Por Agustín Valle
El triunfo de Javier Milei en las últimas elecciones primarias, generó un cataclismo en el sistema político argentino. En parte por el peligro que genera para las instituciones y las prácticas democráticas (vulneración de derechos, negacionismo, concentración de la riqueza). En parte porque nadie lo vio venir. ¿De dónde saca Milei su fuerza? Para el ensayista Agustín Valle no se trata solo de la bronca, el hartazgo y el rechazo contra un sistema político que hace años no resuelve los problemas de buena parte de los argentinos. Hay en el voto a Milei también un deseo, un goce, un impulso vital que conecta perfectamente con la lógica del capital financiero y con los nuevos dispositivos digitales abriendo así a una nueva racionalidad: la de la subjetividad mediática.
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Tiene mucha razón Javier Milei, y sobre todo tienen mucha razón sus votantes. Razones y vectores aún más importantes (el corazón tiene razones que la razón nunca entenderá). Si ya vivimos en la selva, pues voto al león, que dice que sí, que vivimos en la selva, y que a los que te la ponen cuando salís a la calle a ganarte el mango rompiéndote el lomo, hay que ponérsela más fuerte y listo, corta, y que a todos los acomodados que, encima, te la quieren explicar, cortarles el choro y que se busquen un laburo decente. Rugir y festejar. Ahora tienen miedo otros.
Rugido y risa entre tanto chamuyo solemne e impostura; hasta se ríe de sí mismo, Milei, el Peluca, y ya en eso ofrece más vitalidad que un elenco de caretas ajadas. Hay vida afirmándose en el mileinismo, con motivos que si no intentamos entender, quedaremos seguramente confinados al patético espectáculo de la indignación moral y la soberbia impotente del discurso intelectual escandalizado y que se cree superior.
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Como las PASO son, digamos, “no vinculantes”, no definitorias, puede leérselas como un espacio donde la sociedad se expresa “libremente”, dentro del estrechísimo tabicamiento del sistema electoral; y la primera minoría dio una verdadera lección a los sabiondos que se la pasan queriendo explicar. Solo que a los sabiondos les cuesta aprender lecciones. Aunque, en realidad una salvedad: es una primera minoría engañosa de los votos positivos; la primera minoría fueron quienes se abstuvieron (y más aún si le sumamos los blancos e impugnados). Los ausentes siempre son difíciles de interpretar (incluso la ausencia es un modo de hacerse no interpretable). Pero cabe observar un par de cosas. Una, hace meses que los medios venían hablando del ausentismo, creciente en los comicios provinciales, y del “riesgo” de un ausentismo creciente para las generales. Vía sus voceros -los medios-, el orden venía dando cuenta de una preocupación: a partir de cierto punto, el ausentismo comienza a corroer en otro nivel la legitimidad general del sistema político. Casi como narración lineal, tras esa campaña mediática la policía de la Ciudad de Buenos Aires asesinó a un militante político, Facundo Molares, reprimiendo, precisamente, una manifestación que llamaba a no votar. Molares y sus compañeros culminaban allí una campaña de denuncia del carácter farsesco de las elecciones. El orden reprime a lo que lo molesta, lo daña, lo amenaza, lo ensucia. La violencia ordinaria visibiliza, así, cuerpos políticos -fuerzas políticas- que el propio orden invisibiliza en sus imágenes de Actualidad. El orden -el gobierno del capital, la razón de negocio- es un orden sensible, donde se distribuye qué es la realidad, y qué grado de realidad tiene cada cosa y cada quién; quién tiene verdad y quién era esperable que muera a los tiros, por ejemplo. Un ordinario absolutismo sensible, donde la única realidad es la mercantil, donde “el mundo” quiere tal cosa u otra…
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Pero la primera minoría de los votos positivos tiene una consistencia de la que carece el ausentismo, en torno a esto: un líder. Alguien a quien seguir, de quien ser seguidores. No viene de las leyes o la militancia como los políticos de antes, ni de las FFAA como los militares políticos también de antes, ni de la empresa como Macri. Milei viene de los medios. Instalado por la televisión en el ancho de la sociedad, ganó profundidad en el sentir íntimo de la gente vía redes sociales. Lo tenés cerquita. Y es medio payaso, no se comporta “normal”, es como que actúa: asume lo falso en el reino de lo falso. Hasta hizo muñecos de sí mismo, muñeco de muñeco. Gana así poder de verdad, por su forma, antes que por su contenido. Escuché a un tipo, cuando las legislativas del 21, decir así: “yo voy a votar a Milei, está más loco que yo ese”. Algo de la pulsión actuante -de la acción- se encauza en su figura, y de una acción del orden del goce, eso que viene justo tras decir “ya fue…”, como le leí a la psicoanalista Ángeles Cuellas. Ya fue, voto a Milei.
