Dossier especial 2001
La democracia y la cuestión intelectual

Por Sabrina Morán

Sabrina Morán realiza aquí un lúcido comentario del reciente libro de Eduardo Rinesi, Si el hombre va hacia el agua, editado por Ubu ediciones, para pensar 2001, para pensar el devenir de la vida política argentina entre 2001 y nosotros, y para pensarnos también un poco a nosotros mismos en el derrotero de estos 20 años de batallas políticas.

Los desafíos del presente a la luz del 2001

¿Qué hacías el 19 y 20 de diciembre de 2001? Esta pregunta recurrente aparece en muchísimas de nuestras conversaciones, como una especie de puntapié biográfico, en estos tiempos en que no podemos hacer otra cosa que recordar, pensar, discutir, tratar, una vez más, de elaborar el 2001 como acontecimiento político. “19 y 20” se nos presentan como un mismo instante, un solo día, un único hecho. Y es que fueron, de algún modo, una misma hora de la historia argentina. La del parteaguas, la de la odisea, la de la comuna; la del saqueo, la de la asamblea y la del Que se vayan todos ¿Qué hacíamos, en esa hora? Recuerdo que yo llamaba por teléfono a mi papá, que entonces vivía en Buenos Aires, y le pedía que saliera a la calle a ver lo que estaba pasando, y que volviera rápido a llamarme de nuevo para contármelo. Creo recordar haberle preguntado si había caceroleado. María Pía López y Eduardo Rinesi cuentan que la noche del 19 se presentaba la reedición de Isidro Velázquez. Las formas prerrevolucionarias de la violencia[1]de Roberto Carri, en la librería Gandhi. Cuentan también que luego comieron pizza en calle Corrientes, mientras se anunciaba por televisión el estado de sitio y ellos conversaban sobre lo que ocurría, pero también sobre el libro y la vida misma. Es que elaborar el 2001 como acontecimiento político implica recordar lo que ocurrió y qué hacíamos entonces, pero también de qué manera dichos acontecimientos resuenan en lo que hacemos y decimos hoy, individual y colectivamente, como ciudadanos, y como nación. De qué manera el 2001 resuena en la democracia que supimos (re)construir.

En el vigésimo aniversario de este acontecimiento político, son muchos otros los libros que aparecen y nos ofrecen una nueva oportunidad de reflexionar, no sólo sobre lo que ocurrió en esos días, sino también, y fundamentalmente, acerca de nuestro presente a la luz de aquellos eventos y sus posibles explicaciones. A los necesarios y ya comentados ¡Que se vayan todos! El sentido político de las manifestaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001[2], de Camila Cuello, Nada que esperar[3], de Sebastián Scolnik y 2001 odisea en el conurbano[4], de Mariano Pacheco, se suma Si el hombre va hacia el agua[5] de Eduardo Rinesi, precioso libro que reúne sus escritos políticos de los últimos veinte años. Allí Rinesi despliega reflexiones que, motorizadas por distintos eventos de la coyuntura política y su persistente preocupación por la disputa por los lenguajes políticos, nos invitan a mirar al 2001 en retrospectiva, y al presente a la luz de los acontecimientos del 2001. Sin dejar de lado su no menos persistente crítica a la estrechez de miras de las ciencias sociales academicistas, Rinesi nos insta a colocarnos otras lentes y cuestionar la extendida idea de que el 2001 fue literalmente un estallido, algo que apareció de pronto y nos tomó a todos por sorpresa.

En los primeros textos del libro, escritos al calor del inicio de la experiencia kirchnerista en 2003, Rinesi destaca que a la hora de tratar de explicar el 2001 las ciencias sociales se mostraron sorprendidas: las protestas aparecían como una jornada insurreccional producto de una crisis repentina, o bien constituían la condensación de un conjunto de movimientos “anti Estado”, contrario a las instituciones representativas, hasta anticapitalista y revolucionario. En los términos de Camila Cuello – retomados por Rinesi en uno de los textos de este dossier[6] – manifestaciones de carácter político o de carácter antipolítico.

