Por Mercedes Bruno
No una, ni dos, ni tres, ni cuatro. Cinco razones para leer, para conversar con Cortázar, para encontrarse con él y consigo, para salir a jugar. Palabras mágicas, palabras que tocan, palabras que hacen magia informan el recorrido que propone Mercedes Bruno para leer y releer a Cortázar
Este es el año Cortázar porque se cumplen 110 años de su nacimiento, un 26 de agosto de 1914, y también se recuerdan 40 años de su fallecimiento, un 12 de febrero de 1984. Estas fechas duales nacimiento y fallecimiento de Cortázar ofrecen, como a él le hubiese gustado, multiplicidad de líneas para pensar y jugar. La idea de estos artículos es tomar un café imaginario con nuestro querido Julio; un autor prolífico y multifacético. Escribió cuentos, novelas, ensayos, comics, artículos periodísticos, grabó discos de escritores, fue traductor y hasta relator de boxeo. Alzó su voz como intelectual en la esfera pública en tiempos de una América Latina convulsionada.
Su obra ha marcado a varias generaciones, pero nuestros destinatarios son especialmente a quienes lo leyeron y lo leen en la Argentina. Y nos dedicaremos, incluso con más énfasis, a quienes se siguen resistiendo a la tentación de leerlo y releerlo.
¿Por qué hay que leer a Cortázar?
1. Quebrar la barrera del tiempo
Roland Barthes, en el artículo “Texto (teoría del)” de 1973, el texto es un arma contra las trampas del habla que fácilmente se desdice. La lectura nos permite establecer un diálogo en ausencia, una conversación diferida. Esa es la manera en que el arte le gana la partida a la muerte. Cuando abrimos Bestiario (1951), Rayuela (1962), El libro de Manuel (1973), o cualquiera de sus libros, entramos en conversación con Cortázar. El libro, ya sea digital o físico, permite un diálogo sin mediaciones. Ingresamos en otro mundo que se compone de varios ingredientes. El primer ingrediente es la obra y su autor en un tiempo preciso, el segundo ingrediente es la lectura ¿quién lee?
Toda lectura es un proceso activo y, más aún, en la experiencia de leer a Cortázar. Él supone que quien lee realiza un trabajo creativo en concordancia con la obra. Cortázar nos da la opción de leer, jugar y crear junto con él. Sus lectores y lectoras somos un poco como el personaje del axolotl, en el libro Final de Juego (1956), y del cuento homónimo, que se transforma y sonríe dentro y fuera de la pecera en el Jardín Des Plantes.
La obra de Cortázar es lúdica; borra, reescribe y desplaza los límites: “Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas”[1]. El rechazo a la resignación de lo cotidiano; la exhibición de una tranquilidad artificiosa, propia del mundo “racional” de occidente, son los primeros pasos para la creación de mundos humorísticos, fantásticos; de temporalidades subjetivas. Es decir se construye otra realidad, amplia y porosa.
La conversación a través de la lectura, que se establece con Cortázar, busca ser horizontal. En la introducción del disco Cortázar lee a Cortázar de 1966 se explaya sobre su negativa para escribir y/o leer algo del tipo académico porque “me gusta que desde la primera frase haya un contacto entre el que me va a leer y yo mismo. No, porque yo escriba pensando en que alguien me va a leer, sino más bien porque siempre he tenido la impresión de que el hecho mismo de ponerme a escribir significaba de alguna manera una tentativa de contacto”.
Cortázar piensa críticamente sobre su producción estética; parte del deseo de escribir y de la búsqueda de contacto. Nos invita a saltar las barreras del espacio y del tiempo, a encontrarnos con él y experimentar una realidad que es mucho menos ordenada de lo que nos gusta creer, quizás por eso, también sea más divertida.
2. Leer(nos): la patria es la lengua
Leer a Cortázar es leernos a nosotros mismos porque el español rioplatense es su lengua. Él ha sido determinante en la elección de su lengua de escritura. Así lo cuenta el libro Clases de Literatura. Berkeley, publicado por Alfaguara en 2014.
