Por Daniel Antenucci
¿Qué podemos esperar de las Universidades después de la pandemia? ¿Qué puede aprender la comunidad universitaria de la crisis, para ofrecer mejores respuestas a sus estudiantes y a una población que ha sufrido innumerables pérdidas? Daniel Antenucci reflexiona en este texto sobre el futuro de la universidad, sobre los desafíos, las responsabilidades y las posibilidades que se abren para todos aquellos comprometidos con la educación universitaria entendida como derecho universal y como herramienta de desarrollo y emancipación.
A principios de 2019 habíamos empezado a trabajar en la organización de la Feria Internacional de Educación Superior Argentina (FIESA), dependiente del Consejo Interuniversitario Nacional (CIN), que se realizaría en marzo de 2020. Un inmenso trabajo que, teniendo a Francia como país invitado de honor, convocaría a todas las Universidades nacionales y delegaciones de instituciones y asociaciones de educación superior de todo el mundo para marzo de 2020, en Mar del Plata. A mediados de febrero de 2020 inferí que pronto la marea de COVID19 nos alcanzaría y unos días después que se diera el primer caso en Argentina, el 2 de marzo, con todo preparado para llevarla adelante, estábamos enviando el comunicado de suspensión de la feria.
Luego la marea se llevó miles de vidas y un sinnúmero de proyectos académicos, de investigación y transferencia, de extensión y de internacionalización de las Universidades, que tuvimos que suspender y reformular. Pasamos a encontrarnos en infinidad de pantallas, desaparecieron los pasillos, las aulas físicas, el intercambio en los laboratorios y centros de práctica, las habituales formas de acción y comunicación entre quienes habitamos las Universidades, los cafés improvisados, las bibliotecas.
De pronto el botón de pausa dejó de ser algo privativo de nuestros dispositivos tecnológicos y conformó una forma de definir nuestros proyectos vitales. Esa pausa que impuso la pandemia y las medidas necesarias de prevención, abrió, también, un campo de interrogantes sobre las formas de entender la educación en general y la Universidad en particular, sobre los modos de construcción del conocimiento y la necesidad de profundizar los aprendizajes situados, ligados a la comunidad a la que pertenecen. ¿Qué otras formas debe adquirir la Universidad para reconfigurarse de cara al futuro? ¿Con qué herramientas cuenta el sistema universitario para abrir caminos de salida a ésta y a las próximas crisis globales? ¿Qué Universidad tenemos la responsabilidad de construir para cuando “pase el temblor”?
Creo que pensar esos interrogantes implica evaluar y proyectar, sobre la base de los efectos de esta crisis, las múltiples formas de resiliencia individuales y las dinámicas de construcción comunitaria frente a la incertidumbre. Pensar el sistema universitario desde una perspectiva crítica nos invita a revisar los modelos de formación, dejar atrás la educación basada en contenidos para centrarla en la adquisición de habilidades y capacidades y el rol que éstas juegan en la estructuración del pensamiento crítico e inferencial, esenciales para enfrentar escenarios cambiantes. Una educación basada en el ¿cómo enseño? más que en el ¿qué enseño? El “qué”, los contenidos, cambian permanentemente, el cómo descifra escenarios no conocidos, lleva a una mecánica de pensamiento que implica la autoformación y la capacidad de dar respuesta a nuevos problemas. Si bien es cierto que el camino de la educación formal no es el único que construye esas herramientas, en el ámbito universitario aquellos que están más familiarizados con estas habilidades son quienes trabajan en investigación utilizando el modelo hipotético deductivo, quienes producen conocimiento con los territorios, quienes trabajan en entornos sociales vulnerables, desde la enseñanza y desde la extensión.
