Por Juan Arrarás
La incorporación extendida del silobolsa en el agro argentino se convirtió en un factor clave para la reconfiguración de las relaciones económicas, políticas y financieras de las últimas décadas. En este artículo, el sociólogo Juan Arrarás recorre las vicisitudes de este artefacto que ha desbordado su mera utilidad tecnológica al actuar y ser actuado de múltiples formas.
Hace ya varios años que la presencia del silobolsa dejó de estar restringida a los márgenes del sector rural. Al calor de la difusión mediática de algunos ataques vandálicos que lo tuvieron como objeto y de coyunturas en donde las cosechas de soja son retenidas en establecimientos rurales mientras las reservas del Banco Central claman por detener procesos de debilitamiento, estos bolsones no sólo fueron ganando espacio a lo largo y a lo ancho de las praderas argentinas sino también dentro del debate público nacional.
Creado en la Alemania Occidental de fines de la década del ’60 con el propósito de dar una solución práctica y económica al almacenamiento de alimento para ganado, el sistema de embolsado continuó su desarrollo en los Estados Unidos de la década del ’70 y del ’80 para aterrizar en la Argentina de principios de los ’90 de la mano de un fabricante de maquinaria agrícola de la ciudad de Tandil. Luego de demostrar sus aptitudes en la producción lechera y ganadera local, este sistema se inmiscuyó de lleno en la dinámica de la producción agrícola a partir de una innovación encarada por el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA): el silobolsa para almacenar granos secos. De ese modo, un organismo estatal daba el puntapié inicial para que este artefacto de almacenamiento lograse una relevancia cada vez más destacada en la ruralidad doméstica, en consonancia con el proceso de intensificación agropecuaria que se venía gestando desde la década del ’80 y que tomó un impulso aún mayor en los ’90 luego de la autorización para que pudieran ser comercializados cultivos transgénicos de soja y maíz.
El silobolsa supo ser un aliado decisivo de ese proceso en donde el agronegocio reforzaba su hegemonía. Actuando como soporte de lo que iba suministrando una tierra estimulada a base de semilla alterada genéticamente, glifosato y siembra directa, los bolsones comenzaban a transformarse en un objeto predilecto a la hora de la poscosecha. Valiéndose de su capacidad para almacenar distintos tipos de cultivos a bajo costo, de su flexibilidad para ser desplegados en cualquier establecimiento y de posibilitar la continuidad de las tareas de cosecha independientemente de la falta de transporte para sacar la producción de chacra o del deterioro que puedan presentar los caminos rurales, el silobolsa logró ser un instrumento vital para dejar atrás la falta de capacidad de almacenamiento para granos que ya desde la década del ’70 se había convertido en una preocupación en algunas áreas geográficas de nuestro país.1 Como consecuencia de ello, la incidencia logística de este artefacto comenzó a vislumbrarse, marcando un antes y un después en el modo de comercializar las cosechas de cada campaña: si previo a su difusión los productores despachaban hacia acopios y puertos casi la totalidad de sus granos en los momentos de siega, luego lo harán también –y en gran parte– por fuera de ellos.2
Los guarismos son elocuentes sobre lo que en un breve período de tiempo se convirtió en una de las adopciones de tecnología más grandiosas que ha demostrado la agricultura de la región. Desde 2001 hasta 2009, la utilización del silobolsa en nuestro país pasó de 2 millones de toneladas de granos a 42 millones de toneladas.3 Asimismo, a lo largo de las últimas 10 campañas, el almacenamiento en silobolsa rondó siempre entre el 30% y el 45% de la producción de granos de cada una de ellas.
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La crisis argentina de principios de siglo hizo lo suyo para que los bolsones de polietileno irradiaran en los campos del país. En esa coyuntura, muchas cooperativas agrícolas y plantas de acopio de distintas partes de nuestra geografía atravesaron situaciones de crisis y quebrantos que perjudicaron seriamente a una innumerable cantidad de productores que las habían elegido para almacenar sus tenencias en grano. Con base en ello, muchos agricultores comenzaron a percibir en las bolsas para silo una herramienta capaz de mantener sus propios activos en sus parcelas, intentando evitar de ese modo cualquier tipo de vicisitud suscitada allende sus tranqueras.
La suba de la rentabilidad del sector agropecuario generada por el abandono de la convertibilidad peso/dólar en 2002 y por el fuerte aumento que años más tarde demostraron los precios de las materias primas en el mercado internacional también coadyuvaron a que gran cantidad de productores concedieran a los bolsones plásticos el producto de sus cosechas. Dentro de esa dinámica, el silobolsa fue robusteciendo su dimensión financiera a partir de su acoplamiento con un tipo de práctica muy extendida en los campos argentinos: la utilización de los granos como moneda. Así, desde hace décadas, un gran porcentaje de las cosechas de cada campaña ofician no sólo como reserva de valor –a partir de su estrecha vinculación con una moneda dura como el dólar–, sino también como unidad de cuenta y medio de intercambio gracias al agrocanje, un hábito monetario muy singular de la ruralidad vernácula que permite que, ya sean arrendamientos de campos, maquinaria agrícola, camionetas o insumos para la siembra, puedan ser abonados con granos.
