Por Juan José Martinez Olguin
¿Sirve a veces comparar peras con manzanas? ¿Puede resultar útil para la comprensión social y política? ¿Podemos entender los fenómenos de nuestro tiempo a la luz de experiencias pasadas? Para abordar estas preguntas, Juan José Martínez Olguín se sirve de algunas nociones de William Connolly, que analiza el fenómeno del trumpismo en relación con los primeros años del nazismo. ¿Puede extenderse el ejercicio de Connolly a la comprensión de otros movimientos de derecha de nuestro tiempo? De lo que se trata, propone Martínez Olguín en este texto, es de encontrar afinidades a través de las diferencias, de identificar aquellas conexiones heterogéneas que ayudan a recortar lo nuevo sobre el fondo de lo viejo.
Debemos recordar que comienza a ser una enseñanza mentirosa -un complemento “solemne” de la violencia- cuando (la libertad) se concreta en idea y cuando se defiende la libertad antes que a los hombres libres.
Maurice Merleau-Ponty, 1947
Aspirational fascism. O fascismo aspiracional. El nombre con el que William Connolly decide titular uno de sus últimos ensayos, por un lado, y el fenómeno del trumpismo en Estados Unidos, por el otro. Es sin dudas arriesgado pero, sobre todo, ingenioso. Arriesgado, digo, porque decide hacerlo recurriendo a uno de los acontecimientos más trascendentes y estudiados del siglo XX pero, al mismo tiempo, porque este último configura un régimen político sin dudas singular y absolutamente excepcional: conformó, como bien supo describirlo Hannah Arendt a mediados de aquel siglo, el fenómeno de los totalitarismos que no solo dominaron buena parte de la escena social y política del siglo pasado sino que también dominaron buena parte del campo de la teoría y la filosofía política que no dejó de estudiarlos, desde entonces. Y, como bien sabemos, tanto el nazismo como el fascismo fueron procesos políticos que interrumpieron y suspendieron, por diferentes vías, y a veces por las vías más cruentas, los sistemas políticos de donde surgieron. Adolf Hitler, en efecto, ascendió al poder vía el voto popular o el sufragio. Y si bien es cierto que llegó a la Cancillería del Estado Alemán a través de su designación por el entonces añoso presidente Hindenburg, el partido del Führer obtuvo en las tres elecciones parlamentarias celebradas en 1932 la mayor cantidad de votos, convirtiéndose en la primera fuerza política de la Alemania de la década del ’30.
Un nombre, decía, ingenioso, por otro lado, porque le agrega a un concepto clásico, el del fascismo, la categoría de aspiracional, lo que supone una saludable novedad para tratar de comprender algunas de las aristas decisivas del trumpismo y su movimiento. En efecto, Connolly comienza el libro con un prefacio sin dudas igual de ingenioso: Apples and oranges es el título que elige para nombrarlo. La consigna de este último es concisa y en buena medida ilustra, expresa, muy bien el enorme desafío del texto: ¿es posible comparar el fascismo, como en este caso lo hace el autor, una de sus vertientes más “exitosas”, los primeros años del nazismo, con el trumpismo? ¿Resulta “metodológicamente” plausible comparar el régimen nazi, un régimen totalitario, con el movimiento de Donald Trump, un líder democrático que se convirtió en el presidente número 45 de los Estados Unidos, con el funcionamiento de la democracia en pleno en el país del Norte? Aunque, de hecho, en esos primeros años tanto Hitler como el partido nazi, como señalaba, se hayan sometido a los estándares democráticos, ¿no merece otro tipo de comparación el fenómeno, en la medida en que su ascenso final se produce vía la quema de Reichstag y la suspensión de la República de Weimar? Y omitir esto último, por ende y en una palabra, ¿no es mezclar peras con manzanas, como se dice en castellano? La respuesta de Connolly es, por supuesto, que no. O mejor aún: es mucho más sutil que un simple no: es un no, pero… no tanto.
