Por Alejandro Cantisani
(UNPAZ, UNAJ, UBA)
El aniversario de la Revolución de Mayo lleva implícito siempre la necesidad de establecer una reflexión pública respecto al sentido de la misma. En el libro Historia de la ideas en la Argentina, que recopila en forma de manuscrito las clases universitarias de Oscar Terán, el autor elige un título sugestivo para la segunda lección, a saber, “Mariano Moreno: pensar la Revolución de Mayo”. Hecho curioso: pensar la Revolución de Mayo a partir de su derrotado, Mariano Moreno. Indicación de que dicho proceso político implica un desgarramiento. No hay una Revolución de Mayo unificada. La Revolución de Mayo es la pugna en torno a los distintos proyectos de la futura nación argentina existentes. Si hay un derrotado en la pugna por el establecimiento de un proyecto de nación entonces hay un vencedor. El jacobinismo de Moreno fue el gran derrotado de la Revolución de Mayo. ¿Esto implica que fue el único proyecto de nación derrotado? ¿Quién o quiénes fueron los vencedores de dicha Revolución de Mayo? El vencedor coyuntural del proceso de la Revolución de Mayo fue Cornelio Saavedra, no como figura individual, sino como expresión de los sectores conservadores de la Revolución. Para los sectores conservadores representados por Saavedra, la Revolución quedaba reducida a un simple cambio de administración política. La misma no implicaba una reflexión más profunda respecto de la posibilidad de una transformación social.
Nuevamente Terán: “pensar la Revolución de Mayo”. La disputa política de la Revolución de Mayo es también una lucha por el modo general de comprensión de la nación. Saavedra es el signo de una nación representada bajo la forma de la unión. Por el contrario, Moreno es el signo de una nación que se está pensando a sí misma y por lo tanto no puede reducirse a la unión. Fuera esa la intención o no de Terán, el título “Mariano Moreno: pensar la Revolución de Mayo” nos brinda una fórmula potente para reflexionar respecto de la forma general de la nación. Consumación y deuda. Saavedra como una nación que el 25 de Mayo encuentra su consumación, o sea, ya está realizada. Moreno como una nación que nunca llega a concretarse y por ende se transforma en deuda del futuro. Consumación: la nación como el origen patrio de la unión que permanece inmutable. Deuda: nación como aquello que partir del 25 de Mayo genera una apertura nunca consumada de sí misma.
Pensar la Revolución de Mayo, tomando la fórmula de Terán, exige reflexionar también sobre el modo en que la misma se inscribe en nuestro presente. La pregunta es, ¿cómo llevar a cabo dicha reflexión? La forma más tradicional sería hacer una historia de las ideas que nos lleve del 25 de Mayo a nuestro presente. Quisiera aquí ensayar la reflexión sobre el 25 de Mayo de un modo distinto. Simplemente tomar las dos formas generales de la nación enunciadas, a saber, la nación como unión / consumación, y la nación como aquello que en tanto deuda no puede estar unida. Y preguntarnos, ¿cómo irrumpen estas dos formas de la nación en nuestro presente? Para ello propongo al lector partir de una frase que entendiendo es expresiva de la nación pensada como unión / consumación: “Me comprometo a unir a los argentinos”.
“Me comprometo a unir a los argentinos”. Con esta frase el actual presidente de la Argentina, Mauricio Macri, cerraba su acto de campaña presidencial en la ciudad de Córdoba en 2015. Un mes después sería electo presidente. ¿Qué tipo de nación construye la frase “me comprometo a unir a los argentinos”? En un excelente libro titulado La nación entre naturaleza e historia Gisela Catanzaro señala que hay tres modos posibles de pensar la pregunta por la nación. La primera y la más clásica es aquella que formuló Ernst Renan bajo la pregunta “¿qué es una nación?”. Una segunda forma de la pregunta por la nación puede ser rastreada en el pensamiento alemán del siglo XIX, principalmente en pensadores como Fichte y Hegel. Dicha reflexión respecto de la nación se articularía bajo la pregunta “¿qué nación somos?”. Por último Catanzaro nos indica que hay un tercer modo de la pregunta por la nación, argentino este, el cual impregnaría la pregunta de una suerte de lamento por la nación que no somos. Este modo estaría signado por el lamento de Sarmiento, cuya obra se preguntaría si efectivamente “¿somos nación?”.
