Gobierno de Cambiemos
Salvajismo discursivo y Desciudadanización de las Políticas Sociales

Por Dra. Sandra Guimenez (UNPAZ/ UBA)

“A ese pibe le podes dar un plan social, pero esa plata la va a usar para comprar balas. Lamentablemente tenemos que pensar eso. Hoy ese pibe no ve el futuro, nosotros, la dirigencia política, no se los estamos mostrado”. Podría ser una declaración sarcástica del personaje Micky Vainilla de Capusotto, pero no es así. Estos dichos provienen de declaraciones públicas del actual Ministro de Educación y Deportes Esteban Bullrich; es decir, de un decisor y ejecutor de políticas públicas.

Desde que asumió el gobierno de Cambiemos, los retrocesos tanto materiales como simbólicos en el campo de las políticas sociales no dejan de sucederse. De modo similar que en la década de los 90, la política económica transita por un sendero separado y alejado de la política social, disociación que es coherente con el paradigma (neo)liberal que caracteriza este plan de gobierno.

Esa escisión, es acompañada de una construcción discursiva político-cultural por parte de los distintos funcionarios, que busca justificar el avance en la desintegración del sistema de protección social, en la pesada herencia de corrupción e ineficacia de los planes sociales, que obliga a redireccionar, entonces, la orientación de éstos y colocar las cosas en su “justo lugar”.

Sobre las políticas sociales

Si uno no conoce un país y quiere indagar qué tipo de sociedad lo constituye, puede hacerse una rápida idea de ello analizando la configuración institucional de las políticas sociales. Éstas muestran el grado de integración de una sociedad, en la medida que expresan el grado de reconocimiento de las necesidades de sus miembros, es decir, qué tipo de necesidades se reconocen como válidas, tanto cualitativa como cuantitativamente, quiénes son los merecedores de las políticas y en calidad de qué se definen, si como derechos o como asistencia.

Las políticas sociales son algo más que la sumatoria de programas sociales. A través de ellas se pone en juego la producción y reproducción social misma, en la medida de a quiénes se incorpora bajo aquella configuración institucional (y a quienes no) y en calidad de qué. Dicho rápidamente, en la definición de las políticas sociales, se pone en juego si ese Estado –y por lo tanto esa sociedad- está(n) dispuesto(s) a definir sujetos que sólo tienen derecho a trabajar para reproducir al mínimo sus condiciones de vida, tales como comer, dormir y recuperar energía para volver a levantarse al siguiente y ser meramente un “animal de trabajo”, o si en cambio, define y legitima sujetos de derecho que, además de trabajar y obtener un ingreso para cubrir necesidades básicas, sean sujetos sociales con un lugar reconocido en la sociedad como sujetos útiles, haciendo sociedad a través del despliegue de otros roles además del de trabajador. Quiero decir, las personas además de trabajar, nos enamoramos, tenemos amigos/as, constituimos una familia, desarrollamos actividades culturales sociales o deportivas, militamos por causas que consideramos justas, disfrutamos de actividades de esparcimiento, artísticas, etc. Somos algo más que pura animalidad de trabajo.

El esquema de políticas sociales, en definitiva, expresa material y simbólicamente qué lugar ocupan las personas, los trabajadores en particular, si el Estado les da prioridad e importancia a su integración social como sujetos plenos garantizando condiciones de oportunidad para todos y todas, o no.

Una rápida mirada: Trabajo, educación, salud, deportes

Atendiendo entonces a esa definición de políticas sociales, podemos afirmar que el gobierno de Cambiemos, es portador de una definición liberal en la cual el reparto de responsabilidades y funciones entre el Estado, el Mercado y la Familia, están claramente diferenciadas. El Estado debe intervenir lo mínimo posible, garantizando que la mayor cantidad de áreas que puedan ser mercantilizadas sean beneficiadas por la eficacia privada, en tanto el lugar de la familia se ve recargado ya que debe hacerse cargo de las funciones que el estado no garantiza y que no se pueden comprar en el mercado. Por ejemplo, enviando más miembros del hogar a buscar un empleo, resignando consumos elementales y derechos básicos, etc.