No tanto, por diferentes razones. En primer lugar, porque justamente Connolly decide comparar la dinámica del trumpismo con esa primera etapa del nazismo, en donde Hitler y su partido tienen que competir en las elecciones para forjar el apoyo y la legitimidad necesaria que luego los llevarán a hacerse cargo de la Cancillería, alianzas políticas mediante. Allí se verán algunas aristas decisivas que denotan la productividad de la comparación en esos términos. En segundo lugar porque a veces comparar “manzanas con naranjas” permite “revelar afinidades a través de las diferencias. Las manzanas son rojizas, emiten un gusto agridulce, crecen típicamente en las zonas templadas del Norte -escribe Connolly- (…) y aquellas mayormente disponibles para los consumidores son mucho menos potentes en nutrientes saludables que aquellas que estaban disponibles para su consumo algunos años atrás… Las naranjas son naranjas, con un color cada vez más anaranjado en la actualidad. Cuando pelás una, podés encontrar algunos gajos que se pueden comer de a uno a la vez, en la medida en que el jugo a veces se escurre por tus manos… Las naranjas proveen buena nutrición para gente con diabetes por sus beneficios para la salud y por la forma en que el azúcar es absorbida por el cuerpo lentamente… Las manzanas son buenas también desde este punto de vista, y las ciruelas, las bananas y las uvas son peores… (Sin embargo) comparar manzanas con naranjas permite destacar las diferencias a lo largo de una serie de afinidades parciales: las dos son frutas, son comestibles, crecen en los árboles, y en la actualidad crecen en cultivos intensivos. Y si comparáramos ambas con los tomates, las diferencias se volverían más ostensibles…”.[1]
De lo que se trata, dicho de otro modo, es de dar cuenta de la importancia de las infusiones y conexiones heterogéneas en el mundo. Encontrar conexiones heterogéneas, insisto, afinidades a través de las diferencias, es la propuesta de Connolly para volver metodológicamente plausible, entonces, semejante comparación. Y, en efecto, esas conexiones heterogéneas o afinidades en las diferencias son fácilmente observables en los hechos: como las naranjas y las manzanas, el trumpismo y el nazismo tienen en el fondo diferencia ostensibles: el primero es un movimiento democrático, como decía, nacido del seno de la democracia contemporánea en Estados Unidos, cuyo respeto por los mecanismos del sufragio universal y la competencia partidaria es por ahora irrestricto, a pesar de cierta verba agitadora y grandilocuente de Trump a propósito de un posible fraude en las elecciones en las que fue derrotado por Joe Biden, en 2020, derrota que, no obstante, fue asumida más allá de los “peros”; el nazismo, en cambio y como decía, fue un movimiento que nació en el seno de la endeble democracia parlamentaria alemana, pero que pronto se convirtió en un régimen diferente, y no solo en un movimiento y, con ello, cerró el Parlamento y viró al autoritarismo sin tapujos. Sin embargo, también como las naranjas y las manzanas, afinidades en estas diferencias se encuentran en el contraste: ambos son movimientos poco plurales, que persiguen de diferente modo a las minorías, tienen una amplia base de apoyo social, etc. Y, en cualquiera de los dos casos, suelen ser agrupados como fenómenos que, por su retórica, son “eminentemente populistas”.[2]
Algo (metodológicamente) parecido sucede, en este sentido, con las comparaciones posibles entre Trump, Javier Milei, Jair Bolsonaro, por ejemplo, y los nuevos liderazgos de las llamadas nuevas derechas. Como con las naranjas y las manzanas, en efecto, ostensibles diferencias los separan pero también afinidades a través de esas diferencias pueden ser halladas en todos estos casos. En primer lugar, entonces, las diferencias: Trump es un empresario, acérrimo defensor de la industria norteamericana, posee un discurso con una fuerte impronta proteccionista y nacionalista, y uno de sus tantos objetivos frecuentes es el comunismo o lo que el líder republicano identifica como el ala izquierda del sistema político de Estados Unidos; Milei, por su lado, es un liberal “libertario”, seguidor de la escuela austríaca de la economía, economista, y fuerte defensor del libre mercado en todas sus aristas posibles, a tal punto de haber llevado esa máxima a la esfera privada y a actividades polémicas como la proposición de la venta de órganos y armas en Argentina, un país en donde el tráfico de armas es justamente un problema, por su vínculo con la delincuencia; Bolsonaro por su parte, es un político con una larga pero algo ignota carrera en el Parlamento de Brasil, que estableció una fuerte alianza con el sector evangelista de la política y la vida social brasileña, es un liberal ortodoxo, sin embargo, pero no libertario: se identifica sobre todo con el ala ortodoxa de la economía. Como vemos, las diferencias, no solo de procedencia u origen sino también ideológicas y de perfiles políticos son importantes.
