Por Roque Farrán
Una de las formas en que la vieja pregunta política ¿Qué hacer? se reconfigura en las sociedades democráticas contemporáneas es ¿Cómo ganar elecciones? A partir de una cita que ofrece un homenaje a Alejandro Groppo, Roque Farrán examina tres factores: estratégicos-utilitarios, ideológicos y político-partidarios.
Hace unos días encontré en el muro de los recuerdos una breve nota de Alejandro Groppo que yo había compartido, donde él analizaba de manera contundente el triunfo de Cristina Fernández en las elecciones de octubre de 2011. Quisiera citarla completa para que podamos apreciar dónde nos encontramos hoy.
“Las victorias electorales obedecen a múltiples causas y factores. La explicación del seguro triunfo de CFK tiene tres componentes: estratégicos-utilitarios, ideológicos y político-partidarios. La explicación estratégica indica que CFK gana porque los votantes entienden que su situación mejoró en los últimos años y que será mejor bajo CFK que bajo un gobierno de cualquiera de los opositores. Así de simple. En la ponderación del voto utilitario-estratégico confluyen desde elementos de corto plazo tales como la afluencia macroeconómica pasada y presente, la AUH y el mejoramiento del salario y el empleo hasta valoraciones de mediano y largo plazo como la percepción que frente a una posible crisis internacional el gobierno tiene la capacidad y la experiencia para administrar su impacto nacional mejor que cualquiera de las otras ofertas electorales. El impacto electoral de las imágenes de un ‘primer mundo’ en llamas e ‘indignado’ frente a la tranquilidad argentina no es menor.
La explicación ideológica indica que todo lo anterior, los resultados de la política económica y social del gobierno, son presentados, ‘enmarcados’, en un relato de la igualdad, la justicia y la reparación histórica. La política no es solamente proveer bienes, es también proveer sentido, construir un lenguaje para simbolizar la realidad, para ‘orientarnos’ en el mundo social. El imaginario de la democracia ‘nacional-popular’ galvanizó exitosamente ese nuevo lenguaje.
La explicación político-partidaria tiene que ver con que el peronismo es una máquina de ganar elecciones en los territorios donde la oposición nunca pudo y difícilmente pueda hacer pie. Es el único partido con dimensión nacional de la Argentina. Y en una democracia, cada pueblo, cada familia, cada barrio cuenta. Es parte de la idea de Igualdad. Todos deberían saberlo.”
La nota de Alejandro explicaba cuestiones que todavía no captaban bien incluso algunos sectores progresistas y de la izquierda, pero que hoy parecen olvidadas. Si hiciéramos el mismo ejercicio para las próximas elecciones, podríamos decir que contamos con la unidad del peronismo, poco y nada con el conjunto de medidas redistributivas que se le pide incansablemente al gobierno, y prácticamente nada de la interpelación ideológica que les dé un sentido emancipador. Recuerdo que mi señalamiento en aquella época era que los tres componentes no solo eran acumulativos, sino que respondían al anudamiento necesario para que cualquier proyecto de gobierno en nuestro país se sostuviera. Hoy estamos de nuevo ante un peligro inminente de disolución social, con el exterior aún más incendiado que nunca, y un gobierno lento de reflejos. La derecha avanza desembozadamente con ánimo autodestructivo y sin máscaras, sin impostar afectos alegres ni promesas de sostener lo mejor, dirigida a viva voce por los medios hegemónicos a través de una liturgia que resulta necesario entender.
¿Cómo salir del círculo ideológico de la destructividad donde nos hallamos todos encerrados, repitiendo o contestando estribillos monocordes? ¿Cómo reencontrar el nudo virtuoso que dé sustentabilidad al gobierno y, sobre todo, continuidad al país? La unidad del peronismo parece asegurada, aunque nunca se sabe; las medidas vienen siendo reclamadas y prometidas, luego de la estabilización macroeconómica parece que todavía estamos a tiempo; la ideología contrahegemónica en cambio resulta dispersa, predominan los pequeños diferendos; pero quizá la clave de la unidad real esté en propiciar verdaderos efectos de formación. Insisto en esa vía, rara y difícil.
Los medios hegemónicos no operan solo con la desinformación o las noticias falsas, tampoco solo marcando agenda. Esas cuestiones son a esta altura asuntos menores. La verdadera eficacia de los medios hegemónicos, además de su ostensible poder e impunidad, es la repetición coordinada de mensajes que instalan palabras y frases hechas. No importan los temas de opinión ni los análisis de especialistas. Sobre el poder de fogueo diario se monta la verdadera interpelación subjetiva. No se busca ya interpelar a un sujeto de la información, ni siquiera a través de una agenda de derecha, sino directamente ofrecer una liturgia en la que se rezan cada día, como si fuese un padre nuestro, frases insensatas. La función de la repetición incesante, el murmullo de fondo de televisores prendidos, la homogeneidad discursiva en múltiples rostros, son claves en la nueva religión mediática. Los análisis comunicacionales que siguen pensando en el sujeto racional ilustrado no dan con la eficacia real que opera hoy en la multiplicidad coordinada de plataformas y medios. No hay engaño a desvelar porque todo opera en la superficie. La principal forma de intervención tendría que apuntar a otros modos de interpelación y formación subjetiva. Abstenerse de consumir, reproducir o replicar esos mensajes sería un buen punto de partida. Para ello habría que propiciar otros medios, por supuesto.
