Pensamientos de coyuntura
Con el optimismo de la voluntad, y con el criticismo de la razón

Por Javier Balsa (IESAC-UNQ, Integrante de Vecinxs contra el neoliberalismo)

(Notas para pensar la estrategia política del kirchnerismo: fuerza propia y frente anti-autoritario)

La relativamente conocida frase original de Gramsci habla del “pesimismo” de la razón, pero creo que puede transmitir una imagen, valga la redundancia, demasiado pesimista, desmovilizadora.

En estos últimos meses, han surgido una serie de reflexiones críticas sobre la actuación de Unidad Ciudadana, las diversas y precisas maniobras de la coalición política y social gobernante, y el reciente resultado electoral. Compartimos muchas de sus apreciaciones. A partir del avance del gobierno con medidas cada vez más anti-populares, ha resurgido una resistencia cada vez más generalizada, pero que también necesita trasladarse al plano de la organización política. La lucha en la calle y en todo espacio público es vital para resistir, pero no alcanza para construir una alternativa de gobierno. Por todo ello, creo que se debe pensar en términos de ¿qué hacer?

Un poco de contexto, y “La Patria es el otro”

En primer lugar, tenemos que contextualizar en el largo plazo lo que está aconteciendo. Desde finales de los años ochenta, a nivel mundial, estamos sumidos en un período de derrota de las izquierdas, no solo de aquellas que decididamente se proponían avanzar hacia el socialismo, sino también de aquellas más moderadas que procuraban cambios graduales, e incluso de las fuerzas que meramente apostaban a consolidar el Estado de Bienestar y un capitalismo de tipo productivo. Y esta derrota tuvo como contraparte (en el sentido de resultado, pero también de causa) la consolidación del neoliberalismo. Una consolidación que no es solo ideológica, sino que también se basa en nuevas formas de producción, y en la construcción de subjetividades altamente funcionales a estos modelos de acumulación. Construcciones que logran gestar ciudadanos que se sienten relativamente bien en un mundo en el que son cada vez menos ciudadanos activos y más consumidores pasivos.

En este contexto, nuestras consignas pueden resultar muy poco efectivas para interpelar estos ciudadanos/consumidores. Por dar un ejemplo, la consigna “La Patria es el Otro” no podía serles más ajena. Por un lado, una gran mayoría no se siente tocado por el propio concepto y sentimiento de Patria. En todo caso, se reduce a hinchar por una selección de futbol (e, incluso, en la lógica hiper-exitista propia del modelo, si sale subcampeona del mundo: “fracasó”). Y, por otro lado, también les es ajena la consigna porque “el Otro” es alguien que tiene que solucionar sus problemas solo/a. Y esto no solo incluye a “otros” socialmente distantes, sino que muchos incluso se despreocupan del que tienen a su lado.

No es que la consigna no fuera hermosa, y sirviera para consolidar un espacio político propio, e incluso ampliarlo un poco. Creo que sintetizó todo un esfuerzo del kirchnerismo por interpelar a la activación política de los/as que se sintiesen convocados/as. Pero, “la Patria es el Otro” también procuraba modificar el sentido común individualista-neoliberal de la mayoría de la población. Y, en esto, hay que reconocer que se fue meramente epidérmico. La tarea era mucho más vasta y profunda de lo que se pudo/quiso hacer.

Entonces, lo primero es reconocer que estamos en un contexto histórico de derrota de largo plazo. Dentro del cual, solo la implosión de los gobiernos neoliberales en torno al 2001 permitió abrir una etapa de avance en América Latina, pero que cada vez es más difícil de mantener porque es muy difícil construir opciones populares dentro del capitalismo, cuando la enorme mayoría de los empresarios no apuestan a un capitalismo productivo y nacional. No queremos abordar acá la cuestión de la estrategia política en términos de proyectos de alianzas de clases (lo pospondremos para otro escrito, dejando en claro que es una grave carencia de la enorme mayoría de los textos, que han abandonado el análisis en términos de clases). Aquí, simplemente, vamos a formular algunas hipótesis autocríticas sobre la cuestión más estrictamente política para estimular el debate y avanzar con la estrategia política.