No obstante, algunas afinidades los agrupan dentro de ese mote que ha sabido ganar adeptos tanto en el campo político como en el campo académico y periodístico: el mote de líderes de las nuevas derechas de las democracias contemporáneas. Todos se reconocen y se agrupan, a pesar de las diferencias ideológicas, a partir de su articulación en torno al principio político de la libertad (mucho antes que el de la igualdad: de allí, en efecto, el posible éxito de su inclusión en el arco derecho del espectro ideológico de la política contemporánea), componen como enemigo internacional y local predilecto a los sectores de izquierda o comunistas de los partidos opositores, ya sea nacionales o del extranjero, poseen una verba excesiva, un lenguaje por momentos explosivo para tratarse de los primeros mandatarios de sus respectivos países (como proferir insultos de todo tipo a sus contrincantes o bien a los periodistas críticos) y, por último, se comportan muchas veces como agitadores de sus propio electorado o, en muchos casos, fanáticos. De hecho, todos ellos coincidieron, junto con otros líderes de Europa, como la premier italiana Giorgia Meloni, o el líder de Vox, de España, en la Cumbre de la Conferencia Política de Acción Conservadora, organizada por Trump y la derecha estadounidense, en febrero de 2024, en Washington.
Ahora bien: ¿Son solo estas las afinidades a través de las diferencias que es posible hallar entre Trump, Milei y Bolsonaro? ¿Se detienen, dicho de otro modo, las conexiones heterogéneas solo en estas características? ¿O es posible hallar otras? ¿Se trata solo de líderes de extrema derecha? Quisiera, en este punto, detenerme en lo que considero lo que, en rigor, agrupa, como las naranjas con las manzanas, a todos estos líderes y sus respectivos movimientos más allá de estas características distintivas que sin dudas los convierten en líderes parecidos o relativamente homogéneos. Para ello, no obstante, es necesario volver sobre la comparación del propio Connolly a propósito de Trump y el nazismo temprano para, en todo caso, extenderlas. Dos son, sostiene Connolly, las características que vuelven inteligibles estas conexiones heterogéneas entre el trumpismo y los primeros años del nazismo. En primer lugar, su legitimidad en las urnas e, incluso, más allá de estas, esto es, su legitimidad como movimiento (al menos en sus primeros años). Tanto el primero como el segundo son movimientos con una amplia base social de sustento. Una base social amplia de sustento, insisto, es lo que une a Trump con Hitler sobre el fondo de sus diferencias. Estas diferencias son, si se quiere, igualmente importantes pero, no obstante, resaltan sus similitudes, justamente. Es decir: mientras el fascismo es, sostiene Connolly retomando a Franz Neumann, un movimiento que “torsiona y distorsiona la democracia mientras retiene el imperativo de buscar una base en las masas”, Trump retiene ese mismo imperativo pero reteniendo, al mismo tiempo, “la competencia partidaria”. Este último punto es central puesto que define la condición aspiracional del fascismo de Trump. A diferencia de Hitler, por ahora, ese límite no fue corrido: “Trump, quiero decir, no es un Nazi -escribe Connolly-. Es por el contrario un fascista aspiracional que persigue la adulación de las masas…”.[3]
Las masas, no obstante, no son en toda su dimensión “aduladas”, como bien sabemos. Tanto el nazismo como el trumpismo, escribe Connolly, se sustentan en la determinación de una parte del cuerpo social como objeto de sus improperios, justamente, es decir como objeto de su estilo retórico violento. En el caso del nazismo, en efecto, este estilo retórico fue algo más que una simple retórica: judíos, sobre todo, pero también homosexuales, gitanos, etc., se convirtieron en objeto de persecución y represión física, a tal punto de plantear como fondo y como marco de ese estilo retórico su propia exterminación como parte del cuerpo social todo. En el caso del trumpismo, en cambio, es cierto que ese estilo no va tan lejos al punto de plantear la exterminación física de estos pero sí su constante y continuo hostigamiento: “sus objetivos internos de vilipendio e intimidación incluyen (en el discurso de Trump) musulmanes, mexicanos… mujeres independientes, profesionales”,[4] etc. Quisiera, en este punto, detenerme en este estilo retórico que caracteriza a ambos movimientos. Su violencia, decía, es quizás su principal característica y, con ello, la intolerancia y el hostigamiento, insisto, contra determinados grupos sociales es lo que los alimenta. En efecto, parte de este hostigamiento incluye sobre todo y fundamentalmente la incitación de sus seguidores a continuarlo y exacerbarlo hasta límites insospechados (basta recordar, por ejemplo, la toma del Capitolio por parte de una turba de simpatizantes de Trump, en 2021, a la que este último no dudó en provocar y estimular con tuits que le valieron la suspensión de su cuenta en la red social X -ex Twitter-).[5] La movilización de su base a favor de esta intolerancia y hostigamiento es, pues, lo que define este estilo retórico violento. Aunque no solo, desde luego. El segundo elemento es lo que Connolly llama la comunicación afectiva propia de este estilo de fenómenos políticos. Esta comunicación afectiva consiste en la reactivación de viejos sedimentos que forman parte del “registro visceral de la vida cultural”[6] de las respectivas sociedades en donde estos emergen. La movilización de su base social está anclada, por ende, en esta reactivación violenta de dichos registros que conforman la forma en la que estos hacen sinergia con la intolerancia y los mecanismos de vilipendio. De lo que se trata, en última instancia, escribe Connolly, es de acentuar y crear un tipo de contagio afectivo que no solo incrementa el estilo retórico violento sino que es, en muchos casos, el principal fundamento de movilización y de participación de la base social que compone su principal sustento.
