Nota colectiva en homenaje a Alberto Julio Fernández
Alberto Julio Fernández fue una figura clave en el territorio de José C. Paz. En este homenaje colectivo se recuerda su papel en la creación de la Universidad Nacional de José C. Paz, su labor en el Museo Histórico de José C. Paz José Altube, y su constante esfuerzo por dignificar al pueblo paceño.
Introducción
Mauro Benente y Sebastián Russo Bautista
El domingo 27 de julio nos enteramos de que ya no veríamos más a Alberto Julio Fernández en persona ni en sus lugares de pertenencia y querencia: el Museo Histórico de José C. Paz José Altube –que dirigía–, y la Universidad Nacional de José C. Paz –que había contribuido a fundar, y de la que había sido su Secretario de Vinculación con la Comunidad y Extensión Universitaria.
Con el texto de textos que sigue no pretendemos suplir su ausencia (ausencia circunstancial, porque seguirá presente en todxs nosotrxs), sino más bien reivindicar cada acto, cada gesto, cada reto de su querida presencia por la Universidad, el Museo, y el pueblo de José C. Paz. La vida, obra, gestión y perspectiva popular de Alberto puede/debe ser puesta en relevancia junto a su calidez, solidaridad y militancia. Y en zonas de su incumbencia como la cultura popular, la territorialidad, la educación primaria y universitaria, la historiografía popular, la vinculación con instituciones intermedias y un largo etcétera.
Los textos que siguen fueron escritos de modo separado, y con el desorden que una noticia intempestiva como ésta genera, pero componen una melodía marcada por notas y cadencias singulares. La melodía de una vida rítmica (ATR se diría hoy día, abrevando en las formas y claves culturales contemporáneas a las que era receptivo y divulgador), vida a todo ritmo la de Alberto, que todo el tiempo intentó darle voz a quienes no la tenían; que pretendía que un pueblo narrara su propio derrotero, que no dejara narrarse por voces tan ajenas como prejuiciosas.
Los textos aquí reunidos destacan acciones, intervenciones y miradas que, si bien surgen de la emoción del recuerdo de una persona querida, buscan trascenderla en pos de abrevar en un legado, una herencia a mantener viva. Y si bien retoman las notas síncopadas o armoniosas, características de una persona que ya no está, lo hacen para que tales melodías sigan sonando. Para que nunca dejen de resonar esas notas de amor y compromiso que no queremos olvidar, que te queremos seguir entonando cada vez.
Forman parte de este homenaje (por orden de envío) Silvia Storino, Federico Thea, Mauro Benente, Ernesto Mattos, Sofía Airala, Jorge Cortez. Sebastian Russo Bautista, Victoria Pirrota, Vicky Gurrieri, Ricardo Esquivel, Gabriel Lerman, Paula Arcuri, Juan Ciucci, Pablo Gullino, Celeste Falón, César Bellatti, Aldana Rago, Darío Kusinsky, Fernando Fiorenze y muchxs más que aun sin haber llegado a delinear un texto, por distintas razones que incluyen la conmoción, acompañan de algún modo en la estela y constelación que Alberto generó. Lo que hace que una convocatoria de este tipo no puede menos que seguir abierta y encontrar las formas de expresión que el amor, el compromiso y el deseo de mantener viva la memoria de Alberto así lo decida.
El mejor de los baqueanos
Silvia Storino
El baqueano es aquel que conoce profundamente el territorio que pisa. Su comprensión del terruño es parte de una experiencia intensa, forjada durante muchos años y heredera de generaciones. El baqueano es parte misma de la tierra que recorre, vive y siente permanentemente.
Encontrar un baqueano no es fácil porque no alcanza con poseer estas habilidades. Es necesario estar dispuesto a compartir con generosidad lo que se tiene. Por eso, quien tiene la fortuna de dar con él, puede adentrarse iniciáticamente en el lugar desconocido con confianza, sin desorientarse. Con un baqueano se aprende a amar el lugar a pura caminata.
Para muchas y muchos de nosotros, Alberto fue el más grande de todos los baqueanos. Supo compartir, sin reparos ni mezquindades, el conocimiento y el afecto por José C Paz, sabiendo que lo local, eso que es singular, idiosincrático, crecido a la luz de un torbellino de personas, lugares y situaciones, venturas y fracasos, no es una escala menor de lo provincial o lo nacional. Es la dimensión geográfica y política de la mismísima vida relacional, que expresa, en sí misma, todas las escalas, que encarna todos los proyectos, que pone nombre a gran parte de nuestra vida cotidiana. Alberto se ocupó de formarnos en la localía, para que nadie quedara fuera de juego, para hacernos parte y con ello, enriquecer el territorio.
Aquel baqueano que montado en un banquito mítico, guio a una plebeyada esperanzada por las huellas de la vida universitaria, hoy es leyenda y nos señala la dirección a seguir. Porque aunque te arrancaron injustamente de nuestras vidas (como si el pueblo no tuviera ya demasiados martirios), no nos olvidaremos de las lecciones aprendidas. Porque el buen baqueano, en definitiva, no solo orienta, sino que enseña a no equivocarse jamás el camino de los justos. ¡Hasta la victoria siempre, compañero!
El fuego revolucionario de la cultura en UNPAZ
Federico Thea
Hoy despedimos con un profundo dolor y una gratitud inmensa a Alberto J. Fernández, una figura que fue mucho más que un colega: fue un verdadero pilar, un amigo y un guía fundamental en la gesta de la Universidad Nacional de José C. Paz (UNPAZ).
Tuve el honor de ser el primer rector electo de nuestra querida UNPAZ, y Alberto estuvo a mi lado desde el primer día. Su rol como secretario de integración con la comunidad y extensión universitaria fue clave en la construcción de ese vínculo entre universidad y territorio, pero su aporte trascendió ampliamente cualquier cargo. En un distrito históricamente postergado como José C. Paz, donde la oportunidad de estudiar en la universidad era un sueño inalcanzable para muchos y muchas, Alberto se convirtió en un faro de esperanza. Fue él quien acompañó, guio y aconsejó a cada estudiante, desde los jóvenes hasta los adultos, e incluso a las y los adultos mayores, con quienes trabajaba incansablemente. Animó y estimuló a cada persona que se acercaba con la ilusión de aprender. Su calidez humana, su compromiso inquebrantable y su visión transformadora fueron esenciales para que esa universidad recién nacida abriera sus puertas y sus brazos a toda la comunidad.
