Historia del feminismo
Salvadora y Alfonsina. La conquista de la tempestad

Por Mercedes Bruno (UBA/UNPAZ)

 

“Somos las nietas de las brujas que nunca pudieron quemar” 

Clamor popular en la Marcha del 8 de Marzo 

A mis abuelas Mary y Rosa 

En el siglo XXI asistimos a la visibilización y a la masificación del reclamo por los derechos de la mujer: exigimos cupo laboral, el reconocimiento de las tareas del hogar como parte del sistema de producción, la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo. Las movilizaciones generadas por el feminismo son cada vez más notables e imprescindibles. La escritora y periodista Luciana Peker denomina este movimiento contemporáneo como “La revolución de las hijas”; esa sentencia es la que da nombre a su libro. La revolución de las mujeres es un movimiento intergeneracional, en el que las más jóvenes forman una parte decisiva y activa; ellas son el presente y el futuro del movimiento. Sin embargo, no voy a hablar de las más jóvenes, ni de la revolución de las hijas… voy a presentar a dos grandes mujeres que pusieron en primera plana un reclamo de género. Ellas se ocuparon de romper con todos los esquemas que el Buenos Aires de principio del siglo XX tenía para la mujer. “La revolución de las hijas” no sería posible sin “abuelas revolucionarias”; que no empiezan en las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, sino que van mucho más atrás.  

La cantidad de mujeres latinoamericanas que fueron precursoras en el ámbito público conforman una lista extensísima. Pienso en Juana Azurduy (1780-1862), Elvira Rawson (1865-1954), Julieta Lanteri (1873-1932), Alicia Moreau de Justo (1885-1986), Virginia Bolten (1870-1960), Eva Duarte (1919-1952) y tantas otras. Voy a centrarme en dos personajes que se desarrollaron en el campo de las letras: Salvadora Medina Onrubia (1894-1972) y Alfonsina Storni (1892-1938). Intelectuales, escritoras, madres solteras, mujeres que se abrieron paso en un mundo de hombres. Sus biografías muestran que ellas pagaron “el precio” que la sociedad consideraba apropiado por las libertades conquistadas; no obstante, no pudieron silenciarlas. Según Josefina Delgado1 recogieron la experiencia de la vanguardia feminista, fragmentos dispersos en misales anarquistas y buscaron un camino personal. La vigencia de sus obras hace que ellas sean referentes para las generaciones venideras. Ambas nacieron en las últimas décadas del siglo XIX y se las llamó “las modernas”. 

Vida, obra y muerte  

Salvadora

Salvadora nació en La Plata, estudió en el Colegio Americano, fue maestra y periodista en el Diario de Gualeguay y en las revistas Fray Mocho y PBT de Buenos Aires. En 1914 se instaló en la capital de país con su hijo Pitón, hijo natural, cuyo padre nunca dio a conocer, y comenzó su actividad como dramaturga. Estrenó los dramas Almafuerte (1914), La solución (1921), Las descentradas (1929) y Un hombre y su vida (1936), entre otrosEn 1915, se casó con Natalio Botana (1888-1941) – empresario periodístico uruguayo, radicado en Buenos Aires;  fundador del diario Crítica Desde 1946 hasta 1951, Salvadora dirigió el diario Crítica. Tiene publicados libros de poesía, cuentos y novelas; también realizó traducciones. Fue militante anarquista y estuvo vinculada con la fuga de Simón Radowitzky, el asesino de coronel Ramón Falcón. Estuvo presa en la cárcel del Buen Pastor en 1931 y, desde allí, le envió una célebre carta al General Uriburu en donde rechaza el pedido por su libertad, que hace un grupo de intelectuales notables -entre los que estaba Jorge Luis Borges-.   

Gral. Uriburu, acabo de enterarme del petitorio presentado al gobierno provisional pidiendo magnanimidad para mí […] Magnanimidad implica perdón de una falta. Y yo ni recuerdo faltas ni necesito magnanimidades.
Señor general Uriburu, yo sé sufrir. Sé sufrir con serenidad y con inteligencia. Y desde ya lo autorizo que se ensañe conmigo si eso le hace sentirse más general y más presidente […] Soy, en este momento, como un símbolo de mi Patria. Soy en mi carne la Argentina misma, y los pueblos no piden magnanimidad.
En este innoble rincón donde su fantasía conspiradora me ha encerrado, me siento más grande y más fuerte que Ud. […]
General Uriburu, guárdese sus magnanimidades junto a sus iras y sienta como, desde este rincón de miseria, le cruzo la cara con todo mi desprecio.2 

Desafiar lo establecido estando en la primera plana del diario más vendido de Buenos Aires es valiente, pero también es una forma de docencia para las mujeres que vendrán. Salvadora era consciente de eso, incluso hay otra carta en la que le da recomendaciones a Eva Perón para manejarse en la esfera pública. 

