SEMANA DEL PENSAMIENTO NACIONAL
JAURETCHE. Una perspectiva epistemológica

Por Ernesto Jauretche

El 13 de noviembre se celebra el día del pensamiento nacional. ¿Hay una epistemología o método nacional? ¿Hay una epistemología o método de Don Arturo Jauretche? Ernesto Jauretche trata de responder estos interrogantes dando cuenta de un pensamiento situado, que mira los problemas desde un aquí, y los analiza y los teoriza con el lenguaje que usan quienes están en ese aquí.

   

Este 13 de noviembre Jauretche cumpliría 123 años, pero por suerte no es posible; si renaciera se volvería a morir, tanto o mucho más acongojado que en 1974 cuando dejó este mundo.

En una aproximación periodística al término epistemología, podríamos decir que es una parte de la ciencia que busca responder a la pregunta sobre qué es posible llegar a conocer; o bien, que es la rama de la filosofía que estudia qué es y cómo se obtiene el conocimiento. También sería válido afirmar que la epistemología aborda el modo en que llegamos al saber y, para eso, se interroga sobre qué y a través de qué medios adquirimos y validamos el conocimiento, ya que como ciencia no sólo ponen en tela de juicio los métodos sino que además distingue sobre algo más abstracto: las creencias impuestas. Hasta aquí nada nuevo, no soy filósofo: Pero Arturo Jauretche parece que sí, y si no lo era, le pega en el poste. Veamos.

Como punto de partida y reivindicando el método epistémico de Don Arturo, recordemos en la ocasión la significativa anécdota de Norberto Galasso de allá por los años 1958. En medio del debate sobre el tratamiento de una ley sobre el divorcio, el historiador interroga a Jauretche: ”Usted, que es un hombre progresista, seguramente estará a favor del divorcio”. A lo que Jauretche responde: “Sí, pero hoy el problema de los jóvenes es casarse”, aludiendo a la crisis económica que afectaba al país. Es decir, Don Arturo fue al origen de las cosas y su entorno, no aventuró una conjetura sobre el fenómeno. Porque si no observamos el problema desde el momento y sus causas la pregunta es trivial y desvía la atención de la cuestión de fondo.

Jauretche pone las cosas sobre sus pies: tal vez ése sea el secreto de la epistemología jauretcheana. Lo que permite aventurar una teoría vista desde la realidad nacional, que contiene una proyección universal, tal como expresa el principio jauretcheano de que lo nacional es lo universal visto desde nosotros. Si hay un universal nuestro, lo nuestro también será universal.

Premisas

El 17 de octubre. Paradigma: Los obreros son seres inferiores, ignorantes, sucios, desdentados y malvestidos.

Ruptura epistémica: El subsuelo de la patria sublevado.

El Cordobazo. Paradigma: Los jóvenes universitarios son revolucionarios y le dan ideología a la clase trabajadora.

Ruptura epistémica: Los obreros de la industria moderna van a la Universidad y concientizan a los estudiantes.

Son sólo un par de ejemplos. Los hay en las Zonceras a montones. Su obra sobre teoría política más notable es sin duda FORJA y la Década Infame, dentro de la cual abundan otros ejemplos de ruptura epistémica tanto de Arturo Jauretche como de Raúl Scalabrini Ortiz.

Principios de la teoría del conocimiento de nuestro paisano Jauretche

Primero: revisa y cuestiona los métodos consagrados de formulación del conocimiento, no desde los proporcionados por la academia sino a partir del mundo real y su examen metódico.

Segundo: entiende por ciencia toda aquella disciplina que pretenda producir u obtener conocimiento desde la observación de la realidad específica, sin rodeos ni interferencias propias o adquiridas en las casas de estudio a las que, a similitud de las que se aplica al ensillar el caballo para evitar espantos, llama anteojeras. Esto es, siempre mirar al frente.

Tercero: incorpora a la crítica, tanto en el procedimiento de la investigación como en su pedagogía, la ponderación contextual e histórica.

