Mujeres en la historia
Semblanza de Victoria Ocampo

Laura A. Arnés y Julia Kratje

Hoy, 7 de abril, se cumple un nuevo aniversario del nacimiento de Victoria Ocampo, un personaje fundamental en la historia argentina. En esta nota, Laura A. Arnés y Julia Kratje, investigadoras del CONICET y docentes de la Universidad de Buenos Aires, vuelven sobre esta efeméride para recordar la figura y el legado de una mujer que “interrumpió y desvió costumbres y cánones, tradiciones, voces y escrituras”.

 

Victoria Ocampo (1890-1979) es bien conocida en su rol de fundadora de la revista Sur (1931-1970) y de la editorial Sur (1933-1985), un proyecto cultural de alto impacto en América Latina que funcionó como enlace entre la intelectualidad argentina, americana y europea. Pero fue, además, una activa feminista, escritora, traductora y cronista; entusiasta “escribidora” de cartas –solía decir– y viajera. Ejerció una extraordinaria labor de gestión, difusión, mecenazgo y promoción cultural. Más allá de su vasta obra (diez volúmenes de Testimonios y seis de su Autobiografía, y entre 1924 y 1969 publicó unos quince libros de ensayos y crónicas), entre sus hazañas se cuenta haber sido la única mujer civil sudamericana en asistir a los juicios de Núremberg, haberle dado asilo a intelectuales y artistas que huían de los fascismos europeos, o en una nota quizá más snob se puede mencionar que gracias a ella Gisèle Freund le sacó a Virginia Woolf una de sus fotos más distintivas. También fue la primera mujer miembro de la Academia Argentina de Letras. Ese año, en 1977, mientras la revista Somos se mofaba de su figura, entre las múltiples cartas de mujeres que la homenajearon, la Federación Argentina de Mujeres Universitarias le escribía al presidente de la Academia: “Lo auspicioso de la decisión no está en haber elegido a una mujer para ocupar un asiento en esa honorable corporación; está sí en haber elegido a una señora escritora de largo y merecido prestigio, que ha dado claro y valiente testimonio de su amor por la libertad, de apasionado ejercicio de una vocación y de ininterrumpida dedicación al estímulo y a la difusión del pensamiento”.[1]

Ocampo había querido ser actriz, pero su clase no le permitió más que tomar lecciones con Marguerite Moreno como pasatiempo. Sin embargo, la amistad con la actriz, que perduró a lo largo de los años, la acompañó en las incursiones que hizo en escenarios internacionales. Cuando el director de orquesta Ernest Ansermet visitó la Argentina, la invitó a participar como recitante de Le roi David (1925), obra de Arthur Honegger. Ocampo tenía absoluto dominio de la lengua francesa y del lenguaje musical. De hecho, tras asistir al escandaloso debut de La consagración de la primavera, de Igor Strawinsky, en París, compró la partitura y en seguida empezó a practicarla en el piano del hotel. En 1936, fue convocada por Strawisnky como recitante en Perséphone en el teatro Colón.

Es muy posible que la amistad con Moreno, más las lecturas que tenía hechas de Colette, la llevaran a publicar, en la editorial Sur, Gigi (1946), en la versión de Anita Loos, con quien también mantenía una relación amistosa. En 1930, estuvo en la dirección del teatro Colón por un breve lapso de tiempo y en 1958 fue designada presidenta del Fondo Nacional de las Artes. A lo largo de su carrera tuvo que enfrentarse a todo tipo de prejuicios, no meramente literarios. Interrumpió y desvió costumbres y cánones, tradiciones, voces y escrituras.

Sus amistades fueron muchas y variadas, y si bien suelen recordarse sus relaciones con intelectuales varones mantuvo amistades afectuosas y reflexivas con otras mujeres, agentes culturales centrales del siglo XX: Gabriela Mistral, Teresa de la Parra, Victoria Kent, María de Maeztu, Louise Crane, Virgina Woolf, Adrienne Monnier, María Elena Walsh, entre tantas otras. Ya hacia el final de su vida conoció a Susan Sontag y quedó literalmente embobada ante su inteligencia intrépida, entrenada y flexible.

Por su pertenencia de clase y por su explícito antiperonismo (en 1953 estuvo, incluso, 26 días presa en la cárcel del Buen Pastor) resultó una figurita difícil para el álbum de los feminismos. Sin embargo, es posible rastrear marcas de lecturas y de reflexiones feministas y/o sobre la diferencia sexual en la infancia de Ocampo (si se enfoca desde su Autobiografía), en los epistolarios de su juventud (como el que mantuvo con Delfina Bunge) e incluso en su primer libro De Francesca a Beatrice (1924). Con el envión de la Unión Argentina de Mujeres, que funda en 1936 junto a Ana Rosa Schlieper de Martínez Guerrero, Perla Berg, María Rosa Oliver y Susana Larguía, Victoria Ocampo escribe dos textos que la sitúan de lleno en el debate feminista: “La mujer sus derechos y responsabilidades” (1936), que sería primero repartido como volante en la calle (y por el que habría incluso mujeres detenidas), y “La mujer y su expresión” (1936), tal vez el primer ensayo bien instalado en lo que hoy llamamos crítica literaria feminista argentina. El arco de estos ensayos culmina con la publicación en 1971 del número bianual de la revista Sur titulado La mujer, en el que muchas de sus amigas y conocidas feministas participarían (Mildred Adams, María Rosa Oliver, Indira Gandhi…).