Los movimientos de vanguardia, a principio de siglo XX, proponían fusionar el arte y la vida. La obra de Salvadora exhibe esta fusión, las mujeres que aparecen en la dramaturgia de Salvadora pujan por sus deseos en un mundo heteronormativo. Ella, que se debatía entre aceptar o rechazar los privilegios propios de ser la mujer de Natalio Botana, quien en principio la apoyó en un camino emancipatorio y, luego la limitó al espacio privado, la acusó de ser “reveladora de verdades que no pueden ser dichas”3  y la castigó cuando Pitón, que no era hijo de Botana, murió. Salvadora vivió la muerte de un hijo y nunca se recuperó. Es la abuela de Raúl Damonte Botana, conocido con el seudónimo de Copi, porque le decían “Copito”. Un escritor argentino e historietista, que desarrolló su vida en Francia, era homosexual y su obra es completamente transgresora. Pareciera que la rebelión y el reclamo por las minorías era parte de la herencia genética de Salvadora.  

La obra de Medina Onrubia no fue tan conocida como la de los escritores jóvenes de fines del siglo XIX y principios del XX, fue editada en el 2007 por la Biblioteca Nacional, bajo la gestión de Horacio González, en una colección que se llamó “Los raros”; en un intento de rescatar del olvido a “los raros para volverlos clásicos”. 

A pesar de que su nombre indica lo contrario, ella no pudo salvarse a sí misma, murió enferma y adicta al éter. Salvadora buscaba una “salvación colectiva”. Obras como Las descentradas (1929) fueron repuestas en el circuito teatral profesional de Buenos Aires y siguen interpelando a las mujeres con interrogantes que lamentablemente no se agotan en el universo femenino: la belleza, la independencia, la juventud, la maternidad, el amor, el paso del tiempo. Le dice Elvira, la protagonista de Las descentradas, a su gran amiga: 

¿No hemos convenido muchas veces en que somos dos mujeres extraordinarias? Bueno. Las otras deshacen sus dolores con lágrimas. Yo los deshago con palabras. En mí, una paradoja equivale a un sollozo. Una frase hiriente vale una de esas tibias gotitas de agua amarga. Es más estético. Ya que somos desgraciadas, que nos quede siquiera el consuelo de ser originales. 4 

Alfonsina5 

Alfonsina Storni (1892-1938) nació en Sala Capriasca, Suiza, y vino a la Argentina, a la provincia de San Juan, a los cuatro años. Sus padres eran ítalo-suizos. Su familia instaló un restaurante, en el que ella también trabajaba. Alfonsina escribía poesía desde muy pequeña. Estudió magisterio, que era una de las pocas cosas que una mujer podía estudiar. Fue madre soltera. Desafiando la moral de la época, a los veinte años quedó embarazada y decidió tener a su hijo, Alejandro. Al igual que Salvadora, tampoco dio a conocer la identidad del padre de su hijo. Viajó a Buenos Aires, como era una mujer independiente, que se ganaba su sustento y mantenía a su hijo, trabaja mucho y escribía cuando podía. No obstante, fue una escritora prolífica y diversa. Publicó los poemarios La inquietud del rosal (1916), El dulce daño (1918), Irremediablemente (1919), Languidez (1920); Ocre (1925) y Poemas de amor (1926). Tiene obra periodística ya que trabajó en revistas literarias como Nosotros y en revistas sociales como Caras y Caretas, entre otras. En sus intervenciones en revistas, ironizó sobre el estereotipo de la mujer cuyo único objetivo era encontrar un “buen marido”. También escribió obras de teatro para niños como El amo del mundo y Los degolladores de estatuas (1926). 

Fue una luchadora por los derechos civiles de las mujeres, apoyó la candidatura de Julieta Lanteri; peleó por los derechos de los hijos naturales y por la ley del divorcio, que saldría casi setenta años después, en 1987. 

Lejos de ser una “niña mimada de la elite”, fue una trabajadora, que estudió lo que pudo y se formó como una lectora voraz y autodidacta. Ella defendió su vocación y sus decisiones con el cuerpo. Alfonsina abordó la problemática de género de una manera frontal. En el Buenos Aires conservador de principio de siglo, esa forma de manifestar desde un lugar de enunciación feminista, la hacía popular, pero no era bien aceptada por parte de la intelectualidad de la época. Borges, que había firmado la carta en defensa de Salvadora Medina Onrubia, parece ser menos empático con una mujer de clase media, a quien califica de “chillona y compadrita”. No es así el caso de Horacio Quiroga, amigo de la poetisa, con quien compartieron ámbitos literarios y  trabajaron juntos en el grupo Anaconda.  

¿Qué chillido de Storni molesta? 

La Alfonsina trabajadora fue maestra rural, vendedora de gorras, costurera, actriz, empleada administrativa y una escritora incansable. Nunca abandonó la docencia, ni como maestra, ni como profesora de Declamación en el Instituto Lenguas Vivas de Buenos Aires. Esa vocación de enseñar, de multiplicar las voces o “chillidos” que puedan deconstruir el lugar de la mujer y llevarla fuera del espacio doméstico es el legado de Alfonsina como mujer e intelectual. Ella reconocía ese chillido y le atribuía un valor revolucionario como a un grito femenino ancestral, como dice la curadora de su obra Delfina Muschietti.  

