Filosofía Práctica
Militantes, ¡ocúpense de sí mismos!

Por Roque Farrán

¿ES POSIBLE en la actualidad escribir filosofía? No digo comentar lo que han dicho otros con más o menos arte retórico o suficiencia técnica, sino asimilar las proposiciones, cuerpos teóricos e incluso movimientos de pensamiento hasta el punto de hacerlos propios, de darles una modulación singular, de situarse en el tiempo presente para responder al triple nudo que nos constituye: relación con los otros, relación con el mundo, relación con nosotros mismos. No hay relación esencial, fundamental o instrumental entre esos tópicos, entonces hay que tejerla de la mejor manera posible. ¿Quiénes somos, cómo nos constituimos, podemos transformarnos? ¿Es posible hoy una práctica de la filosofía que nos transforme? Es una pregunta clave que se vuelve cada vez más apremiante, porque la aceleración académica y sus correlatos editoriales propugnan en el vacío imperante nuevos giros y nombres, algunos más olvidadizos que otros respecto a la tradición y los legados, todos igualmente nulos respecto a la cuestión práctica: cómo transformarnos a nosotros mismos ante la inminencia del fin.

De un tiempo a esta parte, quienes se dedican a la teoría en general y a la filosofía en particular se ocupan mayormente de glosar conceptos y comentar discusiones, pero el asunto -lo que importa, la materia- es producir nuevos conceptos y tomar posición en la coyuntura; ambas cosas a la vez, para abrir una tercera vía. La filosofía y la práctica teórica materialistas apuntan a transformarnos a nosotros mismos, no sólo a interpretar o explicar el mundo. Ocuparse de sí no es darse importancia, ni sobreestimarse, más bien todo lo contrario. Llamo filósofo a quien no solo sabe que no sabe nada, en lo esencial, sino que sabe que es nada. El ser nada puede ser muy angustiante, al principio, pero abre también múltiples posibilidades. Volver sobre sí, ocuparse de sí, confrontarse con esa nada que se es, en efecto, puede conducir a una transformación efectiva. Un ethos filosófico accesible a cualquiera que desee cuestionarse verdaderamente.

¿Qué sucedería si, en lugar de suponerse una identidad y buscar la diferencia en otros, uno mismo se considerara como otro, diferente, irreductible a cualquier identidad? Sucede que lo más extraño es el sí mismo. Todos creen conocerse, se dan por hechos, se aprecian o desprecian, poco importa; pero no dan consigo mismos, solo ven el reflejo especular del que quedaron prendados en la temprana infancia, bordado por dichos e idealizaciones familiares, que proyectan hacia los demás y el mundo. Salir de ese marco angustia, por eso encontrarse consigo mismo puede ser una experiencia de doblez extraña, perturbadora: dar vuelta lo familiar y encontrar al otro que uno es, un índice de lo ominoso. Recién ahí comienza el verdadero conocimiento y constitución de sí, que es una práctica de prueba constante: indaga en otros y en las cosas de este mundo qué conexión hay, por dónde pasa, cómo se produce; no es una conexión meramente reflejante, especular, unitiva, sino anudante, implicativa, compositiva. A la vuelta de cada indagación está lo otro, la diferencia irreductible, pero es la imagen invertida de nosotros mismos la que nos inhibe como un fantasma de ir al encuentro verdadero.

En este contexto, considero que es necesario no solo modificar nuestras categorías, conceptos y marcos teóricos, sino el modo mismo en que practicamos la teoría y formulamos conceptos. Insisto a menudo que no puede haber crítica sin cuidado, es decir, sin la elaboración de procedimientos de subjetivación y la proposición de ejercicios concretos de pensamiento. Quizá sea algo fácil de localizar en el movimiento que realiza el último Foucault, pero también lo podemos encontrar si leemos desde otro lugar las elaboraciones filosóficas prácticas de nuestros militantes revolucionarios. El ethos estoico, por ejemplo, no es simplemente una cuestión de autocontrol moral y disciplina marcial, fácilmente reconocible en algunos espíritus militantes del siglo XX; hay toda una serie de consideraciones estilísticas que hacen a la forma de vida y escapan al sentido común dominante.

Puede que en la actualidad esté de moda el estoicismo, por ejemplo, pero como toda moda ello refleja algo real del tiempo presente que se disimula entre banalidades. La literatura circulante sobre los estoicos está muy lejos de reinstaurar las prácticas ascéticas rigurosas de transformación de sí que ellos proponían, más bien parecen recetas de autoayuda conducidas a aceptar un orden económico incuestionable y en decadencia que requiere la adaptación pasiva del sujeto. Por supuesto, no tiene sentido a esta altura discutir los usos y apropiaciones populares de la filosofía desde un lugar puramente académico o como técnico especialista. Considero que la batalla tiene que darse en el mismo terreno del adversario, desplazando sus términos y condiciones, modificando el marco de inteligibilidad de las prácticas. Por eso propongo una filosofía práctica que actualice las antiguas meditaciones y elabore nuevos ejercicios de imaginación materialista en función del nudo irreductible entre lo ontológico, lo ideológico y lo ético.

