Por Roque Farrán
¿Es posible o deseable aun ejercer la crítica? ¿Qué relación guarda la crítica con el gobierno y con los saberes en cuestión: oposición, destrucción, distanciamiento, constitución? La hipótesis que sostengo es que no hay ni puede haber crítica verdadera sin una ética que cuestione los lugares y posiciones vinculados a los poderes, saberes y el sí mismo.
Mi amigo Emmanuel Biset comenta muy acertadamente que el concepto derridiano de “deconstrucción” ha sufrido un extraño destino: mientras es apropiado y usado de manera potente por los movimientos políticos ligados al feminismo, en el campo teórico ya no resulta actual ni es retomado por los desarrollos más activos1, al menos allí donde prevalecen las propuestas aceleracionistas, realistas y especulativas vinculadas más a las ciencias y las nuevas tecnologías que a las prácticas políticas concretas (aunque también tengan sus manifiestos y posicionamientos). Quizás se deba a una ansiedad académica impulsada por la novedad o, acaso, a que la deconstrucción ha sido víctima también de su temprano éxito (ligado a las modas intelectuales de su momento), y por quedar como abanderada del giro lingüístico en retroceso pese a todo (paradójicamente cada vez más usado por el poder real para diseñar y justificar sus operaciones u operetas: la llamada “posverdad”). En cualquier caso, creo que el problema sigue siendo separar las instancias o realidades prácticas que nos constituyen: teoría, política, ética, ideología. No podemos prescindir de la crítica porque esta no es solo mediación lingüística o historicista, que antepone a lo real lo que debería ser en el juego significante, sino movimiento efectivo en el nudo de la verdad histórica e inmanente que nos constituye.
La propuesta foucaultiana del gobierno de sí y de los otros, ejercido a través de una crítica inmanente de nosotros mismos, nos da elementos muy valiosos para trabajar tanto teórica como políticamente en el presente2. Sobre todo porque ese “nosotros” no está constituido, sino en proceso de formación crítica. En realidad, nos brinda elementos imprescindibles para seguir desarrollando el nudo histórico de la verdad, entre las dimensiones epistémicas, políticas y éticas de los sujetos que eventualmente somos, excediendo el contexto francés de producción teórica y las modas momentáneas. Elementos de formación que nos permiten salir de los estudios foucaultianos para especialistas y hacer nuestra propia historia de pensamiento. No se trata de reconocernos simplemente como “latinoamericanistas” o de reafirmar ciertas identidades por negación de otras, reproduciendo los peores estereotipos segregacionistas, sino de producir en efecto conceptos que se tramen con nuestras vidas presentes y las transformen. La filosofía como ethos y campo de batalla.
Suelo citar a Althusser y su alusión estratégica a Spinoza, cuando subvierte el concepto de Dios, para mostrar cómo se juega la lucha en el campo teórico: “dar vuelta los cañones en la plaza enemiga”.3 Pero hace poco Chartier me recordó el potente texto de Foucault sobre Nietzsche, donde dice lo mismo del concepto de acontecimiento: “el concepto de acontecimiento tal como lo maneja la ‘Wirkliche Historie’, ‘la historia efectiva’ nietzscheana, es la palanca fundamental que permite desgajar de la soberanía del sujeto significante, todo trabajo de comprensión, estructuralista o no. Entendido como ‘una relación de fuerzas que se invierte, un poder confiscado, un vocabulario retomado y vuelto contra sus usuarios, una dominación que se debilita, se distiende, se envenena a sí misma, y otra que entra, enmascarada’, considerado en su surgimiento radical el acontecimiento obliga a romper con ‘el juego consolador de los reconocimientos’ y a realizar ‘el sacrificio del sujeto del conocimiento’.”4 Por eso me gusta Foucault, porque al borrar su rostro en la arena nos ha legado gestos invaluables –en ese borde del mar de la incertidumbre que son nuestras vidas. Uno de esos gestos atañe a la función de la escritura en la constitución de sí, en la transmisión y el gobierno de las conductas.
