Por Pablo Cárdenas Eguiluz
En octubre próximo asume la presidencia de México Claudia Sheinbaum, la primera mujer en ocupar ese cargo en la historia del país. A poco más de un mes de las elecciones, Pablo Cárdenas Eguiluz analiza la trayectoria de la futura mandataria, sus relaciones con el actual presidente, Andrés Manuel López Obrador, y los proyectos que podrían ocupar e incluso generar tensiones durante la nueva administración. Así, el artículo aborda con información e inteligencia algunos de los interrogantes y especulaciones que se vienen tejiendo desde la campaña sobre el próximo gobierno de la izquierda mexicana.
Una paradoja entre continuidad y diferencia
A poco más de un mes de las elecciones presidenciales en México un sin fin de interrogantes gravitan en torno a la transición del gobierno. La figura de la presidenta electa Claudia Sheinbaum, el futuro papel del actual mandatario, fundador y líder de MORENA, Andrés Manuel López Obrador, la continuidad de la denominada Cuarta Transformación, los proyectos de reforma, y la oposición de los partidos tradicionales que no logran sostenerse ni por sus propios medios ni por coalición, conjugan una vorágine de especulaciones indescifrable tanto para analistas, intelectuales y expertos como para el propio sistema político mexicano.
El triunfo de Claudia Sheinbaum era previsible. La aprobación de su gobierno en la Ciudad de México, la inercia de la popularidad de López Obrador sostenida durante su presidencia, y su estrecha relación y respaldo, fueron determinantes para que la candidata de MORENA ganara las elecciones. Asimismo, el fracaso de la oposición tanto en consolidar un liderazgo, como en su intento de articular un discurso anti-lopezobradorista, disipaba cualquier duda sobre los resultados electorales. Lo que pocos vaticinaban era una victoria tan abrumadora. Fue una elección histórica porque por primera vez una mujer fue elegida presidenta. Sheinbaum ganó con más de 30 millones de votos, que representan el 59% del total, y con una ventaja del 32% sobre su rival más cercana Xóchitl Gálvez, dato no menor en una sociedad profundamente machista. Además, la jornada contó con una participación ciudadana de casi el 61% del electorado, un porcentaje alto considerando que en México el voto no es obligatorio. [1]
La avasallante victoria de MORENA no sólo fue en la contienda presidencial. Como consecuencia de la misma jornada electoral, el oficialismo ocupará dos terceras partes del Congreso, y siete de las nueve gobernaturas que se disputaron, gobernando en 23 de los 32 estados de la República. A su vez, López Obrador termina su mandato con más del 60% de popularidad. [2] Así, MORENA se consolida como la principal fuerza política del país, con un fuerte poder ejecutivo sostenido en su enorme aprobación, una gran presencia territorial federal, un amplio respaldo legislativo, y, frente a una oposición mermada y desacreditada.
Para algunos, los resultados del 2 de junio representan la consumación de la victoria de la izquierda mexicana. Para otros, en cambio, es un camino directo de vuelta al régimen de partido hegemónico del siglo XX, pues desde entonces ningún gobierno había contado con una mayoría calificada en el Congreso. Esta última lectura pretende instaurar una retórica que relaciona a Sheinbaum con el pasado autoritario y antidemocrático del PRI, un lugar por demás común en el que se intentó poner a López Obrador durante prácticamente toda su carrera. Más allá de las diversas y difusas opiniones sobre los comicios, la pregunta de fondo es mucho más concreta: refiere al proceso de transición, sus continuidades, rupturas y cambios, es decir, cómo será el nuevo gobierno y qué forma adoptará.
Las interpretaciones más reduccionistas explican la persistencia del proyecto desde la supuesta designación de Claudia Sheinbaum como una candidata impuesta por López Obrador, a través de la cual seguirá gobernando. Ella misma ha denunciado en días recientes el intento de la oposición, la opinión pública y algunos sectores de la sociedad de imponer esa narrativa. Ahora bien, es incuestionable que Claudia Sheinbaum ha sido una de las personas más cercanas al mandatario. Sin embargo, su trayectoria política es distinta a la del actual presidente. Para enfatizarlo, ha hecho referencia a las características que los diferencian pues cada uno -obviamente- tiene su propia historia.
