Por Roque Farrán
Decir que la política tiene que ver con el poder resulta, a esta altura, algo bastante evidente. Pero ¿qué es el poder? ¿Una forma de la fuerza o voluntad? ¿Un dispositivo o una tecnología? ¿Un conjunto de aparatos? Para Roque Farrán “hay una dimensión simbólica o litúrgica del poder que resulta irreductible tanto a la objetividad que suponen los saberes específicos como a los mecanismos coercitivos de gobierno.”
Hacia una épica y ética populares
Se ha hablado mucho de la importancia o no de la épica, la mística y el relato en los modos de gobierno actuales, sea para señalar su falta o exceso.1 También se mencionó al comienzo de la pandemia, ante la necesidad de sostener la práctica de los cuidados, de una biopolítica popular.2 Lo cierto es que hay una dimensión simbólica o litúrgica del poder que resulta irreductible tanto a la objetividad que suponen los saberes específicos como a los mecanismos coercitivos de gobierno. En El gobierno de los vivos, así lo exponía Foucault: “A menudo se dice que, detrás de todas las relaciones de poder, hay en última instancia algo que es como un núcleo de violencia y que, si se despoja el poder de sus oropeles, lo que se encuentra es el juego desnudo de la vida y la muerte. Tal vez. Pero ¿puede haber un poder sin oropeles? En otras palabras, ¿puede haber en concreto un poder que prescinda del juego de la luz y la sombra, la verdad y el error, lo verdadero y lo falso, lo oculto y lo manifiesto, lo visible y lo invisible? ¿Puede haber un ejercicio del poder sin un anillo de verdad, sin un círculo aletúrgico que gire en su torno y lo acompañe?”3 Foucault hacía allí su autocrítica, desplazando la atención que había puesto exclusivamente en los mecanismos de saber-poder hacia los procedimientos rituales y simbólicos que requerían un consentimiento activo del sujeto: el gobierno por la verdad. En una época en que los diferentes mecanismos de poder están mucho más solapados e imbricados, y las liturgias develadas a la vez que manipuladas o vueltas prontamente a reponer sin criterio alguno más que el marketing instantáneo, se hace más necesario que nunca deslindar sus eficacias diferenciales.
Habría que reponer en primer lugar una distinción entre poderes que no es la clásica, sino que comprende la distribución efectiva de las fuerzas y sus eficacias diferenciales: 1) El poder real o fáctico que ejercen los sectores económicos concentrados y corporativos (señalado como el “círculo rojo”) a partir del uso bruto de la fuerza que le permiten el manejo de sus capitales (inversión, desinversión, corridas cambiarias, especulaciones o fugas financieras, etc.); 2) El poder simbólico o político que ejercen los partidos, las cámaras y tribunales, los sindicatos, universidades y demás instituciones en las cuales el uso de la razón, al menos de cierta normatividad inherente a las prácticas sociales, resulta crucial para su eficacia y legitimidad (aunque ésta también se vea dañada u opacada por el forzamiento de sus procedimientos); 3) El poder imaginario o subjetivo que ejercen los medios de comunicación, las redes sociales y el sentido común que entre ellos circula; sentido que se reproduce sin cesar e interpela a los individuos a tomar posición sobre cualquier tema a partir de la manipulación de las pasiones, principalmente la indignación. Evidentemente estos poderes se entrelazan y condicionan entre sí. Es decir que las relaciones de poder que describía Foucault no solo se dan al interior de cada dispositivo, sino entre diferentes instancias y prácticas de gobierno, a nivel micro y macrosocial. Con Althusser y Poulantzas, diríamos que las tendencias contradictorias entre poderes y pujas de clases, fracciones de clases o hasta individuos, se juegan en los diferentes Aparatos de Estado4. Los empresarios y comunicadores son tan responsables del modo de gobierno como los políticos; el Estado somos todos, diría Néstor Kirchner.
