Por Martín Bergel
Un 14 de junio de 1894 nacía en la ciudad peruana de Moquegua, el escritor, periodista, político y filósofo, José Carlos Mariátegui, el “primer marxista latinoamericano”, según José “Pancho” Aricó. Su libro Siete ensayos sobre la realidad peruana es una obra fundamental no solo para examinar la “situación” del del Perú sino también la de buena parte de América Latina. En el contexto actual, signado por el ascenso de discursos, movimientos y partidos de derecha y extrema derecha, la lectura de su obra se vuelve de vital importancia. El historiador Martin Bergel, que ha estado trabajando en los últimos años en una importante antología de Mariátegui de reciente aparición, aborda aquí esta tarea que es también una especie de legado.
Una lectura activa de la sentimentalidad fascistai
Decir que el nazismo no es un pensamiento o, en términos más generales, que la barbarie no piensa, equivale de hecho a poner en práctica un procedimiento solapado de absolución. Se trata de una de las formas del “pensamiento único” actual (…) Se me dirá, entonces: usted no quiere ver que, ante todo, el nazismo y por añadidura el stalinismo son figuras del Mal. Sostengo, por el contrario, que al identificarlos como pensamientos o como políticas me doy, finalmente, los instrumentos para juzgarlos, mientras que ustedes, al hipostasiar el juicio, terminan por proteger su repetición.
Alain Badiou, El siglo
I
En la historia latinoamericana no abundan los casos de intelectuales ubicados en las izquierdas que hayan ofrecido reflexiones sobre las formas históricas que asumieron las derechas. A diferencia de la tradición multidiversa de pensamiento europeo que va de Gramsci y la Escuela de Frankfurt a Poulantzas, Paolo Virno o, más recientemente, Enzo Traverso -por citar solo algunos nombres-, en América Latina han sido minoritarias las indagaciones profundas y/o los destellos incisivos sobre las expresiones de derecha. El robusto espacio del antifascismo argentino, por caso, tendió a hacer un uso retórico y repetido de un libreto similar sobre el contrincante que le daba razón de existencia, al punto de, según uno de sus principales historiadores, “funcionar como instrumento de movilización de los sectores democráticos opuestos a la dinámica fraudulenta (y luego dictatorial), más que como herramienta de meditación o análisis”.2 Mucho más cerca en el tiempo, es un hecho reconocido que fenómenos contemporáneos como el macrismo, en Argentina, o el bolsonarismo, en Brasil, tendieron a ser largamente subestimados. En términos generales, puede decirse que en el continente la intelectualidad de izquierdas se vio presionada a aceptar y reproducir juicios consagrados que evitaban asumir el ejercicio de pensar las derechas.
El caso del peruano José Carlos Mariátegui (1894-1930) se distingue del panorama recién sintetizado. Reconocido como uno de los principales intelectuales de las izquierdas del siglo XX y hasta como el “primer marxista de América” (según la exitosa fórmula del italiano Antonio Melis, uno de sus máximos estudiosos),3 Mariátegui debe esos pergaminos, según un punto de vista asentado, al carácter abierto y creativo de los recursos que movilizó en el desarrollo de un pensamiento firmemente afincado en la tradición socialista. Dentro de ese cuadro general, y a pesar de ser un autor profusamente estudiado, ha sido sin embargo poco explorado el conjunto de ensayos breves que consagró a las derechas de su tiempo. Internándose en ese segmento de su labor intelectual, este artículo se detiene en algunos momentos relativos a su caracterización del fascismo italiano. Por un lado, en aspectos de sus prolegómenos, sobre todo vinculados al deslumbramiento que al peruano le produce la figura de Gabriele D´ Annunzio y su “aventura del Fiume” en la inmediata posguerra; por otro, en facetas de los primeros años del movimiento liderado por Mussolini en el poder, acometidas por Mariátegui en su “Biología del fascismo”, una de las secciones de La Escena Contemporánea (su primer libro publicado en 1925). De conjunto, se sostendrá aquí que esa lectura no solo ofrece una de las primeras miradas sobre el fascismo que vio la luz en América Latina, sino que, más decisivamente, ofició de terreno de elaboración de elementos cruciales en la cosmovisión intelectual de Mariátegui, rearticulados luego en su peculiar fe socialista.