La profunda pasión de Alberto por la historia de José C. Paz no solo se manifestó en su rol como director del Museo Histórico José Altube, sino que fue clave para integrar el museo con la UNPAZ, enriqueciendo nuestra oferta cultural y educativa. Él entendía profundamente que conocer la historia de un pueblo es sentar las bases de su identidad y forjar su futuro. Su incansable labor como docente y su profunda visión sobre el poder transformador del saber fueron inspiración constante.
La cultura es el camino más revolucionario: prende su fueguito lentamente, tarda en arder pero su calor y su luz cambian la vida de muchos y muchas. Y Alberto, en ese sentido, fue un verdadero revolucionario. No solo construyó conocimiento; construyó puentes, derribó barreras y sembró futuro. La UNPAZ lo reconoce entre sus fundadores, entre los que prendieron ese fueguito que hoy sigue iluminando las vidas de miles, expandiendo horizontes y generando oportunidades. Su legado, palpable en cada pasillo de nuestra universidad y en la vida de cada egresado y cada egresada, es un testimonio eterno de su generosidad y su visión.
Que su memoria nos inspire a seguir construyendo la universidad inclusiva y transformadora que él tanto ayudó a forjar. Gracias por todo, querido Alberto. Tu espíritu vive en cada rincón de nuestra UNPAZ y en el corazón de José C. Paz. Descansa en paz.
“Es súper necesario ir a las escuelas. Los pibes necesitan tomar conciencia de la importancia del voto”
Mauro Benente
Imagino que con el preámbulo de alguna anécdota coyuntural, pero conectada con otra dimensión estructural de largo aliento, hacia mediados de 2015 Alberto me dijo –no me preguntó– que tenía que armar unas charlas para pibes y pibas de 16 y 17 años. El 31 de octubre de 2012 se había sancionado la Ley 26.774, que habilitaba a las y los jóvenes de 16 y 17 años a votar en las elecciones nacionales, y el 13 de diciembre de ese año la Provincia de Buenos Aires había legislado en igual sentido para los cargos nacionales y provinciales. Unos meses antes de las elecciones presidenciales, Alberto tenía un doble interés: instar a los pibes y pibas a ir a votar, y entusiasmarles para inscribirse en la UNPAZ una vez terminados sus estudios secundarios.
Armamos las charlas unas semanas antes de las PASO del 9 de agosto de 2015, que giraron alrededor de los sistemas electorales y de las competencias de los poderes ejecutivos y legislativos nacional, provincial y municipal. Recuerdo que la mañana de la primera charla hacía un frío de cagarse, de esos que tiñen con escarcha los pastos que se ven desde la ventanilla del San Martín. Mientras yo imaginaba que no armaríamos ni un equipo de fútbol 5 con las y los asistentes, el Salón de Próceres Latinoamericanos –no me gusta el actual nombre de Auditorio, e imagino que al viejo Alberto tampoco le gustaba– estaba lleno. Pero esa no fue mi mayor sorpresa, sino que a Alberto lo conocían y saludaban no solo las y los profes del secundario, sino también las y los pibes de cuarto y quinto año.
En ese mismo año 2015 Eduardo Rinesi publicaba Filosofía y política de la universidad libro en el que, retomando la Segunda Conferencia Regional de Educación Superior realizada en Cartagena de Indias en junio de 2008, teorizaba sobre el derecho a la educación superior. Un derecho con una faz individual –ingresar, permanecer, egresar–, pero también con una dimensión colectiva: el derecho del pueblo de servirse de los conocimientos generados en la Universidad. En esa misma línea Eduardo se explayó en una entrevista que publicamos por EDUNPAZ en un librito que titulamos La universidad se pinta de pueblo.
En aquel 2015 Alberto nos instaba a pintar de pueblo la universidad. Le daba carnadura a aquella dimensión colectiva del derecho a la educación superior. Ni nos preguntaba qué nos parecía vincularnos con quienes no estaban en la universidad –en este caso pibas y pibes del secundario–. Creo que porque ni siquiera se imaginaba una universidad que no estuviera vinculada con ese pueblo. No concebía una universidad pintada de otro color que no fuera el de pueblo.
Alberto del barrio paceño
Ernesto Mattos
La primera vez que me encontré con Alberto fue en una visita al museo histórico José C. Altube, sábado por la tarde, era una reunión del equipo de investigación que dirigía el docente Russo. Era el año 2022, recién había ingresado a la UNPAZ, como tantos proyectos con los que venía reuniéndome, esta reunión tenía la particularidad que fue en el museo: mucho verde, colonial y una biblioteca. Espacio que a veces funcionaba como parte de las actividades del museo. Ahí estaba en esa biblioteca la clásica colección de historia del “Pepe Rosa”.
En esa reunión conversamos y me dio una grata bienvenida. Se notaba su felicidad en compartir con los estudiantes y docentes para brindarles lo necesario en su formación. Creo que sabía que su acción era formar a otros. Noté esa cualidad. La de ayudar al prójimo en su crecimiento era su carta de presentación. Esa fue mi primera impresión. De esa primera vez que nos vimos me (nos) explicó la historia de José C. Paz. Aunque crecí en el oeste, José C. Paz era lejos para mí, pero cercano cuando te lo narraba Alberto. Como si fuera una clase de historia me ubicó en tiempo y lugar. Pero también se notaba que estaba en una cruzada, poner en lo más alto a su barrio, sus pasillos, sus arroyos, sus personas. Por eso entiendo el afecto que sentía por nuestra querida UNPAZ.
En ese primer momento, luego de la exposición de los avances del equipo de investigación, tuvo la amabilidad de repasar las fotos, diarios y contarnos la importancia que tenía el museo en la recuperación de la memoria del “barrio”. Se notaba en su relato que no había que perder de vista al sujeto histórico que habitó y pobló José C. Paz, las familias de trabajadores. El guardaba esos recuerdos y te los transmitía, nos contó cómo se organizaron las mujeres para tener un jardín de infantes: “no pidieron permiso” era una necesidad de las familias. En otro momento estuvimos en un homenaje al boletero del tren San Martin. Obrero ferroviario. Esa era su forma de enseñarnos el sentido de comunidad, comunidad organizada.