Últimamente me veo conducido a escribir sobre tres tópicos convergentes que parecen ajenos a estos temas: los padres, los niños, la escritura. Lo real y el problema de la transmisión insisten en ese nudo problemático5. Algunos podrían creer que son asuntos menores, pero allí se cifran todas las imposibilidades del presente: la lógica autodestructiva de la acumulación desmedida, la competencia fálica, la lógica sacrificial, las inercias ideológicas, la dificultad de inventar nuevos conceptos, la infrecuente generosidad en las citas y alusiones a otros, etc. Es un problema que se enlaza directamente con la dificultad de lectura. Como dicen unos amigos: hoy nadie lee en serio. Pero ¿qué es un lector? O incluso, ¿qué es un gran lector? ¿Qué es un analista crítico? O incluso, ¿qué es un gran analista crítico? Para mí la respuesta a cada pregunta es la misma y no tiene medidas (ni medias tintas): quien se sabe tachar, quien se sustrae a la presencia, quien se sabe transformar a sí mismo en ese acto, quien inventa conceptos para ponerlos en su lugar y que otros los tomen (si desean). Escribir, leer, meditar como ejercicios fundamentales de la práctica filosófica que desea producir transformaciones subjetivas6.
Lo vengo diciendo de muchas maneras, en varios lugares7: no abogo por una teoría unificada de todo ni considero tampoco que haya un punto de vista privilegiado para cuestionarlo todo. Nadie tiene la posta y el siglo no tendrá un solo nombre propio. Lo que digo es que tenemos que constituirnos a nosotros mismos y eso es una tarea compleja que requiere de múltiples prácticas y teorías anudadas entre sí. Lo cual quiere decir que las prácticas y teorías (teorías prácticas, prácticas teóricas) son singulares e irreductibles, pero también composibles en el cruce y entrelazamiento: hay puntos de conjunción, sitios rigurosos de enlace donde podemos operar giros del nudo. Abogo más bien por un campo materialista unificado, una problemática común redefinida, que aloje para nuestras respectivas inteligencias y composiciones afectivas: sujeto, ideología, racionalidades políticas, estado, método, ética e imaginación política. Con esos tópicos anudados, sin pretender que nadie supere a nadie globalmente, pero entendiendo que hay aportes diferenciales, podríamos re-apropiarnos de la tradición materialista en su conjunto, sin caer en falsas disputas escolásticas.
Hay una variabilidad propia de la constitución humana, como decía Spinoza: “Distintos hombres pueden ser afectados de distinta manera por un solo y mismo objeto, y un solo y mismo hombre puede, en distintos momentos, ser afectado de distintas maneras por un solo y mismo objeto”8. Siempre hay quienes van a opinar distinto de algo por mero opinar, de acuerdo a cómo se hayan levantado ese día, qué hayan comido, si estudiaron o no, si se copiaban en la escuela, si los trataron mal de chicos o los consintieron, si lo superaron o elaboraron, si se resintieron o deprimieron, etc. Pensar es otra cosa. ¿Cómo llega alguien a pensar algo y no meramente a opinar? No es cuestión de ciencia, de lógica o de vivencia; el asunto es hacer el nudo justo entre una vida, su punto más vulnerable, lo simbólico de un lenguaje depurado hasta el hueso, y eso real que nos interpela de manera urgente. Solo recién ahí podemos decir que alguien piensa; no importa si apela a imágenes, símbolos, conceptos, fórmulas o puestas en escenas para hacerlo; no importan tanto los materiales como el modo de anudarlos, máxima exposición y peligro: basta que uno no se sostenga para que el conjunto se desintegre. Pensar y escuchar son actos que requieren de la escritura y la lectura, no importa en qué dispositivo se efectúen.
