Por Roque Farrán
Luego del atentado a la vicepresidenta de la nación Cristina Fernández de Kirchner que conmocionó a todo el país, el filósofo Roque Farrán examina el problema de los afectos en su materialidad y en sus prácticas. Podría decirse que retomando una larga tradición materialista de lo que se trata no es de elogiar ni condenar los afectos que nos constituyen sino de preguntarnos qué hacemos con ellos.
Pasada apenas un poco la conmoción del atentado a Cristina y el aliciente que significó la gran marcha, retomemos el qué hacer. Vuelvo sobre lo que escribí algo rápido en estos días y algunos otros dictum que circulan en diversos medios.
En primer lugar, tenemos que realizar un desplazamiento crucial: no insistir tanto en la explicación del odio, los llamados “discursos del odio”, como asumir la implicación material y desplegar prácticas concretas. En una sociedad no hay “locos sueltos”, estamos todos afectados y tenemos que responder puntualmente por lo que nos toca, situación por situación, caso por caso. Tampoco somos “nosotros o ellos”, reponiendo una gramática política aniquilatoria, porque en esta locura -en esta nave de locos- estamos todos juntos y si nos hundimos, nos hundimos todos.
En segundo lugar, tenemos que entender que en la base de la sociedad están los afectos. Los afectos y pasiones tienen una lógica estricta, tienen una razón de ser, cuando decimos de responder al odio con amor, no se trata solo de una consigna pacifista e ingenua; esa afirmación parte del entendimiento profundo de cómo funcionamos los seres humanos. Por eso hoy más que nunca la mejor y única respuesta al odio, es tomarnos en serio el cuidado, que las expresiones de amor sean con sumo cuidado. En cada lugar, en cada espacio, en cada relación, en cada dispositivo. No hay otra alternativa. Hay que pensar con rigor cómo responder cada vez.
En definitiva, lo que tenemos que entender de una vez por todas es que no se trata de réplicas, respuestas especulares, odio por odio, ojo por ojo, diente por diente, etc. Que no haya más réplicas, que haya cuidado en todos los sentidos posibles, depende exclusivamente de nosotros. De quienes asumamos la tarea con responsabilidad.[1] Y quienes no puedan ejercer el cuidado desde el lugar que les toca, que se hagan a un lado. Solo la defensa incondicional de la democracia puede salvarnos de lo peor. Porque está visto: no hay política sin cuidados.[2]
En lo que me toca, que es el trabajo con palabras para pensar conceptos-acciones, considero crucial evitar la caracterología psicopatológica o politológica. Que la explicación se transforme en implicación resulta de encontrar el nudo adecuado al problema que nos atañe. Lo sintetizaría en esta fórmula hallada: “la política es el Otro; la estrategia es el amor; la táctica el cuidado”. Si entendemos la implicación de este nudo, no son sólo palabras. Son actos.
Por eso, cuando escucho o leo las críticas a las consignas políticas que movilizan los sectores populares trato de no indignarme, sino de comprender.
Spinoza no dice que el amor vence al odio, ni que la gente buena esté exenta de odio, ni ninguna de esas banalidades. Spinoza dice que ninguna explicación o racionalización puede suprimir un afecto, solo puede hacerlo otro afecto más fuerte y de signo contrario. Si la tristeza es el afecto que emerge cuando disminuye nuestra potencia de obrar, y la alegría el afecto que emerge cuando aumenta; si el odio es una tristeza acompañada de la idea de una causa exterior, y el amor una alegría ligada a la idea de una causa exterior; entonces solo el amor puede suprimir el odio. Por supuesto, este modo de definir los afectos quizá esté un poco alejado de la significación habitual, pero orienta a quienes pueden leer y darse un tiempo para pensar. Por tanto, no se trata de ir repartiendo la Ética en las marchas, ni de despreciar las consignas que allí se cantan, ni de explicarle a la gente sus sentimientos, pero sino de entender la infinidad de tácticas, modos y técnicas que se pueden desplegar a partir de esta comprensión de los afectos. Se trata de apoyar todas las prácticas que aumenten la potencia de obrar y componer, y no las de signo contrario. Para actuar así, en consecuencia, hay algo que tenemos que tener claro nosotros mismos: haber encontrado la causa del deseo que nos moviliza aun cuando alrededor todo parece derrumbarse. Hay un trabajo ético clave para entender las prácticas políticas en su complejidad y diversidad.