Ahora bien, me interesa concentrarme en esta particular coyuntura en el problema del poder imaginario, ideológico o subjetivo, que ha caído en una manipulación mediática desembozada de la cual tampoco el marketing político está exento. Sin duda es un problema de la época que no cabe atribuir solo a un sector social o procedimiento específico; la disolución de los marcadores de certeza o la caída de los grandes relatos, como se ha señalado abundantemente, quizá sea la deriva inevitable de nuestra modernidad crítica. Pero también hay un uso y abuso de los semblantes, significantes vacíos y consignas anacrónicas que proliferan a partir de la posibilidad técnica de hacerlo, por un lado, y de la constatación de que resulta una necesidad consubstancial a la constitución subjetiva, por otro lado. El sujeto desencantado de todo, el sujeto cínico por excelencia, necesita creer en algo, aunque más no fuera la mínima liturgia del capital y sus autorrealizaciones personales. Locura, desborde, destrato: las subjetividades estalladas están a la orden del día, es la nueva (a)normalidad. No tendríamos que consentir la locura generalizada bajo ninguna forma, aunque algunos tiendan a romantizarla cuando no ejerce el poder. Mientras peor, peor. Lo mejor siempre es el tratamiento y el cuidado, sea a nivel individual, grupal o social. A nivel social, el principal mecanismo hoy para inducir la locura lo manejan los medios de comunicación: agudizan el malestar replicando imágenes y argumentos contradictorios, exacerbando pasiones y pobrismo intelectual. El problema está lejos de ser solamente ideológico y, por supuesto, ya nada tiene que ver con la libertad de expresión; si atendiéramos seriamente a la salud pública, el modo en que se producen mensajes o noticias tendría que recibir una evaluación de calidad de contenidos tanto como la reciben los alimentos y otros productos de consumo. Los medios también intoxican, producen y reproducen la locura y la destrucción psíquica. Mientras los sacerdotes actuales continúan ejerciendo su oficio desde los medios de comunicación, a veces olvidamos que el uso y abuso de la palabra pública, la manipulación de las pasiones y semblantes, no solo son formadoras de opinión en general sino constitutivas de subjetividades concretas. La pérdida cada vez más notoria, no solo de cualquier saber estricto o razonamiento lógico, sino también de todas las formas de decoro: el sentido del humor, el trato respetuoso y la cortesía hacia los demás, performa cotidianamente subjetividades odiosas y patéticas por donde se lo mire. Se ejerce, en definitiva, una liturgia negativa que solo puede conducir a lo peor. No porque nos creamos desengañados de todo y de todos dejamos de ejercer con nuestros modos de decir y hacer una performance de la realidad mundana en que vivimos. Los desengañados yerran, decía Lacan.
Como nos recordaba Kant en su Antropología en sentido pragmático, al contrario, el engaño sincero puede conducir a la virtud: “En general, los seres humanos, cuanto más civilizados, tanto más comediantes son; adoptan la apariencia de la simpatía, del respeto por los otros, del recato, de desinterés, sin engañar a nadie con ello, porque cualquier otro está de acuerdo en que esto no ha de tomarse como si saliera del corazón; y está muy bien que las cosas sean así en el mundo. Pues gracias a que los seres humanos representan estos papeles, las virtudes, cuya apariencia sola han fingido durante largo tiempo, poco a poco terminan por despertar realmente, y se introducen en las convicciones. […] Cortesía (politesse) es una apariencia de condescendencia, que inspira amor. Las reverencias (los cumplidos) y toda la galantería cortesana junto con las más cálidas protestas verbales de amistad no son, por cierto, siempre verdad (‘Queridos amigos, no existen los amigos’, Aristóteles), pero no por eso engañan, porque cada cual sabe cómo hay que tornarlas, y también especialmente porque estos signos de benevolencia y de respeto, vacíos al comienzo, poco a poco conducen a reales sentimientos de esa especie.”5 La efectividad ejemplar de ciertos rituales y formas nos puede dar a entender cómo operan los medios hegemónicos y por qué una liturgia que emerja del sentir popular no puede imitar sus procedimientos.
El amor vence al odio, pero no solo por una cuestión de la potencia afectiva que parte del entendimiento, como diría Spinoza; sino que ello, además, necesita ser acompañado de gestos rituales que no se queden en mera consigna (lo veremos al final). No solo hay que ser, sino parecer, diría Evita. Hay una especificidad del poder imaginario que no se reduce a la legalidad externa o a la exigencia moral interna: oposiciones modernas que, desde la lectura de los Antiguos, podríamos cuestionar con Foucault. En Contragolpe absoluto, Zizek dice algo muy interesante al respecto: “Esta dimensión específica de la cortesía se sitúa entre dos extremos: la pura moralidad interior y la legalidad exterior. Mientras que ambas se construyen de un modo conceptual muy preciso (el sujeto actúa moralmente sólo si su motivo es de un puro deber no contaminado por consideraciones patológicas; actúa legalmente si sus actos externos no violan ninguna prohibición y regulación legal), la cortesía es más que mera obediencia a la legalidad externa, y menos que la pura actividad moral –es el ambiguo dominio de aquello que uno no está estrictamente obligado a hacer (si no lo hace no viola ninguna ley) pero se espera que lo haga–. Aquí estamos frente a regulaciones implícitas y tácitas, cuestiones propias del tacto; de algo hacia lo cual, por lo general, el sujeto tiene una relación irreflexiva. Algo que es parte de nuestra sensibilidad espontánea, un intrincado tejido de costumbres y expectativas que constituyen nuestra heredada sustancia de costumbres (Sitten). Como tal, este dominio es par excellence el dominio de la ideología, en su forma más pura: es el aire que respiramos espontáneamente en nuestras interacciones cotidianas, en las actitudes que aceptamos como dadas de manera autoevidente. Por ponerlo en términos althusserianos, es el dominio de los aparatos y prácticas ideológicas, un dominio que, por utilizar los propios términos de Kant, permite a los individuos que «esquematicen» sus normas morales y legales abstractas, que las hagan parte de su experiencia vivida.”6
Lo interesante de la perspectiva kantiana es que presenta de manera clara y sencilla cómo se constituye el sujeto a través de gestos materiales concretos, lo mismo que dirá luego Pascal y repetirá Althusser para pensar la efectividad de la ideología. No se trata de desechar la ideología como algún mal a develar sino de entender qué función cumple en la constitución subjetiva y, así, poder reorientarla con conocimiento de causa acerca de lo real que nos afecta. En ese sentido, Zizek se hace una pregunta pertinente que lo conduce a relacionar esto mismo con los ejercicios espirituales, pero en lugar de explorar lo que propone el último Foucault (donde él diferenciaba el ascetismo cristiano del grecolatino) se queda en san Ignacio de Loyola: “¿Es este Kant «althusseriano» de la Antropología meramente el resultado de que Kant aplique su ética a la realidad empírica, siguiendo una suerte de «esquematización», o nos fuerza a cambiar nuestra percepción de la propia ética kantiana? Comencemos con un inesperado ejemplo pasional en la vida contemporánea. Es demasiado fácil denunciar la devoción a los videojuegos como una obsesión patológica que no hace más que representar una compulsiva esclavitud a la cultura pop comercial. Pero cuando uno observa a adolescentes, por ejemplo en Seúl, inmersos en un juego colectivo durante varias horas o incluso días, más bien podríamos admirarlos como un caso ejemplar de concentración y autodisciplina dedicados a una actividad que disfrutan –algo así como la versión actual de los ejercicios espirituales elaborados por san Ignacio de Loyola–. O por decirlo en términos foucaultianos, la única alternativa real a ser controlado y disciplinado por mecanismos sociales anónimos es una no menos despiadada autodisciplina. Tal participación es simultáneamente una cuestión de extremo autocontrol racional y una experiencia profundamente extática; cuando actúo, el Otro actúa a través de mí, y en este sentido actúo «con la gracia de Dios», como afirma san Ignacio.”7
He comentado en muchas oportunidades8 la importancia que tienen los ejercicios espirituales o ejercicios de imaginación materialista, como prefiero llamarlos, en el último Foucault y en toda empresa de filosofía práctica: el gobierno de sí y de los otros. No voy a repetir aquí lo dicho ni voy a proponer nuevos ejercicios, solo quiero hacer notar la continuidad que hay entre los procedimientos aletúrgicos que constituyen las subjetividades y cómo podemos propiciar modos de singularización de los mismos que apunten a aumentar la potencia de obrar en lo que efectivamente se hace y no a partir de consignas ideales. Quisiera finalizar esta intervención con unos fragmentos del Escolio de la Proposición X, Parte V de la Ética de Spinoza que nos orientan al respecto (no pretendo ser original pero, al menos, reconocer los recortes que efectuamos sobre la obra de nuestros maestros es un gesto mínimo que hace no solo a la honestidad intelectual sino a la liturgia de la cual vengo hablando9); modos de ejercitarse entre aleturgia y ética, hacer de la necesidad virtud: “Lo mejor que podemos hacer, pues, mientras no tenemos un perfecto conocimiento de nuestros afectos, es concebir una recta norma de vida o unos criterios seguros de vida y grabarlos en la memoria y aplicarlos continuamente a las cosas particulares que se presentan con frecuencia en la vida, para que nuestra imaginación sea así ampliamente afectada por ellos y los tengamos siempre a disposición [.] Entre los criterios de vida hemos puesto, por ejemplo (4/46 y 4/46e), que el odio hay que vencerlo con el amor o la generosidad, y no compensarlo con el odio recíproco. Ahora bien, para que tengamos a mano este precepto de la razón siempre