Ni una cosa ni la otra, nos dice Rinesi. En aquel entonces, las ciencias sociales argentinas debieran haber estado mirando principalmente en dos direcciones: en primer lugar, observar que se trataba de la culminación de un ciclo de protestas y luchas de sectores medios y populares que se venían desarrollando a lo largo de toda la década del noventa en Argentina; en segundo lugar, poner atención a la machacona retórica “antipolítica” de los medios de comunicación masiva, e identificar a los actores políticos y empresariales de la derecha como sus principales instigadores. Así, diciembre de 2001 aparecería como el punto cúlmine, la convergencia de “este conjunto de factores tan diversos”[7], y de ningún modo como un acontecimiento antipolítico o contestatario respecto del Estado. En efecto, señala Rinesi, hace falta echar un vistazo retrospectivo muy rápido para ver que, apenas se acomodó un poco la cosa, los reclamos y demandas que se condensaron en las manifestaciones y asambleas del 2001 fueron, alegremente, encausadas institucionalmente y representadas por liderazgos imponentes como el de Néstor Kirchner. Como el libro de Cuello, los escritos políticos de Rinesi subrayan —siguiendo a Maquiavelo— el carácter político e instituyente del conflicto en el espacio público y, en el mismo sentido, el carácter republicano de dicho conflicto, en la medida en que este implica una puesta en sentido del espacio público como espacio común, como cosa pública. De algún modo, o de muchos, el 2001 puede ser comprendido como la rehabilitación de una dimensión eminentemente democrática de nuestra democracia liberal a la Occidente, que se encontraba adormecida bajo el triunfo de la pura representación política: la participación ciudadana.

Cabe preguntarnos, entonces, leyendo a Rinesi ¿Qué ocurre con el activismo y la participación ciudadana que tanto entusiasmaron a les cientistas sociales en el 2001, como lo habían hecho en 1983? ¿Es posible otra genealogía del 2001 que, sin dejar de lado su definición como acontecimiento político, lo inscriba en el derrotero de los gobiernos post dictatoriales? Siguiendo la línea de interpretación de su maestro Oscar Landi, Rinesi señala que aquello que se condensó en el 19 y 20 de diciembre se hallaba en ciernes nada más ni nada menos que desde la Semana Santa de 1987. El día que Alfonsín afirmó que la casa estaba en orden y mandó a la ciudadanía que colmaba las calles a volver a sus casas y disfrutar con sus familias. Así, el ciclo de identificación, confianza y participación ciudadana que se había abierto cuando el candidato presidencial del radicalismo denunciara un supuesto pacto militar-sindical durante su campaña, se cerraba con el establecimiento efectivo de un pacto entre el gobierno democrático y las fuerzas armadas, el primero de varios pactos establecidos de espaldas al pueblo. Fue a partir de ese momento que la participación ciudadana perdió ostensiblemente peso respecto de su par conceptual en el marco de toda democracia liberal: la representación política. Y es precisamente ese hiato el que ilumina no sólo los sucesos de 2001, sino también las características de nuestra democracia y su presente.

Necesaria y al mismo tiempo tradicionalmente no democrática, la representación política supone cierta pasividad por parte de la ciudadanía que, como reza nuestra Constitución Nacional, “no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes”. En efecto, la representación política es parte del corazón de la tradición política liberal: las mayorías delegan el gobierno en unos pocos y a cambio reciben la garantía de un conjunto de derechos y libertades[8]. Este principio de la tradición liberal choca con la tradición democrática, que pone el acento en la participación ciudadana, esto es, en la construcción de un lazo horizontal. En la práctica, advierte Rinesi, hay siempre una negociación entre ambas. Por eso, aunque la tensión entre liberalismo y democracia es intrínseca a nuestro ordenamiento político, Rinesi nos invita a lo largo de todo el libro a rehabilitar y profundizar la dimensión participativa, democrática y republicana, de nuestra democracia liberal. Entre las múltiples y complejas razones que sustentan esta apuesta teórica y política, destaca una de potente actualidad: si la ciudadanía no está al tanto de las razones por las cuales se sigue determinado rumbo político o se toman ciertas decisiones, no es posible demandarle que las defienda, se comprometa con ellas, o siquiera que las respete. El vínculo representativo democrático implica delegación, pero también diálogo entre representantes y representados, entre líderes y ciudadanos.