La predilección de muchos agricultores en darle una función financiera a sus excedentes granarios a través de la materialidad que les ofrecen los silobolsas la pudimos observar a lo largo de nuestro trabajo de campo. “Hay veces que, en vez de tener dólares, tenés el cereal. Nosotros teniendo el cereal como que estás acorde al mercado”, me decía un productor agrícola de la provincia de Buenos Aires al consultarlo acerca de los bolsones que se extendían a lo largo de su establecimiento. En una tónica similar, un corredor de granos rosarino intentaba teatralizar la reacción que suelen mostrar muchos productores ante su intento de ofrecerles un instrumento financiero como una opción o un contrato a futuro: “te dicen “no, no, no. Dejame ir al campo, dejame ver mi silobolsa. Sé los granos que tengo adentro, los puedo tocar, puedo sentirlos. Sé lo que hay ahí. No quiero saber nada con los mercados. Nada”.
En efecto, el silobolsa facultó a una gran cantidad de productores a conservar tenencias en grano en sus propios campos permitiendo, con ello, que se extienda la lista de actores rurales capaces de retener un elemento estratégico en la generación de dólares para la economía nacional como la soja. Así, no serán sólo los agricultores que disponen de estructuras de almacenamiento fijo, las empresas y cooperativas de acopio o los exportadores de granos quienes puedan inmovilizar parte de las cosechas de cada campaña, sino también cualquier productor que demuestre, luego de saldar las deudas contraídas durante la etapa de siembra, un excedente productivo considerable.
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La aparición del silobolsa en la escena pública comenzó a darse en el marco de las distintas contiendas suscitadas entre los gobiernos kirchneristas y los productores agrarios en torno a la comercialización de granos. Su ubicación como mediadores destacados entre las cosechas de soja y el mercado cambiario hizo que, en una trama de la que formaron parte el conflicto por la resolución 125 de 2008 y una mayor regulación estatal del comercio de granos, los bolsones de polietileno obtengan un cada vez más creciente interés por parte de dicho gobierno. Resoluciones de la AFIP como la 3745/2015 –que instaba a sus fabricantes y vendedores a informar mensualmente la cantidad de bolsas plásticas comercializadas en el sitio web del ente recaudatorio –;4 seguimientos mediante tecnología satelital para calcular las variaciones de stocks almacenados en bolsones de aquellos “contribuyentes reticentes” que omitían declarar la totalidad de su producción; y una inmensidad de menciones sobre estas oblongas figuras blancas por parte de importantes funcionarios gubernamentales en contextos donde muchos agricultores evitaban desprenderse del producto de sus cosechas, entre otras acciones, lograron que estos objetos trascendiesen los límites del mundo agropecuario para situarse también en el ámbito político.
A partir de ello, los bolsones de polietileno se fueron despegando de los ribetes positivos que detentan puertas adentro del sector rural para comenzar a vincularse también con una actividad en particular: la especulación. Así, el estado de rispidez constante entre una parte considerable del universo agrario y un gobierno que urgía de las divisas agroexportadoras en pos de paliar una restricción externa que se manifestaba preocupante al final de su mandato, fue logrando que el silobolsa obtuviese una progresiva filiación simbólica con la actividad especulativa adhiriéndole, de ese modo, aspectos controversiales que logran mantenerse activos en nuestra actualidad.
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Un salto en la gradación de su presencia pública lo dieron las intervenciones vandálicas de las que el silobolsa fue objeto. Ahora bien, a pesar de que las lógicas de intervención vandálica de estos artefactos han sido de lo más variopintas desde su aparición en los campos argentinos –cabe mencionar los cortes de bolsones que se dieron durante los primeros ensayos encarados por el INTA en 1996, presuntamente promovidos por un conjunto de acopiadores que percibían estos elementos como una amenaza para su persistencia en el mercado de comercialización de granos–, durante los últimos años del gobierno encabezado por Cristina Fernández de Kirchner y, más aun, en el bienio que nos precede, todo corte fue inscripto dentro de lo que es popularmente conocido como “la grieta”. En efecto, si durante 2014 y 2015 cierta dirigencia rural o algunos medios de comunicación atribuyeron cada tajadura de bolsón a “bandas de militantes kirchneristas” que buscaban que los agricultores comercialicen los granos inmovilizados en sus propiedades, promediando el segundo semestre de 2019 los principales inculpados fueron los seguidores de Juan Grabois, en un presunto intento de desestabilizar a un gobierno macrista todavía turbado por el impacto electoral sufrido en las PASO de agosto de ese año.