Tres autocríticas tres

Primera autocrítica: la falta de un plan más coordinado de trabajo ideológico sobre los sectores populares. No alcanzó con la ley de medios, algunos programas políticos y el combate contra Clarín. Habría que haber hecho más. En líneas generales, en los mismos sentidos por los que se había comenzado a avanzar, pero de forma insuficiente. Por ejemplo, habría que haber conseguido la instalación efectiva de la TV digital abierta para toda la ciudadanía, efectivizado los canales de las Universidades, potenciado la red de radios comunitarias, multiplicado los diarios locales de distribución gratuita (no es cierto que la gente no lee, como se podía ver en los trenes donde muchos leían los pasquines que les regalaban), generado revistas de formación política, e institutos de investigación y difusión más claramente abocados a consolidar un modelo contra-neoliberal. En fin, confiar más en las organizaciones libres del pueblo y no tanto en empresarios “amigos”.  Es cierto que eso implicaba dar más libertad de opinión, menos control desde la Rosada de qué se decía, pero justamente ese fue el error. La falta de confianza en la capacidad de los intelectuales populares para ir construyendo un proyecto colectivo desde múltiples espacios.

Segunda autocrítica: en el plano interno faltó construir una organicidad política democrática. Las tradicionales formas partidarias, con sus internas, dirigentes locales, punteros y militantes, tenían una serie de defectos graves, pero su reemplazo por una combinación de video-política y centralismo desde la Rosada, no generó una forma superadora, sino todo lo contrario. Dejó de haber una organicidad democrática, por lo que todo dependía (e incluso sigue dependiendo) de la buena voluntad de los integrantes (muchas veces excelentes personas y cuadros políticos) de una cadena de mandos que nace en Cristina.

El kirchnerismo logró consolidar una fuerza de simpatizantes (muchos de ellos también militantes) impresionante. No sólo se vio en la despedida de Cristina el 9 de diciembre de 2015, sino que se mantuvo en estos años y en la reciente campaña electoral. Sin embargo, esta formidable masa de simpatizantes y militantes (que podemos calcular en medio millón de ciudadanos en todo el país, por arriesgar un número impreciso pero que nos permita tomar conciencia de su fuerza) no logra incidir ni en la definición de la línea política, ni en el armado de las listas (ya no de diputados nacionales, sino tampoco de concejales).

El problema es que para muchos, esta situación de un verticalismo político es naturalizada; varios plantean que fue siempre así, o que “el peronismo es así”. Tres aclaraciones: (1) no siempre fue así, al menos tan así, por ejemplo, se cuenta con la experiencia  de la renovación peronista (fallida por cierto por Menem, pero ese es otro tema), (2) no es una particularidad del peronismo,  el fenómeno de la crisis de la forma partido es casi universal; y en el campo nacional y popular comenzó con la triste experiencia del Frente Grande, cuando se disolvieron los partidos que pasaron a integrarlo, no se generó ninguna mecánica democrática interna, y todo terminó dependiendo de las “sabias” decisiones de Chacho Álvarez: desde la lista de concejales, hasta la alianza con la UCR o su propia renuncia a la vicepresidencia, y , por último, (3) aun “si siempre hubiera sido así”, esto no implica que no se pueda apostar a una nueva forma de organización.

Considero que es necesario construir una forma de organización política democrática de la militancia kirchnerista. No es algo fácil, e incluso las propias bases no lo demandan de un modo lo suficientemente claro. Muchos están ya acostumbrados a esta forma política en la que delegan todas las decisiones en algunos dirigentes y, de paso, no tienen que complicarse con la “rosca” política. Además, en otros sectores militantes esta delegación permite cierto cómodo sentido de “ajenidad”, que posibilita luego pasar de la euforia a la crítica a la dirigencia “que se equivoca” (“yo no tengo nada que ver, todo es culpa de Cristina”). El problema es que este esquema verticalista no permite crecer políticamente a esa base.

Tercera autocrítica: Cristina en su primer discurso en Comodoro Py redefinió la estrategia política, convocando a todos los sectores políticos (incluso criticando a quienes hablan de “traidores”) a un nuevo espacio de defensa de las libertades civiles, y por eso lo bautizó Unidad Ciudadana. Creo que el análisis no podía ser más correcto. La increíble degradación del Estado de Derecho ocurrida desde entonces no hace más que, lamentablemente, confirmar la precisión del análisis de Cristina.

Sin embargo, nuevamente, la forma política resultó equivocada. Internamente, el pasaje del FPV a la UC no significó una mayor organicidad política que consolidara formas de participación militante en la toma de decisiones. Es cierto que en el armado de las listas se buscó privilegiar candidatos más progresistas, con mayor presencia de figuras menos vinculadas a la política tradicional, pero todo siguió dependiendo de la “lapicera de Cristina”.