El paso siguiente sería entender dónde estamos metidos: el círculo ideológico. La ideología dominante es como el aire que respiramos, no nos damos cuenta, lo naturalizamos, pero todos inhalamos y exhalamos la misma materia contaminada. La ideología dominante hoy es el individualismo narcisista, podemos explicarlo científicamente o tomar una distancia moral, pero lo mejor sería primero reconocernos ahí, luego transmitir prácticas específicas para transformar esa materia que nos resulta consustancial. Quizá una práctica elemental, que nos ayude a salir, sea el ejercicio de lecto-escritura. Althusser, el más lúcido pensador del círculo ideológico y la dificultad de salir de él, expresaba lo siguiente:
“Podemos agregar que lo que parece suceder así fuera de la ideología (con más exactitud en la calle) pasa en realidad en la ideología. Lo que sucede en realidad en la ideología parece por lo tanto que sucede fuera de ella. Por eso aquellos que están en la ideología se creen por definición fuera de ella; uno de los efectos de la ideología es la negación práctica por la ideología del carácter ideológico de la ideología: la ideología no dice nunca ‘soy ideológica’. Es necesario estar fuera de la ideología, es decir en el conocimiento científico, para poder decir: yo estoy en la ideología (caso realmente excepcional) o (caso general): yo estaba en la ideología. Se sabe perfectamente que la acusación de estar en la ideología sólo vale para los otros, nunca para sí (a menos que se sea realmente spinozista o marxista, lo cual respecto de este punto equivale a tener exactamente la misma posición). Esto quiere decir que la ideología no tiene afuera (para ella), pero al mismo tiempo que no es más que afuera (para la ciencia y la realidad). Esto lo explicó perfectamente Spinoza doscientos años antes que Marx, quien lo practicó sin explicarlo en detalle.”
Si la ideología dominante es el individualismo narcisista, no podemos decir que estamos exentos de ello, como puras almas bellas, porque claramente nos situaríamos en el núcleo oscuro de la ideología que no se reconoce como ideológica; mejor trabajar en lo que nos permite tomar distancia reconociéndonos ineluctablemente ahí. Por eso apunto una y otra vez a la clásica interpelación socrática a ciudadanos y militantes: ¡ocúpense de sí mismos! No para despreocuparse de los demás, o del destino de nuestro país, sino para ocuparse con conocimiento de causa. Las posibilidades expresivas que nos abren las redes y portales digitales deberían ser asumidas con sumo cuidado, porque nadie está exento de reproducir lo peor de la ideología dominante, incluso imaginando que habla en nombre de colectivos y tradiciones emancipadoras.
El gesto espectacularizado de Fantino mostrando El sublime objeto de ideología subrayado por él mismo, diciendo que lo había leído siete veces y aun no lo entendía (sic), me parece que nos brinda una imagen nítida para exponer justamente cómo funciona el individualismo narcisista. ¿Por qué, suponiendo incluso las mejores intenciones de formación (démosle la derecha en eso), cuando el trabajo no se lo requiere en absoluto, el dispositivo igualmente no lo permite: la letra no toma cuerpo, el concepto no se hace carne, la repetición no hace hábito ni habilita transformación alguna? Es como si todo quedara en la nada, deglutido incesantemente por la máquina de producción de titulares, por la extenuación de cualquier receptor a fuerza de contradicciones y banalidades diarias. Tampoco sería eficaz plantear una salida por mera voluntad apelando al colectivismo, la mística o la militancia. Si la ideología es la realidad misma en que vivimos, con mayor o menor intensidad, todos estamos afectados por la misma interpelación y empuje al goce. Y si bien las razones históricas por las que llegamos a este estado de cosas son contingentes, no se pueden cambiar por simple negación o rechazo. “Salir del círculo permaneciendo en él”, decía Althusser. ¿Cómo salir del individualismo narcisista que nos compele a mostrar incluso la inanidad de cualquier formación? ¿Cómo hacer de la letra carne, fuerza y sangre del enunciado, cuerpo vivo del concepto? Permaneciendo en él, escindiendo el círculo e interpelando subjetividades que se alegren por la potencia de entender, aunque sea en un mínimo gesto de afirmación. Porque en el goce impotente de mostrarse no hay verdadera individuación, ni alegría, y eso se nota. Otra cosa sería mostrar que, en efecto, se ha entendido algo.
Volviendo al principio, para reencontrar el nudo virtuoso entre economía, política e ideología, necesitamos escindir este último círculo a partir de una práctica ética consecuente que los interrogue en su mutua irreductibilidad. No hay otro modo de salir del círculo de la ideología dominante que anudándolo a otros círculos; pero para eso hay que abrirlos, cuestionarlos, y allí la práctica ética de formación resulta crucial.
Roque Farrán nació en Córdoba en 1977. Es Investigador Adjunto del Conicet, Doctor en filosofía y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de Córdoba, y miembro de los Comités Editoriales de las Revistas Nombres, Diferencias y Litura. Ha publicado los libros Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo, 2014); Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra/Palinodia, 2016); Nodaléctica. Un ejercicio de pensamiento materialista (La cebra, 2018); El uso de los saberes. Filosofía, psicoanálisis, política (Borde perdido, 2018; El diván negro, 2020); Leer, meditar, escribir. La práctica de la filosofía en pandemia (La cebra, 2020); Escribir, escuchar, transmitir. La práctica de la filosofía en pandemia y después (Doble Ciencia, 2020); La razón de los afectos. Populismo, feminismo, psicoanálisis (Prometeo, 2021); Militantes, ¡ocúpense de sí mismo! (La red editorial, 2021); Escribir, escuchar, transmitir. Crítica, Sujeto y Estado en Pandemia (El diván negro, 2021); editó colectivamente Ontologías política (Imago mundi, 2011), Teoría política. Perspectivas actuales en Argentina (Teseo, 2016), Estado. Perspectivas posfundacionales (Prometeo, 2017), Métodos. Aproximaciones a un campo problemático (Prometeo, 2018).