En términos más amplios, la filosofía práctica que propongo se articula en torno a tres dimensiones heterogéneas pero entrelazadas: (i) la cuestión ontológica, (ii) la cuestión crítica, (iii) la cuestión ética. Recupero diversas tradiciones asociadas a ellas y las actualizo a la luz de los problemas del presente.[1]

  • En torno a la primera dimensión, discuto con los nuevos giros ontológicos y realismos filosóficos, su incidencia crítica y la necesidad de implicación subjetiva; pero recupero, sobre todo, ejercicios ontológicos antiguos como modernos para captar el ser en tanto ser como pura multiplicidad.
  • En torno a la segunda dimensión, discuto con las perspectivas marxistas críticas la consideración de la naturaleza en su conjunto, nuestra participación en ella sin ningún privilegio pero con una máxima responsabilidad; no todo es relación con los otros, luchas de clases o historia: la relación consigo mismo y la naturaleza son fundamentales para abordar las otras relaciones.
  • En torno a la tercera cuestión, indago en distintas tradiciones las prácticas de sí que pueden ayudar a transformarnos realmente y muestro incansablemente que las actuales prácticas de autoayuda no lo hacen porque no producen saberes ni se posicionan críticamente; la rigurosidad epistémica y la consecuencia política son indispensables para que el ejercicio ético tenga frutos o sea practicable.

En relación a todas las dimensiones señaladas cuestiono que los saberes teóricos, incluso adelgazados al extremo para un consumo refinado, no puedan hacer cuerpo material, no impliquen ejercicios de transformación efectiva. Es algo que vengo trabajando en múltiples escritos, artículos y libros en torno a lo que llamo un “giro práctico” en el pensamiento contemporáneo.[2]

No obstante, no deja de sorprenderme encontrar pensadores que no suelen ser ubicados en su real complejidad porque una dimensión de la praxis ha opacado a las demás. Es el caso de los militantes y teóricos revolucionarios. Por eso me parece clave la contextualización que nos ofrece Lidia Ferrari sobre la clásica frase de Gramsci elevada a consigna militante: “Optimismo de la voluntad, pesimismo de la inteligencia”.[3] Desconocía que la había formulado no sólo en los Cuadernos de la cárcel sino en una carta a su “quejoso” (sic) hermano y que comprendía una referencia al estoicismo como forma de vida. Resulta fundamental, para que las frases no queden en consignas vacías, no solo entender el contexto en que han sido pronunciadas, sino, como en este caso, el ejercicio filosófico práctico que entrañan. Por eso escribí un pequeño libro con el provocador título Militantes, ¡ocúpense de sí mismos! (como hacía Gramsci, podría agregar ahora). Repongo cómo introdujo Lidia Ferrari la célebre cita:

“En diciembre de 1929 Antonio le escribe a su hermano Carlo contándole sus esfuerzos y el calvario que, desde los 14 años cuando dejó Ghilarza para irse a estudiar, le procuró su humilde realidad. Entiende que de allí se desprende toda la fuerza que posee para enfrentar las adversidades, fuerza que quiere estimular en su quejoso hermano. Dice: “Me parece que en tales condiciones, prolongadas durante años, con tales experiencias psicológicas, el hombre debería haber alcanzado el máximo grado de serenidad estoica, y haber adquirido una convicción tan profunda de que el hombre tiene en sí mismo la fuente de sus propias fuerzas morales, que todo depende de él, de su energía, de su voluntad, de la férrea coherencia de los objetivos que se propone y de los medios que utiliza para alcanzarlos: no volver a desesperarse y no caer más en esos estados mentales vulgares y banales que son el llamado pesimismo y optimismo. Mi estado de ánimo sintetiza estos dos sentimientos y los supera: soy pesimista con inteligencia, pero optimista con voluntad. Pienso, en cualquier circunstancia, en el peor de los casos, movilizar todas las reservas de voluntad y poder superar el obstáculo. Nunca me he hecho ilusiones y nunca me he desilusionado. Sobre todo, siempre me he armado de una paciencia ilimitada, no pasiva, inerte, sino animada por la perseverancia.” (Facebook, 19 de octubre de 2023)