Y, externamente, la idea de Unidad Ciudadana no funcionó. No sumó nuevos sectores, ni a nivel dirigencial, ni a nivel electoral. Por un lado, no volvieron dirigentes ni se pudo mantener dentro al sector randazzista y a parte del movimiento Evita (más allá de que, obviamente, no comparto su jugada que claramente benefició al gobierno, e incluso luego de la elección muchos continuaron avalando por acción u omisión la sanción de sus leyes). Por otro lado, tampoco se logró captar el interés de una base ciudadana que no le gustaba el kirchnerismo, pero que ahora podía haberse sentido horrorizada por el giro autoritario de esta “nueva derecha” que había sabido presentarse inicialmente como “democrática”.

En lo que se avanzó, y personalmente lo celebro, fue en la construcción de una fuerza política propia con una coherencia ideológica, claramente contra-neoliberal, que deje fuera a los sectores más dialoguistas con un gobierno de derecha autoritaria. Esta me parece la principal virtud de la estrategia de Cristina de estos años, ya durante su segundo mandato. El error es pensar que, al mismo tiempo, esta fuerza va a funcionar como un frente anti-autoritario. Creo que hay que  pensar en dos tiempos, o, mejor, en dos planos. Si no se los diferencia, creo que no se avanzará bien en ninguno de ellos.

Pensar la política en dos planos

Primer plano: Esta elección sirvió para consolidar esta fuerza propia: 37% en provincia de Buenos Aires y un porcentaje más impreciso (habrá que ver los alineamientos de los dirigentes más o menos kirchneristas de las otras provincias) que ronda un 20/25% a nivel nacional. Internamente, como ya dijimos, tendría que avanzar para construirla como un espacio de debate político e ideológico democrático. Un espacio donde se puedan discutir propuestas, en base a documentos, y que las reflexiones de la base luego se lleven hacia las instancias superiores. Es decir, buscar dar una organicidad al debate político: que no todo sea recomendarse lecturas que llegan por facebook.

La tarea no es fácil. Pero lo más importante es lograr identificar esta necesidad de construir una fuerza política internamente democrática. De otro modo no se va a poder convertir ese medio millón de militantes y simpatizantes en una fuerza política capaz de sobrevivir a la ofensiva autoritaria y volver a ser gobierno.

Por todo esto, la clave es abrir el debate sobre cómo podría ser esta organicidad. Una opción podría ser que, a partir de las experiencias de la coordinación electoral que garantizaron la campaña y la fiscalización en los barrios, se constituyan asambleas de la militancia por barrios, pero que también podrían ser por lugares de trabajo y por centros de estudiantes. Espacios que organicen actividades todos los meses, que se consoliden como formas participativas para adentro, pero sobre todo para afuera, no dejando de ocupar las plazas y otros espacios. Hay un año y medio para que así decanten y se consoliden estas asambleas barriales, laborales y estudiantiles de la militancia kirchnerista como los espacios legítimos de participación política, donde las distintas líneas internas (con todo el potencial que ellas aportan) tengan un espacio donde confraternizar, debatir de política desde abajo y también se puedan  “contar las costillas” (en el buen sentido, de ver finalmente cuál es el grado de compromiso militante de cada grupo). La esperanza es que en que en estos espacios de militancia cotidiana, las diferencias internas se traduzcan en diferencias de opinión, y no en sectarismos fratricidas. Que sean vividas como parte de las “tensiones creativas de la revolución” de las que habla el compañero Álvaro García Linera.

Estos espacios también servirían para que el conjunto de simpatizantes tengan un lugar desde donde soportar colectivamente, aguantar, el avance de la derecha. Tenemos que estar preparados para resistir todo lo que se pueda, pero sabiendo que el que tiene el poder político  (y en este caso también el comunicacional y el económico) puede hacer una enorme cantidad de reformas que deshacen las anteriores transformaciones. Y esto no es culpa de que se hicieron las cosas mal antes. Eso es así, no importa cuán “estructurales” fueron los cambios realizados antes; no es culpa de que se hizo poco (lo que había que  impedir era que ganaran las elecciones). Con toda la estructuralidad que había en la Unión Soviética o en la Europa del Este, en pocos años el capitalismo no dejó casi nada de ello. Lo importante es estar preparados internamente para tener más en claro qué hacer cuando se retorne al gobierno, para que una opción neoliberal no pueda volver a conseguir el apoyo de la mayoría de la ciudadanía (lo cual no implica que no pueda haber alternancias entre diversas formas políticas populares). Esto se vincula con el segundo plano.