“El español es mi lengua de escritor y hoy más que nunca creo que la defensa del español como lengua forma parte de una larga lucha en América latina que abarca muchos otros temas y muchas otras razones de lucha. La defensa del idioma es absolutamente capital”[2]
Cortázar es un autor argentino del siglo XX, produce gran parte de su obra en Europa, construye una nueva forma de ser escritor e intelectual, que trasciende el aspecto literario. Su lengua de escritura es el castellano como parte de una postura ideológica. Se define como sudamericano y busca construir un público latinoamericano que lea a autores de su continente: “Cortázar es un escritor de la literatura argentina, en diálogo con la literatura argentina y, de hecho, habiendo vivido buena parte de su vida no solo fuera del país sino en otra lengua, conservó el castellano rioplatense como lengua de su literatura”. [3]
El uso del lenguaje es una marca de su compromiso con la tarea del intelectual, con la escritura y con la identidad latinoamericana. En la obra de Cortázar “el mecanismo” de lo fantástico, como un elemento que subvierte la realidad es una marca de estilo, un sello propio. Sin embargo, su posicionamiento político se fue transformando con el tiempo, motivo por el cual ha sido criticado por derecha y por izquierda. Hay un recorrido transformador que va desde los cuentos célebres, popularmente leídos en “clave antiperonista” como “Casa tomada” en Bestiario (1951); pasando por un cuento con un compromiso político explícito como “Reunión” en Todos los fuegos el fuego (1966), y un pronunciamiento claro a partir de la revolución cubana en 1959. Después de un viaje a Cuba en 1961, Cortázar refiere: “sentí que no solo era argentino: era latinoamericano, y ese fenómeno de tentativa de liberación y de conquista de una soberanía a la que acababa de asistir era el catalizador, lo que me había revelado y demostrado que no solamente yo era un latinoamericano que está viviendo eso de cerca sino que además me mostraba una obligación, un deber”.[4]
3. Leer es “abrir la puerta para ir a jugar”
Hay que leer a Cortázar porque es un juego. Hay un cuento breve de Historias de cronopios y de famas[5], llamado “Trabajos de oficina”, que plantea, en clave irónica, el vínculo que establece un artista con las palabras, en este caso el narrador, y un burócrata con las palabras, en este caso la secretaria.
Trabajos de oficina
Mi fiel secretaria se ocupa o querría ocuparse de todo en mi oficina. Nos pasamos el día librando una cordial batalla de jurisdicciones, un sonriente intercambio de minas y contraminas, de salidas y retiradas, de prisiones y rescates. Pero ella tiene tiempo para todo, no sólo busca adueñarse de la oficina, sino que cumple escrupulosa sus funciones. Las palabras, por ejemplo, no hay día en que no las lustre, las cepille, las ponga en su justo estante, las prepare y acicale para sus obligaciones cotidianas. Si se me viene a la boca un adjetivo prescindible —porque todos ellos nacen fuera de la órbita de mi secretaria, y en cierto modo de mí mismo—, ya está ella lápiz en mano atrapándolo y matándolo sin darle tiempo a soldarse al resto de la frase y sobrevivir por descuido o costumbre. Si la dejara, si en este mismo instante la dejara, tiraría estas hojas al canasto, enfurecida. Está tan resuelta a que yo viva una vida ordenada, que cualquier movimiento imprevisto la mueve a enderezarse, toda orejas, toda rabo parado, temblando como un alambre al viento. Tengo que disimular, y so pretexto de que estoy redactando un informe, llenar algunas hojitas de papel rosa o verde con las palabras que me gustan, con sus juegos y sus brincos y sus rabiosas querellas. Mi fiel secretaria arregla entre tanto la oficina, distraída en apariencia pero pronta al salto. A mitad de un verso que nacía tan contento, el pobre, la oigo que inicia su horrible chillido de censura, y entonces mi lápiz vuelve al galope hacia las palabras vedadas, las tacha presuroso, ordena el desorden, fija, limpia y da esplendor, y lo que queda está probablemente muy bien, pero esta tristeza, este gusto a traición en la lengua, esta cara de jefe con su secretaria.
El narrador habla de su secretaria, personaje sin nombre y estereotipado. Se parodia su rol porque ella se toma todo con excesiva literalidad. Entre ella y su jefe, el narrador, se da el juego entre la denotación y la connotación del lenguaje. La denotación es parte del mundo administrativo y, por lo tanto, jurisdicción de la secretaria, pero la connotación es parte del dominio del artista, es decir del narrador. Se configura, entonces, un problema de límites:¿hasta dónde llegan la denotación, lo administrativo, la secretaria? ¿hasta dónde la connotación, la creatividad, el poeta? Ella lustra, ordena y acicala las palabras para cumplir con las obligaciones. Mientras el narrador disimuladamente llena papeles de colores con palabras que le gustan y se pone a jugar con ellas, como si fuera un niño con muñequitos. Según Durand.[6] Cortázar se empeña en un juego complicado: el de despistar a sus lectores y lectoras y depararles sorpresas en cada una de sus obras. Este jefe poco convencional busca espacios de juego y de creación en el marco de la rutina alienada. El artista tiene esa función social, desautomatizar la percepción, crear nuevos mundos y nuevas reglas …eso es lo que hace Cortázar.
Las palabras para este autor no son un simple medio para transmitir un mensaje, sino que son un fin en sí mismo. Cortázar se ha referido a esa relación tan especial que tuvo desde la infancia con las palabras. Omar Prego, que lo ha entrevistado, repone sus declaraciones: “La fascinación que me producía una palabra. Las palabras que me gustaban, las que no me gustaban, las que tenían un cierto dibujo, un cierto color (…) Palabras que ya, muchas de ellas, eran palabras fetiches, palabras mágicas”[7]. En Rayuela[8], Oliveira dice: “estás usando palabras (…) Les encanta que uno las saque del ropero y las haga dar vueltas por la pieza (…) miralas cómo juegan, cómo se nos meten por las orejas y se tiran por los toboganes”. Las palabras tienen vida propia y, como los cronopios, usan esa vida para jugar o juegan para vivir. El universo cortazariano es un universo de juegos, palabras y música.