Quisiera aquí afirmar que en una primera instancia la frase “me comprometo a unir a los argentinos” oscila entre la pregunta “¿qué nación somos?” y la pregunta “¿somos nación?”. ¿Qué nación somos? O mejor dicho, qué nación supone Cambiemos que somos cuando Macri dice “me comprometo a unir a los argentinos”. Basta con recurrir a una serie de lugares comunes del discurso de Cambiemos para responder a esta pregunta: los argentinos somos emprendedores, creativos, solidarios, etc. Ahora bien, me interesa aquí resaltar el otro polo de la oscilación, el del lamento sarmientino. ¿Somos nación? Sí, pero no. La nación es un conjunto de gente emprendedora y creativa. Hay nación. Pero algo impide que haya nación. ¿Somos nación? Somos una nación truncada. Algo obtura la existencia de la nación. ¿Quién o qué es ese algo? El kirchnerismo. Sabemos que nación somos pero aún no lo somos porque algo lo impide.
La oscilación de Cambiemos entre la nación que somos y la nación que no somos producto de aquello que lo impide nos sitúa en cierto punto en la pregunta de Renan: “¿qué es una nación? ¿Por qué decimos esto? En el texto de Renan ¿Qué es una nación? el mismo nos señala el componente profundamente histórico de eso que llamamos nación. En dicho sentido Renan sostiene que la nación es ante todo una antigua conquista. Pero aún más, señala que el presente es una constante relegitimación o deslegitimación del hecho de que ante esa antigua conquista aún deseamos seguir viviendo juntos. ¿Qué quiere decir esto? La nación debe olvidar la antigua conquista para poder existir en común en el presente. Cuando Macri dice “me comprometo a unir a los argentinos” y señala con claridad aquello que impide que seamos la nación que somos, está reconociendo la existencia de una antigua conquista. Está reconociendo que hay algo que se sitúa dentro de una tradición que Sarmiento denominó barbarie. Y que según Jauretche se reactivaría como lo otro de aquello que domina la nación argentina con otros nombres, a saber, yrigoyenismo, cabecitas negras, subversivos, etc. Oposición entre civilización y barbarie que ya se encuentra implícita también en la Revolución de Mayo, en donde el jacobinismo de Moreno y sus seguidores es visualizado por Saavedra y los conservadores afines al mismo como bárbaro. Pero aún más, cuando Macri dice “me comprometo”, también esta afirmando que va a hacer olvidar la antigua conquista en pos de la unión de la nación. Como es bien sabido todo olvido forzoso conlleva necesariamente el uso de la violencia.
Hasta aquí estamos situados en Renan y en cierto punto también en la tesis que sostiene Eric Hobsbawm en su libro Naciones y nacionalismo desde 1780. O sea, en la idea de que la nación no es algo que exista per se sino que es un producto histórico creado por el Estado a efectos de construir cierta ficción comunitaria. Esto quiere decir que ante la asimetría del poder real el Estado crearía la nación como un modo ficcional de lidiar con dicha asimetría. En nuestro caso ese poder real sería la asimetría entre civilización y barbarie, reactualizada bajo la fórmula de la Argentina unida de los civilizados de Cambiemos y de la Argentina desunida del kirchnerismo bárbaro.
¿Es este el único modo de pensar a nación? Claramente no. Si Renan y Hobsbawm nos presentan un modo de la nación sustentado en el olvido, o bien, en el olvido forzoso producto de la coerción estatal, Benedict Anderson en su libro Comunidades imaginadas va reivindicar cierto modo ficcional de la nación. En correlato, Anderson va a caracterizar la nación bajo la forma de la “comunidad imaginada”. ¿Qué significa esto? Él va a agregar a la reflexión sobre la nación la cuestión de la dimensión territorial, pero no a la luz de la coerción estatal, sino en la forma de la siguiente pregunta, ¿qué tenemos en común con aquellos compatriotas que nunca vimos? La respuesta de Anderson es contundente, probablemente nada. No obstante construimos toda una serie de imágenes de la comunión (lo común) a efectos de que nos sintamos parte del mismo espacio común. Bajo esta idea de “comunidad imaginada” la nación sería aquello que más allá de la desigualdad y la explotación se concibe como una suerte de compañerismo profundo y horizontal; como fraternidad.
¿Podríamos pensar que la idea de nación que nos presenta Cambiemos responde al principio de la “comunidad imaginada”? Con suma claridad no. “Me comprometo a unir a los argentinos” obtura un principio básico de la idea de “comunidad imaginada”, a saber, hay desigualdad, hay explotación, no obstante es posible construir un sentimiento de fraternidad. ¿Podríamos pensar en la Argentina la existencia de una idea política capaz de encarnar la “comunidad imaginada”? Arriesguemos a decir que sí: “La patria es el otro”. Con esto no me refiero a la agrupación política que propulsó dicha frase. Sino a la propia idea política en sí. Inclusive podríamos afirmar que dicha agrupación política no estuvo en modo alguno a la altura de la idea de que la patria es el otro, razón por la cual dicha frase termino siendo un mero slogan de campaña vacío de contenido, a la vez que el signo del fracaso político de dicha agrupación.