Uno de los principales rasgos que los distinguen es que ella se define a sí misma como “científica”, advirtiendo que su gobierno tendrá esa impronta. En efecto, la trayectoria política de Claudia Sheinbaum no puede explicarse sin sus orígenes académicos. Es hija de la bióloga Annie Pardo y del ingeniero Carlos Sheinbaum, ambos egresados de la UNAM y activistas del movimiento estudiantil de 1968. En la misma universidad en la que estudiaron sus padres obtuvo su título en física. Es magíster y doctora en Ingeniería en Energía especializada en temas de desarrollo sustentable, e investigadora principal del Instituto de Ingeniería de la UNAM, del Sistema Nacional de Investigadores y de la Academia Mexicana de las Ciencias.
Paralelo a su prestigiosa carrera académica, inició su militancia política a mediados de la década de 1980 como integrante del Consejo Estudiantil Universitario (CEU), organización surgida durante el movimiento estudiantil en defensa de la educación pública, gratuita, científica y popular, a raíz de los intentos del entonces rector Jorge Carpizo de arancelar a la UNAM, entre otras medidas de exclusión. Hacia finales de la década, el CEU se convertiría en el brazo de las juventudes del PRD, partido que aglutinaba diversas fracciones de la izquierda mexicana.
Por su parte, la trayectoria de López Obrador está asociada a una militancia popular de base vinculada a su natal Tabasco, región del sur predominantemente rural, con una gran presencia de pueblos originarios, y una de las más pobres del país. En ese lugar fue director del Instituto Indigenista, donde realizó un importante trabajo con comunidades chontales. Posteriormente, contendió a la gobernatura de Tabasco en 1988 y 1994, presentándose como un candidato que gobernaría primero para los pobres. Tras las dos derrotas, resultado de unas controvertidas y amañadas elecciones, convocó a una masiva movilización popular en defensa de la democracia. Como parte de su ascendente carrera dirigió, entre 1996 y 1999, a su entonces partido, el PRD. Sin embargo, en el 2000, mientras el PRD sufría una estrepitosa derrota en las elecciones presidenciales, López Obrador ganaba como Jefe de Gobierno por un amplio margen en el Distrito Federal. A partir de ese mandato, su popularidad se extendería a nivel nacional, convirtiéndose en el líder político más fuerte del país, y en el principal antagonista de los dos partidos tradicionales: el PAN que ocupaba el ejecutivo con Vicente Fox, y el PRI que mantenía una fuerte mayoría federal y parlamentaria.
Por lo anterior, López Obrador está identificado con el México profundo, pobre, rural, indígena y afrodescendiente, a través del cual la derecha mexicana ha intentado ridiculizarlo. Como ejemplo puede mencionarse el título del libro del historiador Enrique Krauze publicado en 2006, “El mesías tropical”, aludiendo despectivamente a sus raíces de la costa del Golfo de México y a su supuesta forma populista de hacer política. En contraste, a Claudia Sheinbaum la acusan de extranjera, por el germen intelectual y europeo de su familia arraigada en la capital. Según esa narrativa, su ascendencia judía askenazí lituana y sefardí búlgara atentaría contra la tradición política del Estado mexicano, construido sobre los vestigios del imperio mexica, la hegemonía de la lengua náhuatl y la cosmovisión del toltecáyotl[3]. Esto se debe a que el proceso de sincretismo con el mundo hispánico, a través de la lengua, y, principalmente de la religión, devino en una identidad nacional oficial que reivindica un México moreno, mestizo y católico, que repudia la conquista, y, por lo tanto, el mundo español-europeo.