Si bien se repitió hasta el cansancio que, por lo menos a partir de la década del sesenta, la revista Sur dejó de dialogar con el presente, es posible leer en el número La mujer un gran legado para las escritoras argentinas y latinoamericanas. Ese número ambicioso, que pretende analizar un siglo de la relación de las mujeres con el espacio público y privado, abre con dos imágenes y dos dedicatorias: a Virginia Woolf, por supuesto. Pero también a su antepasada Águeda. Justo después del recuerdo de un encuentro con la inglesa aparece la genealogía familiar, femenina y guaraní. Victoria Ocampo afirma que es descendiente de una criada: “(…) el asunto tiene que ver con el status de la mujer india en la época de la conquista. Y ante todo importa porque quiero poner otro nombre, insignificante en sí, junto al brillante nombre de mi amiga [Virginia Woolf]. Con cierto orgullo lo saco del anonimato, llevando a cabo un acto de justicia retrospectiva”.[2] Lo que se hereda es lo que se sitúa como punto de llegada al orden familiar y social: no tiene que ver con una elección. Al poner estos dos nombres uno al lado del otro, Victoria Ocampo se reapropia de sus orígenes y no sólo enmarca su espacio propio, sino que inaugura una serie que revisita el dominio del hogar y de la tradición y despliega un archivo diferencial marcado por el género y la etnia. Águeda hace su entrada como algo negado o desconocido que solo resulta accesible a través de la mediación de una mujer. Y, además, en un gesto que rompe con el orden colonial, patriarcal y blanco, re-afirma unos párrafos más adelante: “En lo que a mí toca me siento solidaria de la criada [Águeda] y no del patrón”.[3]

En este linaje que arma familia no solo con una mujer sino con una indígena que habitaba las dependencias, Victoria Ocampo visibiliza otras herencias para las intelectuales latinoamericanas. Así, funda un relato que absorbe del feminismo europeo lo necesario para legitimar la existencia de saberes minoritarios. En 1977, en el marco de su ingreso a la Academia de Letras, la poeta entrerriana Emma de Cartosio le escribe: “Era Paris y venía de escuchar a alguien vivo; VIVO: en la Academia. Una extraordinaria mujer que se declara autodidacta y así nos protegía a las que realmente lo somos. Una estupenda mujer que posee, ¡qué envidia!, sangre indígena y lo declarara, entre orgullosa y divertida, en público. Una mujer valiente”.[4]

 

 


Laura A. Arnés es doctora en Letras (UBA), investigadora del Instituto de Investigaciones de Estudios de Género (FFyL, UBA) y del CONICET. Publicó Tomar las aulas, las clases de teoría y estudios literarios feministas (Arnés, Punte, Kratje, Dorfman, Bianchi y Angilletta, 2023) y En la intemperie. Poéticas de la fragilidad y la revuelta (Arnés, Punte y de Leone, 2020). Es autora de Ficciones lesbianas. Literatura y afectos en la cultura argentina (Madreselva, 2016) y co-editora de Bisexualidades feministas. Contra-relatos desde una disidencia situada (Madreselva, 2019), de Proyecto Num: recuperemos la imaginación para cambiar la historia (Madreselva, 2017) y de Escenas lesbianas. tiempos, voces y afectos disidentes (La cebra, 2019). Co-dirige la Historia feminista de la literatura argentina (Eduvim).

 

Julia Kratje es doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Se desempeña como investigadora adjunta en el CONICET, en el Instituto de Investigaciones en Estudios de Género (IIEGE, FFyL, UBA), y como profesora en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Ha publicado Al margen del tiempo. Deseos, ritmos y atmósferas en el cine argentino (Eudeba, 2019, Primer Premio del Concurso Investiga Cultura) y compilado Espejos oblicuos. Cinco miradas sobre feminismo y cine contemporáneo (La cebra, 2020), El asombro y la audacia. El cine de María Luisa Bemberg (INCAA, 2020), De cuerpo entero. Debates feministas y campo cultural en Argentina 1960-1980 (Waldhuter, 2021) y ReFocus. The films of Lucrecia Martel (Edinburgh University Press, 2022).

 


[1] Archivo Ocampo. Carta datada en julio de 1977 y firmada por Susana Fernández de la Puente y María T. San Miguel Frenkel.

[2] Ocampo, V. (1970-1). La trastienda de la historia. La mujerSur revista bianual, 326-7-8, p. 8.

[3] Ocampo, V. (1970-1). La trastienda de la historia. La mujerSur revista bianual, 326-7-8, p. 9.

[4] Archivo Ocampo. Carta datada el 24 de junio de 1977.

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