Sucede que la nueva tecnología del poder o racionalidad gubernamental que ha ido emergiendo en la convergencia del estilo comunicacional de redes, los montajes periodísticos y demás fakes, ya no es sustractiva ni productiva sino disociativa. Es el viejo lema “divide y reinarás” pero multiplicado y replicado en todos los niveles y dispositivos, alimentando odios y resentimientos sin cesar. La tuiterización del pensamiento que crea bandos por doquier, a diestra y siniestra, es consubstancial a lógica algorítmica e inversamente proporcional a la capacidad de pensar anudamientos entre irreductibilidades. Incluso quienes cumplen alguna mínima función intelectual han bajado de manera alarmante sus performances. El amor real no responde por lo semejante sino por aquello que nos sostiene unidos en lo absolutamente cualquiera y resulta heterogéneo a nuestro modo de ser. Por eso, otra vez, la modulación ética de estas técnicas de poder consiste en transformar los medios y plataformas virtuales a través de las tecnologías del anudamiento: técnicas de sí que no inciten a la división incesante sino a la composición virtuosa. Sobre estas plataformas hay un registro binario que traza nuestras preferencias y nos conduce siempre a lo mismo, pero también hay modos de lectura, escritura, meditación y prueba que nos pueden llevar a tramar otros tejidos irreductibles a la lógica algorítmica: el deseo de verdad no será computarizado. Pero para prescindir de las nuevas tecnologías y sus sujeciones, tenemos que aprender a servirnos de ellas.
Tampoco hay lazo social evidente, nunca lo hubo. En consecuencia, me gusta la idea de una comunidad invisible, del conjunto vacío, de la multiplicidad infinita que habita en uno y lo excede, del anudamiento entre irreductibles, de gestos materiales, etc. Cuando estoy allí escribo y me separo de todas las valoraciones sociales, de las jerarquías ficticias de saber, de los circuitos cerrados de pertenencia, de las esferas de especialistas y sus infatuaciones, etc. Me hago amigo de cualquiera que pueda devenir cualquiera también a su modo. Lo impersonal no es una mera consigna, sino un modo de escribir en singular, al borde del vacío, allí donde emerge un nombre propio que nada significa, porque se iguala a su significación. Hay un trazo, apenas, una huella que quizás otras singularidades captarán y retomarán a su debido tiempo. No se sabe y no importa, porque no hay garantías de transmisión, pero el deseo igualmente se juega. No es asunto de voluntad ni de libre albedrío.
Escribe Spinoza: “Los hombres se equivocan al creerse libres, opinión que obedece al solo hecho de que son conscientes de sus acciones e ignorantes de las causas que las determinan. Y, por tanto, su idea de ‘libertad’ se reduce al desconocimiento de las causas de sus acciones, pues todo eso que dicen de que las acciones humanas dependen de la voluntad son palabras, sin idea alguna que les corresponda.”9 Hace unos días volví a encontrar dos veces esta frase spinoziana, en un libro de Lordon10 y en la serie Devs. Es muy fuerte, muy pregnante la ideología espontánea de la libertad, entre cultos e incultos, hombres y mujeres, individuos y colectivos, de derecha y de izquierda, incluso entre spinozianos y no spinozianos. Porque la virtud es rara y la práctica de la libertad exige encontrar en cada cosa que nos afecta cuál es la causa adecuada. El determinismo no niega que el sujeto pueda hacerse causa adecuada de sus afecciones y determinaciones. No es lo mismo ponerse tristemente bajo el yugo de la ley, o creerse alegremente exceptuado de ella, que asumir su inexorabilidad en tanto nos constituye y abre la posibilidad de ya no ser como creemos que somos, incluso afectivamente; ahí emerge la libertad real y la verdadera felicidad: elegir incrementar nuestra potencia de obrar sobre la base material que nos sobredetermina (constitución, instituciones, leyes, aparatos, etc.). E igualmente, por más cuidado e inteligencia que pongamos en ello, incluso estatalmente, siempre puede venir un pequeño virus a borrarnos de un plumazo sobre la faz de la tierra. Lo sabemos demasiado bien, sin embargo, prefiero perseverar en el ser a reproducir la estulticia por todos los medios.
