Crítica y pedagogía
Imágenes desde el asombro: una lectura de los últimos dos libros de Claudio Martyniuk. Lecturas de El espíritu solipsista y Solipsismo.  

Por Esteban Dipaola

¿Qué significa pensar? ¿Qué y como pensar cuando lo atroz se vuelve cotidiano? ¿Qué es la crítica? ¿Qué (falta) de vinculación existe entre la crítica y la academia? ¿Es posible una pedagogía de la crítica? Estos son algunos de los interrogantes que Esteban Dipaola retoma y proyecta sobre El espíritu solipsista y Solipsismo, dos recientes libros de Claudio Martyniuk

 

I

¿Por qué insistir con una filosofía de lo sensible? ¿O con una filosofía de las sensibilidades? Es una insistencia poética que Claudio Martyniuk trae y propone desde hace muchos años, pero que en estos dos libros “El espíritu solipsista” (Prometeo) y “Solipsismo” (La cebra) adquiere un tenor y un tono distinto: se trata de la apuesta por la sensibilidad ante un mundo que nos arrebataron. Entonces, ¿qué queda de esa poética heideggeriana de ser arrojados al mundo, cuando nos arrebatan ese mundo? Precisamente, lo que hacen estos dos libros, que se pueden leer en conjunto y en continuo, es trazar el mapa de las sensibilidades y las poéticas del pensar filosófico en un mundo que, como también decía Martin Heidegger, lo grave es que todavía no pensamos. Entonces, es necesario preguntarse: ¿qué significa pensar, para Martyniuk, en una era de artificios, imágenes, entre formas digitales y algoritmos que se llevan todo sin ninguna reflexividad, que alojan el vacío, que anuncian la noche solipsista para las almas desencantadas con esa inercia?

Lo que encontramos en dos estos libros es un estilo, pero me refiero a un estilo para anotar los pensamientos que necesitan ser anotados para que no se pierdan, justamente, en el mar de los artificios. Ese método también deslizado por Ludwig Wittgenstein, cuando en el Prólogo de sus Investigaciones filosóficas anticipaba que lo que en adelante leeríamos eran sus anotaciones a lo largo de más de 16 años. Ese estilo es de difícil preparación, y solo se alcanza a una cierta edad, esa edad en la que, como alguna vez Deleuze y Guattari expresaron, finalmente es posible llamarse filósofo.

¿Pero cómo tener un estilo en un mundo destilado, de superficie, donde nadie ya se hace la pregunta por el ser? ¿Hace cuánto tiempo que las personas y no solo los filósofos dejaron de preguntarse por lo que se es? ¿Cómo se llegó hasta este lugar sin preguntas? ¿Si ya no hay un mundo en el que estemos arrojado, entonces, cuáles son los límites de mi lenguaje? “El espíritu solipsista” y “Solipsismo” son dos libros de los que se puede disfrutar de la lectura porque permiten comprender que ya nadie se preocupa por la pregunta, y eso a cualquiera lo llena de preguntas, concretamente, de la angustia que evoca cualquier pregunta. Si tenemos alguna pregunta, entonces, hay algo de la angustia que nos cobija y, se sabe, de allí no se sale con la respuesta. Por eso Martyniuk propone a sus lectores y lectoras más preguntas. Ese es el espíritu solipsista que se desenvuelve en las páginas de estos dos libros: la sensibilidad filosófica de atender a que no hay respuestas y que por eso, justamente, pensamos. El problema y la pregunta como caminos, reconociendo la enseñanza de Heidegger. La pregunta por la crítica, pero entonces también por la aporía, o por la aporía de la crítica.

Así, Martyniuk anota. Ofrece al lector sus notas sobre los desgarros de la mera vida. Y transmite una pregunta inquieta: esa de la crítica.

 

II

¿Es posible la crítica desde los estandarizados lenguajes de la academia? Más aún, ¿es posible una pedagogía de la crítica? La institución detiene la crítica en su forma, en un formato. La era digital hace de la crítica, la educación y el saber un espectáculo. Por esto, Martyniuk, como hacen siempre los buenos filósofos, recurre a la tradición para encontrar nuevas preguntas, y encuentra en el Menón de Platón, esta que es fundamental: “¿Quieres que averigüemos juntos lo que es la virtud?” ¡Qué detalle de sensibilidad! Porque lo que Martyniuk observa en esa simple invitación es la importancia de un “juntos”, y que si es cierto que nos han arrebatado el mundo, lo hace todavía más importante.