“La patria es el otro”. Retomemos simplemente la idea de dicha frase. Lo primero que resulta interesante de esta idea es la propia contradicción en los términos. Si el concepto de patria supone muchas veces la suposición de un supuesto vínculo casi natural entre los hombres, la idea de “la patria es el otro” eclosiona dicha concepción. No hay unión natural entre los hombres de una nación, hay otros. “La patria es el otro” conmueve entonces también los cimientos del nacionalismo chauvinista que supone la existencia de una esencia de la patria y en correlato de la nación. La contradicción de la frase “la patria es el otro” nos permite pensar la nación no ya como unión sino como diferencia. Nótese que digo diferencia no pluralidad. Mientras que la pluralidad presupone un marco de igualdad, la diferencia implica el reconocimiento de la existencia de otros radicalmente desiguales; con los cuales no obstante podemos construir un espacio común de fraternidad. “La patria es el otro”, o nuestra “comunidad imaginada”, nos devuelve a un horizonte conflictivo de la nación pero redimensionado. Anderson estaría de acuerdo en la caracterización que realiza Renan de la nación como una antigua conquista. Sin embargo, para Anderson, eso no supone el olvido presente, sino por el contrario ficcionalización y reficcionalziación de esa antigua conquista.
¿Cómo reficcionalizamos ese pasado comunitario? ¿Podemos elegir reficcionalizarlo? Para contestar a estas preguntas debiéramos primeramente realizar una aclaración. Si hay una antigua conquista podemos afirmar, siguiendo a Walter Benjamin, que existe una tradición de los vencedores y una tradición de los vencidos. El problema, o mal entendido, sería pensar que estas tradiciones se actualizan sin mediaciones. En este sentido es que cobra relevancia el término “traducción”. En su ensayo La tarea del traductor, Benjamin nos permite vislumbrar una cuestión central respecto de la “traducción”, a saber, la misma siempre es incompleta. Ninguna traducción es plena, siempre hay algo del original que se pierde al traducir algo. Ahora bien, cuando Benjamin piensa la traducción no lo hace simplemente en términos literarios o lingüísticos. Por el contrario la traducción, como tarea, está en íntima concepción con el modo en que Benjamin entiende el tiempo histórico, y más aún, la relación del presente con el pasado. En lo que respecta a las dos tradiciones que hemos mencionado, la de los vencedores y los vencidos, la pregunta que podríamos formular en clave benjaminiana es la siguiente, ¿cómo traducir al presente esas tradiciones pasadas? En tanto toda traducción es incompleta e implica una pérdida, lo primero que debiéramos decir es que no es posible traducir plenamente esas tradiciones pasadas. Esto redimensiona el análisis respecto de la díada vencedores y vencidos. ¿Por qué? Siguiendo la tesis de Jauretche que reza que la zoncera madre de la Argentina es la oposición entre civilización y barbarie, podríamos identificar la tradición de los vencedores con aquello que Sarmiento definió como civilización, y la tradición de los vencidos como aquello que en el Facundo es definido como lo bárbaro. E inclusive trazar líneas de continuidad históricas. Y postular por ejemplo que la tradición de los vencedores se desarrolla históricamente en una línea de continuidad entre unitarios, oligarcas, dictaduras y gobiernos neoliberales. Mientras que la tradición de los vencidos se desarrolla en una línea de continuidad histórica entre federales, yrigoyenistas, peronistas y gobiernos populares. A pesar de lo dicho, si seguimos las indicaciones de Benjamin, podemos afirmar que el hecho de que existan tradiciones, líneas de continuidad históricas, no significa que los sujetos políticos del presente sean idénticos a los del pasado. Esto significa que unitarios, oligarcas, dictaduras y gobiernos neoliberales no son idénticos entre sí, y no obstante pertenecen a una misma tradición política. Del mismo modo que federales, yrigoyenistas, peronistas y gobiernos populares no son idénticos entre sí, y también no obstante pertenecen a una misma tradición política. El malentendido por el cual muchas veces se postula la identidad plena entre los sujetos políticos del pasado y del presente obedece a una exagerada ponderación del tiempo histórico presente. Y es que en sentido estricto nosotros, sujetos políticos del presente, no elegimos que tomar del pasado. El pasado irrumpe. Irrumpe y reclama realizar aquello que no pudo ser realizado plenamente. Ante esto la primera pregunta que los sujetos históricos presentes se realizan a sí mismos es, ¿vamos a hacernos cargo de esa irrupción del pasado? Y en caso de que así lo fuera, emerge una segunda pregunta política, ¿cómo traducimos esa irrupción del pasado a la política presente? Si atendemos a lo que hemos enunciado anteriormente, podemos decir nuevamente que dicha traducción implica una pérdida. Para ser claros, pongamos un ejemplo. Nadie duda que tanto el gobierno de Cambiemos como el de Menem pueden ser caracterizados como gobiernos neoliberales. E inclusive que pertenecen a una misma tradición política. No obstante, el neoliberalismo de Cambiemos no es idéntico al de Menem. Del mismo modo que el neoliberalismo de Menem tampoco fue idéntico al neoliberalismo de la última dictadura militar de la Argentina.