Cuarto: lejos de los lenguajes de secta de la vida académica, sin perder la hondura de sus cavilaciones, formula sus ideas desde una pedagogía criolla, llana y comprensible para cualquier lector, con lo que arrima la ciencia al pueblo.

Quinto: Pone en tela de juicio los métodos usados para distinguir un conocimiento válido de una creencia o una suposición, y valora el conocimiento según de dónde provenga.

Sexto: sintetiza el conocimiento vulgar con el discernimiento reflexivo fruto del pensamiento ilustrado en una didáctica accesible.

Séptimo: elige como interlocutores a los hombres y mujeres concretos del pueblo llano y rechaza la tentación de los prestigios administrados por los cenáculos del pensamiento adocenado por el colonialismo cultural.

Si Jauretche fuera un pensador europeo, estos principios serían motivo de tratamiento académico e incorporados como productos científicos tanto a las ciencias sociales como a la investigación en general que hoy se imparte en nuestras escuelas y universidades desde moldes importados.

El editor de su obra, Arturo Peña Lillo, que a mediados del siglo XX creó en el país una editorial dedicada a difundir el “pensamiento nacional” y falleció en Buenos Aires el 2 de enero de 2009 a los 91 años, afirma que ”Jauretche es un pensador que se adelantó a su tiempo, y no se hizo un clásico universal porque no era europeo”.  Peña Lillo, nacido en Valparaíso, Chile, ingresó a la Argentina para trabajar como alambrador en los extensos campos de la Patagonia. Quien fue su principal editor y el autor de más de una docena de ensayos, trabó su amistad en un viaje desde Bahía Blanca durante el cual, como era su costumbre, Jauretche relató verbalmente a su ocasional compañero ideas sobre la necesidad de relacionar la política nacional con el revisionismo histórico, en ciernes en esos tiempos. Al impulso de Peña se debe la publicación del primer ensayo de don Arturo Jauretche: Política nacional y revisionismo histórico, una de las piezas más relevantes de su manera de pensar en cuanto al cuestionamiento de la influencia de las premisas coloniales, que constituye, después de las formulaciones elaboradas desde FORJA, un claro ejemplo de lo que se da en llamar “ruptura epistémica” o lo que preferimos denominar cambio de paradigma, en tanto proyecta su influencia de manera determinante sobre las transformaciones políticas ocurridas desde el nacimiento del peronismo en adelante.

En Memoria de Papel. Los hombres y las ideas de una época. su principal editor se refiere a Arturo Jauretche en estos términos: formuló una teoría del conocimiento antes que Paulo Freire difundiera su Pedagogía del oprimido, antes que Franz Fanon hiciera su parte con Los condenados de la tierra, antes que Armand Mattelart y Ariel Dorfman, que Marshall McLuhan y Noam Chomsky le pusieran título a la manufactura de los consensos. Y añade: antes que Michael Foucault describiera la socialización por los recursos represivos del Estado, Jauretche ya había definido los mecanismos y la intelligentzia que constituyen la “superestructura cultural del coloniaje”.

Y bien. Veamos qué dice el científico social argentino por excelencia hablando de los principios, métodos y resultados de esa disciplina.

En 1974 Jauretche brindó dos conferencias a salón lleno en la Universidad Nacional del Sur en Bahía Blanca. La primera, el 20 de mayo,  se denominó “Introducción al estudio de la realidad nacional”. La segunda tuvo lugar el 22 de mayo y se tituló “Método para el estudio de la realidad nacional”. Ambas disertaciones fueron pronunciadas en el marco de la inauguración de un nuevo período del Área de Estudios de la Realidad Nacional y Latinoamericana perteneciente al Ciclo Básico Universitario. La noche del 24 partió hacia Buenos Aires en avión y en las primeras horas del día siguiente falleció en su departamento de la calle Esmeralda. Ni más ni menos que un 25 de mayo.