No obstante, fue durante 2020 que la presencia del silobolsa en el debate público logró una prominencia aun mayor a partir del seguimiento mediático de los vandalismos que lo envolvieron. Así, pocas semanas después del anuncio de un récord de venta de 450 mil bolsones con base en la incertidumbre que generó dentro de la cadena de comercialización de cereales el inicio del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO), la escalada informativa de los cortes comenzó su avance, hechos que durante junio y julio fueron seguidos casi de manera diaria. En una coyuntura en la que se congregaban otros vandalismos rurales como abigeatos y quemas de campos, el amago de estatización de Vincentín y, una vez más, incriminaciones precipitadas por parte de dirigentes rurales, políticos y comunicadores a un sector del gobierno de turno sobre la autoría intelectual de esos cortes, la contabilización de roturas alcanzó la suma de 169, al finalizar el año.
En ese itinerario, los repudios de las entidades rurales y de dirigentes de la oposición sobre esos acontecimientos se acumularon de a decenas. Como parte de ellos, el actual presidente de la Sociedad Rural Argentina, Daniel Pelegrina, sintetizando y congregando gran parte del espíritu de esos repudios, sentenciaba: “el ataque no es solo a los productores y a la propiedad privada, sino a la población en general. Estamos desperdiciando alimentos y producciones por una cuestión política”.5 De ese modo, según esas prácticas discursivas que intentaban moldear los hechos, los daños no habían sido causados solamente a los propietarios de los bolsones vandalizados –que, en algunos casos, soportaron considerables perjuicios económicos–, sino también a un actor colectivo que los contenía y los superaba ampliamente: la población argentina. En estas lecturas, si “cultivar el suelo es servir a la patria”, tajear un silobolsa es agredir a su población.
La reacción de un segmento de la coalición del actual gobierno no tardó en llegar. En un comienzo, se sucedieron repudios a los hechos por parte de ciertos dirigentes intentando sacarle connotación política a la serie de vandalizaciones o declaraciones como las del ministro de Agricultura, Ganadería y Pesca, Luis Basterra, que indicaban: “es imposible que al Gobierno le haga bien que se rompa un solo silobolsa. Es alimento, son divisas que no ingresan al país, es un empresario decepcionado que puede llegar a bajar los brazos y no contribuye en nada”.6 Más tarde, ello mutó en reuniones del Consejo de Seguridad Interior encabezadas por Sabina Frederic, ministra de Seguridad de la Nación –en las que se propuso un censo de silobolsas con información georreferenciada y judicializada para delinear políticas preventivas–; y en la presentación de un proyecto de ley en la Cámara de Diputados por parte de su presidente Sergio Massa para modificar el Código penal y castigar los ataques a bolsones con hasta 5 años de prisión.
Ya a fines de septiembre de 2020, en el contexto de una nueva azorada devaluacionista contra el peso argentino, los silos de polietileno intentaban ser interpelados por el gobierno a través de una serie de medidas económicas: en una búsqueda por nutrir de divisas las alicaídas reservas del Banco Central, se aspiraba a que los productores agropecuarios comercializaran los 17 millones de toneladas de granos de soja que tenían en su poder aprovechando la reducción temporal de las alícuotas de exportación de granos y el fomento de bonos atados al valor del dólar. El éxito de dichas medidas no fue el esperado. La tarea de desmontar prácticas tan arraigadas como la retención de granos en silobolsas requiere de soluciones más complejas.
Reflexiones finales
Parafraseando a Annemarie Mol,7 el silobolsa ha sido producto de la actividad de todos aquellos convocados en la maraña de quehaceres de la cual ha formado parte, desde su ingreso al mercado rural vernáculo a principio de la década del ‘90 hasta la actualidad más inmediata. Sin embargo, este artefacto no sólo fue un ente puesto en práctica, sino que también supo actuar dentro de la serie de ámbitos de la vida nacional que constituyó y formó parte. Por tal motivo, la continuidad de su presencia dentro de distintas relaciones de tinte logístico, político y económico–financiero logró que este objeto, lejos de ser un artefacto meramente tecnológico, actúe y sea actuado de múltiples formas8 capaces de orientarnos en el análisis de algunas cuestiones sobre la sociedad que nos circunda.
Juan Arrarás: Licenciado y profesor de Sociología por la Universidad de Buenos Aires. Actualmente, se desempeña como becario doctoral del Instituto de Transporte de la Universidad de San Martín (IT-UNSAM) y como investigador del Centro de Estudios Sociales de la Economía Sociales (CESE-IDAES-UNSAM). Además, es docente adjunto de la Universidad Nacional de Lanús (UNLA). Correo electrónico: jarraras@unsam.edu.ar
1 Si bien el país contaba con infraestructura de almacenamiento en las principales zonas productivas y portuarias del país -mostrando un mayor déficit en algunas circunscripciones periféricas-, la capacidad resultaba insuficiente para hacer frente a la estacionalidad de la producción, máxime cuando se sucedían rendimientos récord.