Alberto tenía entre sus ideas la identidad. Reforzar qué es ser paceño y llevarlo con orgullo. Un día mientras le contábamos sobre la posibilidad de articular dos proyectos de investigación en el territorio -uno estaba coordinado por Sebastián Russo sobre “Imágenes e imaginarios en/del territorio. Retóricas visuales para/como una investigación situada en/del NorOeste Conurbano”, y el otro por Rivero/Saux vinculado a “Evaluación de pruebas rápidas para la detección de Chagas en personas gestantes, barreras en el diagnóstico y la atención”- nos comentó un detalle en José C. Paz y sus barrios: “nadie sabe dónde termina uno y otro barrio” y que eso contribuyó a que nadie supiera con exactitud de qué barrio es. Los dos proyectos que se realizaron en la cuasi parroquia Medalla Milagrosa le dieron sentido al barrio. Chagas y comunidad. Creemos que ese era el camino que venía transitando Alberto: comunidad paceña y universidad. Trataremos de continuar, en su memoria, con esas premisas que nos enseñó.
Alberto vive en cada rincón de la UNPAZ
Sofia Del C. Airala
Alberto fue mucho más que un gestor o un profesional: fue el latido mismo de José C. Paz encarnado en la Universidad Nacional de José C. Paz (UNPAZ). Su figura resuena con fuerza en cada rincón de nuestra comunidad, entrelazando la calidez humana con una militancia inquebrantable por lo nuestro. Su amor por la historia, no la de los libros, sino la viva, la del pueblo que se forjó junto al ferrocarril y sus luchas comunitarias, fue el motor que impulsó su visión.
Desde el Museo Histórico, donde sembró semillas de identidad, hasta su crucial labor en la universidad, Alberto defendió con orgullo la territorialidad paceña. No concebía una universidad si no estaba profundamente arraigada a su suelo, a su gente. En 2014, tuve el privilegio de ser una de las tantas personas que vio cumplido un sueño gracias a él. Mi anhelo de trabajar en una universidad pública se materializó ante la mirada atenta y el apoyo incondicional de Alberto. Vio más allá del estigma que algunos aún intentan imponer a nuestra ciudad. Vio el potencial de un José C. Paz pujante, capaz de forjar su propio destino.
La UNPAZ, ese proyecto que abrazó con la pasión de un verdadero militante, es un testimonio vivo de su compromiso. Una universidad nacional, popular, pensada para dignificar y mejorar la vida de nuestra comunidad. Discutíamos, sí, con la energía de quienes buscan lo mejor, pero en los momentos de dificultad, Alberto era el apoyo indispensable. Su rol de “cura” del espíritu, como cariñosamente lo recordaba, se manifestaba en cada gesto solidario, en cada palabra justa de consuelo, como aquella que me brindó ante la enfermedad de mi padre.
La vida y obra de Alberto trascienden lo personal. Son un legado activo que nos convoca a defender su memoria. Defender nuestra identidad paceña, nuestras instituciones, y, por sobre todo, la UNPAZ. Una universidad que es, y debe seguir siendo, un faro de oportunidades, un espacio de crecimiento y un orgullo para todos los que amamos profundamente a José C. Paz.
Nacido y criado en José C. Paz
Jorge Cortez
Es curioso pensar cómo los roles que desarrollamos a lo largo de nuestras vidas moldean la forma de vincularnos. Alberto Julio Fernández en sus 75 años desempeñó varios: fue vecino, amigo, párroco, maestro, funcionario público… fue todo eso y muchas cosas más pero para mí, por algún motivo, creo que el que mejor lo describe fue el de guía.
Quienes lo conocieron bien sabrán que caminar por las calles de José C. Paz con Alberto era transitar un Museo a cielo abierto, donde las veredas, las fachadas, los árboles, los nombres de las calles o cualquier detalle cobraba sentido a la luz de sus relatos y su fuente inagotable de anécdotas y referencias que hablaban de Pueblo.
Pueblo era la idea que Alberto solía contraponer a la de otras formas de nominar arbitrariamente lo que algunos considerarían un mero espacio geográfico o división jurisdiccional. Fundamentalmente, creo que lo hacía porque para que haya Pueblo hace falta una historia en común y a esta última sin dudas se dedicó con esmero y pasión.
“José C. Paz es un Pueblo orgulloso”, lo escuché decir un montón de veces mientras relataba con épica las innumerables gestas de los vecinos en visitas guiadas, presentaciones y también al aire en Sucedió en José C. Paz, aquel ciclo de radio en el que tuve el honor de acompañarlo junto a Belén Cattaneo por la emisora del Centro Cultural de José C. Paz.
El buen Alberto supo transmitir como nadie el orgullo por su Pueblo y por cada una de las conquistas logradas al calor de la lucha y la organización popular, entre ellas, estoy seguro de que la que más le inflaba el pecho fue la creación de la UNPAZ y, como no podía ser de otra forma, en esa historia también tuvo un papel protagónico.
A la UNPAZ le debo haberlo conocido hace 11 años, ni más ni menos que la primera vez que crucé la puerta de la sede central. Aquel día Alberto hizo gala de su expertiz como guía y me llevó a conocer las distintas áreas, me presentó a todos con lujo de detalles y de inmediato tuve la sensación de que estaba en mi casa.
Fue un compañero excepcional y un trabajador incansable que dejó atrás un invaluable aporte a su comunidad y un enorme ejemplo de dedicación y militancia. Nos mostró que José C. Paz tiene una gran historia que contar y ahora forma parte de ella.
Josepá o semblanza para una historiografía popular
Sebastián Russo Bautista
Se fue un irreemplazable. Si todxs lo son, lo somos, hay algunos que además de ser seres singulares son la suma de todos los otros. Alberto era uno de esos. Lo es. Lo sigue y seguirá siendo.
Espíritu incansable, caminador y conversador, el amor a su pueblo era un motor, una meta, un horizonte siempre esperanzado y contagiante. Es quien nos permitía situarnos de modo respetuoso, coherente y militante en lo relevante, es decir, en aquellas historias que parecen mínimas y son -incluso en tanto tal- el insumo fundamental de la historia de un pueblo, de las historias de los pueblos.
Era quien habiendo prácticamente fundado la Universidad Nacional de José C. Paz, la ponía siempre en la necesaria tensión entre los saberes académicos y los populares, entre el modo que debe hablar un universitario, nunca desligado del habla popular.
