección y volatilidad emocional
El ocaso del Contrato Social

Por Giuliana Mezza (UBA)

Lo volátil se define como aquello que varía con facilidad y de forma poco previsible. Este, nuestro tiempo, se caracteriza por una fuerte volatilidad que no se manifiesta únicamente en el plano político electoral, sino también en el terreno de los vínculos personales. La carencia de referencias certeras para interpretar las múltiples escenas en las que nos desenvolvemos es un problema contemporáneo que remite al agotamiento de una matriz interpretativa ligada al consenso, y al auge de ciertos principios atomizantes.

“El pacto social se ha roto”

La corriente contractualista, cuyos orígenes se remontan a la Europa de siglo XVII, desarrollará una perspectiva central en la fundamentación del Estado moderno. Entendiendo lo político como un artificio humano, propone una explicación científico-racional a la configuración de los ordenamientos sociales. El esquema abstracto que se replica dibuja un estado de naturaleza caracterizado por la igualdad y libertad de los hombres en el que, por motivos que varían según el autor, se plantea una conflictividad irresoluble. La igualdad y la libertad naturales, en apariencia plenas, se encuentran en verdad restringidas o amenazadas por elementos de la misma configuración imperante, por lo que para ser preservadas, deben transformarse. Esto se logra a través de la figura del contrato social, en el marco del cual se realizan concesiones de manera consensuada para la institución de una autoridad política que pueda regular y garantizar su ejercicio.

Este acuerdo es el remedio que los hombres encuentran para dar respuesta a las tensiones ocasionadas por el libre albedrío. El consenso, piedra basal de la legitimidad política, se funda en la confianza y el sacrificio. Los hombres advierten que el estado de cosas reinante no resulta satisfactorio, y que la salida no puede plantearse en términos individuales. Estimando que todos los pactantes respetarán lo acordado, se materializa una renuncia a ciertas condiciones presentes para acceder a otras que, en principio, ofrecerán ciertos beneficios. La conciencia respecto de las falencias del estado de naturaleza, el valor de la palabra, y el compromiso asumido colectivamente respecto de aquello que debe ser preservado, son factores esenciales en la celebración del contrato.

Es aquí donde emerge también la problemática de la representación, que estará signada por la reflexión en torno a la identificación entre súbdito y soberano. A pesar de la diferenciación que opera entre los hombres que pactan y los que son investidos de autoridad, la vigencia de la igualdad y la libertad radica en el respeto por los términos acordados. La maquinaria institucional democrática, afianzada con las tesis federalistas respecto de la efectividad de las elecciones periódicas para garantizar la calidad de la representación, se consagra como modelo político a nivel global.

Sin embargo, el devenir histórico de nuestras sociedades resquebraja los cimientos de esta fórmula pretendidamente exitosa. La España del 15M –por poner un ejemplo reciente y paradigmático- conmovió la inercia que mantenía al país sumido en una aparente calma desde la celebración de la Constitución de 1978. Inundando plazas y calles, el pueblo español denunció que el pacto social había sido violado. Los detentores del poder, elegidos por la ciudadanía para garantizar la dignidad de la vida, habían optado por cultivar intereses propios, desligados de los de sus representados. La noción de crisis de representación remite así a la posibilidad de este divorcio, a un desconocimiento de los compromisos que conlleva el contrato, a la materialización de una traición.

Acampada del 15M en la Plaza de Sol de Madrid - http://www.movimiento15m.org
Acampada del 15M en la Plaza de Sol de Madrid – http://www.movimiento15m.org

La era de la desafección

El pasaje del Estado de Bienestar a uno “post social”, neoliberal o a la denominada democracia de audiencia, inaugurará un período atravesado por algunas notas singulares que habrían suscitado la reflexión en torno a la crisis de representación. La disolución de los clivajes sociales clásicos que permitían anudar condición socioeconómica con adscripción partidaria, la personalización de la opción electoral, el protagonismo de los expertos en medios de comunicación y la distención del vínculo entre los individuos y los partidos demarcarán las coordenadas de un nuevo escenario político.

Algunos de los síntomas de esta crisis pueden hallarse en la progresiva deslegitimación del sistema político, en la desconfianza hacia la clase dirigente y el desinterés de la ciudadanía en los asuntos públicos, o en términos genéricos, en la denominada desafección política. Mariano Torcal desagrega este concepto en dos dimensiones; por un lado la desafección institucional, vinculada a cierto sentir negativo hacia los mecanismos de representación vigente y una percepción deficiente respecto del grado de respuesta que puede esperarse de los mismos; y por otro el desapego político, ligado a la falta de interés y de compromiso con la esfera pública.

Ahora bien, estos factores que rescata el lente de la ciencia política para interpretar las peculiaridades de la época no deben eclipsar la relevancia que poseen las transformaciones que operan en el plano subjetivo. El tardo capitalismo, o la fase neoliberal que ostenta actualmente una posición hegemónica en el tablero internacional, trajo aparejada una serie de valores, mandatos y sentidos que configuran un nuevo imaginario social. La retracción de las estructuras orientadas al bienestar acentuó la desigualdad, la marginalidad, la pobreza y la precarización. La combinación de la destrucción de tejido social con el auge de las nuevas tecnologías se dotó de nuevos relatos que contribuyeron a moldear subjetividades desapegadas, replegadas sobre sí mismas y con serias dificultades para identificar el valor de lo compartido.