II
Es sabido que los años que pasa en Europa entre 1919 y 1923 constituyen un periodo decisivo en la formación filosófica, estética y política de Mariátegui. Aun cuando un conjunto importante de trabajos ha querido recuperar el valor de los años de juventud en los que su nombre (y su principal seudónimo del período, Juan Croniqueur) comenzaron a sobresalir tanto por su labor en la prensa periódica como por su participación en el ambiente de la bohemia literaria limeña,4 es también sabido que el propio Mariátegui denominaría desdeñosamente a su etapa previa al viaje europeo su “Edad de Piedra”, un periodo en el que -según refería en una conocida carta autobiográfica de 1928- sus principales afanes se habían limitado a “tanteos de literato inficionado de decadentismos y bizantinismos finiseculares”.5 Cierto que su reorientación hacia el perfil de intelectual socialista que cultivaría en su madurez comenzó un poco antes de su partida al viejo continente, al calor de las luchas obreras y estudiantiles que se desenvuelven en el Perú de la inmediata posguerra, y con el fundamental aliciente que representaban las noticias internacionales sobre la flamante Revolución Rusa.6 Pero, incluso considerando ese giro previo a su viaje, la aventura europea que inicia en octubre de 1919 representaría un parteaguas en el itinerario de Mariátegui. “He hecho en Europa mi mejor aprendizaje”, escribirá en el breve prólogo a los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, su libro más afamado.7
Y es que, en efecto, fue en el curso de su periplo europeo que entró en contacto con las artes visuales -sobre todo gracias a su amistad con el pintor argentino Emilio Pettoruti-, y a través de ellas con las vanguardias estéticas, que desde entonces y hasta su muerte en 1930 ocuparon un lugar preeminente dentro de su mirador intelectual.8 Asimismo, fue en el curso de esos años que, a través de lecturas, contactos y la asistencia libre a “algunos cursos” -según le contaba a Glusberg en la carta antes citada-, aquilata su cultura política y filosófica, y se adentra en el conocimiento del marxismo (sobre todo por vía del idealismo italiano).9 Un hecho que podrá comprobarse en la perspectiva decididamente anticapitalista y de clase que Mariátegui despliega al regresar al Perú.
Pero además de haberle provisto los estímulos y saberes que se expresarán desde entonces en una clave indeclinablemente socialista y vanguardista, la situación europea de posguerra comunicará a Mariátegui con una zona cultural y política a la que desde entonces prestará continua atención: la de las nuevas derechas. Ese interés se sostendrá en el privilegio epistemológico que el peruano otorga a lo emergente, a los fenómenos novedosos que desestabilizan lo instituido, en cuya interpretación -en los ensayos breves que compone para la prensa- arriesga intuiciones e hipótesis.
Esa posición de enunciación se verá favorecida por el hecho de que el destino principal de Mariátegui en Europa es Italia, lo que le permite ser testigo excepcional y directo del ascenso del fascismo (vive en ese país desde fines de 1919 hasta las vísperas de la Marcha sobre Roma). En los textos que envía al diario El Tiempo de Lima -luego reunidos por sus hijos en el volumen Cartas de Italia-, y los que elabora una vez regresado al Perú y que agrupa en su “Biología del fascismo” en 1925, Mariátegui combina las destrezas del cronista político con los habituales chispazos hermenéuticos que presiden sus ensayos de madurez.
En ese sentido, cabe decir que entre sus estudiosos no se ha subrayado suficientemente el grado en que temas caros a su perspectiva intelectual, como las cuestiones del mito y de la política caracterizada como fenómeno de tintes religiosos, comenzaron a ser elaborados en sus asedios al fascismo. Me interesa sostener entonces que si la estación italiana supuso un momento crucial dentro del laboratorio histórico-filosófico de Mariátegui, ello tuvo que ver sin dudas con su interés en los avatares de las fuerzas socialistas de la península, en las experiencias de lucha del movimiento obrero turinés, o en sus referencias episódicas al periódico comunista L´Ordine Nuovox (cuestiones todas que impactaron sin dudas en la afirmación de su identidad socialista); pero también con sus lecturas de los orígenes y primer desarrollo del fascismo, a partir de las cuales maduró la perspectiva romántica y radicalmente antipositivista en la que modularía su marxismo.