Las obras de Arturo Jauretche, y de tantos otros pensadores del campo nacional, han sido silenciadas durante años y Enfoques para un estudio de la realidad nacional, de cuya contratapa recogemos esta semblanza no ha sido la excepción. Penosamente, y de seguro sin la más mínima colaboración del azar, las grabaciones de aquellas conferencias han desaparecido del Archivo Histórico de la Universidad. Los textos impresos en pequeños libros de 18 hojas escasean hoy y desde hace tiempo en las bibliotecas de la institución. De modo tal, la edición de la editorial Corregidor ocupa un lugar singular en la obra jauretcheana. No solo por tratarse de lo último que hizo Arturo Jauretche en vida. Tampoco por el contenido magistral de sus líneas al que el autor ya nos tiene acostumbrados. Sino por el implacable valor de recuperar un capital cultural halagado por la frustrada intención de ser censurado.

¿Qué es el conocimiento? ¿deriva de la pura razón o de la experiencia? Jauretche responde aplicando la observación de la realidad a la materia a razonar.

Una forma de aplicar criterios epistemológicos es a través del uso de la creencia, la verdad y la justificación. El objetivo de aplicar estos puntos es asegurar satisfactoriamente que una creencia puede ser considerada conocimiento. Cualquiera tiene derecho a creer que lo que está pensando es la verdad. El problema que ocurre hoy en Argentina es que aunque se sepa fehacientemente que son falsas, ciertas informaciones y creencias son aceptadas y adoptadas como ciertas. Sobran ejemplos como el que sentencia que el origen de la inflación es la emisión monetaria. Y ello desnuda una demanda nacional urgente: Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz, entre tantos otros pensadores nacionales, no tienen relevo ni seguidores destacados. Porque, así como Milei dice creer que los mejores años de la República fueron los de principios del siglo XX, aquellos tiempos que varias generaciones de argentinos enjuiciaron como “la colonia próspera”, hoy vuelven a regir paradigmas propios de los años de la llamada Década Infame.

Era natural que fuéramos una colonia británica; ni se lo advertía ni se imaginaba otra condición. Un manto de ilusión de progreso y de mentiras sobre la realidad adornaba los discursos políticos. Una superestructura republicana, legal, aprobada y consentida regía las formas de la convivencia y obligaba a alianzas y consensos estériles, se cultivaba una democracia de procedimientos para preservar la paz de los cementerios, las instituciones estatales funcionaban según un orden de clases, la enseñanza inculcaba que los vendepatria eran los civilizadores y los luchadores por la independencia salvajes, bandidos y corruptos, la libertad se celebraba fastuosamente cada 25 de mayo con desfiles militares y galas en el Colón, por doquier ondeaba la bandera azul y blanca, se cantaba el himno con emocionadas loas a la soberanía,  la alusión al “pueblo”, absolutamente ausente en una cancha sin contrincante, era pura y desvergonzada demagogia. Una sociedad sometida voluntariamente, que admiraba a sus opresores y celebraba sus virtudes. Una sociedad que no supo, que nunca había aprendido a ser libre. La hoy tan alabada Argentina del Centenario. Que parece repetirse en un devenir histórico que lo justifica.

En lo que fue un prolongado empate histórico entre el peronismo como ideología de los trabajadores, y la oligarquía y el imperio, agranda su laurel la cultura antiargentina sin evidentes connotaciones sociales, con sus extremidades y dispersiones hasta en los tópicos del pensamiento de vastas porciones de la sociedad argentina, independientemente de su condición cultural y de clase.  Como si nunca hubiera existido el peronismo, hoy tan atado a las prebendas partidarias como el radicalismo de los años 30.

Hace falta una nueva revolución epistémica que no se piale en la contienda política menor de sus disputas partidarias por la curules y pedazos de gobierno. No es momento de discutir sobre esos acomodos, sino de desmoronar la víscera principal de la dependencia, desde sus bases estructurales. Romper espiritual e intelectualmente con ella fue una hazaña del pensamiento forjista. Y, claro, naturalmente esa ruptura epistémica dio origen a una revolución. No será la primera vez que el pueblo argentino lo consiga. Es hora de cuestionar, como FORJA en sus días, el sistema en su conjunto, desde su arranque, para dar a luz a un nuevo movimiento nacional.