No importa dónde empezó el odio, cada quien inventa sus genealogías, el asunto es que todos sabemos dónde termina. Entonces, en lugar de imputaciones cruzadas, trabajemos en la causa real. La raíz del odio es la tristeza asociada a la idea de una causa exterior. Podemos mostrar por diversos y exiguos medios que la atribución a una causa exterior es errada, la idea inadecuada, pero la tristeza permanecerá. La tristeza es efecto de la disminución en la potencia de obrar. Quienes hoy pueden hacer menos cosas que antes por la pandemia, la guerra, la inflación, etcétera, inevitablemente entristecen y están a un paso de odiar, esto es, de atribuir a la idea de algo exterior su causa. Explicar o proponer un motivo para ello no ayuda a suprimir el afecto. Mientras no encontramos la causa adecuada de lo que nos afecta, sin atribuciones a otros, no podemos obrar ni pensar. Un gobierno orientado éticamente, según conocimiento de causa, debiera apuntar a desactivar todos esos mecanismos que buscan instalar la idea de la causa exterior del malestar imperante. Y por contrario, debiera apoyar y estimular todos los medios o dispositivos que ayuden a incrementar la potencia de obrar desde el conocimiento de lo singular. La falsa dicotomía entre interior/exterior se disuelve en la inmanencia de las prácticas que, en lugar de imputaciones, van a las causas y actúan en consecuencia.
Parece una obviedad decirlo, pero me da la impresión que a veces no se entiende bien o se subestima qué implica el amor. Cuando digo amor parto de esa concepción spinoziana: una alegría ligada a la idea de una causa exterior. Es decir, aquello que movilizó en concreto a tanta gente a la casa de Cristina y luego a las plazas. El amor y el cuidado pueden ser bien firmes, decididos y corajudos, como la acción específica del grupo de compañeros que agarró al agresor y lo retuvo hasta que lo metieron preso, para que no se escapara y tampoco lo lincharan. La lucha de clases es una verdad que se encuentra sobredeterminada, toma distintos cuerpos y lenguajes, por eso hoy encarna en una figura como Cristina que vive en Recoleta y que ha inscripto en la memoria de millones de argentinos acciones de lucha valerosas contra los poderosos. El odio no se focaliza en ella por casualidad. Las luchas van mucho más allá de lo que cada uno cree según su manual, así como las acciones colectivas se vislumbran a partir de afectos y movilizaciones que sorprenden los esquematismos de opinión. Y además hay distintos modos de dar lucha, con amor y con la ternura que no hay que perder nunca, como decía el Che. Que podamos hoy tomar las palabras adecuadas que interpelan los cuerpos y convertirlas en conceptos que nos orienten, resulta una tarea tan militante y cuidada como filosófica.
Roque Farrán nació en Córdoba en 1977. Es Investigador Adjunto del Conicet, Doctor en filosofía y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de Córdoba, y miembro de los Comités Editoriales de las Revistas Nombres, Diferencias y Litura. Ha publicado los libros Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo, 2014); Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra/Palinodia, 2016); Nodaléctica. Un ejercicio de pensamiento materialista (La cebra, 2018); El uso de los saberes. Filosofía, psicoanálisis, política (Borde perdido, 2018; El diván negro, 2020); Leer, meditar, escribir. La práctica de la filosofía en pandemia (La cebra, 2020); Escribir, escuchar, transmitir. La práctica de la filosofía en pandemia y después (Doble Ciencia, 2020); La razón de los afectos. Populismo, feminismo, psicoanálisis (Prometeo, 2021); Militantes, ¡ocúpense de sí mismo! (La red editorial, 2021); Escribir, escuchar, transmitir. Crítica, Sujeto y Estado en Pandemia (El diván negro, 2021); editó colectivamente Ontologías política (Imago mundi, 2011), Teoría política. Perspectivas actuales en Argentina (Teseo, 2016), Estado. Perspectivas posfundacionales (Prometeo, 2017), Métodos. Aproximaciones a un campo problemático (Prometeo, 2018).
[1] Como también dice Macarena Marey, “La dialéctica de la responsabilidad”. Bordes, 3 de septiembre de 2022.
[2] Como sostengo aquí: https://lateclaenerevista.com/politica-de-los-cuidados-por-roque-farran/