Por Roque Farrán
¿Se puede odiar el pensamiento? Desde luego que sí y en la historia de la humanidad ha habido innumerables formas de ese odio. Roque Farrán analiza en este texto el neoliberalismo contemporáneo y formula una especie de elogio de la filosofía materialista como un arma contra él.
(Solo la filosofía materialista puede salvarnos)
Una periodista se refiere en forma despectiva a la filosofía de marras que, supone, profesa el neoliberalismo en la boca de un pequeño homónimo. No se trata de filosofía, dice convencida, sino de lo que en verdad preocupa a la gente: comer, vivir, llegar a fin de mes.
Pero el neoliberalismo no es una filosofía. El neoliberalismo es un dogma y hay demasiados creyentes dispuestos a alimentarse con esa hostia insulsa, a multiplicar los panes imaginarios, incluso ir a las cruzadas contra herejes e impíos; le guste o no a la mentada periodista.
La filosofía, al contrario, siempre ha interpelado a creyentes y dogmáticos, que duermen el sueño eterno de las ideas fijas y engendran monstruos cuando abusan de la razón, para que despierten de una vez.
La filosofía interpela a ocuparse de sí para no joder a los otros.
La filosofía no habla de bueyes perdidos, ni propaga delirios de opinión, va al hueso de lo real: la vida, la enfermedad, la sexualidad, la muerte, el dolor, el goce.
La filosofía habla de lo que nos afecta, de las ideas que nos hacemos de ello, de cómo examinar lo que pensamos y cómo podemos transformarnos a nosotros mismos.
La filosofía va al hueso y enseña a tallarlo, marca tras marca, darle la forma que más nos guste sin culpar a nadie.
Pero la filosofía siempre ha tenido detractores, por supuesto, no solo los dogmáticos y fundamentalistas, sino los profesionales de la palabra rápida y vacía, quienes gustan de convencer y adular: aquellos que antes se llamaban sofistas y ahora periodistas.
No digo que todos los periodistas lo sean, oportunistas que venden su opinión al mejor postor, sino aquellos que hace rato no les pica la verdad y se dedican a montar espectáculos de pan y circo siguiendo la medición continua de audiencias.
Pensemos un poco. El neoliberalismo es una formación social compleja, un monstruo acéfalo que se nutre de diversas tendencias históricas convergentes y cuenta con demasiados colaboradores, voluntarios e involuntarios.
En primer lugar, radicaliza y traiciona al mismo tiempo la promesa de cumplimiento de un discurso desustancializado del ser, sin predicados ni cualidades que respondan a lazos sagrados, castas o privilegios: todo ente existe en tanto entra en la lógica de la equivalencia generalizada.
En segundo lugar, la racionalidad política que responde a ello es la primacía de la forma-valor por sobre toda otra lógica: cada parte de la materia, órgano o afecto, cada ámbito y práctica de la vida social se valoran en función de la cotización en el mercado.
En tercer lugar, como esto resulta bastante insoportable, las interpelaciones ideológicas más variopintas, desprendidas de sus lugares tradicionales de formación, son usadas de manera ad hoc para invocar ciertos puntos de enganche, para propiciar el reconocimiento entre sujetos a partir de imágenes o figuras de lenguaje empobrecidas.
En cuarto lugar, el neoliberalismo se sirve de -y promueve hasta el crimen- formas de subjetivación que se organizan en torno a afectos reactivos como el odio o el resentimiento a las escasas figuras subjetivas que aun ostentan alguna verdadera potencia de obrar, con dignidad histórica, por más limitada y cercada se encuentre ésta en el presente.
En quinto lugar, el neoliberalismo promociona y retroalimenta formas de evaluación y control de los otros que remiten a estándares o protocolos cerrados, rígidamente jerárquicos y empobrecidos, ejercidos por violentos anónimos y trolls que disciplinan en redes; no hay lugar para la singularidad ni la diferencia absoluta.
En sexto lugar, los discursos de autoayuda proliferan porque el ámbito de subjetivación ofrecido es exiguo y deplorable, la locura y el malestar en la cultura florecen a diestra y siniestra; el estudio cuidado y el cultivo de sí no encuentra lugar entre tanta estulticia y empuje al goce.
Por último, la imaginación no puede ser más que postapocalíptica: es más fácil, por todo esto, imaginar el fin del mundo que imaginar el fin del neoliberalismo.
Nosotros, quienes no estamos del todo atrapados en esta máquina monstruosa, tenemos que preguntarnos cómo y en qué medida contribuimos a sostener y reproducir cada una de estas tendencias históricas en sus variantes más limitadas. Y hacer converger los puntos de fuga, intercepción y subversión del sistema. Leer el conjunto de fuerzas y tendencias, intervenir puntualmente en cada caso.
Solo una práctica consecuente de la filosofía puede entender el conjunto y conmoverse, hacerse una idea adecuada de las fragilidades y potencias que nos constituyen, e interpelar a cada parte a transformarse en función de ello.
Roque Farrán: Filósofo, investigador Independiente del Conicet, entre sus últimos libros: La razón de los afectos, El giro práctico