Claro que si eso fue así se debió a que Mariátegui desarrolló una curiosidad genuina por un fenómeno que percibió, desde sus primeros pasos, preñado de decisivas novedades en el agitado mundo de posguerra. Como ha sido señalado por la historiografía reciente, el antifascismo acabó por constituirse en una suerte de obstáculo epistemológico para la investigación histórica sobre el movimiento comandado por Mussolini, en la medida en que contribuyó a codificar una perspectiva ideologizada de su naturaleza.11 En parte por haber interrogado al fascismo con antelación a la estabilización de ese canon antifascista -constituyéndose incluso en uno de sus primeros intérpretes ya no solo en América Latina sino a escala global-,12 pero sobre todo por el desprejuicio con el que habitualmente inspeccionaba los materiales de su contemporaneidad, las lecturas del fenómeno fascista de Mariátegui admitieron incluso un momento de empatía cognoscitiva al interior de su diagrama socialista. Así, en la primera de las “Cartas de Italia” dedicada por entero al nuevo movimiento, en su voluntad de comprensión optaba por ceder la palabra a sus protagonistas, prolongando el ademán cuasi-etnográfico que había jalonado algunas de sus crónicas políticas en su temprana juventud limeña.13
III
En algunos pasajes de sus ensayos, Mariátegui se detiene a considerar las relaciones que los intelectuales establecen con el experimento liderado por Mussolini; pero, en general, no lo hace para destilar sus aportes o temas ideológicos. Y ello porque, en carta fechada en agosto de 1921, anotaba ya que “el fascismo no es (…) un programa sino una acción”.14 El rol de la intelligentzia en la historia italiana contemporánea, señalaba, “resulta, en realidad, muy modesto. Ni el arte ni la literatura, a pesar de su megalomanía, dirigen la política (…) Los intelectuales forman la clientela del orden, de la tradición, del poder, de la fuerza”. El movimiento fascista, de heteróclita composición y procedencia (su plana mayor, observaba, “no podía ser más polícroma”), no era el resultado del despliegue de una ideología coherente. Antes bien,
pretendía ser, antes que un fenómeno político, un fenómeno espiritual y significar, sobre todo, una reacción de la Italia vencedora de Vittorio Veneto contra la política de desvalorización de esa victoria y sus consecuencias (…) La bandera de la patria cubría todos los equívocos doctrinarios y programáticos.15
En definitiva, Mariátegui atribuía el asombroso ascenso del movimiento de las camisas negras al compuesto de prácticas y símbolos que habían excitado “un misticismo reaccionario y nacionalista”. Y concluía citando a Giovanni Gentile, el filósofo idealista del régimen que se regocijaba observando el ánima guerrera de los fasci, con quien acordaba en que, en su devenir, “el fascismo quiere ser una religión”.16 Mariátegui subrayaba así un aspecto luego ampliamente desarrollado por algunos de los más sofisticados historiadores culturales del fenómeno fascista, que han puesto de relieve la centralidad que en su constitución como movimiento de masas adquirieron las dimensiones rituales y sacras.17
Y aquí llegamos a un punto clave de mi argumento. En la lectura que propongo, es a través de la interpretación activa que Mariátegui hace del fascismo, de su “biología”, que entrevé los componentes culturales y emocionales que desde entonces forman parte de su caracterización tanto de la trayectoria de algunos individuos destacados, como de la conformación de sujetos políticos colectivos. En las reconstrucciones del itinerario de Mariátegui es usual situar la emergencia de esa clave de análisis en una operación intelectual: la del descubrimiento de Georges Sorel, y su tesis sobre el papel indispensable de los mitos como carburantes emocionales para la praxis. Y en efecto, tal como escribiera José Sazbón, al teórico del sindicalismo le cupo un “papel determinante” en Mariátegui, al punto de funcionar para él como factor “aglutinante de otras diversas influencias”.18 Pero esa decisiva presencia no debe ocluir las instancias de fermentación que ya trabajaban sobre la cosmovisión intelectual del autor de los Siete ensayos, para quien su estancia europea, y en particular el laboratorio de observación que era la política italiana, tuvieron un rol de primer orden en el desplazamiento de la posición de cronista político de juventud a la del incisivo ensayista que será en la década de 1920.
Más específicamente, cabe resaltar que el ejemplar de Reflexiones sobre la violencia de Sorel que fue hallado en la biblioteca de Mariátegui corresponde a la quinta edición que vio la luz en París en 1921. Lo más probable es que ese volumen haya sido adquirido a mediados de 1922, cuando el peruano pasa dos meses en la capital francesa.19 Pero para entonces ya había desarrollado sus primeros esbozos sobre el fascismo. Y, sobre todo, se había dejado capturar por la saga novelesca del movimiento que liderado por D´Annunzio ocupa en 1919 la ciudad de Fiume, en la costa adriática, pretendida por Italia pero negada en la mesa de negociaciones diplomáticas. Tal como indica Emilio Gentile, en la inmediata posguerra ese capítulo representó, tanto en la praxis guerrera y desafiante como en la retórica exultante y mística empleada por el poeta, “el mayor aporte a la construcción de una religión nacional”.20 En este punto es necesario señalar la poderosa atracción que sobre el joven