No tiene casi partido y no hace falta partido (habla de “equipo”, como su admirador Mauricio Macri). Los partidos parecieran formas de mediación política antiguas, vetustas, propias de la era de la palabra, del discurso, de la conciencia crítica y reflexiva, de las adscripciones ideológicas fijas… Pero en las elecciones a gobernaciones e intendencias (sobre todo en las provincias en las que desdoblaron el calendario), Milei obtuvo muchos más votos que sus candidatos locales. Esto puede leerse como una falta de movilización de los aparatos partidarios traccionando en la presidencial, como escuché observar desde Tucumán a María Cisneros (hay municipios del GBA donde el candidato a intendente sacó diez y hasta quince puntos más que los precandidatos presidenciales de su lista sumados). Pero también puede verse la excitación del contacto con el líder sin mediación institucional, contacto de cercanía con lo distante, lo de “allá”, tipo “voto a este extraterrestre”. Hay mucho de la subjetividad mediática, conectiva, en la lógica de sentido del mileista. Tendencia, seguidores, clicks. “Movilizar al aparato” hoy nombra también un agite vía celulares que penetra capilar y reticularmente con una eficacia palmaria. El líder se presenta cerca desde la nube. Algo de salvador que cae del cielo -la nube- a soplar la corrupción terrenal –mi ley-. Mirando sus posteos, leyendo los comentarios de sus seguidores, es evidente que supo canalizar grandes flujos de las masivas creencias evangélicas (por no decir la subjetividad evangélica), mucho más que Juntos por el cambio, y ni que hablar que el católico peronismo (el catolicismo también es un aparato viejo, centralizado, pesado, y el evangelismo una red que celulariza al cristianismo).
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El líder viene a prender fuego este mundo infecto. Eliminar, eliminar, eliminar. Tachar, suprimir: la “cultura de la cancelación” hecha modus operandi político. Incluso a sus “disidentes” internos, con quienes hubo desacuerdos en su fuerza, todos quedaron afuera inmediatamente. No es “Milei”, es una nueva racionalidad. Que para los restos de la subjetividad ciudadana, ilustrada, alfabética, librezca, disciplinaria y demás, resulta una excentricidad, irracional. Pero no: la conversación, la negociación, las técnicas dialógicas en general, son producidas en el humano -o no- por dispositivos, que las organizan, encauzan, promueven, acostumbran, que las hacen subjetividad. Ser capaces de sostener una convivencia con tensiones, sin resolverlas –quedarse en el problema, dice Haraway-, habitar un campo de fuerzas atravesado por contrariedades, tener que ponerse de acuerdo, era más necesario para el ciudadano de la era Gutenberg y las instituciones de encierro, mas no tanto para los sujetos subjetivados por las burbujas algorítmicas y las técnicas de suprimir, cancelar, deshacer, bloquear, mutear, mandar a la nada con un dedo, al afuera de la pantalla. Mover la moneda en una timba digital que financieriza el cotidiano; soñar con pegarla en algún momento, pararse, hacerla. Mientras, eliminar, eliminar, eliminar. Que se vayan todos.