El problema entonces no es solo el “narcisismo de las pequeñas diferencias” y la infatuación del Yo, como dice Jorge Alemán11, sino que ya no es posible reponer una autoridad simbólica que alinee y unifique las conductas; tampoco la restauración de valores sociales o comunales que nos reúnan, cuando las prácticas efectivas y los dispositivos a través de los cuales nos vinculamos dispersan y cortocircuitan. Las mismas redes sociales no hacen más que generar réplicas y divisiones ad infinitum, casi nunca composiciones virtuosas. Asumiendo de plano el fracaso de estos medios y todas mis escrituras vinculadas a cambiar el modo de uso12, no obstante insisto. ¿Qué más nos queda? Si la cuestión no se resuelve entre lo imaginario (reconocimientos e infatuaciones) y lo simbólico (legados, nombres, tradiciones) es porque lo real tampoco puede ser invocado como puro traumatismo o antagonismo: el espanto no hace más que engendrar las peores pasiones (odios, rencores, envidias, temores). Aunque tampoco podemos dejar de pasar por ello. Lo real, en términos spinozianos, es la naturaleza misma y es desde allí, invocando la causalidad inmanente y la potencia que nos constituye, que podemos apuntalar nuevas conexiones y composiciones que generen afectos alegres; recomponer y dar otro uso a los dispositivos13. No espero que alguna vez se lea y entienda lo que digo, pero no puedo dejar de anotarlo (por si acaso).
Cabe preguntarse también por los efectos diferenciales que pueden tener una carta, un post, un twit, una nota, una entrevista o una evaluación. No es solo una cuestión estratégica o un saber experto lo que permite hacerlo, sino cuestión de eficacia simbólica, de pensamiento materialista a cultivar. ¿Nos abstenemos de criticar, de mostrar nuestras disidencias, o encontramos el medio y el modo más oportunos al caso? Como dice el amigo Diego Conno, entre el mutismo y la crítica abstracta hay un mundo14. Parte de la irracionalidad que nos domina en el presente, de la falta de un mínimo entendimiento, no pasa tanto por las creencias ideológicas y sensibilidades que nos separan inexorablemente, sino por el desconocimiento de la materialidad de la ideología y las distintas prácticas elementales, sus eficacias y sobredeterminaciones. Valga aclarar lo obvio: no es lo mismo escribir un post en Facebook desde el dolor que se replica, una nota que busca incidir en el pensamiento político u otra que desea orientar la crítica, etc. La orientación afectiva es clave en este asunto: atravesando el dolor y las distintas sensibilidades (sin desestimar las obras e inteligencias implicadas) que lo decisivo sea apostar por lo que aumenta la potencia de obrar. Quizás no acordemos en los medios y modos pero al menos que nos oriente la potencia y no el espanto.
Practicar la filosofía en vivo y en directo, incluso meditar en la muerte y en todos los males posibles: prepararse para morir. Meditar la muerte, no solo como posibilidad lógica o certeza ontológica, ni como un mal presagio o pensamiento, pesimista o angustioso; meditar la muerte como una realidad concreta: ponerse en el lugar de alguien que está muriendo o va a morir inminentemente; no solo situarse en abstracto sino en una sala de internación, entubado, con dificultad para respirar y frío, incómodo y solo. He estado en esa situación, sé lo que es y no se la recomiendo a nadie; pero hay que meditar seriamente y cotidianamente en ello, porque la estupidez humana, la distracción periodística, las obligaciones diarias y las fugas hacia futuros improbables resultan a veces más fuertes. Si no incorporamos la muerte a nuestra vida, si no meditamos en la muerte como ejercicio cotidiano, no podremos cambiar jamás nuestra forma de vivir y daría lo mismo que sobreviviéramos a esta pandemia. Como dice Levín: “Lo que hay en el fondo es qué hacemos nosotros, los seres humanos del siglo XXI, con la muerte. Qué rol cumple. ¿Tratamos de no morir nunca o la tratamos de incorporar dentro de nuestras preocupaciones? ¿La incluimos en protocolos, en medidas de prevención, etcétera? (…) Morirse es una etapa de la vida. Forma parte de vivir. Es trascendente hablar de estos temas. No sólo de los números, la tasa de mortalidad, cuántos infectados y recuperados o muertos hay: ¿cuántos de los que van muriendo tienen acompañamiento?”.15