Mariátegui y su círculo de la bohemia limeña había ejercido el d´annunzianismo, al que él mismo habrá de ubicar retroactivamente como “un fenómeno de irresistible seducción para el estado de ánimo rubendariano”.21 Esa sensibilidad literaria cultivada desde la adolescencia se alimentaba además de cierto fondo místico, que en su origen se conectaba con la fe católica que había heredado de su madre. Es conocido al respecto el relato “La procesión tradicional” -elaborado en 1917, y que le vale la obtención de un premio del Círculo de Periodistas-, en el que exhibía las profundas vibraciones que lo embargaban al asistir al espectáculo de una peregrinación de fieles por las calles de Lima. Pero, en consonancia al canon modernista, ese misticismo se modulaba entonces como una faceta concerniente sobre todo a la esfera privada, una “tendencia al intimismo” (la fórmula es de Oscar Terán) que hallaba en las emociones religiosas un refugio ante el vértigo de la ciudad moderna -en abierto contraste, a este respecto, con el ímpetu futurista y vanguardista que experimenta en su etapa madura.22
Pues bien: también en este aspecto la etapa italiana representa para Mariátegui un momento importante, puesto que en ella la propia noción de “religión” se emancipa de su adscripción confesional y privada para comenzar a calificar el tipo de política emergente en una época radicalmente nueva. Los escritos maduros del intelectual peruano son pródigos en referencias que abonan esa perspectiva. Por ejemplo, el ensayo que dedica a Gandhi:
¿Acaso la emoción revolucionaria no es una emoción religiosa? Lo que sucede en Occidente es que la religiosidad se ha desplazado del cielo a la tierra. Sus motivos son humanos, son sociales, no son divinos. Pertenecen a la vida terrenal, no a la vida celestial.23
La empresa d´annunziana en el Fiume es en este sentido la primera experiencia a la que se aproxima en términos de “epopeya”,24 un acontecimiento de tonalidades románticas que ha reverberado en la opinión pública italiana y ha templado el espíritu de una porción de su juventud (como fue mencionado, la Revolución Rusa había dejado ya su huella en la fe socialista de Mariátegui, pero su épica será evocada posteriormente, y sobre todo en relación a fenómenos literarios).25 No casualmente la primera de sus “Cartas de Italia”, fechada en enero de 1920, está dedicada a “El problema del Adriático”, que el “lenguaje lírico” de D´Annunzio “eleva y engrandece”.26 Tampoco casualmente la gesta del poeta es evocada en sus acentos vitalistas y extra-racionales:
Lo fundamental de la empresa de D´Annunzio no es la ideología. La ideología es casi siempre lo menos concreto, lo menos preciso, lo menos vigoroso. Lo fundamental es la acción (…) D´Annunzio comprende que vive en una hora grande y fecunda de la historia de la humanidad. Percibe los latidos íntimos de la agitación contemporánea. Y siente la necesidad de participar, en primera línea, en la lucha. No aceptará que lo elimine de la escena universal otro factor que la Muerte.27
Pero además las peripecias de D´Annunzio en el Fiume cautivan a Mariátegui porque le permiten adentrarse quizás por primera vez en un tema que será central en su ensayística madura: el de la aventura. Se trata de un tópico que aparece explícita o subrepticiamente en una amplia porción de los retratos de figuras de la época que confecciona. Así, son las “Andanzas y aventuras de Panait Istrati” las que lo sumergen en el mundo de ese literato rumano transhumante, “novelista extraordinario” de espíritu rebelde y anarquizante que ha pasado de una existencia atormentada y mísera a ser un autor “consagrado por la crítica mundial”, y a quien Mariátegui dedica cuatro ensayos y contribuye como pocos a difundir en América Latina.28 Así, también, es en el incansable trajín del escritor y revolucionario boliviano Tristán Marof, “caballero andante de Sudamérica”, donde ve actualizarse un tipo humano transido por la osadía y la renuncia al cálculo, facetas que vuelve a evocar desde el ángulo de la aventura.29 Así, finalmente, y solo para traer a colación un tercer ejemplo de una saga que podría extenderse, es el itinerario biográfico que Mariátegui lee con fascinación en las memorias de Isadora Duncan (“hija de la burguesía, partida en guerra contra todo lo burgués”), desde su San Francisco natal a su consagración parisina, y de allí al bienio que pasa en la Rusia bolchevique, el que ofrece nuevamente los trazos de una “existencia aventurera y magnífica”.30 Según consta en esquemas preliminares de El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy, libro que tenía en preparación cuando fue alcanzado por la muerte, Mariátegui planeaba escribir un texto titulado “Apología del aventurero”, que al parecer nunca llegó a concretar. Con seguridad allí habría debido abundar sobre, y a la vez precisar, su concepto de aventura (probablemente, en diálogo con el ensayo que sobre el tema compusiera unos años antes Georg Simmel, cuya obra frecuentaba). Pero digamos que en sus distintas aproximaciones al tema queda claro que para Mariátegui el aventurero es un tipo humano romántico y antiburgués, una expresión de la época convulsa que se había abierto con la Gran Guerra. Es allí cuando a su juicio se libera -según señala en uno de sus ensayos clásicos- “una nueva intuición de la vida”, una disposición espiritual que, extrayendo otra vez un elemento positivo de la discursividad fascista, cifra en “la perentoria necesidad de una fe y de un mito que mueva a los hombres a vivir peligrosamente”.31 Lo interesante es que todo ello Mariátegui parece apreciarlo por primera vez en D´Annunzio y su “aventura del Fiume”:
En una época normal y quieta de la historia D´Annunzio no habría sido un protagonista de la política. Porque en épocas normales y quietas la política es un negocio administrativo y burocrático. Pero en esta época de neo-romanticismo, en esta época de renacimiento del Héroe, del Mito y de la Acción, la política cesa de ser oficio sistemático de la burocracia y de la ciencia. D´Annunzio tiene, por eso, un sitio en la política contemporánea.32
Ahora bien, si hemos querido mostrar que Mariátegui comienza a frecuentar las inflexiones que alimentarán decisivamente su filosofía política y su versión distintiva del marxismo (esa modulación de un materialismo que a la hora de pensar los sujetos es radicalmente idealista) en sus lecturas de las estaciones iniciales del fascismo, corresponde decir que, a este respecto, el peruano lleva a cabo una operación exactamente opuesta a la que despliegan Sorel y buena parte de sus seguidores. Puesto que si en ellos las demandas imperiosas de concreción de un mito revolucionario habilitan el pasaje de la clase a la nación -aportando así un ingrediente de peso en la conformación de la cultura política fascista-,33 en Mariátegui el camino será inverso. “El nuevo romanticismo, el nuevo misticismo, aporta otros mitos, los del socialismo y el proletariado”, escribirá en 1927.34 Así, su lectura activa y por instantes fascinada de los componentes emocionales del fascismo lo llevará a presagiar una sentimentalidad análoga férreamente asentada en el mito de la clase obrera mundial. De allí el modo en que concluye su “Biología del fascismo”: “sólo en el misticismo revolucionario de los comunistas se constatan los caracteres religiosos que Gentile descubre en el misticismo reaccionario de los fascistas”.35
IV
Mariátegui continuaría inspeccionando hasta el inesperado final de su vida, ocurrido en abril de 1930, la fisonomía histórica de lo que llama “especímenes de la reacción”. Intelectuales y movimientos políticos de las derechas contemporáneas -como el español Ramiro de Maeztú, los franceses Charles Maurras, Drieu La Rochelle y Léon Daudet, el régimen de Primo de Rivera, o las tentativas fascistas del Heimwehr en Austria-, fueron objeto de su mirada inquieta.36 En su remozada faceta de actualizado cronista de los sucesos de la política internacional, se preocupaba por enterar a sus lectores de la “siniestra marejada reaccionaria” precipitada por un atentado contra Mussolini, que había llamado especialmente su atención por haber incluido “el ataque al célebre filósofo Benedetto Croce y la destrucción de su biblioteca”.37 En su rol de intérprete de los fenómenos políticos y culturales que hacían crujir al mundo, podía señalar, en un examen general de los “ideólogos de la reacción”, que “el hecho reaccionario (…) ha precedido a la idea reaccionaria”. Aún cuando antes de la guerra no habían faltado visiones antiliberales y antidemocráticas, había sido el ascenso fascista al poder el que había favorecido la proliferación (y no solamente en Italia) de figuras llamadas a abonar esa “doctrina afirmativa y beligerante”.38 En este sentido, aunque Mariátegui no suscribiría la discutida tesis de Zeev Sternhell según la cual “la Francia del nacionalismo integral, de la derecha revolucionaria, es la auténtica cuna del fascismo”, en sus ensayos se mostró atento a lo que el historiador israelí llamó “complejo francoitaliano” en la circulación internacional de ideas y motivos de extrema derecha.39 Así, mientras advertía que “los intelectuales fascistas se presentan, bajo tantos puntos de vista, amamantados por el nacionalismo de Maurras”, a la vez que “coloca[n] entre sus maestros al genial autor, tan diversamente entendido, de Reflexiones sobre la Violencia” (Sorel), a la recíproca constataba que el nacionalista católico francés Henri Massis “al proclamar el orden romano como la suprema ley de la civilización del Occidente, suscribe un concepto del fascismo italiano, que mira también en la latinidad la mayor y más viva reserva espiritual de Europa”.40 En ese compuesto de préstamos y mixturas que abonaban la cultura intelectual de las derechas radicales, Mariátegui detecta las tensiones y ambigüedades propias de la coexistencia de los dos polos configuradores de lo que Jeffrey Herf llamó, en su estudio clásico, modernismo reaccionario.41 Puesto que si en los debates sobre las orientaciones que guiaban al régimen de Mussolini “intervienen intelectuales como Giovanni Gentile, que no pueden renegar del difamado pensamiento moderno sin renegar de sí mismos”, y que por ende convienen en “atribuir al fascismo una esencia absolutamente moderna”,42 otras voces, como las de “los ideólogos neotomistas de Italia y Francia (…) en el afán de edificar la teoría reaccionaria sobre las bases de una intransigente negación del liberalismo, condenan la Reforma y predican la restauración del orden romano”.43 En última instancia, para Mariátegui quienes esgrimían el segundo tipo de posición carecían de realismo y caían en la autocontradicción, puesto que las distintas versiones de las derechas emergentes no podían esconder sus conexiones, más o menos secretas, con el despliegue del capitalismo moderno.