El camino perfectible y la audacia de sus poemas son aportes que su obra hacen a la literatura argentina, y más aún, a la literatura escrita por mujeres que viven de su trabajo. La corporeidad y el deseo en la poesía de Alfonsina exceden la unión obra y vida, propuesta por las vanguardias; remiten a lo que hoy llamamos un posicionamiento de género. Algunos de sus poemas más populares son “La loba” de La inquietud del rosal (1916), “Tú me quieres blanca”, de El dulce daño (1918), “Hombre pequeñito”, de Irremediablemente (1919), o el famosísimo “Voy a dormir”, que envió al diario La Nación como su propio epitafio. Destacaré dos más, quizás menos conocidos: “Buenos Aires” de Languidez (1920) y “Tiempo de esterilidad” de Mascarilla y Trébol (1938). El poema “Buenos Aires”6 se basa en la comparación entre la provincia de Buenos Aires con un hombre indolente: “Buenos Aires es como un hombre/que tiene grandes las piernas/ (…) Y pequeña la cabeza”. En ese poema, el yo lírico critica la fachada europea de la ciudad y el silenciamiento de la aniquilación a los pueblos originarios: “Por eso cuando los nervios/ se le ponen en tormenta/siente que los muertos indios/se le suben por las piernas”. El poema termina con el anhelo de que a Buenos Aires (y a los hombres) le crezca como los pies la cabeza. En esa estrofa interpela al lector, pidiéndole paciencia para esperar que la transformación suceda. 

“Tiempo de esterilidad” es un soneto que trata el tema del ciclo reproductivo femenino. “A la mujer los números miraron/y dejáronle un cofre en su regazo:/y vio salir de aquel un río rojo/ que daba vuelta en espiral al mundo”. Cuando ese río rojo se seca, la isla queda desierta y la mujer ve crecer solo el viento. 

En sus primeros años, Alfonsina recae en los estereotipos de los temas de “amor” y del “desengaño”; pero como ella es una poetisa que se construye a sí misma escribiéndose, los poemas referidos evidencian la fuerza cuestionadora de la obra madura de Alfonsina. Ella elige la vida, el deseo, la forma de escribir y también la forma de morir. El suicidio de Alfonsina transforma la muerte en un acto público. Es otra forma de poner el cuerpo para incursionar en lo público, así como lo hizo Emily Davinson, una de las sufragistas, arrojándose bajo el caballo durante un Derby en 1913; Alfonsina hizo que su muerte fuera un acto de rebeldía, una decisión soberana y un espacio de libertad, que la empujaba fuera del espacio doméstico. Ella escribió después del suicidio de Horacio Quiroga:  

“Morir como tú, Horacio, en tus cabales,/ y así como en tus cuentos, no está mal;/un rayo a tiempo y se acabó la feria…/Allá dirán” 

Las nietas de las brujas 

Estas mujeres usaron lo que Josefina Ludmer (1985) llama “las tretas del débil”; se valieron de lo que tuvieron a mano para cumplir su deseo sexual, intelectual, político. Ellas eligieron cómo vivir y cómo morir; poner el cuerpo en las letras y en la vida. El espacio público fue una conquista para ambas.  

Así que desde estas páginas, me permito hacer dos invitaciones. 

La primera invitación es a leer a estas grandes mujeres, Salvadora Medina Onrubia y Alfonsina Storni, quienes conquistaron la arena pública y nos enseñaron que algunas puertas no se abren pidiendo permiso. No hay una forma mejor de contacto, que dialogar con ellas a través de sus obras. 

La segunda invitación es a volver a pensar a nuestras antecesoras. Resignificar esos gestos, quizás ínfimos, que permitieron que el día de hoy podamos elegir muchas más cosas que ellas. Aunque todavía falte mucho camino por recorrer y no debamos bajar los brazos en nuestra lucha. Porque como dice Peker, es “la revolución de las hijas”; pero, tuvieron que existir abuelas, madres, tías y hermanas para hacer el andamiaje de esta revolución porque como reza el epígrafe “Somos las nietas de las brujas que no pudieron quemar”.  

 

 

1 Delgado, J. (2007) “Estudio preliminar” en Las descentradas y otras piezas teatrales. (Págs. 9-27). Buenos Aires: Colihue. 

2 Apud Delgado, J (2007) “Estudio preliminar” en Las descentradas y otras piezas teatrales (pp.19)Buenos Aires: Colihue. 

3 Op. Cit. (pp 13) 

4 Onrubia, S. (2007) Las descentradas. (pp. 138). Buenos Aires: Colihue. 

5 Lejman, R. (2016) Biografías: Alfonsina Storni n – Programa de Canal Encuentro. Recuperado de www.youtu.be/GRWzPEEpxwg . 

6 Los poemas citados pertenecen a la siguiente edición. Storni, A.(1997) Antología poética. Buenos Aires: Losada . 

 

 

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