Toda ciencia es política
¿Armas o puentes? Las ciencias sociales y su compromiso público en tiempos inciertos

Por Mariana Heredia

Desde el ámbito de la sociología económica y teniendo como horizonte las ciencias sociales en general, Mariana Heredia, investigadora del CONICET, reflexiona sobre el rol que han tenido y pueden tener los y las investigadores en la actualidad. En su interpelación, reivindica la construcción de un modo de complejidad que asuma el diálogo desde el compromiso público.

La ignorancia en las sociedades modernas

En las sociedades laicas, la ciencia destronó la autoridad de Dios. Pero la continuidad del singular es engañosa. A diferencia del monoteísmo, el conocimiento científico es una deidad de muchas cabezas, avanza con una división interminable de temas y habilidades. Enfrentamos entonces, como advirtió Max Weber, una paradoja desgarradora: el avance del saber de las sociedades es concomitante al aumento de la ignorancia de sus miembros. A la luz de la historia de la medicina o el transporte, poco importa la fragmentación, alcanza con celebrar a las ciencias como herramientas técnicas para el progreso de la humanidad. Pero comparar la ciencia con Dios y abrazar uno de los múltiples realismos científicos en disputa puede llevar al desastre. Si una ciencia pretende monopolizar la verdad y tomar a la sociedad y la naturaleza como materiales maleables, el conocimiento humano puede causar efectos destructivos e irreversibles.

Uno de los últimos ejemplos de este realismo selectivo fue el ascenso de los expertos en economía y la adopción de reformas drásticas de mercado en América Latina. De inspiración crítica, las otras ciencias sociales y humanas se afirmaron en contra de los economistas. Pero, más allá de los contenidos de sus diagnósticos y propuestas, las formas de participación pública y política de los economistas pueden replicarse en otros productores de ideas.

Esta contribución extrae algunas lecciones de la experiencia de los economistas planteando que pueden iluminar los desafíos del compromiso de las ciencias en la transformación social. Este balance es una ocasión para reflexionar sobre las relaciones entre conocimiento, crítica y política y sobre el papel de los científicos y sus ideas (que pueden funcionar como armas o puentes) en sociedades cada vez más ignorantes y fragmentadas.

A partir del análisis de esta experiencia querría diferenciar dos formas distintas de practicar las ciencias sociales, aquella que se reivindica una posición discreta y específica entre otras posiciones posibles -una aproximación centrada en los determinantes y efectos económicos o sociales de la pandemia, por ejemplo- y aquella que invita a tender puentes y conexiones entre las posiciones existentes -una mirada transversal sobre el modo en que las distintas ciencias conciben y enfrentan el flagelo del Covid 19. En la primera perspectiva, el mundo se dividiría en lógicas separadas que cada disciplina debe conquistar y perimetrar, en la segunda las divisiones serían el resultado de un trabajo de recorte y estilización que violenta de algún modo el carácter interdependiente de la realidad y sus fenómenos. Creo que muchos de los dilemas que enfrenta la vocación pública de las ciencias sociales se cifran en la preferencia que manifieste frente a estas dos posiciones.

El ascenso de los economistas

La noción de economía como una ciencia exacta dedicada a una jurisdicción específica separada de las demás es un hecho relativamente reciente. La diversidad ideológica, teórica y metodológica que había caracterizado a la disciplina durante décadas fue dando paso a una perspectiva más afín a los mercados liberalizados, al enfoque neoclásico y a una creciente matematización.1 Del mismo modo, los problemas que había compartido con otras ciencias sociales (el progreso, el desarrollo o el empleo), fueron reemplazados por preocupaciones definidas como puramente económicas como la estabilidad de la moneda o la dinámica de los mercados financieros. Sorprendentemente, al tiempo que su disciplina se separaba de las otras ciencias sociales y se hacía más abstracta, los expertos en economía se volvían más ubicuos adquiriendo un lugar protagónico en la esfera pública y política.

En este proceso, los economistas desarrollaron una singular vocación pública. Retomando la propuesta de Rabotnikof,2 podemos definir a esta última como aquella que nos llama a referirnos a problemas que comprometen a las mayorías, a hacernos visibles y/o a evocar alguna definición del bien común. Sustrayendo el trabajo recluido y hasta solitario, discreto e imparcial que caracteriza a la actividad académica, este llamado invita a incluir problemas de interés público dentro de las agendas de investigación, a apelar a un auditorio amplio, a proponer argumentos y soluciones para honrar ciertos principios normativos. Esto obliga a tomar posición frente a otros (ideas, partidos, valores) que pueblan el espacio público y político.