Sea como fuere, en esa serie de textos que cultiva hasta el final de sus días, y en la que como hemos visto se combinan el oficio del cronista con los arrojos del intérprete, Mariátegui mantiene abierta la curiosidad por conocer el curso de las derechas de su tiempo. Firmemente enraizado en una posición socialista y marxista, esa colocación no le impide examinar libremente estratos culturales y políticas ajenos y hasta hostiles a las tradiciones de izquierda, y ponderar incluso algunos de sus aspectos.44 En definitiva, esta indagación de esa zona poco atendida de la producción de Mariátegui ha querido ser también una invitación a ir más allá de los predicados ideológicos y las recetas preconstituidas a la hora de enfocar nuestro presente. Como sugería recientemente Enzo Traverso al proponer la noción de posfascismo para conceptualizar la ola de movimientos políticos reaccionarios de la actualidad, el ejercicio de pensar las nuevas derechas implica inscribirlas en matrices y tradiciones históricas con las que indudablemente están relacionadas, pero también escrutar sin ataduras sus aspectos novedosos.45 Ese es quizás el tipo de perspectiva crítica que más necesitamos en nuestro inclemente presente.
Martín Bergel es Doctor en Historia (UBA), profesor de Historia de América Latina Contemporánea en la UNSAM, e investigador del Centro de Historia Intelectual de la Universidad de Quilmes y del CONICET. Entre los libros que ha publicado se cuentan El Oriente desplazado. Los intelectuales y los orígenes del tercermundismo en Argentina (2015), Los viajes latinoamericanos de la Reforma Universitaria (2018), La desmesura revolucionaria. Cultura y política en los orígenes del APRA (2019) y José Carlos Mariátegui. Antología (2021).
1 Una versión anterior ligeramente diferente de este artículo se publicó en la revista digital Nuevo Mundo Mundos Nuevos en octubre de 2020.
2 Andrés Bisso, “Condiciones de posibilidad, desarrollo, esplendor y ocaso de una apelación política nacional”, presentación de la antología El antifascismo argentino, Buenos Aires, CeDInCI, 2007, p. 18.
3 Antonio Melis, “J. C. Mariátegui, primo marxista d´America”, Critica Marxista, Vol. V, No. 2, Roma, 1967.
4 Oscar Terán, Discutir Mariátegui, Puebla, BUAP, 1985, pp. 11-36; Alberto Flores Galindo, “Años de iniciación: Juan Croniqueur, 1914-1918”, en La agonía de Mariátegui. La polémica con la Komintern, Lima, DESCO, 1982 (2da edición aumentada); Ricardo Portocarrero, “Aproximaciones para el estudio del joven Mariátegui: los escritos juveniles”, Márgenes, No. 12, Lima, 1994; Mónica Bernabé, Vidas de artista. Bohemia y dandismo en Mariátegui, Valdelomar y Eguren (Lima, 1911-1922), Rosario, Beatriz Viterbo, 2006; Alvaro Campuzano, La modernidad imaginada. Arte y literatura en el pensamiento de José Carlos Mariátegui (1911-1930), Iberoamericana-Vervuert, Madrid, 2017, pp. 33-141.
5 Carta de José Carlos Mariátegui a Samuel Glusberg, Lima, 10 de enero de 1928, en Mariátegui Total, Vol. I, Editora Amauta, Lima, 1994, p. 1875.
6 José Carlos Mariátegui, “Bolchevikis, aquí”, El Tiempo, Lima, 9 de abril de 1918. Los más precisos repasos de los primeros balbuceos socialistas de Mariátegui en el período que va de fines de 1917 a su partida a Europa en octubre de 1919 continúan siendo los de Robert Paris, La formación ideológica de José Carlos Mariátegui, México, Ediciones de Pasado y Presente, 1981, pp. 33-77; y Oscar Terán, Discutir Mariátegui, op. cit., pp. 36-54. Sobre el impacto de la Revolución Rusa en el autor peruano, véase Martín Bergel, “José Carlos Mariátegui and the Russian Revolution. Global Modernity and Cosmopolitan Socialism in Latin America”, South Atlantic Quarterly, Vol. 116, No. 4, 2017.
7 José Carlos Mariátegui, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, México, ERA, 1993 [1928], p. 14.
8 Véase Natalia Majluf, “Izquierda y vanguardia americana. José Carlos Mariátegui y el arte de su tiempo” y Patricia Artundo, “José Carlos Mariátegui y Emilio Pettoruti entre Europa y América, 1920-1930”, ambos en Beverly Adams y Natalia Majluf (eds.), Redes de vanguardia. Amauta y América Latina, Lima, MALI, 2019.