De esa proeza nació el peronismo. Creación pura; sin antecedentes. Ruptura epistémica con toda la teoría existente. Socialismo, fascismo, colectivismo, individualismo quedaron reducidas a meras etiquetas. Una ruptura epistémica filosófica, política y social acunó nuevos términos y concepciones, como la sociedad organizada, el tercermundismo, la versión cristiana de la ideología, la ética de la solidaridad, la gloria al héroe y el culto al caudillo, en reemplazo de una democracia de cartón.

No faltan en nuestros tiempos batallas populares ni claras denuncias reveladoras de la concupiscente voracidad capitalista comparables con procesos casi contemporáneos como la Revolución zapatista y la nacionalización del petróleo en México que inspiraron a los radicales de aquellos tiempos, pero son actualmente exóticas lecturas de Haya de la Torre, Ugarte, Mariátegui, José Martí, Blanco Fombona, etc. eliminados junto a otros “malditos” de las estanterías comerciales. Que, si tienen reemplazo, son lectura de la exigua contracultura, condenada por incultura. Tampoco se ignoran los procesos independentistas tanto de África y Palestina, como de Honduras y Venezuela, pero son observados en general como las luchas de la civilización contra el terrorismo y no como cuando glorificábamos las epopeyas de Lumumba o la batalla de Argel, que desafiaban a potencias que parecían invencibles.

Los muchachos de FORJA, como los de hoy, tuvieron que lidiar contra sus propias convicciones coloniales y bregaron contra un antiimperialismo antiyanqui y de libre comercio cuando no prosoviético e hicieron frente a un antiimperialismo abstracto y romántico, Rubén Darío, José Enrique Rodó, etc., cuya copiosa prensa convirtió en próceres. Ni siquiera era que la dependencia fuera irrevocable; peor: era lo natural, lo lógico, el sentido común; tampoco se concebía como el saldo de la experiencia histórica y de las derrotas populares. Se había naturalizado la dependencia como alguna vez fue la esclavitud, defendida hasta por los propios esclavos.

Más aun, los forjistas debieron despreciar las imposturas hegemónicas de la cultura oficial impuestas por sus voceros, liderados por el diario La Nación (“guardaespaldas de Mitre” según Manzi). Hallaron al enemigo principal por labor intelectual y rastreo territorial en Buenos Aires durante las campañas electorales por Yrigoyen, casa por casa, barrio por barrio, provincia por provincia. Luego, Política británica en el Río de la Plata e Historia de los ferrocarriles sembraron en los forjistas las bases de un antiimperialismo con nombre y apellido.

La crisis argentina actual no es de los Partidos sino de todo el sistema político, inepto para reconocer que la miseria del follaje proviene de sus raíces. Hablan de una crisis de representatividad, ¡bienvenida! sí, pero no busquemos culpables individuales; es todo el sistema que está podrido y no es más que el reflejo de una comunidad capturada por el señorío de la necesidad y la incertidumbre. Impera el sálvese quien pueda.

Habiendo un Presidente de la Nación que insulta, desprecia, maltrata, amenaza, elogia la violencia, ¿por qué el ciudadano de a pie no podrá hacer lo mismo?  No hay el ejemplo de un mandato moral de las clases dirigentes que lo frenen. Todo lo contrario: lo estimulan. Sabe que si lo pescan le harán pagar lo que otros por delitos mucho mayores jamás han expiado. Mientras a los rebeldes se los mata. Sin contención de una iglesia, un movimiento social, un club o una organización popular ese joven es pan comido para los narcotraficantes. Que Patricia escarmiente porque aprovechan la miseria que ella y su gobierno promueven.