De todas las charlas y preocupaciones compartidas en este tiempo, me queda la certeza de que la potencialidad de un giro hacia el paradigma de formación y producción de conocimiento en habilidades y capacidades se funda en que allí se anudan diferentes fortalezas que incluyen la flexibilidad, la tolerancia a la frustración, el reconocimiento de lo inacabado e insuficiente del saber, el manejo “razonable” de la ansiedad, la certeza de lo necesario de un entorno colaborativo y transdiciplinario. El contexto emergente generado por la pandemia exigió respuestas más o menos veloces que moldearon la realidad emergente y sus novedades. Mirando la Universidad Nacional de Mar del Plata, e intercambiando lecturas con colegas y amigos de otras Universidades, reconozco que las respuestas a esos desafíos fueron sumamente heterogéneas. Existieron y existen experiencias resilientes, plásticas e innovadoras que coexisten con otras experiencias con mayores limitaciones para enfrentar los acontecimientos, en las que se evidenció la falta de herramientas que permitieran diseñar las transformaciones necesarias.
Mientras observo esas distancias y heterogeneidades no puedo dejar de considerar el contexto en el que se desarrolla toda propuesta universitaria, que es el de la realidad afectiva, social y económica de nuestras comunidades. La situación de aislamiento social reveló y profundizó situaciones de desigualdad en docentes, estudiantes y personal universitario, tanto en relación a los dispositivos disponibles, como a condiciones de conectividad, formación y conocimientos en las herramientas que hicieron posible la continuidad académica (Tecnologías de la Información y la Comunicación, TICS) y capacidades de transformación del modelo de enseñanza. Utilizar herramientas virtuales no es sinónimo de educación en virtualidad, es necesario dejar definitivamente el paradigma de la clase magistral para concentrarse en el de la docencia como instancia de mediación y coordinación de la autoformación, a través de situaciones problema. A todo eso se sumaron las problemáticas de superposición de funciones, condiciones de espacio, problemáticas de género, entre otras múltiples dificultades que fue necesario abordar y acompañar para sostener el proyecto de una Universidad pública como la nuestra.
Entonces se torna indispensable volver a las preguntas iniciales, habitar esas preguntar para desentrañar las claves con las que mirar el horizonte de la Universidad después. La pandemia dejará cicatrices y nuevos escenarios en todo el sistema educativo. Experiencias, aprendizajes, entramados, innovaciones, aciertos y desaciertos. Si las vacunas para prevenir o mitigar la enfermedad tienen éxito durante 2021 y comienzos de 2022, la coyuntura sanitaria se habrá dado en un marco temporal demasiado estrecho como para lograr modificar los cimientos tradicionales de la enseñanza, la investigación, la extensión y la transferencia, como estratos además independientes y desarticulados.
Pero las experiencias generadas en medio de la crisis muestran otras constelaciones posibles para conjugar los elementos propios de la Universidad. Las experiencias de articulación y respuesta a las necesidades del país en materia de salud son una muestra de ello. En abril de 2020, la Universidad Nacional de Mar del Plata creo el Programa de Innovación y Producción Popular, dependiente de la Subsecretaría de Vinculación y Transferencia Tecnológica, con el objetivo de redefinir el rol de la Universidad pública y sus lazos con el territorio. Este rumbo iniciado, al que es necesario fortalecer, implica reconocer el rol indispensable de las Universidades en la producción y fortalecimiento de la soberanía nacional a través de la generación de conocimiento. También hemos podido dar respuestas a diversas convocatorias nacionales como el Programa de Articulación y Fortalecimiento Federal de las Capacidades en Ciencia y Técnica y el programa PISAC para desarrollar proyectos vinculados con la pandemia y la pospandemia, como por ejemplo, el proyecto de “Mejoramiento del modo de vida de comunidades vulnerables del Municipio de General Pueyrredón (MGP) en el contexto de pandemia y pospandemia desde un enfoque transdiciplinar”. A estas experiencias se sumaron el Programa de Fortalecimiento de redes y dispositivos de apoyo psicosocial para referentes barriales: “Cuidar a quienes cuidan”, la producción de máscaras y sanitizantes para la desinfección de manos y superficies, el Programa Universidad Nacional de Mar del Plata contra las desigualdades que permitió dar un paso necesario y largamente postergado en la imbricación con las problemáticas concretas de la comunidad en la que se inserta la Universidad, co-diseñando objetivos y estrategias con los sectores comunitarios y populares, así como son los Comité Barriales de Emergencia (CBE). Todas experiencias que fueron generadas por integrantes de la Universidad que comprendieron el rol que debía desplegarse ante la crisis, y transformaron su quehacer para dar respuesta a las necesidades de la comunidad.