Si en esta hora funesta tenemos que cuidar más que nunca al gobierno y a nuestras precarias instituciones democráticas, eso no quiere decir que debamos abstenernos de la crítica, como dice Horacio González16, sino que mejor reinventar los modos de ejercerla con amor e inteligencia, mediante nuevas lógicas y conceptos, evitando caer en las dicotomías tramposas de siempre: entre vitalismo y cientificismo, entre autonomismo y estatismo, reformismo y revolución, etc. La institución del matrimonio por ejemplo, que se podría considerar prima facie conservadora y reproductora, puede ser reapropiada y resignificada por las luchas igualitarias, como ha sucedido en Argentina recientemente: mediante una ley que ya ha cumplido diez años. Pues hay dos formas de entender la ley, las instituciones y los aparatos ideológicos de Estado: o bien ordenándolos según la lógica del Todo de manera exclusiva, segregativa y coercitiva, en función del “para todos” que supone siempre una excepción; o bien según la lógica del no-Todo de manera abierta, sin excepciones ni exclusiones, en función de que “no hay nadie obligado” pero cualquiera puede acceder. Una lógica simple y difícil de entender, a veces, que debería ser aplicada a todos los derechos, incluidos el aborto, la educación pública o la renta básica universal. Una cosa es imponer la ley, otra cosa es lo que habilita la ley. El rigor de la ley bajo las instituciones democráticas tiene que caer sobre quienes segregan, violentan, limitan y prohíben, no sobre quienes desean, abren, componen y generan.
Ejercer la crítica en inmanencia, el gobierno crítico y ético de nosotros mismos es posible, aunque a veces pareciera imposible. Hay días que llegamos agotados, agotadísimos, como si fuese ya mismo el fin de todo, absolutamente todo. Entonces nos preguntamos: ¿Qué queda, cuando han caído todos los velos y desvelos, todos los motivos y semblantes, la sensibilidad y la furia, el espanto y la sutil inteligencia? No queda nada. Menos que nada. Apenas una gota de ese elixir llamado deseo que quizás mañana, tal vez mañana, nos despierte nuevamente. Pero no lo sabemos. El problema no es tanto lo que hacemos o dejamos (de) hacer, sino el modo en que lo hacemos: es un problema de método. No tenemos que ser absolutamente originales o revolucionarios para reinventarnos a nosotros mismos y cambiar nuestra forma de vida. Todo empieza en un sutil gesto de inversión: dejar de hacer las cosas por exigencias y recompensas, hacerlas por el simple placer de hacerlas y seleccionar cada actividad en función de eso. Preguntarnos cada vez que vamos a hablar, escribir, implicarnos en un trabajo o proyecto: ¿Aumenta mi potencia de obrar o no, me causa alegría o no? Hacer a un lado todas las imaginaciones referidas a cálculos, ganancias, recompensas, etc., incluso la lógica del sacrificio o el mal menor. Si entendemos que el trasfondo de todo es disolvernos como polvo en el espacio, cada gesto vital es decisivo y cuenta, en tanto nadie ni nada nos obliga a vivir en la miseria más absoluta.
Quizás el modo de ejercer la crítica en este presente distópico, fuera de quicio, sea cruzando el psicoanálisis con la ética spinoziana. ¿Cómo sería un psicoanálisis spinoziano? No buscaría acotar el goce, angustiar con la falta, imputar moralmente, ni hacerse el cínico o el irónico con el sufrimiento del paciente. Su orientación sería simple y rigurosa, afectiva y geométrica: apuntaría a que el sujeto se conecte y componga con lo que aumenta su potencia de obrar y genera afectos alegres: sean palabras, conceptos, objetos, imágenes, sonidos, etc. Dejaría caer en el vacío todo lo demás: alegrías del odio y compensaciones secundarias. Luego, de a poco, iría mostrando que esa potencia emerge del sujeto mismo cuando considera su potencia de obrar. Y, por último, lo conduciría a tocar desde ese punto singular el infinito que somos: la perspectiva de la eternidad donde todo se disuelve o inscribe como marca imperecedera.