El hecho de que la frase haya sido recortada del ejercicio estoico que implicaba, que apunta justamente a reducir la fluctuatio animi y la estulticia propia de la queja, incluido el soporte clásico de la escritura de sí: cuadernos de notas y cartas, resulta esclarecedor de lo que se extraña en las militancias actuales. Y por eso sigue siendo más vigente que nunca la máxima socrática: ¡Ocúpense de sí mismos! Interpelar a los militantes a ocuparse de sí no es en desmedro de los otros, sino todo lo contrario: ellos más que nadie tienen que entender la naturaleza histórica de las ficciones ideológicas que operan cuando alguien no se conoce a sí mismo, o peor: cuando cree conocerse en vez de ocuparse de sí. Por eso les pido que lean a Spinoza, a Marx, a Lacan, a Borges, a Foucault, que lean, piensen y escriban todo aquello que les ayude a entender de qué estamos hechos. Pero ello implica, además, una operación fundamental.

Borges escribía en Magias parciales del Quijote:

“Las invenciones de la filosofía no son menos fantásticas que las del arte: Josiah Royce, en el primer volumen de la obra The World and the Individual (1899), ha formulado la siguiente: «Imaginemos que una porción del suelo de Inglaterra ha sido nivelada perfectamente y que en ella traza un cartógrafo un mapa de Inglaterra. La obra es perfecta; no hay detalle del suelo de Inglaterra, por diminuto que sea, que no esté registrado en el mapa; todo tiene ahí su correspondencia. Ese mapa, en tal caso, debe contener un mapa del mapa, que debe contener un mapa del mapa del mapa, y así hasta lo infinito.»

¿Por qué nos inquieta que el mapa esté incluido en el mapa y las mil y una noches en el libro de Las mil y una noches? ¿Por qué nos inquieta que Don Quijote sea lector del Quijote, y Hamlet, espectador de Hamlet? Creo haber dado con la causa: tales inversiones sugieren que si los caracteres de una ficción pueden ser lectores o espectadores, nosotros, sus lectores o espectadores, podemos ser ficticios. En 1833, Carlyle observó que la historia universal es un infinito libro sagrado que todos los hombres escriben y leen y tratan de entender, y en el que también los escriben.”

Nos inquieta no solo ser ficticios sino, además, ser ficciones escritas por Otros. La filosofía y la literatura nos enseñan en ese punto crucial, nos brindan ejercicios de pensamiento e imaginación. Pues, eso que creemos ser, nuestro yo, es un producto histórico: una invención forjada con materiales provenientes de distintas fuentes, rasgos familiares, identificaciones o contraidentificaciones, imágenes y palabras, etc. Por tanto, lo primero es reconocer el artificio del yo, no rechazarlo, tomar cierta distancia, separarse de sí, lo cual puede resultar extraño u ominoso, producir un efecto de duplicación insensata, de náusea o hastío al observar la repetición automática de los gestos. Porque somos fundamentalmente autómatas, necios o estultos por definición. Pero ello, acto seguido, no nos conduce hacia un yo más verdadero o profundo, sino al vacío esencial en torno al cual podemos empezar a constituirnos con conocimiento de causa, es decir, con el conocimiento material acerca de dónde provienen esas ficciones, modos de escritura o lectura, etc. Porque también somos nuestros legados, tradiciones e invenciones. Ante todo, tenemos que aprender algo efectivo de esa operación de circunscripción de la causa: no todos podemos con todo, hay que saber acotar el punto y la práctica donde podemos devenir militantes que transformen las relaciones materiales existentes.

Pero hay algo más que Borges no dice aquí, aunque lo sugiere la cartografía infinita, y sí en el Aleph: cualquier punto del espacio, por más insignificante que sea, contiene al universo entero; por ende, no hace falta recorrer grandes extensiones de territorio o ubicarse en el centro del mundo para poder actuar como conviene.

 


[1] Se pueden consultar los libros del autor: Nodaléctica (La cebra, 2018), La razón de los afectos (Prometeo, 2021), Leer, meditar, escribir (La cebra, 2020), Militantes ¡ocúpense de sí mismos! (Red editorial, 2021; Aimé, 2024; Odisea, 2024), El giro práctico: ejercicios de filosofía, ética y política en la coyuntura (CIECS, 2022), Filosofía popular (Paradiso, 2024).

[2] Se trata de un programa de investigación también que incluye a Jacinta Gorriti, Natalia Romé, Silvana Vignale, Soledad Nívoli, Julia Monge, Juan Ortiz, Marina Llao.

[3] La cita completa: “Todo colapso lleva consigo desorden intelectual y moral. Hay que crear gente sobria, paciente, que no desespere ni ante los peores horrores y que no se exalte ante cada bobería. Pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad.”

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