Esas y otras experiencias, son demostraciones de que la realidad inesperada abre las puertas de una oportunidad única para la formulación y desarrollo de un proyecto de Universidad pública que fortalezca la inclusión, tanto de la comunidad en las lógicas de producción universitaria, como en la Universidad misma. Para ello debe comprenderse a los recursos de educación virtual no como meros sustitutos de una enseñanza tradicional, sino como la posibilidad de responder al crecimiento de la matrícula estudiantil que se ha dado en todas las Universidades Nacionales, acelerado por la pandemia, frente a los problemas de infraestructura cuyo tiempo de resolución suele ser más lento que el de la dinámica académica, y ante la realidad de residencia de gran parte de los y las estudiantes que proyectan su formación superior en instituciones como la Universidad Nacional de Mar del Plata. Tenemos que dejar de ser indiferentes a las formas de anudamiento entre las trayectorias de vida de quienes se acercan a la Universidad y esa nueva proyección de formación universitaria que los y las acerca a nosotros. Acortar las distancias, pensar las imbricaciones posibles y los modos de vinculación que también nos posibilita la virtualidad.
Hacer de la inflexión de la pandemia un elemento fuerte en esa dirección innovadora, implica reconocer las limitaciones con las que nos encontramos por el diseño actual de las funciones sustantivas de muchas de nuestras Universidades, principalmente la académica y la falta de integración con la extensión y la Ciencia y Tecnología desde la perspectiva internacional que amerita la globalización, pero también destacar aquello que emerge con protagonismo: la necesidad de una formación de habilidades con nuevas herramientas, las fortalezas de la extensión como instrumento de sensibilización para la comunidad universitaria y emancipatoria para la población que la define, la necesidad y capacidad para enfocar el conocimiento en ciencia y tecnología situadas, con miras a las necesidades regionales, así como la flexibilidad y ampliación de las ofertas académicas.
Creo que este es un momento para que aquellos que asumimos el compromiso de defender y velar por una educación universitaria entendida como derecho universal, tomemos la iniciativa en la formulación de proyectos y políticas institucionales con ese perfil. Sin temer a las transformaciones, recuperando los momentos históricos que hicieron posible este presente, como la Reforma Universitaria y la instauración de la Gratuidad; pero también comprendiendo que la Universidad no se define de una vez y para siempre, sino que debe dejarse interpelar en cada presente para resignificar su futuro.
Pasaron casi dos años desde ese momento en el que proyectábamos marzo de 2020. En breve tendremos la fortuna de estar en las aulas de nuestra Universidad argentina. Aulas diversas, aulas anfibias, en las que ejerceremos no una semipresencialidad, como a veces se afirma, sino una presencialidad más amplia: que se nutre de lo digital y de los espacios tradicionales. Desde esa realidad miraremos hacia atrás sabiendo que estamos transitando una nueva etapa. La Universidad después, la Universidad del futuro que hemos podido conseguir manteniéndonos comprometidos con la actividad en los necesarios momentos de cuidado; es una Universidad que nos habilita infinitas posibilidades para una genuina inclusión en clave de derechos.
Daniel Antenucci es Profesor adjunto del Departamento de Biología y Vicerrector de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Doctor en Ciencias Biológicas por la misma universidad. Sus áreas de investigación son: biología, ecología, fisiología, comportamiento, energética, estrés, cambio climático, educación, internacionalización de la Educación Superior. Investigador Independiente del CONICET (En Licencia).