Era el que hace de una charla común, un momento recordable, ubicable en un archivo, el de una/la historia, el de un modo de hacer historia. Una que lo comprendía todo, a la que todo le es tema y tono a ser rememorado, re/memorable.
Alberto, su método historiográfico popular, no entendía de grandes o pequeñas cuestiones cuando de la construcción de la memoria de su pueblo se trataba. Desde un mapa de catastro hasta una anécdota, desde un periódico a una pieza de un poste de luz ferroviario.
Su exigencia se basaba en el infinito e inclaudicable respeto al pueblo. No podía enunciarse de cualquier modo ante él, es decir, ante la historia. Fiel preservador sobre todo del espíritu popular era (seguirá siendo) el que lo valoraba y hacía valorar hasta la emoción.
“Yo hablo como el pueblo”, se jactaba y empujaba a su interlocutor en no quedar (nunca) fuera de ese espectro. Fundamental alerta para cualquier orden de saber que pretenda no solo estar/estudiar sino habitar un territorio, históricamente mal-tratado y por ello, aún más necesario sensible y riguroso el modo de vincularse con él.
Nos deja un legado todavía incalculable. No solo por un archivo valioso tanto en su materialidad simbólica e historiográfica, sino y, sobre todo, en un modo de leerlo, pensarlo, un modo de entenderlo, siempre junto al pueblo. Tanto al que refiere a una localidad/pueblo en particular -su amado José C. Paz o Josepá como gustaba decir-, como en el que está inserto en tanto trama afectiva vivencial: popular.
Y nos lega también, como una fuerza y sustento desde donde pararse, avanzar y religar: la militancia. Incansable, atento, incisivo y sin concesiones para con quien hablara de más o incluso de menos, Alberto hizo de su religiosidad un arma popular, la forma de con-mover a propios y extraños. Hizo del re-ligare menos una conmiseración y anhelo abstracto, que una potencia entusiasta y comprometedora por y para los otros.
En términos personales, acercar a las nuevas generaciones estudiantiles a su escucha, sus palabras, su verlo en acción, fue uno de los gestos pedagógico-políticos más relevantes de mi vivencia unpaceña. Así como el libro sobre tal trayecto, que le dediqué, el que escribí con y por su mirada, y con la necesidad de no condescender ni a mi perspectiva ni a la suya y que felizmente bendijo con sus palabras, recomendación y difusión.
De las decenas de charlas compartidas, de los muchos encuentros organizados en el Museo, de los proyectos compartidos, encontré una treintena de imágenes solo del último año. Que mal condensarían (ya que una imagen no vale las miles de palabras compartidas) este pequeño homenaje de los muchos que se harán (deberán hacer) de aquí en más.
Aunque seguro estoy que lo que más desearías, Albert, es que tu impronta, tu modo amoroso de inquirir a todo aquello que no sea por y para el pueblo, no sea meramente nombrado, que no decline, ya que de hacerlo, condenados quedaríamos a un saber, a un conocimiento, de nosotros y de los otros, desligado y desconectado del sitio donde se produce, deshilachado de las luchas populares que ayer y hoy deberemos seguir librando.
En una de las entrevistas que te hicimos dijiste que no es tiempo de tibiezas cuando de la defensa de nuestros derechos se trate. Haremos todo lo posible para estar a la altura de tus palabras, de tus acciones, de tu sonrisa, que era cómplice y a la vez comprometedora. En esa sutileza arraigaba la potencia y retórica popular que intentaremos salva-guardar, para salvaguardarnos.
Un caminante de la educación
Victoria Pirrotta
Alberto era más que un educador, era un caminante de la educación. Permanentemente estaba buscando nuevas maneras de hacer accesible el conocimiento, de hacer perfectible su práctica cotidiana como director en el museo “José Altube” y más allá de los muros físicos también. En numerosas oportunidades hemos charlado con él sobre la tarea de ser guía y coordinar un espacio cultural en el conurbano, lo desgastante que es, la entrega que implica, porque es un permanente hacer y construir con el otrx. Es una tarea que no es similar a la docencia, es un instante significativo para ese grupo que participa de la visita, genera un impacto en la mirada del visitante, Alberto esa particularidad del momento en el museo la tenía siempre presente.
Va a ser bastante raro no encontrarlo por la plaza de José C. Paz, en camino a la universidad o por distintos puntos nodales de la zona porque era un caminante de la educación, era una persona que pisaba el territorio y con cada persona que conversaba generaba una instancia de diálogo y construcción de saber. Tenía visiones muy claras de lo que quería hacer, de la importancia de la divulgación de las microhistorias que conforman el recorrido del museo, el trabajo con la comunidad, hemos tenido varias charlas sobre esos temas y otros. Era un caminante de la educación y un maestro en la conversación, no pasaba desapercibido en los lugares, no se achicaba ni se guardaba ninguna opinión o gesto, era auténtico y fiel a sus convicciones. En algunas cosas tenía razón, en otras no tanto, pero el momento de conversar con Alberto siempre algún interrogante o pensamiento dando vueltas te dejaba. Era un maestro, un caminante de la educación, pateando las calles de José C. Paz, conversador incansable. Hoy el vacío se va a sentir muchísimo, porque nadie más va a militar la docencia y la divulgación de la historia local como él. No pensamos la posibilidad de su partida, no así, lo vamos a extrañar.
El Albert bueno
Victoria Gurrieri
Alberto: un hombre inquieto, siempre en movimiento. Un hombre que nos abrió las puertas del museo y de su corazón. Que fue parte fundamental de nuestro proyecto de investigación y de cada conversación compartida, de cada actividad que implicara defender la historia y el patrimonio local.
Decía lo que pensaba, sin filtro, o lo decía con la cara. Un hombre con historia: la suya, la de su comunidad, la del barrio, la del territorio. Un hombre con memoria, que vivía para la memoria y que, sin dudas, vivirá en ella.
Lo llamábamos con cariño el “Albert bueno”, y creo que nunca se lo dijimos en voz alta. Sabía la historia de cada calle, cada árbol, de cada loteo de cada barrio. Quién había pasado, cuándo y por dónde. No por chusma, sino por un deseo profundo de preservar lo que ocurre en el territorio, de dar valor a lo cotidiano, de disputar sentidos para imaginar un futuro distinto, utópico.