Está todo permitido. Es una crisis moral la que abarca también a los partidos y sus dirigentes, así como a funcionarios que roban impunemente, que fugan cifras inauditas a paraísos que ocultan sus cuentas, que tienen fortunas incalculables, que negocian leyes y decretos con los dueños del país, que viajan por el mundo entregando el patrimonio de todos los argentinos y comprometen al país con regímenes criminales, ladrones y genocidas.

Esa es la verdadera crisis y no la de representatividad. Los autores de semejante latrocinio están a la vista, sin que sea posible escracharlos ni lincharlos, porque eso sí sería delito punible, y con todo rigor, por jueces de la misma calaña que los malhechores. Si hasta viene del Norte una señal que corrobora esa perversión, con los chistes racistas y despreciativos destinados a ganar votos en la campaña electoral de Trump, que medio mundo celebra como ocurrencias apenas irreverentes y por sobreentendido impunes.

Sin embargo, por eso mismo, vale la pena citar el ejemplo de los radicales forjistas que desafiaron a un sistema igual o peor que el actual. Con una fe irreductible aquellos argentinos ejercieron una prédica difusora de la realidad, con datos de la vida real, números concretos, revelaciones históricas y el cotejo con experiencias de pueblos victoriosos. Así fueron fundando un piso de creencias que, apoyadas en consignas patrióticas y apelaciones éticas y morales al margen de las ideologías dominantes, demolieron los principales paradigmas de la dependencia cultural.

Los forjistas fueron al meollo, a lo profundo, al vulgar motivo de la aceptación acrítica de la dependencia. Sin exteriorizarlo, como semilla de la dependencia se cultivaba la inferioridad racial, producto de la cultural fusión étnica entre lo indígena y lo español, del engendro maldito indo-afro-hispano que dio nacimiento al ser-americano, del gaucho bruto e ignorante, por definición incapaz, corrupto e indolente. Eso que significaba ser argentino en los años de la colonia próspera es lo que inculcan hoy los voceros del nuevo régimen colonial que gobierna el país, apuntando a un paraíso perdido.

El omnipresente Estados Unidos, la ancestral Gran Bretaña o la culta Francia, y el Israel genocida, son hoy los paradigmas de nuestro destino histórico cuando, en realidad, lo que se está imponiendo es el sistema que rige en Arabia Saudita o Guatemala. Estamos siendo nuevamente víctimas de un imperialismo tan naturalmente aceptado como justificada la colonización cultural. Y, como todo lo obvio, la condición colonial es lo más difícil de descubrir. Pero, en su marco, el que nació barrendero tendrá hijos que serán barrenderos, dijo Quaranta en 1955. Ahora, en 2018, Vidal: “Nadie que nace pobre va a la universidad”. Milei, en 2024: “La justicia social es una estafa”. Ayer, como hoy, abatir semejantes convencimientos naturalizados en la conciencia popular exige un denodado esfuerzo intelectual, una nueva ruptura epistémica. De las decrepitas instituciones y su dirigencia nada que esperar.

No tengamos vergüenza de la actual dependencia, sino conciencia de su existencia y dominio, para poder elaborar nuevas instancias cognitivas capaces de crear un sistema de ideas políticas capaz de emanciparnos. En este punto estamos hoy parados los argentinos bien nacidos. Repensando a dónde ir o venir, sin rumbo, conducción ni estrategia.

La incógnita no es filosófica: es política. Producto histórico del pensamiento forjista, de la revelación de la dependencia como demostración empírica de una realidad, nació nada más ni nada menos que el concepto de que no hay justicia social sin independencia económica y soberanía nacional.  Yrigoyen arengó a los forjistas: “Hay que empezar de nuevo”. Perón lo proclamó: “Mejor que decir es hacer. Mejor que prometer es realizar”. Dirigentes políticos llamados opositores, incluidos Cristina y La Cámpora, los denominados movimientos sociales que disputan espacios electorales y los detritus del peronismo residual que aspiran acordar con el establishment, son parte del conservadurismo.

¡Vamos a pensar algo nuevos argentinos todavía!

Viva Perón

Viva la Patria

 

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