La filosofía del “sálvese quien pueda” ganó terreno, elevándose a mantra. La imposibilidad de reconocer el entramado de relaciones políticas, económicas y culturales que condiciona la propia existencia se cristalizó a partir de mandatos como el ser de empresario de sí mismo, el principio de la meritocracia y el culto a una libertad individual absoluta y sin restricciones. Si desde la óptica estatal, la génesis de esta era se vincula al corrimiento de la centralidad del bienestar, en el plano subjetivo lo que ocurre es un desdibujamiento de lo común y de las prácticas de cuidado que éste suscita. De este modo, la desafección, que en una acepción amplia se define como la circunstancia de no sentir afecto o estima, puede considerarse un síntoma propio de los tiempos que corren.

El cinismo neoliberal; la oda a la volatilidad emocional

El ocaso del contrato social se recorta prístino en el horizonte del siglo XXI. La desafección, los altos índices de abstención en los comicios nacionales y locales, el desapego hacia lo público y la volatilidad de los vínculos personales exhiben un mal de época cuyo abordaje es, cuanto menos, necesario. El neoliberalismo llama a viva voz a que cada quien “se haga a sí mismo”, “se escuche a sí mismo”, utilice sus recursos, energías y aspiraciones para resguardarse, potenciarse y realizarse. Así, a secas. No tienen lugar, en esta ecuación, los otros.

Desandando las nociones de consenso y confianza que la figura del pacto esperaba proyectar, lo que queda es una suerte de estado de naturaleza 2.0. La libertad tal como se proclama hoy en día podría entenderse en los términos de Hobbes; como ausencia de impedimentos externos. Si el individuo es puro sí mismo, todo aquello que lo desvíe, lo conduzca a tomar compromisos o a identificarse de forma estable con otros (llámese personas, partidos políticos, instituciones, etc.), será entendido como una limitación, un obstáculo, un cercenamiento. Los adalides de la liquidez dirían que este tipo de prácticas desvían artificialmente la voluntad pulsional del hombre, deseante y errante por naturaleza.

Asimismo, siempre y cuando los otros no atraviesen las fronteras individuales más de lo esperado, éstos pueden ocupar roles circunstanciales de estímulo o posibilitadores. En ese sentido, la lógica es equiparable a la del consumo; la aproximación a otros está dada por un interés, y cuando éste se agota, lo adquirido es desechado. Como la motivación nace de una mera coincidencia de intereses, los individuos no consideran deberse nada entre sí; el respeto, el cuidado y el compromiso son propios de los lazos contractuales. La instantánea es la que exhiben las redes sociales; infinitas soledades adornadas con imágenes de otros.

Concebidos como reinos independientes, los individuos construyen muros a su alrededor y temen por la intromisión de los otros tanto como el liberalismo del siglo XIX alertaba sobre la sombra avasallante del poder político y la necesidad de establecer sistemas de control. La imposibilidad de anticiparse a los resultados electorales, como al devenir de las relaciones personales está estrechamente vinculada con la expansión de una volatilidad que no es propia del campo político, sino que echa raíces en una dimensión más profunda de la subjetividad.

Foto: Patrick Tomasso - https://stocksnap.io
Foto: Patrick Tomasso – https://stocksnap.io

El justo medio entre la denuncia y la resignación

Si la alienación que retrataron Marx y Engels estaba dada por la incapacidad del trabajador industrial de acceder al conjunto del proceso productivo, es decir, al todo, podría decirse que la alienación actual radica en una mutilación simbólica; lo que está vedado es la dimensión social de la propia existencia.

La pulsión de “volver a sí mismo” que se manifiesta tanto en la desafección institucional y la crisis de representación respecto de los actores tradicionales de la democracia como en la dificultad para construir lazos cimentados en el compromiso y el cuidado, es un síntoma de una época signada por la incertidumbre y el desapego.

La exaltación de la libertad individual, la expansión de la lógica del consumo amplificada por las redes sociales y los discursos que demonizan la política construyen un cuadro en el que no resulta sencillo hallar espacios fértiles para la articulación de una crítica habilitante.

Si, como sostenía Aristóteles, la virtud es en efecto el justo medio entre el exceso y el defecto, debemos huir tanto de la denuncia que todo lo destruye como de la resignación que resulta de un diagnóstico terminal. Nuestras sociedades están atravesadas por fenómenos muy complejos que nos imponen desafíos de índole político y personal.

Vencer la inercia de la aceleración desmedida que no da lugar a la reflexión, identificar las falencias de este estado de naturaleza 2.0, comprender que no hay salidas individuales en un mundo en el que somos con otros, recuperar el valor de la palabra, y estar dispuestos a renunciar a ciertos espejismos que el sistema nos ha inculcado como preciosas verdades, en pos de construir realidades más habitables para todos, podrían ser un buen comienzo.

 

Foto de portada: Evan Kirby – https://stocksnap.io

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