El bonapartismo que ha caracterizado a los liderazgos de grandes presidentes argentinos como Alfonsín o CFK, nos dice Rinesi, es al mismo tiempo fundamental para nuestro país y perjudicial para esta propuesta de profundización democrática: los líderes se constituyen como tales por estar “un paso adelante” y ser guías de grandes proyectos y movimientos históricos, pero por esa precisa razón, muchas veces terminan hipostasiando la representación. Es que el jacobinismo, nos dice Rinesi, es la forma extrema del artificio político de la representación, en que el representante acaba por reemplazar al representado. Pero si somos honestos con nosotros mismos, ¿no le pedimos a todos los dirigentes políticos algo de jacobinismo? Acaso lo que necesitamos es algo en el medio: un/a líder que esté un paso adelante, pero que profundice el lazo representativo argumentando, explicando al pueblo lo que hace, convenciéndolo de cuál es el camino y discutiendo con esa sociedad (aunque haya partes de ella que no quieran involucrarse) los pormenores del rumbo escogido. Sólo así podremos evitar nuevas crisis de representatividad, masivas desafecciones políticas, giros abruptos del voto hacia nuevas derechas y, yendo un poco más allá, la falta de compromiso con la realidad del otro.

Es que es sólo la comprensión de que nadie se salva solo, de que el ejercicio de nuestros derechos es posible sólo colectivamente, el camino que nos puede conducir a salir de ciertos atolladeros, entre los que se encuentra la discusión en torno a la libertad. Aunque este debate se ha actualizado en el contexto pandémico, Rinesi nos recuerda que la libertad, junto a la democracia, se constituyó en el horizonte de sentido de la transición democrática. Recuperar y reivindicar las libertades civiles vilipendiadas por la dictadura fue la prioridad de la época; en ese sentido, la concepción preponderante de la libertad era negativa, libertad de ser, hacer y decir a salvo de la intervención del Estado. Menos presentes estuvieron en dicho contexto otras concepciones de la libertad no menos importantes: la positiva, o democrática, que implica la participación en la discusión pública en torno a los problemas comunes y su resolución; y la republicana, según la cual un individuo sólo puede ser libre en la medida en que el Estado en el que vive, su comunidad, sea también libre. Son las concepciones positiva y republicana de la libertad las que, justamente, haría falta volver a poner sobre la mesa para subrayar que nuestra libertad es con otros, que somos libres si nuestro país es soberano y nuestros compatriotas gozan de los mismos derechos —y obligaciones— que nosotros.

Poner de relieve estas concepciones no individualistas de la libertad es parte de la apuesta por una democracia más participativa y republicana, a las que nos acercamos bastante, fundamentalmente, durante el kirchnerismo. Sin embargo, señala Rinesi, la primacía del liberalismo que signa a la democracia no sólo en Argentina, sino en todo Occidente, dificulta este camino[9]. Se recurre a la movilización de las masas cuando es necesario, y se la acalla y busca silenciar cuando no. Y en este abandono de la participación ciudadana, e incluso de la propia preocupación por la participación ciudadana, yace una de las principales amenazas a nuestras democracias contemporáneas. Rinesi lo dice claramente: sin esa participación, no sólo los derechos que hemos conquistado, sino las propias instituciones de la democracia liberal se encuentran en peligro[10].

Los escritos políticos de Rinesi, reunidos en El hombre va hacia el agua, nos brindan una lectura sobre el 2001 que desafía muchos lugares comunes de nuestros propios diagnósticos y los infinitos relatos biográficos. También un diagnóstico sobre nuestra democracia que nos invita apasionadamente a volcarnos al estudio de las tradiciones y los lenguajes políticos. Pero, además, nos da una tarea: comprometernos en la disputa por esos lenguajes políticos, correr los límites de nuestra democracia multiplicando las voces y ampliar la participación en el debate sobre lo común, sobre nuestra cosa pública.

Históricamente, los y las intelectuales han jugado un papel fundamental en estos debates. La reflexión en torno a los problemas del presente los ocupa desde el origen mismo de nuestra conformación política-estatal. Ellos y ellas han participado del delineamiento tanto de proyectos políticos para nuestro país como de la producción y reproducción de los sentidos que hacen a la inteligibilidad de nuestra existencia en común. Como coyuntura crítica, el 2001 suscitó la organización de distintos colectivos de intelectuales como Manifiesto Argentino, Movimiento Argentina Resiste (MAR) y Argentina Arde que, fusionando el activismo de figuras del amplio espectro de la cultura y la ciencia, procuraron dar el debate en torno a la salida de la crisis. Por otra parte, fue a partir de la crisis y en los años sucesivos que se consolidó el modelo de intelectual que Maristella Svampa denominó “anfibio”[11]: investigadores e investigadoras de las ciencias sociales que se vincularon con movimientos sociales desde una perspectiva al mismo tiempo científica y militante[12]. Durante los años del kirchnerismo, Carta Abierta, Plataforma 12 y Club Político Argentino constituyeron agrupamientos de intelectuales que se trenzaron en la lucha por los lenguajes políticos, de un extremo al otro del espectro ideológico. Es que, como señalara Horacio González, hay ciertos problemas de la política que requieren de un tratamiento intelectual: “si en algún momento se siente que se tocan puntos esenciales de lo ‘demasiadamente humano’, estamos también ante un ejercicio propio de la condición intelectual. De este modo, no se trata de que hay intelectuales —aisladamente los hay— sino de que todo problema histórico político consistente reclama un tratamiento que no puede dejar de pasar por la cuestión intelectual”[13].