En este pasaje de la autoridad académica al compromiso con la discusión pública y la toma de decisiones políticas, los economistas desplegaron intervenciones contundentes, arropados en una diversidad de aliados. Desde la década de los setenta en la Argentina y en el mundo, economistas formados en el mundo académico reivindicaron cada vez más pública y enfáticamente la autonomía y determinación de las variables económicas. Lo hicieron como partícipes de las discusiones en los medios de comunicación, como miembros de partidos políticos, al frente de las carteras económicas y los Bancos Centrales. En suma, a partir de un diagnóstico centrado en el realismo económico, contribuyeron a elaborar, justificar y adoptar decisiones de consecuencias profundas (y en muchos casos traumáticas) para sus sociedades. Analicé el caso argentino en detalle en mi libro Cuando los economistas alcanzaron el poder.3

La sociología económica como oposición

Frente a este ascenso y en el marco de las principales reformas de mercado adoptadas en Occidente, se fue desarrollando una nueva especialidad: la sociología económica. Su capacidad para medirse con un adversario de peso y federar descontentos le dieron su relevancia y vitalidad originarias. En los términos de Boltanski y Thévenot,4 gran parte de nuestra tarea fue discutir en el plano normativo (el de la justicia de valores y promesas) y en el descriptivo (el de la justeza o verosimilitud de los supuestos y enunciados) con la ciencia económica dominante.

La tarea fue múltiple. Primero, estos estudios insistieron en el carácter histórico y normativo de todo orden económico. Al hacerlo, se asociaron con las perspectivas heterodoxas o de izquierda que desconfían de las virtudes del libre mercado y juzgan necesaria la intervención pública en la construcción de una organización social orientada al bien común. Segundo, estos estudios reconstruyeron la génesis filosófica pero también las limitaciones empíricas de las nociones fundamentales de las ciencias económicas. Tanto el modelo del homo-economicus como el mercado de competencia perfecta fueron cuestionados como simplificaciones arbitrarias de la pluralidad de acciones, escalas y lógicas de integración y coordinación de las sociedades humanas. Pudieron entonces abrazar las complejidades subjetivas del psicoanálisis y la literatura y considerar las diversas geometrías de lo colectivo y sus distintas formas de agregación y conflicto. Finalmente, estos estudios fueron capaces de dar una batalla epistemológica cuestionando el recurso a la cuantificación y los modelos econométricos por su falta de realismo. Así, recuperaron la etnografía, las entrevistas, los documentos como estrategias de acercamiento a los procesos sociales complejos. En plena denuncia del neoliberalismo, la sociología económica podía respaldar las críticas contra la ideología neoliberal, contra las conclusiones de los economistas, contras las políticas de mercado.

Pero la ventaja de estructurar opciones binarias y ubicarse en una posición unificada y concreta frente al otro no se limita a la confrontación con la ciencia económica y el neoliberalismo. Al oponerse de manera irreconciliable, con principios normativos, teorías y epistemologías que les son propias, sociólogos económicos y economistas ocuparon cada uno su trinchera. Al hacerlo, gozaron de lo que Walzer5 llama el doble desapego de los hombres de ideas: la displicencia afectiva que los libera de las pasiones e intereses en juego y la intelectual que los autoriza a cuestionar el sentido común. Los especialistas pueden devenir entonces grandes figuras públicas, conquistar una voz heroica en los medios, robustecer críticas que eran pronunciadas por voces menos escuchadas, participar de la elaboración de propuestas y la adopción de políticas que les resulten afines. Transformar, en suma, sus ideas en armas de la crítica y, por tanto, de la disputa pública y política.

Las lecciones de los economistas

Más que tensar la oposición entre economistas y sociólogos económicos querría extraer algunas lecciones de la experiencia de estos expertos que adquirieron particular protagonismo a fines del siglo XX. Muchas de las situaciones que enfrentaron anticiparon lo que experimentarían más tarde, en el marco del giro a la izquierda de distintos países latinoamericanos, otros especialistas en ciencias sociales. Quisiera entonces empezar por recuperar las lecciones que aprendí analizando a los economistas con vocación pública. Por el objeto de mi tesis tuve que poner en suspenso la confrontación con los economistas. Mi problema era menos la inmoralidad, el sesgo o la inconsistencia de los expertos ortodoxos que el modo en que habían sido capaces de asociarse a un problema público (la inflación) e intentar darle respuesta (a través de una sucesión de planes anti-inflacionarios).