Un hombre celoso, territorial en sus vínculos, en sus proyectos y en sus deseos. Pero también generoso: no tenía problema en prestarte un brazo o una pieza del museo para un rodaje. Le encantaba vernos trabajar. Se sentaba a mirar lo que hacíamos, a veces opinaba, otras veces solo observaba. Y si no le gustaba algo, te lo decía sin vueltas.
Una vez, después de mostrarle un video en proceso, me dijo: “Vicky, casi me duermo, no entendí nada, esto no es representativo del lugar sobre el que estás trabajando”. Yo traté de explicarle, y él, con esa mezcla de humor y certeza, me respondió: “No. Así no. Búscale otra vuelta”. Esa honestidad, que a veces incomodaba, era también una forma de cuidado.
Publicaba efemérides todos los días a la medianoche. “Si un día no subo nada, vengan a ver si estoy bien”, decía en broma. Pero también lo decía en serio. Temía morir solo, sin que nadie lo notara. Temía abrir las puertas cuando le pedían agua. Aun así, lo hacía, seguía: con pasión, entrega y humor.
Me/nos honra haber sido parte de su ronda. De su vida. De su insistencia por cuidar lo común. Un hombre cálido. Un poco mañoso. Inolvidable. Fundamental.
Su legado nos queda como una tarea. Y es nuestra responsabilidad continuarla. Así como seguir vinculando universidad, identidad y territorio.
La otra historia. En contra del reloj y el olvido
Ricardo Esquivel
Dice la IA que un historiador, desde el punto de vista de la ciencia, es un profesional que se dedica al estudio sistemático y crítico del pasado humano, utilizando métodos y técnicas científicas para analizar y comprender los eventos, procesos y patrones que han ocurrido a lo largo del tiempo.
Un historiador es un experto en la recopilación, análisis e interpretación de evidencias históricas, como documentos, artefactos y otros registros.
La IA no conoce ni conocerá al imprescindible (en tono bretchiano) de Alberto Fernández, este Quijote paceño, que nos contó la otra historia, la escribió, la compartió, e incentivó a amar nuestro barrio, amar el sentido contrario a las agujas del reloj.
-“Si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia.” La otra historia es la que se construye en los territorios donde habitamos, y compartimos con otres, en colectivo, en ranchadas, en organizaciones comunitarias, en el ámbito educativo, entre otras. La historia que escriben los que ganan, nos arbitra a despegar de nuestra tierra, nuestro barrio, en busca de algo mejor: Nos corroe, nos impregna, nos contamina con el olvido y el despegue de nuestra identidad, esa la de amar tu barrio, tu comunidad, tus amigues, y los proyectos colectivos y grupales, donde se piensa, se vive, y se siente el “para todes…”
Alberto Fernández era una de esas personas que contrariaba esa pregnancia y corrosión, individualista y personalista, un apasionado y enamorado de su territorio y de toda su significancia y derivas, el transitar por esta vida, ha sido historia viva compartida, poesía colectiva, construcción política sin mezquindades, podría decir cine, cuando te encontrás con personas así, en proyectos en guías colectivos, te ves en ésos ojos en las sonrisas en la complicidad, donde la juntada no es una asociación ilícita.
Todes los que soñamos con un barrio, un territorio, un país, un mundo mejor, nos hemos encontrado en los ojos y la sonrisa de Alberto Fernández.
Sos infinito y universal.
Las mil y una historias de José C. Paz
Victoria Pirrotta, Gabriel Lerman, Paula Arcuri y Juan Manuel Ciucci
Tristeza es el sentimiento por la pérdida de don Alberto Julio Fernández, director del Museo Histórico “José Altube” de José C. Paz. Tuvimos la alegría y la suerte de compartir su pasión por la historia paceña, por su comunidad, a la que ofrendó una vida de coherencia y simpatía en la generación de conocimiento y memoria. A las nuevas generaciones de escolares que conocían el Museo y su activa labor, se le fueron sumando jóvenes y estudiantes que encontraron en su testimonio y generosidad una cantera para recrear símbolos y narrar acontecimientos. Y a los docentes que tímidamente nos fuimos acercando a la vera del camino, en una universidad que nació popular porque fue fundada por el Estado Nacional y por la sociedad que la habita, en uno de los múltiples vértices del conurbano, el testimonio y las tareas de Alberto nos permitieron conocer y abrir los surcos de un tiempo y un lugar que no conocíamos y empezábamos a observar y construir. Un abrazo a su familia, a los equipos del Museo y a todos los estudiantes que admiran su obra y serán la mejor garantía para sostenerla. La historia de un pueblo empieza cuando se funda pero también cuando vuelve a ser recordada por sus nietos y bisnietos. José C. Paz volvió a fundarse y ser habitado por Alberto y el Museo Histórico, y durante los últimos años, por la Universidad y sus estudiantes. Esas historias, esas mil y una historias, están en el Museo Histórico “José Altube”, y volverán a pensarse una y otra vez.
Estudiar el pasado, hacer en el presente. Un legado entre memorias paceñas
Pablo Gullino
Alberto deja una profunda huella en la comunidad cultural, educativa y espiritual del distrito. Alberto es un intelectual comprometido, que supo transformar sus investigaciones en distintos textos y charlas en instituciones educativas y sociales. Fue también sacerdote, teólogo y docente, y tuvo un rol clave en la creación de la Universidad Nacional de José C. Paz (UNPAZ), a la que acompañó desde sus orígenes con ferviente convicción por la educación pública para nuestro municipio.
Durante su gestión, el museo se convirtió en mucho más que un espacio de exhibición: era una casa de puertas abiertas. Allí conviven la historia local, las expresiones artísticas, la música, los encuentros comunitarios y el pensamiento crítico. Supo tender puentes entre la comunidad y el ámbito académico, haciendo del museo un espacio vivo y plural. Con su gestión, el museo fue anfitrión generoso de ciclos como “Noches en el Museo” y los “Conciertos por la Memoria”. Miles de vecinos conocieron así la historia propia y colectiva. Impulsó activamente eventos que integraban a estudiantes y docentes de la UNPAZ, generando una sinergia única entre el saber universitario y el territorio.
Su forma de hacer cultura fue profundamente inclusiva y transformadora. Se podía visitar el museo y consultar sobre los orígenes de los barrios, las estaciones del ferrocarril, las primeras actividades comerciales de José C. Paz. Pero también escuchar una banda local o compartir un vino entre amigos. Todo tenía lugar, porque él entendía que la cultura florece cuando hay comunidad.