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Claro que este leonismo tiene un fondo cobarde. Su insurgencia, su revulsividad, se apoya en una obediencia primera. Porque se ataca una serie de cosas, aglutinadas en “los políticos”. Pero no es el único blanco, sino el eje con que enhebran también al feminismo, la universidad pública, los organismos de derechos humanos, las los gays y trans, etcétera. “La casta tiene miedo”, y en efecto, si hay desplazamientos políticos, se redistribuye el miedo (hasta podría decirse que la política es una redistribución de los miedos…). “Que se vayan todos…”. ¡La consigna que por izquierda se dio por perdida! Tuvo potencia “izquierdista”, acontecimental y destituyente, negativista y por eso aperturista de nuevas zonas de posibles, una potencia de potenciar lo frágil, lo que aún no, como dice Natalia Ortiz Maldonado. Renunciamos a ella en pos del encauce o delegación de la movilización social en el kirchnerismo. Como renunciamos a la palabra “libertad”, ¿no? Aunque quizá a esa no renunciamos: perdimos. Pero los goles que no hacés, te los hacen a vos, y las palabras que soltás, las toma el enemigo. Entonces la libertad es ahora la libertad pura de mercado, es decir, la crispación de las reglas últimas de la sociedad. Se pretende borrar a la política porque se niega que el capital mismo, que las reglas mismas del capitalismo son el estructurador político central de la sociedad, el más nodal y profundo organizador de jerarquías, mando, asignación de derechos y potencias a cada sujeto en la sociedad. Milei se rebela a la autoridad kirchnerista, pero en realidad no hay autoridad kirchnerista: Milei expresa su caída, pero la mitifica en su discurso. La verdadera casta, la más enquistada casta de la sociedad, que vive con obscenos privilegios, con descomunales riquezas, e influencias que tuercen casi cualquier regla social, y todo gracias al trabajo ajeno, lógicamente (la riqueza consiste en trabajo ajeno), la casta con resortes de poder más cronificados, con recursos de blindaje sistémico envidiables para la mayoría de “los políticos”; los mega ricos, los magnates, los multimillonarios, los grupos de inversión foráneos y sus agentes locales, esos no tienen miedo. El paisaje ordinario los naturaliza como rocas basales: no estrictamente invisibles, pero tan dados por sentados que no se les observa. Esos, los que ganan una plata que en consumo ninguna persona puede usar, o sea que ya no es simplemente plata, es poder, es dueñitud, esos no tienen miedo (a lo sumo preocupación porque Milei gane y no sostenga la estatalidad que los negocios de buena parte del mercado capitalista necesitan). Incluso son glorificados, son los ídolos -la presunta rebeldía pretende ser como ellos, vivir como un rey… gracias al laburo ajeno. “La diferencia entre un burócrata en actividad y uno que aspira a sucederlo es de posición y no de cualidad”, dice el Ruso Sebastián Scolnik que decía Cooke. ¿Cabe lo mismo para un explotador? ¿Un laburante que aspira a pasar a ser dueño y patrón tiene una diferencia de posición y no de cualidad con quienes viven tomando plusvalor del trabajo ajeno? En todo caso, que los trabajadores se piensen a sí mismos bajo racionalidad empresarial, es el triunfo máximo del capital. Pero suponer cristalización ideológica en los votos a Milei es un error; quizá más bien haya que pensar más bien en un modo de autogestión de las intensidades, que ahora encontró cauce ahí, en este leonismo reactivo, estéril de facultad creadora, pero más vital que el posibilismo inerte.
Agustín Valle es ensayista, coordina talleres de pensamiento y escritura, y diversos espacios culturales de ideas en vivo. Docente de grado y posgrado (FLACSO/UNaHur/UNPaz). Autor de los libros Cachorro, breve tratado de filosofía paterna, Jamás tan cerca, la humanidad que armamos con las pantallas, A quien le importa, biografía política de Patricio Rey, De pies a cabeza, ensayos de fútbol y Notas de montaña, entre otros.
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