Seguir el derrotero de los economistas me dejó cuatro grandes lecciones. Primero, la trayectoria de los economistas me alertó que en un mundo académico devaluado (económica y simbólicamente) como el argentino, los especialistas se ven tempranamente tentados de ganar visibilidad y prestigio en la esfera pública y política. A diferencia de los tardíos y acotados retornos que procura un buen paper, resulta más excitante participar de la coyuntura. Intervenir en foros no especializados permite regodearse en el saber detentado sin mayores objeciones e imputar a las autoridades o sus equipos técnicos ignorancia o indolencia en la construcción de soluciones a los problemas más acuciantes. En todo caso, el espacio público y político se revela una y otra vez más capaz para orientar ambiciones que el inestable y menospreciado espacio académico o universitario latinoamericano. Segundo, en la discreción de las entrevistas, los economistas admitían la simplificación de ideas que les había exigido el debate público y la contienda política. Ni los liberales que acompañaron a Cavallo creían que la convertibilidad era la solución perfecta para el problema de la inflación, ni los heterodoxos que su éxito solo reposara en el maquiavelismo de los ortodoxos y el apoyo del imperio. Seguramente esto deba imputarse tanto a la discreción de los más moderados como al creciente amarillismo de los medios. Como sea, por las formas de enunciación binarias, pocos de los matices que se afirman en privado trascienden en las intervenciones públicas. Tercero, los economistas más honestos también reconocían su notable ignorancia política al asumir compromisos políticos o de gobierno. Participar del bloque de poder conlleva renunciar a muchas libertades y aceptar aliados incómodos, concesiones inconfesables, internas intestinas, incertidumbres o dilemas desgarradores a la hora de participar de la toma de decisiones. Como otros militantes sectoriales, aquellos que son catapultados a la acción o la función pública desde la legitimidad de la ciencia también aprenden el difícil arte de la negociación y el compromiso. Por último, al quedar la profesión o la mayoría de sus representantes entrelazada con la suerte de los proyectos que había avalado, la mayoría de los economistas había optado por acallar sus críticas a la convertibilidad. Como muchos sociólogos más tarde ante las asignaturas pendientes en materia de equidad y distribución de los gobiernos progresistas, el baño de modestia que exige la vocación política tiene como correlato una significativa autocensura en la intervención pública.

Los incentivos a la batalla entre las ciencias

Ante la más reciente fraternidad entre neoliberalismo y nueva derecha así como ante las graves amenazas que pesan sobre las ciencias sociales y humanas, todo pareciera reforzar la necesidad de contribuir a reforzar posiciones binarias, a tomar partido entre ellas con un posicionamiento claro y unificado en el preestablecido tablero público latinoamericano. Hoy aún más que ayer, quienes se ubican en posiciones imprecisas, quienes se repliegan en sus tareas específicas, quienes rehúyen la diabolización del adversario pueden ser acusados de tibios, egoístas, apáticos, insensibles…

En un punto, hasta podría afirmarse que poco importan las preferencias de los sociólogos económicos, parte del costo de intervenir públicamente en escalas amplias es perder el control sobre esa intervención. Más allá de lo que queramos afirmar y cómo queramos hacerlo, los medios que nos contactan, los movimientos sociales que nos respetan, los dirigentes que se nos acercan suelen recoger de nuestras ideas aquello que les interesa para usarlas como pedradas contra el adversario. De hecho, más allá de lo que yo pudiera afirmar, gran parte del interés que provocaron los estudios que encaré –sobre los intelectuales de derecha, los expertos en economía, los empresarios modernizadores de la soja y el vino, las clases más altas- despertaron atención porque se los entendía como capítulos del “estudio de los malos”.