Fenomenológicamente hablando, por ende, el fascismo aspiracional compone un universo expresivo singular.[7] Un universo expresivo que, como bien plantea Connolly, no solo está compuesto de palabras y discursos, sino de gestos y tonos, de silencios y prácticas, de prácticas y formas de actuar que incluyen hasta corporalmente una cierta sintonía (attunement) entre dicho estilo retórico, sus estrategias retóricas de vilipendio y hostigamiento, prácticas corporales y valores que se encastran formando ese todo expresivo que es el universo que los caracteriza. Estas prácticas corporales sintonizan, decía, particularmente con ciertos valores y principios que componen el universo expresivo de cada uno de estos fascismos aspiracionales, que no siempre son exactamente los mismos pero que, de nuevo, es sin dudas posible establecer conexiones heterogéneas o afinidades en las diferencias entre todos ellos. Así, por ejemplo, en el caso de Trump, Bolsonaro y Milei, la virilidad, la exaltación de los valores masculinos, la masculinidad, por ende, son algunos de ellos. En el caso de Bolsonaro, por caso, esta última fue exacerbada hasta el paroxismo proporcionando incluso insultos y descalificaciones particularmente ofensivas para los homosexuales o personas en parejas del mismo sexo (en el último tiempo, en efecto, Milei también comenzó a hacer uso de este tipo de estrategias de vilipendio contra los homosexuales).[8]
Un universo expresivo, por ende, es mucho más que la simple puesta en práctica de un conjunto de elementos que hace a la calidad accesoria de las expresiones que todos esos líderes ponen en juego. Es, insisto, fenomenológicamente hablando una forma de ser carne de un discurso, una forma o estilo específico de carnalidad que deforma y conforma no solo aquello que dice, aquello que, justamente, se expresa en un discurso y en aquellos que los escuchan, sino que deforma y conforma el mundo del que ese discurso es parte, constituyendo y dándole una carnalidad específica, un estilo específico de ser carne a las sociedades en donde ellos se ponen a prueba. Es por ello que la conversación pública, el debate y la discusión en el ámbito político alcanzan altos grados de polarización y conflictividad entre actores y sectores sociales que se ven encarnados, y no solo identificados, al menos parcialmente con el despliegue de estos estilos retóricos, de este antipluralismo que constituye los universos expresivos de los fascismos aspiracionales del nuevo siglo.
Juan José Martinez Olguin es doctor en Filosofía por la Universidad de Paris 8 e Investigador del Conicet en la Escuela IDAES de UNSAM. Es también docente en la UBA y autor de los libros: Politique de l’écriture (L’Harmattan, 2018); El parpadeo de la política. Ensayo sobre el gesto y la escritura (Miño, y Dávila, 2021) y Ensayos en tiempos de cuarentena. Pandemia, Política, filosofía y (Eudeba, 2021). Editó junto a Dolores Amat y Javier Burdman La pandemia como acontecimiento político. Aportes teóricos (Prometeo, 2022). Sus áreas de investigación son la teoría y la filosofía política, las teorías de la democracia y la estética.
[1] Connolly, W. (2017). Aspirational fascism. The Struggle for Multifaceted Democracy under Trumpism. Minneapolis: University of Minessota Press, p. 18. Traducciones propias.
[2] Utilizo acá la expresión “eminentemente populistas” con cierta ironía. La vaguedad e imprecisión de los usos del concepto de populismo por parte de intelectuales, periodistas, académicos, no deja de ser muchas veces un obstáculo para comprender cualquier fenómeno político.
[3] Connolly, W. (2017). Aspirational Fascism, p. 7.
[4] Ibid.
[5] En efecto, durante la escritura de este texto su cuenta, desde entonces suspendida, fue restituida por decisión del excéntrico magnate dueño de la red social, Elon Musk.
[6] Connolly, W. (2017). Aspirational Fascism, p. 15.
[7] Sobre este punto, me permito remitir a mi libro, de próxima aparición, Los pliegues de la democracia. Derechos humanos, populismos y polarización política (Miño y Dávila, 2025).
[8] Durante el mes de agosto, en efecto, el Presidente retuiteó un post de un usuario que contenía claras referencias homofóbicas.
Ilustración de portada: Freepik