En el último de sus escritos políticos, escrito en homenaje al querido Horacio, Rinesi afirma: “¿Y si la tarea intelectual no fuera la de andar llevando lámparas, a través del puente del compromiso militante, del mundo de las ideas al mundo de las luchas, sino la de empeñarse en sostener una actitud de lucha en el seno de la discusión de ideas al mismo tiempo que no abandona el espíritu de la crítica en la asamblea y en la plaza?”[14].

A veinte años del 2001, la tarea de dar la disputa por los lenguajes políticos y profundizar la democracia se revela tan actual como entonces. El llamado de Rinesi reafirma el legado de González: nos convoca a volcarnos al debate en torno a lo común y volvernos, todos y todas, intelectuales militantes, militantes intelectuales, ciudadanos intelectuales, ciudadanos republicanos.

 

 


Sabrina Morán es Licenciada en Ciencia Política y Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Es docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y de la Universidad Nacional de José C. Paz. Se desempeña como becaria posdoctoral del Conicet.

 


[1] Carri, Roberto. (2001). Isidro Velázquez. Las formas prerrevolucionarias de la violencia. Buenos Aires: Colihue.

[2] Cuello, Camila. (2021). ¡Que se vayan todos! El sentido político de las manifestaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001. Los Polvorines: UNGS.

[3] Scolnik, Sebastián. (2021). Nada que esperar. Buenos Aires: Tinta Limón Ediciones.

[4] Pacheco, Mariano. (2021). 2001 odisea en el conurbano. Buenos Aires: Indómita Luz.

[5] Rinesi, Eduardo. Si el hombre va hacia el agua. Escritos políticos 2001-2021. Buenos Aires: Ubu Ediciones.

[6] Ver Rinesi, E. (2021). “La manifestación como cosa pública”. Revista Bordes. Disponible en: http://revistabordes.unpaz.edu.ar/la-manifestacion-como-cosa-publica/

[7] Rinesi, Eduardo. Si el hombre va hacia el agua. Escritos políticos 2001-2021. Buenos Aires: Ubu Ediciones, p. 33.

[8] Rinesi, Eduardo. Si el hombre va hacia el agua. Escritos políticos 2001-2021. Buenos Aires: Ubu Ediciones, p. 129.

[9] “Es posible afirmar que la pregunta que a lo largo del último par de siglos ha organizado los debates dentro de la tradición dominante de la filosofía política liberal-democrática es la pregunta sobre el modo de hacer más democrático el liberalismo democrático, de corregir los excesos o las distorsiones de la representación política a través de la expansión de una esfera pública de debates, de conversaciones, de argumentación, de participación popular “deliberativa y activa”. Rinesi, Eduardo. Si el hombre va hacia el agua. Escritos políticos 2001-2021. Buenos Aires: Ubu Ediciones, p. 89.

[10] Rinesi, Eduardo. Si el hombre va hacia el agua. Escritos políticos 2001-2021. Buenos Aires: Ubu Ediciones, p. 99.

[11] Svampa, Maristella. (29 de junio de 2007). ¿Hacia un nuevo modelo de intelectual? Revista Ñ. Recuperado de: http://www.maristellasvampa.net.

[12] El Colectivo Situaciones reunía a un grupo de investigadores de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA que plantea la original figura del militante investigador.

[13] González, Horacio (2015). “La cuestión intelectual”. Página 12. Recuperado de: https://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-275530-2015-06-23.html

[14] Rinesi, Eduardo. Si el hombre va hacia el agua. Escritos políticos 2001-2021. Buenos Aires: Ubu Ediciones, p. 423.

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