Siguiendo lo anterior, quisiera formular dos preguntas: ¿cómo irrumpe la tradición de los vencedores? Y, ¿cómo irrumpe la tradición de los vencidos? La palabra clave para responder a estas preguntas es “utopía”. Justamente en tiempos políticos en los cuales esta palabra pareciera no tener ya sentido alguno, me parece fundamental reactivar el uso de la misma, pero de un modo distinto al clásico. ¿Por qué digo esto? Bajo los lineamientos de las definiciones clásicas, la utopía nos remite a una sociedad ideal, a la vez que a una sociedad futura. Yo quisiera aquí problematizar dicha caracterización y postular que a la luz de las dos tradiciones enunciadas, vencedores y vencidos, es posible afirmar que existen dos modos posibles de la utopía; los cuales en su existencia eclosionan dicha definición clásica. ¿Cuáles son esos dos modos de la utopía? Por un lado hay una utopía de los vencedores. La misma es una utopía de la consumación. Por otro lado hay una utopía de los vencidos. La misma es una utopía de la deuda. La utopía de la consumación es aquella que en su irrupción exige el cierre, el olvido. Exige realizar la utopía de una sociedad reconciliada consigo misma. Pero justamente por eso es una falsa utopía, puesto que si la utopía es la sociedad ideal, pretender haber realizado la utopía de la sociedad reconciliada consigo misma es desconocer la división y el conflicto constitutivo de cualquier cuerpo político. Esta es la utopía que encarna Cambiemos cuando afirma que se compromete a unir a los argentinos. Por el contrario, la utopía de la deuda es aquella que se hace eco de lo pendiente. Lo cual implica no ya una crítica del presente en vistas de una sociedad futura más justa, a partir de una supuesta sociedad ideal que no existió nunca. Sino que la utopía de la deuda es aquella que proyecta la justicia del futuro en aquello que ha quedado inconcluso en el pasado. Lo interesante es que bajo esta caracterización de la utopía la misma nunca podría realizarse plenamente, puesto que ello implicaría la posibilidad de una sociedad sin conflicto; lo cual en el marco de una política democrática es un absurdo. En correlato la utopía de la deuda es aquella que viene a desarticular la utopía de la consumación. Aquella que le recuerda a los que pretenden unirnos que hay proyectos políticos, sociales y económicos inconclusos, y que dicha supuesta unión sólo puede darse al costo de cercenar violentamente dichos proyectos; de hacerlos olvidar por la fuerza.
Dijimos anteriormente que Cambiemos encarna la utopía de la consumación. ¿Quién encarna la utopía de la deuda? La misma pregunta presenta una trampa. Si algo de lo dicho anteriormente tiene sentido no puede haber un “quién” de la utopía de la deuda. La unicidad del “quién” obedece a la utopía de la consumación. La utopía de la deuda es un “quiénes”, o sea, un conjunto heterogéneo. Hay sin embargo una frase bastante expresiva de la utopía de la deuda, a saber, “vamos a volver”. El error político sería creer que esa frase, “vamos a volver”, es potestad exclusiva de un partido, un líder político, o una alianza electoral circunstancial. “Vamos a volver” es el estado de una deuda presente, que ya es el pasado que retornará como pendiente en el futuro, como un “nosotros” que somos los “quiénes” ya siendo otros.
Ese “nosotros” que ya somos “otros” sea tal vez la herencia de uno de los modos de comprender la Revolución de Mayo: la revolución como “potencial”. Herencia que nos indicaría que la nación nunca es un hecho consumado como pretendía Saavedra, y como pretende Cambiemos actualmente. La Revolución de Mayo como “potencial” irrumpe en el presente como deuda, exigiendo que la reflexión respecto de la nación cobre la pregunta por el “nosotros” presente, que es siempre un “pensar” las deudas del pasado, para abrirnos a un futuro incierto.