¿Qué es aferrarse? -se inquieta Martyniuk- en “El espíritu solipsista”. Que “no sabemos que necesitamos saber”, ofrece como provisoria idea. Aferrarse a ese juntos, porque no sabemos lo que necesitamos. Porque en el mundo que nos circunda, en nuestra realidad que es la del capital, hay un negocio y a disposición de éste nuestras vidas, entonces la crítica es aferrarse, apostar a lo sensible, a un pensar poético, que inevitablemente será también un pensar doloroso.

En uno de los pasajes de “El espíritu solipsista”, Martyniuk se pregunta: ¿Cómo interpelar? ¿Cómo reconocer? Recurrir a la pedagogía contra las posiciones siempre latentes de la opresión fascista, que es también que no nos reconozcan ni nos permitan hacer preguntas.

El espíritu solipsista se define por esto: apostar a lo común, a un estar en común que otra vez cobije ante los arrebatos del mundo. El espíritu solipsista es inclinar la crítica en lo sensible, evitar el hechizo de la reproducción académica, apelar al contacto, a la transmisión. En un mundo hiperconectado, el espíritu solipsista se abre realmente a la hospitalidad, a la recibida del otro.

Entonces, ¿qué es este pensar solipsista? El coraje de saber que pensar es doloroso, que en el pensamiento el dolor abruma y los espectros acechan, y que por esto mismo es necesario el pensar, porque es en el dolor que el pensamiento reincorpora la vitalidad de una crítica como resensibilización del mundo. Pero todavía más, es el lugar donde el pensamiento toca el origen de todo pensar, el horizonte abierto de la filosofía: el asombro. Retornan las preguntas de un espíritu solipsista: ¿Por qué pensamos todavía en un mundo donde el pensamiento parece no tener recepción? ¿Por qué nos seguimos asombrando?

Eso es lo que Martyniuk invita a pensar desde el solipsismo: ¿qué le queda al asombro de la filosofía ante la indiferencia del mundo?

III

En “Solipsismo. Memoria, soledad y melancolía”, esas tres afecciones, instancias de la vida, aferran, sostienen y se entrelazan a medida que son pensadas, trazadas. El asombro trasciende a este libro, pero se trata ahora del asombro de los náufragos, de aquellos a los que se les arrebató el mundo y no pueden delimitar el lenguaje. De las soledades resignadas de hablar. Ya no estamos acá ante un libro de reconsideración de los lazos entre el pensamiento y la crítica, sino en el despliegue de un paso más allá: un libro sobre el arte del pensamiento. La poesía que como define Martyniuk es: “estado de posesión por la verdad”. Mantengamos la atención: la poesía nos hace poseídos por la verdad (no su reverso), y entonces, requerimos de la poesía para conocer. Saber del objeto y hasta tener deseo del objeto es un impulso poético. Retorno de lo trágico, entonces: reaparición de la figura de Dionisos desgarrando las apariencias. Martyniuk lo sintetiza correctamente: “una reciprocidad imaginaria entre poesía y epistemología”.

Si en “El espíritu solipsista” la cuestión trataba de una sensibilidad crítica ante el arrebato del mundo al que hemos sido arrojados; por su parte, en “Solipsismo” la cosa es acerca del naufragio del ser. La síntesis y conexión de ambos libros ya la enuncié al comienzo: ¿Cómo estar, perseverar en un mundo donde ya nadie se pregunta por el ser? Un mundo donde ya no se deja testimonio. Náufragos ante la nada, reducidos a observar pasivamente el arrebato de los límites del lenguaje.

¡Qué libro maravilloso es “Solipsismo”! Nos compromete a pensar la soledad en lo abierto, y entonces no nos deja solos. Quizás Martyniuk realiza la pedagogía crítica más indispensable para este presente furtivo, esa que nos pone a disposición el naufragio del goce individual y su contraparte la vitalidad de una poética del deseo de conocer, que no va a responder qué sígnica pensar y mucho menos apostará a la solemnidad heideggeriana de que lo gravísimo es que todavía no pensamos. Claudio Martyniuk es más generoso y su vocación es transmitir. Nos transmite en estos dos libros que es posible un pensamiento sensible, táctil, que toque al otro para no dejarlo solo. Esto es un gesto fundamental y genuino por su belleza, pues que ante las atrocidades que vemos y oímos cotidianamente, que todavía permanezca cercano alguien para escribir y decirnos a sus lectores y lectoras que a pesar de todo, con tantas injusticias y vanidades, sin embargo, nos queda el asombro, pero más aún, que nos escriba que además no estamos solos ante el asombro.

 

 


Esteban Dipaola es Profesor Asociado de la carrera de Sociología de la UBA y Profesor Titular de la carrera de Filosofía de UCES. Investigador adjunto de CONICET. Su último libro publicado se titula “Lo inmediato. Reflexiones para un mundo en urgencia” (Qeja, 2022). Instagram: @estebandipaola

 

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