9 Robert Paris, La formación ideológica de José Carlos Mariátegui, op. cit., pp. 122-132; José Aricó, “Introducción”, en Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano, México, Cuadernos de Pasado y Presente, 1980 (2da. ed. aumentada), pp. XIV-XX.
10 Las menciones a L´Ordine Nuovo, así como el común desarrollo de un marxismo subjetivista y culturalista, llevaron a más de un exégeta de Mariátegui a imaginar efectivos contactos y diálogos con Antonio Gramsci, secretario de redacción de la revista turinesa. Lo cierto es que no hay registro empírico de ese vínculo, e incluso en la ensayística mariateguiana, tan amplia e informada en sus intereses y tan imbuida de cultura peninsular, curiosamente son escasas las referencias al comunista italiano.
11 Enzo Traverso, La historia como campo de batalla. Interpretar las violencias del siglo XX, Buenos Aires, FCE, 2012, pp. 108-109; Federico Finchelstein, Fascismo trasatlántico. Ideología, violencia y sacralidad en Argentina y en Italia, 1919-1945, Buenos Aires, FCE, 2010, pp. 20-24; Enzo Collotti (ed.), Fascismo e antifascismo. Rimozioni, revisioni, negazioni, Roma-Bari, Laterza, 2000.
12 Significativamente, Mariátegui es el único autor no europeo mencionado por Renzo De Felice en su monumental antología de interpretaciones contemporáneas del fascismo. Aunque le atribuye erróneamente haber pertenecido al grupo de intelectuales franceses Clarté, el gran historiador del movimiento de las camisas negras destaca que algunos juicios del peruano son “particularmente interesantes para el análisis de la actitud de la burguesía antes y después de la derrota del movimiento obrero y la llegada al poder de Mussolini” (Renzo De Felice, Il Fascismo. Le interpretazoni dei contemporanei e degli storici, Bari, Laterza, 1970, p. 18, n. 34). “Biología del fascismo” no es recogido en ese volumen, pero sí en otra antología más general organizada por Ernesto Ragionieri: Italia giudicata (1861-1945), Bari, Laterza, 1969. Por lo demás, en sus textos sobre Italia Mariátegui alude en varias ocasiones a figuras incluidas por De Felice entre los primeros intérpretes italianos del fenómeno fascista, como Mario Missiroli, Adriano Tilgher o Francesco Nitti.
13 José Carlos Mariátegui, “Algo sobre fascismo. ¿Qué es, qué quiere, qué se propone hacer?”, El Tiempo, Lima, 29 de junio de 1921, ahora en Mariátegui Total, op. cit., pp. 780-781.
14 José Carlos Mariátegui, “La paz interna y el `fascismo´”, El Tiempo, Lima, 12 de noviembre de 1921, ahora en Mariátegui Total, op. cit., p. 799.
15 José Carlos Mariátegui, “Biología del fascismo”, en La escena contemporánea, Lima, Amauta, 1959 [1925], pp. 27 y 28-29. Destacado mío.
16 Ibid., pp. 35 y 40.
17 Emilio Gentile es reconocidamente el historiador que ha desmenuzado con mayor profundidad la fisonomía de “religión civil” del fascismo italiano. Véase, entre otros trabajos, El culto del Littorio. La sacralización de la política en la Italia fascista, Buenos Aires, Siglo XXI, 2007.
18 José Sazbón, “Filosofía y revolución en Mariátegui”, en id., Historia y representación, Buenos Aires, Universidad de Quilmes, 2002, p. 120 (subrayado en el original).
19 Oscar Terán, Discutir Mariátegui, op. cit., p. 55.
20 Emilio Gentile, El culto del Littorio, op. cit., p. 39.
21 José Carlos Mariátegui, “La influencia de Italia en la cultura hispano-americana”, Variedades, Lima, 25 de agosto de 1928, ahora en Mariátegui Total, op. cit., p. 549.
22 Oscar Terán, Discutir Mariátegui, op. cit., p. 29 y ss. El contraste con su fase juvenil se verifica en los Siete ensayos, por ejemplo cuando sentencia que “mi misión hacia el pasado parece ser la de votar en contra” (op. cit., p. 206).
23 José Carlos Mariátegui, “El mensaje de Oriente”, en La Escena Contemporánea, cit. en Michael Löwy, “Communism and Religion: José Carlos Mariátegui´s Revolutionary Mysticism”, Latin American Perspectives, Vol. 35, No. 2, 2008, p. 72.
24 José Carlos Mariátegui, “D´Annunzio, después de la epopeya”, El Tiempo, Lima, 5 de junio de 1921, ahora en Mariátegui Total, op. cit., pp. 772-773.
25 Por ejemplo, en el ensayo “La nueva literatura rusa”, Variedades, Lima, 20 de marzo de 1926.
26 José Carlos Mariátegui, “El problema del Adriático”, El Tiempo, Lima, 2 de mayo de 1920, ahora en Mariátegui Total, op. cit., p. 735.