Hace poco mi hija (5) me dijo que tuvo el siguiente pensamiento: “Estaba pensando en alguien que a su vez estaba pensando en alguien que a su vez estaba pensando en alguien, y así, al infinito”. ¿Y quién empezó el pensamiento?, le pregunté: “Yo”, me dijo, “pero no sé quién es el último…” Le conté que me hizo acordar un poema de un tal Borges que dice más o menos así: “Dios mueve al jugador y este a la pieza (de ajedrez), qué Dios detrás de Dios la trama empieza”. Hay gente que le llama Dios a ese pensamiento. “Ah, nada que ver”, me contestó.
Roque Farrán nació en Córdoba en 1977. Es Investigador Adjunto del Conicet, Doctor en filosofía y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de Córdoba, y miembro de los Comités Editoriales de las Revistas Nombres, Diferencias y Litura. Publicó los libros Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo, 2014), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra/Palinodia, 2016), Nodaléctica. Un ejercicio de pensamiento materialista (La cebra, 2018), El uso de los saberes. Filosofía, psicoanálisis, política (Borde perdido, 2018), Leer, meditar, escribir. La práctica de la filosofía en pandemia (La cebra, 2020); editó junto a E. Biset Ontologías política (Imago mundi, 2011), Teoría política. Perspectivas actuales en Argentina (Teseo, 2016), Estado. Perspectivas posfundacionales (Prometeo, 2017), Métodos. Aproximaciones a un campo problemático (Prometeo, 2018).
Mail: roquefarran@gmail.com
1 Emmanuel Biset, “Deconstrucción”, en Revista Bordes, 16 de julio de 2020. http://revistabordes.unpaz.edu.ar/deconstruccion/
2 Michel Foucault, ¿Qué es la Ilustración?, Madrid, La piqueta; Michel Foucault, Michel, El coraje de la verdad: el gobierno de sí y de los otros II. Curso en el Collège de France (1983-1984). Buenos Aires, FCE, 2010.
3 Louis Althusser, “La única tradición materialista [1985]”, Youkali, 4, pp. 132-154.
4 Roger Chartier, Escribir las prácticas. Foucault, De Certeau, Marin, Buenos Aires, Manantial, 1996, p. 115.
5 El último libro que escribí (de pronta publicación), que anuda populismo, feminismo y psicoanálisis está atravesado por la elaboración de ello.
6 Roque Farrán, Leer, meditar, escribir. La práctica de la filosofía en pandemia, Adrogué, La cebra, 2020.
7 Roque Farrán, “Uso materialista del pensamiento de Jacques Lacan. Psicoanálisis, política y racionalidad”, Demarcaciones, 8, 2020, pp. 89-106.
8 Baruch Spinoza, Ética demostrada según un orden geométrico, Madrid, Alianza, 2006, p. 247.
9 Baruch Spinoza, Ética demostrada según un orden geométrico, Madrid, Alianza, 2006, p. 157.
10 Frédéric Lordon, La sociedad de los afectos: por un estructuralismo de las pasiones, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2018.
11 “Imaginario: Alberto, Alfonsín, Cristina”, en Página 12, 16 de julio de 2020. https://www.pagina12.com.ar/278682-imaginario-alberto-alfonsin-cristina
12 Roque Farrán, El uso de los saberes. Filosofía, psicoanálisis, política, Córdoba, Borde perdido, 2018.
13 Uno de los mejores estudios recientes sobre la resignificación de los dispositivos es el libro de Luciana Cadahia, Mediaciones de lo sensible. Hacia una economía crítica de los dispositivos, Buenos Aires, FCE, 2017.
14 Diego Conno, “la orquesta de Alberto”, La tecla eñe, 20 de julio de 2020. https://lateclaenerevista.com/la-orquesta-de-alberto-por-diego-conno/
15 Maria Daniela Yaccar, “La muerte y el duelo en la era covid-19”, Página 12, 26 de julio de 2020. https://www.pagina12.com.ar/280911-la-muerte-y-el-duelo-en-la-era-covid-19
16 “El tabú de la correlación de fuerzas”, en La tecla eñe, 17 de julio de 2020. https://lateclaenerevista.com/el-tabu-de-la-correlacion-de-fuerzas-por-horacio-gonzalez/