Las antinomias descriptas son menos escandalosas de lo que sugieren sus representaciones, ni López Obrador es el “pejelagarto” iletrado del sur, ni Claudia Sheinbaum es la científica europea progresista capitalina. Al igual que Sheinbaum, López Obrador estudió en la UNAM; su identidad política está atravesada por una tradición intelectual que abreva de su formación como politólogo en la que se basa su proyecto de nación. Ésta reúne una constelación de ideas de la historia mexicana, que articulan principalmente el liberalismo juarista del siglo XIX, con el nacionalismo revolucionario cardenista de la década de 1930. También comparte una directa ascendencia española por parte de sus abuelos maternos, la cual no exhibe, y es congruente con su propia construcción de la mexicanidad. Hasta entonces, ningún presidente había reivindicado la diversidad, la riqueza cultural, la lucha y la resistencia de los pueblos originarios que persisten en la actualidad, rompiendo con la hegemonía del relato del pasado glorioso del imperio azteca. Más allá de esta reivindicación discursiva, López Obrador dio un gigantesco paso sin miramientos ni reparos, ni temor a confrontarse con España o el Vaticano, al solicitar durante todo su mandato un pedido de disculpas público del rey Felipe VI y del papa Francisco por el saqueo, el genocidio y las atrocidades perpetradas durante la conquista, y los tres siglos de colonialismo. [4]
Sin embargo, más allá de sus historias de vida, es el propio proceso de conformación de MORENA el que entrama estas dos trayectorias. Durante los últimos días Sheinbaum se ha dedicado a destacar las coyunturas críticas frente a las cuales se posicionaron juntos, tanto en el ámbito institucional como en otros espacios de enunciación política: lucha, movilización y resistencia. Recuerda que son parte del mismo proyecto. En el 2000 fue Secretaria de Medio Ambiente del gobierno de López Obrador en el Distrito Federal y, en 2006, su vocera durante la campaña presidencial. Tras la dura derrota volvió a la universidad, pero nunca dejó de ser parte del movimiento; en 2008 encabezó las brigadas de mujeres llamadas “Las Adelitas” (en alusión a las revolucionarias de 1910) en contra de la reforma de privatización del petróleo. En el 2012 participó nuevamente de la campaña electoral, y posteriormente en la fundación de MORENA, donde redactó la primera declaración de principios que la constituía como Asociación Civil. En las elecciones de 2018 fue elegida Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, mientras López Obrador se convertía en presidente de la República.
Hasta aquí el pasado, a partir de ahora el presente, con las coyunturas críticas en este nuevo capítulo de ella como presidenta y de él retirado de la política. El tema no es menor, si consideramos las problemáticas transiciones de los gobiernos progresistas de América Latina de la última década. La pregunta que surge entonces es ¿cómo garantizar una continuidad de la transformación nacional, frente a la ausencia de su líder y fundador? ¿López Obrador dará efectivamente un paso atrás como se ha comprometido, o reformarán la constitución para que se reelija? ¿será el hombre detrás del poder al puro estilo de Plutarco Elías Calles durante el Maximato, moviendo los hilos de MORENA, de Claudia Sheinbaum, y designando a los sucesores presidenciales, como tanto advierten sus detractores? ¿en algún momento impulsará a la presidencia a alguno de sus hijos, a los que ha tenido al margen del partido y de los cargos públicos?
Pareciera que muchas de estas preguntas son más bien especulaciones que buscan generar sensacionalismo sobre la sucesión; carecen de argumentos sólidos pues eluden el análisis tanto de los procesos de conformación del sistema político mexicano como de la configuración de la identidad política del lopezobradorismo. En primer lugar, uno de los principios fundacionales del Estado moderno posrevolucionario fue el de la no reelección presidencial, histórica consigna que aglutinó a los ejércitos revolucionarios de 1910 para poner fin a los 31 años de porfiriato. En segundo lugar, López Obrador ha construido su identidad y la del partido, en favor de las instituciones y del estricto apego a la ley, fundamento que retoma del gobierno de Lázaro Cárdenas. En tercer lugar, ha establecido una frontera con las prácticas autoritarias que enaltecen y veneran a los presidentes de los gobiernos predecesores del PRI y del PAN. Ejemplo de ello fue cuando convirtió en 2018 la ostentosa residencia presidencial (catorce veces más grande que la Casa Blanca) “Los Pinos” en un centro cultural abierto a todo el público. En la misma línea, desde 2021 dejó explicitado en su testamento que no quiere que se use su nombre en ninguna calle, escuela u hospital, ni que se construyan monumentos en su honor. Para fundamentarlo, expresó “Ya no es tiempo de rendir culto a las personalidades”. [5] Con todo, lejos del ruido de la opinión pública, el desafío es más que evidente: radica en construir un proyecto colectivo que trascienda los personalismos y liderazgos individuales al interior de MORENA.
Frente a ello, Claudia toma como propias algunas de las acciones clave iniciadas por López Obrador, como la incorporación constitucional del reconocimiento de los pueblos indígenas y afromexicanos como sujeto de derecho, y la reforma del Poder Judicial, que contempla la elección popular de 1600 jueces y magistrados, y de 9 ministros, en una jornada extraordinaria que se llevaría a cabo en 2025; además propone una reducción del período de los cargos y de sus salarios. La iniciativa, presentada en febrero ante el Congreso por el presidente, ha sido por demás controvertida, ya que no existen prácticamente antecedentes en el mundo. Aún más, reconocidos juristas afirman que poco contribuirá a restructurar un sistema de justicia incuestionablemente ineficiente y corrupto. Por ello, esta polémica reforma es sin duda la herencia más pesada que Sheinbaum abiertamente incorporó en su plataforma de campaña, y que tendrá que encarar ni bien inicie su mandato.