Segundo plano: Es altamente probable que se dé una deriva incluso más autoritaria de la que estamos asistiendo. La iniciativa del “Encuentro en Defensa de la Democracia”, encabezado por Raúl Eugenio Zaffaroni, lo ha puesto, en estos meses, bien claro. Y las acciones del gobierno lo han confirmado. Estamos frente a una especie de fascismo light (recordar que los fascismos muchas veces accedieron al gobierno en forma electoral), edulcorado, con globitos, pero que igual encarcela, despide por cuestiones ideológicas, persigue, espía, y ejerce diversas formas de violencia; y puede llegar a hacerlo en gran escala. Y que, para ello, cuenta con el apoyo de una parte de la ciudadanía. Si ganando las elecciones, ellos ya han hecho todo esto, es muy probable que lo profundicen ante el descontento social que surgirá de sus medidas económicas. Ni hablar si la situación económica empeora, o nuestra fuerza política se consolida. La posible deriva autoritaria en Brasil, también puede generar otro “ejemplo a imitar”, como en tantas otras cosas.

Considero que es muy alta la capacidad que tienen para desplegar una jugada altamente autoritaria (que seguramente agitará algún “fantasma de la desestabilización y el terrorismo”), ya que poseen el monopolio de los medios de comunicación, de casi todo el poder judicial y cuentan con el peso del poder ejecutivo sobre un legislativo con una oposición dividida. El escenario puede incluir detenciones ya no individuales sino masivas, la profundización del gobierno a través de decretos, una represión más generalizada, el cierre de los últimos medios de comunicación críticos, la purga de los jueces relativamente independientes, y un largo etcétera que es mejor ni enumerar.

Ante este posible escenario, hay que aprender de los errores de las divisiones de las fuerzas políticas democráticas que permitieron el ascenso del fascismo y el nazismo en la Europa de los años de 1920 y 1930, y los golpes de estado (con cierto consenso) en la América Latina de los años de 1960 y 1970. Por lo tanto, tal vez, tengamos que pensar en la construcción de frentes antiautoritarios, donde puedan agruparse todos/as aquellos/as que quieran frenar y cortar de raíz el avance del autoritarismo. Un frente que podría tener acuerdos mínimos en términos de políticas económicas, pero que posea acuerdos claros y firmes en el sentido de que permita una completa renovación del poder judicial, que garantice el pluralismo en los medios de comunicación y procure castigar los ilegalismos vinculados a la persecución política e ideológica. Que funcionarios, jueces, fiscales y miembros de las fuerzas de seguridad sepan que no habrá impunidad para estas acciones. Que merecen sanciones ejemplificadoras, no excarcelables, que garanticen en la práctica el “nunca más” (todas las demás políticas pueden ser tema de debate ideológico-político). Para ello hay que reconstruir ideológicamente, pero también en términos de política partidaria, el consenso en torno al “nunca más”. Un consenso que parece no ser tan fuerte como muchos pensábamos y que, tal vez, la “grieta” parece haber, lamentablemente, erosionado.

Entonces, si fuera necesario hacer este frente para frenar el avance del autoritarismo, hay que estar preparados para sumar al mismo a todos/as aquellos/as que se den cuenta de este peligro, a todos/as los que se sientan tocados por la frase de “Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista…” No importa de qué posición político-ideológica provengan, qué “piruetas” políticas hayan realizado en los últimos años. Cuando avanza el discurso y las políticas autoritarias, la opción es hacer un frente antiautoritario, y no demorarse en ello, porque después es tarde (como lo vimos en Europa y en América Latina). Y hay que tratar de sumar al mismo a todas las figuras políticas de izquierda, pero también del centro (y si las hubiera de la derecha democrática). Y en esta lógica es que tendría que pensarse la “unidad del peronismo”, es decir, una unidad de todos los peronistas que, al menos, compartan este programa mínimo anti-autoritario.

El autoritarismo siempre necesitó de la complicidad del centro para consolidarse, y los golpes de estado en América Latina, también. Por eso, un frente anti-autoritario se hace con todos, sin beneficio de inventario y procurando sumar, especialmente, a aquellos dirigentes que tienen un buen predicamento frente a la opinión pública. Tenemos que ser conscientes que los frentes antiautoritarios son difíciles y que en general han fracasado por las mezquindades de pelearse por quién lo conducía. Por eso, lo importante es el acuerdo programático mínimo.

Para finalizar, por todo lo expuesto, creo que el kirchnerismo tiene que saber diferenciar estos dos planos: el de su organización democrática y consolidación interna (en la que puede y debe buscar la mayor claridad ideológica), y el de la apertura a alianzas con otras fuerzas. Alianzas genuinas, y no mera inclusión de figurones; alianzas que impliquen acuerdos programáticos antiautoritarios y de un mínimo de acuerdos en política económica. Más adelante, luego de desterrado el peligro neoliberal-autoritario, se podrá volver a disputar electoralmente entre las fuerzas políticas democráticas las opciones de sociedad que queremos.

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