Hoy lo despedimos con un profundo agradecimiento. Su legado vive en cada proyecto que sembró, en cada memoria recuperada, en cada estudiante que pisa la universidad que ayudó a fundar. Y en el Museo histórico José Altube, que seguirá siendo un faro para José C. Paz, tal como él lo soñó.
Yo conocí a un historiador
Celeste Falón
Conocí el museo una noche de verano, no recuerdo muy bien el motivo por el que fui con mi compañero a este lugar y allí fue la primera vez que vi a ese señor, al que saludé tímidamente. De él se podrán decir mil cosas, no está de más recordar lo amable, sociable, carismático, solidario, colectivo pero sobre todo un gran enamorado de este territorio, el mismo que muchos critican, que cuestionan negativa y peyorativamente, él era un eterno apasionado por su José c Paz.
Hace dos años me tocó concurrir, con mis niñes de cuarto grado de una escuela privada a una visita guiada al “Museo de José C Paz”. Al llegar nos recibió un señor mayor, de lentes, cabello blanco, con una sonrisa y una voz muy suave pero segura, que podría ser el abuelito de cualquier cuento que alguna vez habremos leímos en el cole, desde el minuto cero se mostró muy cordial, y nos invitó a pasar a su casa. Sí, dije su casa porque no tengo duda que ese lugar que dirigía cuidaba y conservaba era su casa, dialogó y contestó cada duda planteada por esos niñes e interactuó con mis alumnes de forma tan espontánea, natural, como si se conocieran mutuamente desde antes. La visita fue muy amena, él la hizo tan cordial y transmitió parte de la pasión que sentía por ese lugar, por ese territorio.
Siento y recuerdo que lo veía ir y venir como una gacela, que se deslizaba por el museo, por su patio, por la biblioteca y que cada vez que hablaba tenía algo hipnótico, no podía dejar de escucharlo porque transmitía pasión en cada palabra que hacía referencia a un barrio, a una calle o a algún edificio de su amado José C. Paz.
Finalmente me quedo con esa sonrisa que me recibió y me despidió en aquella visita escolar, creo que será muy raro volver al museo sin verlo pasar de reojo, pero como persona que cree que muere quien se olvida, a Alberto no lo vamos a olvidar, porque cada vez que se abra la puerta del museo, que un vecino traiga algo que permita que el museo siga creciendo, él estará ahí, con su sonrisa y agradeciendo la conservación de la memoria de José C. Paz.
Gracias Alberto.
Alberto. Un libro
César Bellati
“Alberto, tenés que escribir un libro.” Eso me comentaba en más de una ocasión en las agradables charlas y enseñanzas que teníamos en el Museo histórico José Altube. Que diversas personas, tales como vecinos, colegas, paceños y entidades, le solicitaban y sugerían en más de una ocasión. Al igual que él, sabían y se preocupaban por mostrar y enseñar algo diferente sobre el noroeste conurbano, específicamente de José Clemente Paz. Sí, Clemente, para aclarar que no es “cuchillo” como le suelen llamar al partido para desprestigiarlo y estigmatizarlo, algo que a Alberto le molestaba mucho.
Era algo que tenía que hacer, que debía hacer. Escribir un libro sobre la historia paceña, pero no en un estilo de historia tradicional, como con un orden cronológico de fechas. Ese no era su estilo.
Cada fotografía que él observaba e impartía, se llenaba de un relato sereno, con una voz que parecía leer algo similar a una crónica entrelazada con relato, en la que las fechas estaban presentes, pero aún más, las anécdotas que parecían haber sido experimentadas por él. Cada ejemplar de los diversos diarios conservaba las noticias de ayer, las cuales él conocía de manera exhaustiva, cual cronista dedicado.
Cada documentación, cada mobiliario, cada habitación, cada aparato que ocupaba un lugar en esa vivienda/museo que en algún momento fue propiedad de un sastre, poseía una historia que Alberto sabía.
Él poseía un estilo singular que utilizaba para fascinar a todos, desde los niños de jardín de infantes que visitaban el Museo hasta los adultos universitarios que se asociaban con el territorio a través de su impronta. No había nadie que no se viera fascinado por la historia local narrada por Alberto.
No estoy seguro si ese libro lo redactó plasmando palabras en hojas. ¡Pero lo que sí sé y estoy seguro de que lo plasmó en cada uno de quienes nos vinculamos con su arduo trabajo como historiador, docente, y gran persona que fue!
Cada día a la medianoche, con la misma puntualidad que lo caracterizaba, él compartía en sus estados de WhatsApp efemérides Paceñas y otros eventos históricos. La última que compartió recordó los 73 años de la muerte de Evita.
Creo firmemente que viviste una vida plena, porque quien pone tanto amor, tiempo, paciencia y pasión en lo que le gusta, tanto por el pasado como por el presente y el futuro, seguramente encuentra la felicidad y la satisfacción.
Alberto Fernández, nuestro querido Alberto, como solíamos llamarlo. Vas a estar presente en la historia, esa pasión que siempre te acompañó y que también acompañaste, vas a estar presente en efemérides, posiblemente en más de una.
Desde aquí, te digo adiós y gracias por lo que fuiste y lo que eres, porque quien se dedica a recordar, contar, difundir, enseñar y conectarse con el pasado, siempre continuará existiendo.
Parafraseando al Che Guevara, quien se vinculó en su vida con la victoria, te despido y digo: “Hasta la historia siempre, Alberto.”
Hay que hablar de las ausencias
Aldana Vanina Rago
Aunque suene imperativo, no tengo dudas, que hay que hablar de las ausencias. Y más cuando se trata de personas cuya presencia, su vida, su obra, su legado, nos hace replantearnos la esencia de ese sentir, de ese dolor, de ese pesar; repensar la idea misma de lo que hemos perdido. Hay que hablar de las ausencias, mi querido Alberto, hay que hablar de la tuya porque estoy segura que resignificará el concepto.