Alegato a favor de una ciencia del entendimiento

Sobre esos hallazgos de investigación y sobre mi propia experiencia de incursión en el espacio público querría formular aquí un alegato a favor de una ciencia del entendimiento. Primero porque me parece que la pertinencia y la pregnancia de la crítica se define históricamente. Y el tiempo que nos toca vivir plantea condiciones nuevas a la producción de la sociología económica y de las ciencias sociales en general. A diferencia de la generación del sesenta y setenta, ya no estamos en el marco de la guerra fría que estructuró las contiendas entre derecha e izquierda en el mundo, entre centro y periferia en América Latina. Contrariamente a la nueva sociología económica de los ochenta, no enfrentamos tampoco la crisis de los socialismos reales y la necesidad de reagrupar sensibilidades sociales frente al capitalismo unipolar norteamericano. La crisis de los grandes relatos y las nuevas tecnologías han hecho estallar los compromisos que estructuraban los proyectos colectivos a la vez que liberaron las pasiones críticas.

También aquí la experiencia de los economistas resultó una vanguardia. Por un lado, estos expertos crearon un lugar de enunciación novedoso entre la academia, los partidos, las agencias estatales, las organizaciones empresarias teniendo como contrapartida la definición de un objetivo y una idea excluyente y simple: alcanzar la estabilidad y el crecimiento como forma suprema del bien común. Otras formas de advocacy los imitaron: los movimientos sociales llaman a la integración social, los ecologistas al respeto por la naturaleza, los militantes de género al reconocimiento a la libertad de elección sexual y así siguiendo. Si bien las distintas formas de progresismo y la izquierda proponen una especie de fraternidad ecuménica de estos valores y consignas, el costo es hacer de sus programas proclamas abstractas y desentendidas de los imperativos de complementariedad y compromiso que delinea cualquier orientación política mayoritaria y sostenible en el tiempo. ¿Hasta qué punto son compatibles el rechazo del extractivismo y la masificación de la asistencia social? ¿Pueden sostenerse cuarentenas muy largas frente a la pandemia sin que eso afecte las condiciones de trabajo y de vida de la población?

Coincido con Dubet6 en que la multiplicación de las denuncias contra la desigualdad y la falta de discursos que las integren atiza los conflictos, pero sobre todo alimenta al resentimiento y la rabia. Este estallido de los ideales modernos en mil pedazos se corresponde también con una generalización de posicionamientos binarios que socavaron los mecanismos y legitimidades específicas en las instituciones encargadas de procesar y resolver conflictos. Sin prensa, justicia, ciencia relativamente independientes y legítimas es difícil pensar en la superación de la segmentación, la partidización y la virulencia que opone a las partes involucradas.

En tiempos inciertos -como las grandes crisis económicas o sanitarias- las sociedades buscan en la ciencia amparo y solución. En este marco, es legítimo y deseable que parte de la vocación pública de las ciencias sociales subraye la pluralidad y se coloque en oposición a ciertas posiciones preexistentes. Ante el discurso económico dominante puede reivindicar el realismo sociológico contra el económico, la regulación pública contra los mercados, la rutina y los afectos contra la racionalidad maximizadora, la textura de la palabra contra la frialdad de los números. Puede escoger también una de estas batallas y darla hasta el final.

Me parece que, en un momento de tantos déficits de integración y entendimiento, el compromiso de las ciencias sociales puede también reivindicar de otro modo la complejidad: uno que contribuya a la formulación de problemas transversales e intermedios, a la construcción de compromisos que combinen objetivos diversos, al monitoreo ecuánime de soluciones que trasciendan y no alimenten el pánico. Una ciencia social, en suma, que recuerde la pluralidad de las ciencias, pero invite a la vez a un esfuerzo de comunicación que reestablezca el diálogo y la mesura.

 


1 Autume, d’A. y J. Cartelier (eds.) (1995): L’économie devient-elle une science dure?, París: Economica.

2 Rabotnikif, N. (1997): El espacio público y la democracia Moderna, México: IEF.

3 Heredia, M. (2015): Cuando los economistas alcanzaron el poder, Paris: Siglo XXI.

4 Boltanski, L. & L. Thévenot (1989): De la Justification, Paris, Gallimard.

5 Walzer, M. (1990): Critique et sens commun, Paris, La découverte, 1990.

6 Dubet, F. (2018): “Inégatilité, injustices, resentiment”, AOC, 24/12/2018.

 

 


Mariana Heredia: licenciada en Sociología por la Universidad de Buenos Aires, Doctora en Sociología por la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París, Investigadora independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Profesora titular y Directora de la Maestría en Sociología Económica de Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín. Especialista en desigualdades sociales y poder en la Argentina reciente. E-mail: heredia.mar@gmail.com

 


Imagen de portada: Imagen de 愚木混株 Cdd20 en Pixabay

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