Por Cecilia Abdo Ferez
Las elecciones del día de ayer sorprendieron en parte a un sector importante de la sociedad argentina que creía que inevitablemente el país se estaba dirigiendo hacia un gobierno de extrema derecha, como sucedió en algunos países de la región y del mundo con personajes como Trump o Bolsonaro. Pero el triunfo del peronismo generó alivio en unos y desconcierto en otros. Sin embargo, pareciera que el resultado electoral expresó dos cosas bastante claras. Que la gente quiere un cambio, pero que también quiere un gobierno. “Esto es lo que Massa leyó bien -dice Cecilia Abdo Ferez- y lo que debe poder demostrar: que puede tranquilizar, poner un orden, que puede controlar ciertas variables y gobernar no sólo a las internas, sino también a los actores y grupos de presión, que se miden en la escena político-económica todos los días.”
Si alguien, sólo días atrás, decía que Milei no sumaría votos respecto de las PASO, se lo hubiese desestimado, por inverosímil. Y, sin embargo, no hay triunfalismo posible después de esta primera vuelta electoral. A pesar de que la división electoral entre Juntos por el Cambio y La Libertad Avanza permitió que Unión por la Patria logre un triunfo impensado en el marco de este contexto de inflación, pobreza e incertidumbre social, lo que hay es una crisis, no sólo económica, sino de organización política, de representación, de sentido. Esa crisis es muy clara y estructural para los peronismos. Peronismos: dicho en un plural persistente y virtuoso, aunque la frase “la grieta murió”, dicha ayer por Sergio Massa, pueda leerse (también) dirigida al interior del movimiento. La referencia al animal mitológico que sería el peronismo puede parecer reconfortante y, sin embargo, Daniel Santoro decodifica mejor el estado anímico de ese animal y su temporalidad, no ahistórica, sino de carbonilla, de marca que tiñe pero también pierde capacidad de delinear el trazo: como bien pinta Santoro, la oreja de ese gigante está caída y debe reponerla y agudizar muchísimo la capacidad de escucha, si quiere volver a pisar fuerte en este bosque. Los peronismos deben encontrarle la vuelta -una en términos de acción- a la crisis de sus dos pilares centrales: la del mercado laboral, que produce precarización y exclusión crecientes, antes que salarios en blanco y derechos esgrimibles; la del Estado, que persiste en ser débil, fragmentado e intermitente en la Argentina y cuya debilidad se expresa en la moneda.
Los peronismos vienen de perder muchos votos. El mapa que compara la situación electoral de 2015 -con un Massa jugando por fuera del gobierno, con el Frente Renovador- y la de ayer muestra porcentajes electorales decrecientes en la mayoría de las provincias, a pesar de la remontada. Hay un aumento de la deserción electoral: decrece el número de votantes, a pesar de que sea alto ayer; hay voto en blanco, hay fuga de votos hacia Milei. Se viene de un gobierno paralizado como el de la postpandemia de Alberto Fernández, con una interna desgastante y larga, que dejó desorientados y sin voz pública a la mayoría de los adherentes. En este contexto, que surja la voluntad de Massa de renovar ese liderazgo y que la sociabilidad del peronismo le permita dar cauce a esa voluntad (que hubiera sido muy resistida tiempo antes), es el dato que cambia la elección: hay una figura capaz de reordenar y oxigenar el internismo, alguien capaz de ponerse como referencia del discurso. Alguien que sabe que no tiene plena confianza, ni para adentro ni para afuera; que sabe que no hay cheque en blanco, pero que logró revertir la inusitada resignación, desde hace al menos dos años, de que la elección estaba perdida.
El mapa comparativo de 2015-2023 trae otro dato: la persistencia de una franja ideológica, que coincide con el centro productivo del país, anti-peronista por definición. Que pasó de ser del Pro, hace unos años, a Milei, en estos. Esto es: que cambia de opción política, dentro del mismo espectro ideológico. Ese espectro, sin embargo, tiene en su interior un límite y una fractura: el establecido por el consenso democrático de la transición democrática, que tiene en el radicalismo su encarnación. Para ese filón, las alusiones de Milei al “desierto” que habría sido la democracia en estos 40 años, el desprecio por Alfonsín y la dilución de la diferencia entre dictadura y democracia fue un sapo demasiado difícil de tragar. Y la ferocidad de una interna destructiva, que hizo que con la victoria de la candidatura de Bullrich en las PASO se sellara también su declive, por retaceos internos de apoyo.