A la vez, profundiza otros proyectos del gobierno anterior a partir de sus propias preferencias, como la eliminación de la reelección de diputados federales y locales, así como de senadores. También es el caso de la pensión universal para adultos de 65 años o mayores, implementada por López Obrador en el 2000 en el Distrito Federal, y extendida a nivel nacional desde el inicio de su presidencia. Claudia Sheinbaum se ha comprometido a continuar el emblemático programa, pero ampliándolo a mujeres de entre 60 y 64 años, como retribución al cuidado de sus familias. De hecho, en su discurso de victoria del 2 de junio expresó “no llego sola, llegamos todas. Con las heroínas que nos dieron patria, nuestras ancestras, nuestras madres, nuestras hijas y nuestras nietas”[6]. Si bien estas definiciones pretenden acercarla a una agenda de género, son insuficientes para responder a las más amplias demandas del movimiento feminista. En efecto, su vínculo como Jefa de Gobierno de la ciudad con este sector ha sido tenso. Además de acusarlas de violentas y oponerse a las acciones directas del movimiento, reprimió en reiteradas ocasiones marchas y manifestaciones contra la violencia de género. En consecuencia, fue duramente criticada y denunciada. Al ser la primera presidenta mujer, la expectativa sobre este tema es gigante, más en un país donde se cometen 10 feminicidios por día.
Otro tema no menor que pondrá a prueba su reputación como científica especializada en desarrollo sustentable es el futuro de los mega proyectos como el Tren Maya, el cual visitó junto a López Obrador y otras autoridades como una de las primeras acciones llevadas a cabo tras su triunfo electoral. En redes sociales expresó un apoyo total al proyecto, al cual se refirió como una obra histórica. Sin embargo, su construcción tuvo la oposición de comunidades indígenas residentes de la selva, activistas, asociaciones civiles nacionales e internacionales ambientales, organismos internacionales como la propia ONU, así como de biólogos autorizados en temas de medio ambiente y biodiversidad. En sus tres años de desarrollo y ampliación lleva talados 10 millones de árboles, lo que ha generado un enorme impacto ambiental para las especies de la zona. Ha sido uno de los proyectos más controversiales del actual presidente, y tendrá ineludiblemente una fuerte resonancia en el gobierno de Sheinbaum, por su campo de especialidad académica, así como su experiencia en la gestión de políticas ambientales.
Sin embargo, estas continuidades y tensiones no tienen que sorprender a nadie. Claudia Sheinbaum ha advertido en días recientes que sus similitudes con López Obrador son previsibles en tanto pertenecen al mismo proyecto. En esa tesitura, su historia de vida no determina ni anticipa totalmente cuál será la forma que va a adquirir su gobierno. Por ello, tampoco debería sorprendernos si su gobierno no implementa políticas profundas contra la violencia de género ni asume el costo de un compromiso genuino con el ambiente. En todo caso, en las contradicciones y complejidades de las identidades políticas, y de las representaciones de ambas figuras, es en donde se sitúa la escena de la política mexicana.
Pablo Cárdenas Eguiluz es Licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y Magíster en Sociología Política por el Instituto Mora. Actualmente, es doctorando en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y becario del CONICET en la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales (EIDES), de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). Se especializa en teoría política contemporánea y en sociología de las identidades políticas.
Redes: Instagram: @cardenas.eguiluz y X: @pceguiluz
[1] Recuperado de https://prep2024.ine.mx/publicacion/nacional/presidencia/nacional/candidatura
[2] Recuperado de https://www.bbc.com/mundo/articles/cg33ylzwgdgo
[3] Toltecáyotl refiere a la cosmogonía compartida de los pueblos del Anáhuac, actualmente Valle de México, a través de la cual se explicaba la creación del universo y fundamentaba la vida de las civilizaciones.
[4] Sobrenombre con el que intentaron ridiculizar a López Obrador, es un pez endémico de Tabasco que se sirve como platillo típico.
[5] Recuperado de https://www.proceso.com.mx/nacional/2021/9/10/no-quiero-estatuas-monumentos-ni-calles-con-mi-nombre-ya-no-es-tiempo-de-rendir-culto-amlo-271702.html
[6] Recuperado de https://www.bbc.com/mundo/articles/cw55pd1xylgo