Elecciones en Brasil
La victoria de Bolsonaro y las generaciones políticas

Por Amílcar Salas Oroño (UNPAZ/UBA)

Toda generación moldea y construye las posibilidades políticas de transformación –o conservación– del orden establecido en función de los elementos que estén dispuestos en las escenas políticas que les toca vivir. En ese sentido, la socialización política siempre se relaciona con ciertos términos, nombres propios, clasificaciones o agendas temáticas de un período, o en varios períodos. Así es como, por ejemplo, para alguien que hoy ronda aproximadamente por los setenta años de edad –en Brasil, pero la observación valdría también para la Argentina– seguramente recordará que durante buena parte de su vida no hubo otra forma de pensar o actuar (en política, o en la sociedad en general) sin tener en cuenta la “cuestión militar” como elemento activo, y tener que conocer los nombres propios de algunos militares, y comprender los juegos de intereses en los que estaban involucrados: que tal militar, que tal otro; que aquél General, que ese Brigadier. Las experiencias políticas latinoamericanas en general, y brasileñas en particular, se construyeron con esa sombra permanente, teniendo que conocer quiénes eran esos militares, en qué estaban, sobre todo para poder entender qué estaría por suceder.

Afortunadamente, generaciones más jóvenes no pasaron por ese tránsito: moldearon sus referencias por fuera de esta tutela simbólica y práctica de los militares. Por ejemplo, un joven o una joven brasileña de 18 años –y el ejemplo también sirve para el caso argentino– hasta estos años no han pasado por la circunstancia de tener registrar la acción de los militares como algo fundamental para una comprensión global de la dialéctica social; no tuvieron que conocer las líneas internas, los liderazgos y mandos, los pocos buenos o los muchos malos. Por estas cuestiones es que, también, una generación se diferencia de otra, como contexto de socialización. Lo curioso es que este 2018, con esta elección presidencial, trae como lamento un “regreso de los militares” al primer plano de la escena democrática.

En pocos meses, “lo militar” se ha vuelto una presencia cotidiana. Michel Temer colocando a un General a cargo de (las cuestiones de seguridad pública de) un Estado de la Federación, y a otro General a cargo del Ministerio de Defensa; el Comandante del Ejército dando sus advertencias sobre qué supone la consideración de una hábeas corpus (respecto de la libertad de Lula), y otros subordinados suyos reforzando en coro cuáles son los “momentos” para una intervención. Y como corolario, un capitán de reserva que saca 46% de los votos en la primera vuelta, y un candidato a vicepresidente que –ante la hospitalización de su camarada– funciona de vocero de un plan económico ultraneoliberal y estrambótico. Una situación a la que se suma una (supuesta; conocida por algunas informaciones en off) lista de militares que serían convocados por Bolsonaro ante una eventual victoria, preparados para asumir “varios cargos en el gabinete”, como obvia señal de copamiento legítimo. Lo que no había sucedido en el intervalo de una generación, se reposiciona en poco menos de un año.

Y así, otra vez a prestarle atención a los nombres propios de los “hombres de armas”, las gradaciones, los proyectos de unos y otros, las competencias para tales tareas civiles y, como si fuera poco, el discurso negacionista del candidato respecto de lo que fue la última dictadura militar. Todo un show de pocos meses; sin vueltas para atrás, una definida regresión. Una regresión en términos de socialización democrática, realizada en tiempo record y de forma comprimida, intensa, empujada y cubierta tanto por la acción de los medios de comunicación tradicionales, como por la instalación que permiten las plataformas más modernas de difusión y circulación. Todo se fue combinando en estos meses, para desgracia de la socialización democrática de esos jóvenes de 18 años.

Esta elección presidencial es, inconfundiblemente, una continuidad respecto del golpe a Dilma Rousseff del 2016. Figuras estelares de aquél fraudulento juicio político este domingo salieron victoriosas, entre otras, el propio Bolsonaro, recordado por la justificación siniestra de su voto favorable en la Cámara de Diputados; o Ronaldo Caiado, el duro vocero del golpe en el Senado, electo ahora gobernador de Goiás en primera vuelta; o Janaína Paschoal, una de los redactores de la petición del impeachment, elegida esta vez para la Asamblea Legislativa de San Pablo, con la gracia de ser la represente política más votada… de la historia del país (!), con casi 2 millones de votos. La continuidad de un momento traumático institucional como lo fue el juicio político a Dilma tiene que ver, precisamente, con la confirmación en el tiempo de sus principales referencias; y la exclusión de otras, como la propia Dilma en su postulación para el Senado. En ese sentido, pocos motivos para el entusiasmo con los otros nombres propios –los que no son militares– encargados de configurar las competencias políticas venideras. Y es más, las “condiciones del golpe” siguen vigentes: la nueva composición del Congreso, con una de las renovaciones más bajas de la historia, deja intacta la fragmentación de las bancadas, caldo de cultivo para todo tipo de arremetidas chantajistas y presiones, sea en un futuro gobierno de Fernando Haddad o de Jair Bolsonaro.  Los efectos distorsivos del “presidencialismo de coalición” siguen más vivos que nunca.

En este contexto, entre militares y golpistas, los partidos políticos han mostrado su retroceso, como causa y consecuencia de las otras figuraciones. Así es como, por ejemplo, en los tres principales distritos electorales del país obtuvieron más votos –pasando al balotaje– figuras que se presentan como “independientes”, como Wilson Witzel, Romeu Zema o el mismo Joao Doria (abiertamente distanciado de la línea oficial de su partido, el PSDB) en Rio de Janeiro, Minas Gerais y San Pablo, respectivamente. El clima “antipolítico” que empuja a la adopción del carácter “independiente” es uno de los aspectos más instalados, y sobre el cual el mismo Bolsonaro ha sabido manejarse con ductilidad, asumiéndose como el primer “antipetista” del país –queriendo supuestamente fusilar a todos los “petistas” de Acre. Ese será uno de los dilemas para Fernando Haddad en la campaña de la segunda vuelta: cómo politizar –esto es, cómo reorganizar los términos de la discusión política– en el medio de un clima de “antipolítica”. Evidentemente que el desafío es, sin dudas, enorme. Pero es una tarea tan necesaria como oportuna. No solo para reorientar las directrices del gobierno, tan neoliberal como viene siendo con M. Temer, y como se pretende con Bolsonaro, sino también en función de la socialización política de las próximas generaciones. Para que no tengan que vérselas con elementos regresivos a la hora de imaginarse sus destinos democráticos.

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