Donde hubo ausencia de fe, hiciste de la religión una forma de amistad con el vecino. Donde hubo ausencia de orgullo, forjaste que la historia de cada paceño valga la pena de ser contada. Donde hubo ausencia de futuro, defendiste la educación pública y gratuita accesible para todos. Donde hubo ausencia de recuerdos, creaste cuentos preservaste momentos. Donde hubo ausencias, accionaste, gestionaste, militaste, fuiste consuelo… trabajaste incansablemente; y te hiciste presente con la bandera del barrio, del peregrino, del sacerdote, del docente, del amigo.
Hay que hablar de tu ausencia Alberto, como ejemplo de trascendencia, tuviste tantas vidas que este mundo te quedó chico. Fuiste testigo y protagonista, acompañaste causas, sembraste ideas, te volviste imprescindible sin proponértelo. Fuiste palabra justa en la tristeza, la sonrisa cómplice, el compañero de pequeños, grandes, buenos y malos momentos; fuiste porque estuviste y seguirás estando.
Desde las ausencias hiciste historia con tu presencia; hiciste de tu existencia una guía para quienes creemos que lo colectivo siempre vale más que lo individual. Nos dejaste una huella profunda, nos marcaste el camino que inquebrantablemente seguiremos andando.
Pensar en tu ausencia nos transforma, nos inspira y nos compromete a continuar lo que empezaste. Es por esto que sostengo: hay que hablar de las ausencias; porque hablar de ti es seguir teniéndote presente.
Ciudadano ilustre no, nuestro héroe
Fernando Fiorenze
“Les presentamos a Alberto Fernández, un ciudadano ilustre de José C. Paz”. Así arranqué la entrevista que le hice poco más de un año atrás al director del museo histórico de José C. Paz, pero él irrumpió tajante con una carcajada: “¡No, ilustre no! jaja, un vecino más…” Su risotada espontánea y auténtica por mi absurda ocurrencia retumba aún en la sala del museo donde tenía su despacho. El instante quedó capturado en video y en estos días, cuando la herida por su trágica desaparición aún sangra, revisitar el momento confirma y realza su figura de héroe de estos territorios, porque la humildad es una virtud de las más valiosas que tienen los héroes.
Conocí a Alberto en los lejanos años 80, cuando él era dirigente del grupo scout de la parroquia al cual asistí toda mi infancia. Por entonces él recorría su tramo final de la carrera de seminarista y cada tarde de sábado nos regalaba una charla en torno de algún tema bíblico, que escuchábamos apasionados y absortos, ante una elocuencia y calidez en su forma de contar historias, que se mantendría a lo largo de su vida, más allá de su período religioso. Una tarde fue ordenado sacerdote y todos los scouts que participamos de esa misa extraordinaria comandada por el mismísimo obispo recordamos aún las dos tediosas horas que duró la ceremonia.
Años más tarde, cuando ya había consolidado su figura de historiador local, restablecimos una comunicación fluida cuando se acercó a mi padre, un vecino de toda la vida de José C. Paz y aficionado a la historia local, que desde hacía unos años venía trabajando en la construcción de una maqueta de la estación de José C. Paz tal como era el día de su inauguración, en 1906. Alberto le aportó información valiosa para que mi viejo pudiera incluir detalles que hoy permiten resguardar la memoria de ese edificio histórico que actualmente corre el riesgo de desaparecer. La maqueta hoy se exhibe en el museo, y por estos días ambos se encontraban trabajando en una iniciativa de Alberto, de construcción de un espacio dentro del museo especialmente dedicado a la historia del ferrocarril.
Desde el año pasado Alberto se había convertido en el columnista de lujo de nuestro programa de streaming. El bloque de historia local que hacía era uno de los momentos más altos de cada emisión. Cuando preparábamos el programa yo le tiraba algunas líneas temáticas posibles. Él tomaba nota y luego aparecía con documentos, fotografías y anécdotas de aquello que le habíamos sugerido, que relataba con la pasión contagiosa de siempre, cautivando a nuestra audiencia que ahora lo extraña horrores. La última charla que tuve con él fue para coordinar su regreso a nuestro programa, que lo entusiasmaba como siempre que se lo invitaba a donde fuera, a hablar de la historia de su querido José C. Paz.
Sus intervenciones en el programa por suerte quedaron grabadas y las compartiremos para que, al menos desde ese registro, podamos seguir disfrutando sus relatos de la historia de este territorio forjado por emigrantes europeos, trabajadores ferroviarios y obreros de fábricas, como a él le gustaba subrayar en sus relatos, y también hoy una ciudad educativa, con una universidad pública de cuya creación también él fue protagonista.
Sostener tu reto
Darío Kusinsky
Los recuerdos se me amontonan. La emoción me los nubla. Se mezclan, irrumpen intempestivamente.
El 14 de julio le escribí, le pregunté si nos podíamos ver en algún momento. Me contestó enseguida (siempre lo hacía) y me contó que tenía una semana ocupada con visitas en el museo. Sus amadas visitas. Le dije que me avisara cuando disponía de un rato de tiempo para vernos. Estaba realmente muy ocupado con sus encuentros con los chicos y las chicas de las escuelas de José C. Paz en su querido Museo, y recién pudimos coordinar para el lunes siguiente al mediodía.
Ese lunes llegó puntual, como siempre. Traía su boina. Estaba un poco congestionado por el frio, pero estaba contento. Después de preguntarme por mi hija y mi hermano Alex, al que quería mucho, nos pusimos a conversar. Hacía un tiempo que no nos veíamos, me contó de su último viaje. Estaba impresionado con los lugares que conoció en China. Me contó también que planificaba otro para el año que viene. Quería, junto con una prima, visitar el pueblo de su abuela y reconstruir una parte de la historia familiar. No me llamó la atención su inquietud. Me contó exactamente todo lo que había pasado con ella en el pueblo y por qué querían ir. Tenía buena memoria, y me pareció normal que un historiador de su talla quisiera reconstruir su propia historia.
Sabía mucho de la historia de José C. Paz. Me contó que había estado con algunos integrantes de la familia Altube y que fueron hasta el Mirador Altube, que está cerca de la nueva Facultad de Ciencia y Tecnología.