Inflar a Milei para disputar con él, para acomodarse en el centro político frente a sus excesos discursivos y gestuales, frente a su poder inmenso de daño, fue una estrategia política, no una casualidad. Puede haber salido momentáneamente bien; a mediano plazo, es un error y un costo demasiado alto de pagar, si es que pudiese controlarse. Milei corporiza el límite que la política debe poner, para auto-dignificarse, para diferenciarse. Pero su discurso toca fibras sensibles de la Argentina, que pueden movilizarse en forma no reactiva, sino activa: la persistencia de una dirigencia que no entiende qué país gobierna ni comparte su sufrimiento, la necesidad de recuperar un cierto universal en detrimento del sálvese quién pueda individualista, la necesidad de recuperar la idea de un destino común, la absoluta materialidad de la crisis, la imposibilidad de barrerla debajo de la alfombra. Se busca un cambio, de un lado y del otro del espectro: la alternativa es si es un cambio dentro del cual sigamos reconociendo la fisonomía de la Argentina, lo que nos caracteriza como país -la red de instituciones públicas en las que se alojan nuestras vidas, nuestras formas de valorar y de mirar el pasado y el presente-, o un cambio que suena a dinamita y barajar de nuevo, sin atención a los daños que eso implique ni a quién queda en pedazos. Pero ojo: se quiere un cambio y también se quiere gobierno. Esto es lo que Massa leyó bien y lo que debe demostrar: que puede tranquilizar, poner un orden, que puede controlar ciertas variables y gobernar no sólo a las internas, sino también a los actores y grupos de presión, que se miden en la escena político-económica todos los días. No sólo cambio, sino gobierno, y esto es lo que Milei no permite vislumbrar.
La elección de ayer -esta brisa a la que nos aferramos, en medio de una olla a presión- estuvo signada por dinámicas conocidas: las representaciones territoriales de los gobernadores -empezando por Axel Kicillof, consciente de su rol de heredero, pero también de bifurcación interna y de baluarte en la elección; y siguiendo por el federalismo de Schiaretti-, el énfasis en la memoria histórica y la reducción posible del daño a las vidas populares en medio de un cataclismo económico (lo que despectivamente se llamó “plan platita”). Pero también estuvo signada por la activación del potencial de un voto generizado: Milei encontró sobre todo en mujeres un límite claro a sus aspiraciones. En campaña, las redes se poblaron de videos auto-producidos en los que mujeres contaban las situaciones en las que debieron esperar del Estado una ayuda que apuntalara sus vidas: la enfermedad de un hijo, la educación pública transitada, el futuro previsible. Mujeres que nos vimos asqueadas ante proyectos como los de la crossplayer L. Lemoine (flamante diputada) sobre la renuncia a la responsabilidad parental. Proyectos que no sólo no son necesarios -la irresponsabilidad parental ya existe y marca la feminización de la pobreza-, sino que muestran que armar listas electorales es cosa seria. Se activó una red, un sentir, una potencia, un rechazo. Se olfateó el riesgo a la vida colectiva que sostenemos, que recae sobre nosotras. Se puso en juego una comprensión distinta de la libertad, que, aunque no pueda formularse del todo, conoce bien qué mutilaciones de la propia autonomía se dan cuando no se recibe cuota alimentaria, cuando los cuidados vuelven a ser maternalizados, cuando hay menor capacidad de decidir sobre las vidas y sobre el uso del tiempo.
Cecilia Abdo Ferez es Licenciada en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Es profesora asociada de “Teoría Política y Social II” en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y titular de “Filosofía” en el Departamento de Artes Visuales de la Universidad Nacional de Artes (UNA). Es investigadora independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y del Instituto de Investigaciones “Gino Germani” de la UBA. E-mail de contacto: ceciliaabdo@conicet.gov.ar
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