4. La pedagogía de la cercanía
Hay que leer a Cortázar porque la creencia en la horizontalidad es una constante en su obra y lo ha demostrado en múltiples oportunidades. Personalmente, creo que su formación docente en la Escuela Normal Superior N° 2 Mariano Acosta, y su paso por las aulas de la provincia de Buenos Aires, marcaron cierta búsqueda de empatía con quien lee, como quien asiste a una clase.
El recorrido de Cortázar como profesor empieza en las localidades de Chivilcoy y Bolívar, Provincia de Buenos Aires, durante sus primeros años. Transita un mandala, a la manera de Oliveira en Rayuela (1963); pasa por la Universidad de Cuyo entre 1944 y 1945. Llega a las clases de literatura dictadas en Berkeley en 1980, ya como un autor consagrado y un referente de la intelectualidad latinoamericana.
Cortázar suena siempre cercano, siempre entrañable. En sus clases en Berkeley, hace público un agradecimiento por una serie de cartas que había recibido de sus estudiantes:
“Cada una de esas cartas tiene un sentido, muestra un camino o pregunta a veces por un camino. No quiero pasar esto por alto porque me parece que es una continuación inmediata de lo que sucede aquí entre nosotros(…) Me parece muy hermoso y en todo caso muy útil para mí porque me permite entrar un poco más en el mundo personal de algunos de ustedes y me hace vivir y sentir mejor lo que luego vengo a decir aquí”.[9]
Un profesor, que ya es una figura celebrada internacionalmente, acepta dictar clases y se alegra por recibir cartas y comentarios de sus estudiantes. La construcción compartida de la lectura y la escritura, de dictar y recibir una clase no es una impostura sino la consecuencia de una convicción.
5. La lectura, el encuentro con un ser querido
El último punto y quizás debería haber sido el primero o el único: el encuentro. Hay que leer a Cortázar porque es un trabajador de la literatura, un ávido y sagaz lector, un creativo, un melómano, un profesor entrañable. Es decir, Cortázar es lo que nosotros llamamos “un buen tipo” y mi sensación como lectora es esa. Abro el libro, entablo una conversación con Julio, que nunca defrauda, siempre tengo ganas de leer más y disfruto al hacerlo.
A lo largo de este artículo he marcado, con negritas, algunas frases que, a mi criterio, son centrales de las declaraciones de Cortázar: “tentativa de contacto”, “tentativa de liberación” y “palabras mágicas”.
Estas tres frases responden a la pregunta planteada al iniciar este artículo ¿por qué leer a Cortázar? Porque son “palabras mágicas” que construyen una tentativa de contacto y de liberación y, a pesar de su muerte, hace 40 años que nos siguen hechizando.
Mercedes Inés Bruno. Magíster en Literatura en Lengua extranjera y Literatura comparadas (Facultad de Filosofía y Letras – UBA). Licenciada y Profesora en Letras (FILO-UBA). Docente universitaria y en escuela media. Escritora e investigadora del Instituto de Estudios Sociales en contextos de Desigualdades (IESCODE). Jefa de Trabajos Prácticos en la Universidad Nacional de José C. Paz (UNPAZ) en el Taller de Escritura y Argumentación.
Es autora de los libros: Historias urbanas en Roma (2010); Un lector…hacia París (2011) y Julio Cortázar ¿es un autor surrealista? La recepción productiva (2023). Ha participado en otras oportunidades en la revista Bordes, tanto en el área de literatura argentina como en el área del estudio del lenguaje claro.
[1] Prego, O. (1997). La fascinación de las palabras. Buenos Aires: Alfaguara (pp. 45)
[2] Cortázar, J. (2004). Clases de Literatura. Berkeley. Buenos Aires, Alfaguara, p. 104.
[3] Saítta, S. (2024) “Cortázar el argentino hasta la muerte, aunque haya nacido en Bélgica” en 40. Cortázar , entre el Cielo y la tierra. Número 2410. Buenos Aires: Caras y Caretas p. 23.
[4] Cortázar, J. (2004). Clases de Literatura. Berkeley. Buenos Aires, Alfaguara, p. 24.
[5] Cortázar, J.(2004) “Trabajos de oficina” en Historia de cronopios y de famas. Buenos Aires: Punto de Lectura (pp.66-67).
[6] Durand, M.(1969) “Julio Cortázar y su pequeño mundo de cronopios y de famas” en La vuelta a Cortazar en nueve ensayos. Buenos Aires: Carlos Pérez editor. (pp. 31-49)
[7] Prego, O.(1997). La fascinación de las palabras. Buenos Aires: Alfaguara (pp. 42)
[8] Cortázar, J. (1995) Rayuela. Buenos Aires: Alfaguara (pp. 182)
[9] Cortázar, J. (2004). Clases de Literatura. Berkeley. Buenos Aires, Alfaguara, p. 107.
Ilustración de portada: Guillermo Sesma