Lo recuerdo con mucha fortaleza pero con una gran sensibilidad. Muchas de nuestras charlas tenían un momento en el que sus ojos se llenaban de lágrimas casi automáticamente cuando, en ocasión de contarme sobre algún vecino enfermo o que había tenido un problema, recordaba una anécdota de su juventud, de su niñez, el barrio o a algún pariente de ese vecino que también conocía. Su conocimiento sobre el pueblo de José C. Paz abarcaba casi siempre a tres generaciones: el padre/madre, la hija/o y los nietos/as. También se emocionaba cuando contaba algunos de los hechos relevantes para la historia de José C. Paz. Los que eran sobre el Museo y la Universidad se llevaban los momentos de emoción más profundos. Era alguien especial (mientras escribo no puedo aceptar el relato en pasado), tenía una capacidad inigualable para transmitir amor por el pueblo.
A mí me ayudó mucho en los comienzos. Se preocupaba y ocupaba de que fuéramos conociendo a distintas personas e instituciones, y se tomaba el tiempo de explicarme la importancia de cada institución y de sus integrantes. Siempre desde un lado amoroso y desinteresado. La UNPAZ le debe mucho a Alberto, le debe su profunda integración con la comunidad. Le debe el registro de su propia historia institucional, que él se ocupaba de contar, empezando siempre por relatar el hecho de que Mario (Ishii) empezó a soñar la universidad mucho antes de que obtuviera la ley de creación y que la comenzó a construir con fondos municipales y con trabajadores municipales.
Me acuerdo el día que me invitó a una reunión con las señoras que se ocupaban del Museo, allá por el 2015, tomamos un té. Federico (Thea) era el primer rector electo de la Universidad y Alberto era el Secretario de Vinculación con la Comunidad y Extensión Universitaria, y había querido que nos conociéramos con las vecinas que compartían su misma vocación por la historia y el trabajo por el mantenimiento de la memoria del pueblo. Recuerdo que conversamos sobre la importancia del Museo como institución de la cultura y la educación local y, ya en esa época, había surgido la idea de que la universidad y el museo pudieran trabajar juntos y progresivamente se fueran uniendo en distintas líneas de trabajo, como sucede en otras universidades que tienen sus museos universitarios. Una idea que se mantuvo a lo largo de los años y que permitió que muchas actividades se realicen allí. Hace muy poco, este año, compartimos allí la presentación del Atlas Visual Paceño, junto a profesores y estudiantes de la Licenciatura en Gestión y Producción Audiovisual. Recuerdo que ese día antes de empezar charlamos un rato y me mostró la foto y la placa de reconocimiento que le dimos el día del merecido reconocimiento a su trabajo en la UNPAZ. La exhibía orgulloso, la tenía ahí, sobre una repisa para que todos la pudieran ver.
También me acuerdo el día que vino a mi oficina y me contó que había decidido jubilarse. Lleno de lágrimas, emocionado, me dijo que estaba listo para dejar de trabajar y disfrutar de su tiempo para descansar. Un descanso que él y yo sabíamos que no iba a llegar porque dedicaría todo su tiempo a su amado Museo. Y sobre eso también me habló en nuestra “reunión de despedida”, de la cantidad enorme de visitas que había recibido este año y el año pasado. Lo conocían todos en las escuelas, le escribían para pedirle un rato para poder ir con los estudiantes,
Cuando terminamos la reunión del lunes 21 de julio de 2025, le pregunté si quería acompañarme a la apertura de la colonia de vacaciones de invierno de la universidad. Era la primera vez que se habían organizado en forma conjunta entre la Secretaría de Extensión y la carrera del Profesorado Universitario de Educación Física. Cuando cruzamos la calle, pasamos por el escudo de José C. Paz que luce como una escarapela en el pecho del edificio del entonces Centro de Estudios Municipales. Me retó por uno de los colores del escudo. Frenó la caminata y me dijo: “¿ves ese color de la parte de abajo del escudo? ¡Está mal! Voy a revisar el dibujo que tengo en el Museo del escudo original y te aviso para que lo cambien”.
Siempre me retaba. Yo le decía que si no me retaba cada vez que nos veíamos, faltaba algo y después nos reíamos. Voy a extrañar esos retos, que eran una forma amorosa de mostrarnos su mirada para moldear los contornos de muchas decisiones que se fueron tomando en la universidad.
Gracias Albert. Gracias por todo lo que nos enseñaste, por todo el tiempo de tu tiempo que nos dedicaste. Por contener a Alex en tu hombro cuando tuvimos la última asamblea de elecciones. Gracias por enseñarnos sobre José C. Paz, por tu lucha por la universidad pública, ¡cuántas marchas juntos! Gracias por tu paciencia, por no perder nunca tu don de buena persona. Gracias por formarnos.
Vamos a honrar tu legado en la UNPAZ y cuando dentro de 100 años un/a joven estudiante de la UNPAZ recorra alguno de los documentos del consejo superior y se cruce con tus intervenciones o te vea en algún video de youtube, va a entender porque la Universidad Nacional de José C. Paz siempre te abraza, te abre las puertas y te recibe como si llegaras a tu casa. Deseo que donde estés, puedas leer esta publicación que está dedicada a vos y pensada para reconstruir algo de tu obra.
La imagen de portada es de Victoria Gurrieri, y las restantes corresponden al archivo de la UNPAZ y al programa radial “Pasó en José C. Paz”, del Centro Cultural de José C. Paz y fueron intervenidas y rediseñadas por Perla Aguilera.
Compiladores
Mauro Benente es Director IIEC/UNPAZ
Sebastián Russo Bautista es Docente e Investigador UNPAZ
Escriben
Darío Kusinsky es Rector UNPAZ
Silvia Storino es Vicerrectora UNPAZ
Federico Thea es Ex rector UNPAZ
Ernesto Mattos es Director IDEPI/UNPAZ
Sofia Del C. Airala es Directora de Integración con la Comunidad UNPAZ
Jorge Cortez es Jefe de Departamento de Prensa y Difusión UNPAZ
Victoria Pirrotta es Docente e investigadora UNPAZ
Gabriel Lerman, Paula Arcuri y Juan Manuel Ciucci son Docentes de Historia de la Cultura.
Victoria Gurrieri es Técnica en Gestión y Producción Audiovisual UNPAZ
Ricardo Esquivel es Licenciado en Gestión y Producción Audiovisual UNPAZ
Pablo Gullino es Ex docente UNPAZ
Celeste Falón es Docente
César Bellatti es Técnico en Gestión y Producción Audiovisual UNPAZ.
Aldana Rago es Directora de Investigación y Desarrollo.
Fernando Fiorenze es Coordinador de la Tecnicatura en Gobierno Electrónico UNPAZ