27 José Carlos Mariátegui, “D´Annunzio, después de la epopeya”, op. cit., p. 773. 28 José Carlos Mariátegui, “Andanzas y aventuras de Panait Istrati”, Variedades, Lima, 18 de agosto de 1928, ahora en Mariátegui Total, op. cit., p. 712-713; José Carlos Mariátegui, “Tres libros de Panait Istrati sobre la U.R.S.S.”, Variedades, Lima, 12 de marzo de 1930, ahora en Mariátegui Total, op. cit., p. 713.
29 José Carlos Mariátegui, “La aventura de Tristán Marof”, Variedades, Lima, 3 de marzo de 1928, ahora en Mariátegui Total, op. cit., p. 454.
30 José Carlos Mariátegui, “Las memorias de Isadora Duncan”, Variedades, Lima, 17 de julio de 1929, ahora en Mariátegui Total, op. cit., p. 594.
31 José Carlos Mariátegui, “Dos concepciones de la vida”, Mundial, Lima, 9 de enero de 1925, ahora en Mariátegui Total, op. cit., p. 497. La referencia al apotegma vitalista del “vivir peligrosamente” Mariátegui la tomaba del conocido discurso de Mussolini de agosto de 1924.
32 José Carlos Mariátegui, “Biología del fascismo”, op. cit., p. 23.
33 Zeev Sternhell, El nacimiento de la ideología fascista, Madrid, Siglo XXI, 1994, pp. 34-37.
34 José Carlos Mariátegui, “El caso Daudet”, Variedades, Lima, 2 de julio de 1927, ahora en Mariátegui Total, op. cit., p. 1344.
35 José Carlos Mariátegui, “Biología del fascismo”, op. cit., p. 41.
36 Véase, por ejemplo, sus artículos “Ramiro de Maeztú y la dictadura española”, Variedades, Lima, 28 de mayo de 1927; “El caso Daudet”, op. cit.; “El Parlamento de Primo de Rivera”, Variedades, Lima, 17 de septiembre de 1927; “Confesiones de Drieu La Rochelle”, Variedades, Lima, 28 de enero de 1928“La resaca fascista en Austria”, Mundial, Lima, 27 de septiembre de 1929; y “El tramonto de Primo de Rivera”, Mundial, Lima, 11 de enero de 1930.
37 José Carlos Mariátegui, “La tragedia de Italia”, Variedades, Lima, 13 de noviembre de 1926, ahora en Mariátegui Total, op. cit., p. 1157. Mariátegui se refiere a las razzias punitivas del 31 de octubre y 1 de noviembre de ese año contra las casas de algunas connotadas figuras opuestas al régimen. En esas jornadas, la biblioteca del dramaturgo Roberto Bracco, más que la de Croce, sufrió la saña de las turbas fascistas.
38 José Carlos Mariátegui, “Los ideólogos de la reacción”, Variedades, Lima, 29 de octubre de 1927, ahora en Mariátegui Total, op. cit., p. 1329.
39 Zeev Sternhell, El nacimiento de la ideología fascista, op. cit., pp. 4 y 26.
40 José Carlos Mariátegui, “Los ideólogos de la reacción”, op. cit., pp. 1329-1330.
41 Jeffrey Herf, El modernismo reaccionario. Tecnología, cultura y política en Weimar y en el Tercer Reich, México, FCE, 1990.
42 José Carlos Mariátegui, “Anti-Reforma y fascismo”, Variedades, Lima, 12 de noviembre de 1927, ahora en Mariátegui Total, op. cit., p. 1340.
43 José Carlos Mariátegui, “Contradicciones de la reacción”, Variedades, Lima, 19 de noviembre de 1927, ahora en Mariátegui Total, op. cit., p. 1330.
44 Es conocida la simpatía mutua que se prodigaban Mariátegui y Leopoldo Lugones, máximo exponente del pensamiento reaccionario y filofascista americano de su tiempo. “Ideológicamente, estamos en campos adversos. Me aflige que él refuerce con su nombre y con su acción a los conservadores. Aunque siempre es una ventaja encontrarse con un adversario de su estatura”, escribirá en relación al escritor argentino, que a su vez elogiará en Mariátegui la “libertad de pensamiento” (ambas citas en Dardo Cúneo, “Mariátegui y Lugones” [1954], reproducido en Horacio Tarcus, Mariátegui en Argentina, o las políticas culturales de Samuel Glusberg, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 2001, pp. 310-311).
45 Enzo Traverso, Las nuevas caras de la derecha, Buenos Aires, Siglo XXI, 2018. Según Traverso, “hoy en día, la principal característica del posfascismo radica en una coexistencia contradictoria entre la herencia del fascismo antiguo y el injerto de nuevos elementos que no pertenecen a su tradición” (p. 47).