que sea útil, hay que pensar y meditar con frecuencia en las ofensas comunes de los hombres, y cómo y por qué vía se repelen muy bien con la generosidad; ya que entonces uniremos la imagen de la ofensa a la imaginación de este criterio y la tendremos siempre a mano (por 2/18), cuando se nos presente la ofensa. Y, si tenemos también a mano el principio de nuestra verdadera utilidad y asimismo del bien que se sigue de la mutua amistad y de la sociedad común, y que, además, de la recta norma de vida se sigue la suma tranquilidad del ánimo (por 4/52) y que los hombres, como las demás cosas, obran por necesidad de la naturaleza, entonces la ofensa o el odio que de la misma suele surgir, ocupará una parte mínima de la imaginación y será fácilmente superada. […] Pero hay que advertir que, al ordenar nuestros pensamientos e imágenes, hay que atender siempre (por 4/63c y 3/59) a aquello que en cada cosa es bueno, a fin de que siempre seamos determinados a actuar por un afecto de alegría. Por ejemplo, si alguien ve que persigue demasiado la gloria, pensará en su uso correcto y con qué fin hay que perseguirla y por qué medios puede ser adquirida; y no, en cambio, en su abuso y en la vanidad e inconstancia de los hombres o en cosas por el estilo, en las que nadie piensa, si no es por una enfermedad del ánimo. Pues con estos pensamientos se afligen, por encima de todo y de todos, los ambiciosos, cuando desesperan de alcanzar el honor que ambicionan; y, mientras vomitan ira, quieren aparecer sabios. Por eso, es cierto que los más ansiosos de gloria son aquellos que más claman sobre su abuso y la vanidad del mundo. Ni es esto exclusivo de los ambiciosos, sino común a todos aquellos a los que la fortuna es adversa y que son impotentes de ánimo. […] Así, pues, quien intenta moderar sus afectos y apetitos por el solo amor a la libertad, se esforzará cuanto puede en conocer las virtudes y sus causas, y en llenar el ánimo del gozo que nace de su verdadero conocimiento; pero de ningún modo en contemplar los vicios humanos y denigrar a los hombres, ni en alegrarlos con una falsa apariencia de libertad. Y quien observe con diligencia estas cosas (pues tampoco son difíciles) y las ejercite, podrá en un breve espacio de tiempo dirigir casi siempre sus acciones según el mandato de la razón.”10
Roque Farrán nació en Córdoba en 1977. Es Investigador Adjunto del Conicet, Doctor en filosofía y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de Córdoba, y miembro de los Comités Editoriales de las Revistas Nombres, Diferencias y Litura. Publicó los libros Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo, 2014), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra/Palinodia, 2016), Nodaléctica. Un ejercicio de pensamiento materialista (La cebra, 2018), El uso de los saberes. Filosofía, psicoanálisis, política (Borde perdido, 2018), Leer, meditar, escribir. La práctica de la filosofía en pandemia (La cebra, 2020); editó junto a E. Biset Ontologías política (Imago mundi, 2011), Teoría política. Perspectivas actuales en Argentina (Teseo, 2016), Estado. Perspectivas posfundacionales (Prometeo, 2017), Métodos. Aproximaciones a un campo problemático (Prometeo, 2018).
1 En una breve intervención señalaba -en dialogo con Diego Conno y Noé Jitrik- la importancia de que la épica surgiera de las prácticas populares, R. Farrán, “Una épica del vivir”, en La Tecla Eñe, 13 de julio de 2021. https://lateclaenerevista.com/una-epica-del-vivir-por-roque-farran/
2 P. Sotiris, “¿Es posible una biopolítica democrática?”, Ficción de la razón, 18 de junio de 2020. https://ficciondelarazon.org/2020/06/18/panagiotis-sotiris-es-posible-una-biopolitica-democratica/; R. Farrán, “Hacia un paradigma de los cuidados”, en Bordes. Revista de Política, Derecho y Sociedad, 7 de mayo de 2020. http://revistabordes.unpaz.edu.ar/hacia-un-paradigma-de-los-cuidados/
3 M. Foucault, El gobierno de los vivos, Curso en el Collège de France, 1979-1980, Buenos Aires, FCE, 2014, p. 37.
4 Para una presentación exhaustiva de la concepción althusseriana de Poulantzas en relación al Estado y el poder, véase: J. Gorriti, Nicos Poulantzas. Una teoría materialista del Estado, Santiago de Chile, Doble ciencia, 2020.
5 Immanuel Kant, Antropología en sentido pragmático, Buenos Aires, Losada, 2009, pp. 61-64.
6 S. Zizek, Contragolpe absoluto, Madrid, Akal, 2016, p. 67.
7 S. Zizek, Contragolpe absoluto, Madrid, Akal, 2016, pp. 72-73.
8 Una de las últimas, acá mismo: R. Farrán, “Filosofía práctica: un ejercicio materialista”, en Bordes, 26 de julio de 2021. http://revistabordes.unpaz.edu.ar/filosofia-practica-un-ejercicio-materialista/
9 Javier Milei, representante de la derecha neoliberal extrema, da muestras de que ni ese mínimo decoro o gesto de cortesía pueden sostener, y eso hace a la lógica misma de la subjetivación que reproducen; véase: https://www.pagina12.com.ar/363220-acusan-a-javier-milei-de-copiar-palabra-por-palabra-a-distin
10 B. Spinoza, Ética demostrada según el orden geométrico, Madrid, Trotta, 2000, pp. 251-252.