2 Vale destacar el estudio encarado por Calzada, J., Rozadilla, B. y Sere, E. en el que, a partir de un seguimiento en clave comparativa del precio en dólares que obtuvieron los productores al vender sus tenencias en soja durante las campañas comprendidas dentro de los períodos 1992-2003 (cuando el silobolsa todavía no había adquirido divulgación entre los productores agropecuarios) y 2004-2017 (período en el que ya era una opción de almacenamiento por demás importante), se logra advertir un cambio en el componente de estacionalidad ya que los precios en dólares durante las campañas de 2004-2017 mostraron tener una mayor homogeneidad respecto de lo acontecido en el período 1992-2003. Según los autores, esto se debió a que entre 2004-2017 la oferta anual de los granos dejó de ser comercializada casi en su totalidad durante las épocas de cosecha –lo que generaba una brusca baja de los precios durante esos meses– para hacerlo también por fuera de ella gracias a la difusión del sistema de almacenaje en silobolsa. Sin embargo, como aclaramos más arriba, ello no significa que en las épocas de cosecha gruesa de la actualidad no se sigan concentrando la mayor parte de las ventas de granos, sino que éstas lo hacen con menor intensidad que antaño. Consultar: Calzada, J.; Rozadilla, B y Sere E. (2018) En la campaña 2018/19 podrían usarse 250 mil silos bolsas para guardar 45 Mt de granos con una facturación de 500 millones de US$. Informativo semanal de la Bolsa de Comercio de Rosario (1879) (pp. 1-5). Vale destacar el estudio encarado por Calzada, J., Rozadilla, B. y Sere, E. en el que, a partir de un seguimiento en clave comparativa del precio en dólares que obtuvieron los productores al vender sus tenencias en soja durante las campañas comprendidas dentro de los períodos 1992-2003 (cuando el silobolsa todavía no había adquirido divulgación entre los productores agropecuarios) y 2004-2017 (período en el que ya era una opción de almacenamiento por demás importante), se logra advertir un cambio en el componente de estacionalidad ya que los precios en dólares durante las campañas de 2004-2017 mostraron tener una mayor homogeneidad respecto de lo acontecido en el período 1992-2003. Según los autores, esto se debió a que entre 2004-2017 la oferta anual de los granos dejó de ser comercializada casi en su totalidad durante las épocas de cosecha –lo que generaba una brusca baja de los precios durante esos meses– para hacerlo también por fuera de ella gracias a la difusión del sistema de almacenaje en silobolsa. Sin embargo, como aclaramos más arriba, ello no significa que en las épocas de cosecha gruesa de la actualidad no se sigan concentrando la mayor parte de las ventas de granos, sino que éstas lo hacen con menor intensidad que antaño. Consultar: Calzada, J.; Rozadilla, B y Sere E. (2018) En la campaña 2018/19 podrían usarse 250 mil silos bolsas para guardar 45 Mt de granos con una facturación de 500 millones de US$. Informativo semanal de la Bolsa de Comercio de Rosario (1879) (pp. 1-5).
3 Si bien las medidas que pueden presentar el silobolsa son variadas (desde los 60 hasta los 120 metros de largo y desde los 5 hasta 12 pies de diámetro), la más difundida en nuestro país es aquella que tiene 100 metros de largo y 9 pies de diámetro, capaz de cargar 200 toneladas de soja, trigo o maíz y 120 de girasol.
4 AFIP (2015) Resolución 3745. Recuperado de http://biblioteca.afip.gob.ar/dcp/REAG01003745_2015_02_25.
5 Martínez, B. (2020) Silobolsas. Qué dicen los intendentes de los lugares donde ocurrieron los ataques. Recuperado de https://www.lanacion.com.ar/economia/campo/intendentes-nid2386494
6 Mesquida, F. (2020) Basterra aseguró que “es imposible que al Gobierno le haga bien que se rompa un silobolsa”. Recuperado de https://www.infocampo.com.ar/basterra-aseguro-que-es-imposible-que-al-gobierno-le-haga-bien-que-se-rompa-un-silobolsa/
7 Mol, A. (2002). The Body Multiple: ontology in medical practice. Durham: Duke University Press.
8 Mol, A. y Law, J. (2008) The Actor-Enacted: Cumbrian Sheep in 2001 en C. Knappett y L. Malafouris (Eds.). Material Agency. Towards a Non-Anthropocentric Approach (pp. 57-78). Toronto: Springer.
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