Al amparo de esta definición, las distintas medidas económicas que se tomaron desde diciembre de 2015 hasta el momento, impactaron fuertemente sobre el funcionamiento del mercado de trabajo. Diversos estudios dan cuenta que la desocupación aumentó y se va aproximando lenta pero sistemáticamente al 10% de la PEA, sin que existan mecanismos desde el ámbito estatal para contener o dar alguna respuesta a esa población que va quedando sin empleo. Y aquí hay que ser claros: no es que no se diseñan políticas porque no se puede o porque no saben, o porque están improvisando, o porque están aprendiendo. No se hace, porque la concepción ideológica que subyace a este plan de gobierno indica que quien se queda sin empleo, en definitiva, adolece de capacidades que le impiden mantenerse en su trabajo, y que esas cuestiones se dirimen en el mercado, entre el libre juego de la oferta y la demanda. Si hay personas que perdieron el empleo, en definitiva, es porque son incapaces, porque han sido acostumbrados por los gobiernos populistas a obtener dinero fácil a través de programas sociales. Por ello, el presidente afirma “hay que salir de tantos años de populismo diciendo la verdad“, lo que implica “sincerar los números” (Macri 24/8/16).

La concepción de sujetos de derechos que se impulsó desde la gestión anterior de gobierno, se suple actualmente con la apelación a la meritocracia que hace eje en la voluntad individual para salir adelante, y por lo tanto, de esforzarse para alcanzar los sueños que cada uno se propone. Consecuente con el ideario liberal, esta concepción meritocrática, es ahistórica, en tanto desengarza la relación entre la dinámica económica y los resultados sociales; de ahí, que tanto perder el puesto de trabajo como conseguir uno nuevo, depende pura y exclusivamente de la voluntad y las ganas de salir adelante del individuo que ha sido afectado por esta especie de virus del desempleo.

Entonces, para quienes se quedan sin empleo, la opción es que desplieguen su capacidad innovadora a fondo, buscando opciones individuales emprendedoras y creativas; es sólo cuestión de proponérselo, porque bajo esta concepción toda oferta genera su propia demanda, por lo que el éxito está garantizado, y si no lo hay es porque el individuo hizo algo mal. Si se proponen emprender nuevos negocios, sin buscar el amparo estatal, seguro saldrán adelante. Además, el problema del desempleo se plantea desde las autoridades públicas de gestión, como una cuestión de específica responsabilidad de quienes se ven afectados por esa situación, des-responsabilizando al estado del rol que debe cumplir y que le cabe en función de haber dispuesto una batería de medidas económicas que son la razón fundante del desempleo. De allí, que las autoridades se presenten como agentes foráneos a esa dinámica y, planteen que desde el Estado deben “estudiar cómo ayudar a cuidar el trabajo de los argentinos” (MM 24/8/16). Produciendo esa escisión entre economía y política social, y legitimando el argumento liberal de que la economía no necesita justificativos de ningún tipo, ya que las medidas económicas liberales son una verdad objetiva en sí mismas que no requieren fundamentaciones.

En el campo de la educación como de la salud, se han desmantelado áreas y/o programas que apuntaron -en el período 2003-2015- a ampliar el rango de necesidades consideradas como prioritarias para la consagración de sujetos plenos. Tal es el caso de los programas Conectar Igualdad, aquellos vinculados al sostenimiento de coros y orquestas juveniles, o a la formación docente, y, específicamente a la educación sexual. En el área de salud, se han cancelado o congelado programas vinculados a la atención sanitaria de poblaciones alejadas y/o muy carenciadas, de salud sexual y reproductiva, o el programa Qunita. En estos últimos días, se conoció el cierre  del Programa Sonreir que garantizaba la atención dental y reparación de piezas dentales para sectores de población que no podían cubrir los costos de la atención privada dental.

En el área de deportes y entretenimiento puede mencionarse la baja de becas para deportistas que proporcionaba el Enard, o incluso, la segura eliminación de Fútbol para Todos el año próximo que indica que, quien no pueda pagar la televisación, escuche por la radio o vaya al bar pero que el Estado no considera y, por tanto no garantiza, que una actividad tan importante culturalmente para los argentinos, pueda ser asumida económicamente por el Estado. En el área de turismo, hasta el año pasado, el dicho ministerio asumía el pago del costo de los viajes de egresados de alumnos de 7mo grado de escuelas públicas; este año, bajo el argumento de que había manejos espurios en el programa, se dejó de garantizar esa prestación.

A estas consideraciones se suma el hecho de que el presupuesto para el año 2017 enviado al Congreso de la Nación, incluye reducción de partidas presupuestarias vinculadas justamente a la ampliación de políticas sociales cuyo concepto de necesidad se había ampliado efectivamente, como es el caso de la educación universitaria para estudiantes del Conurbano Bonaerense.

A lo dicho se suman las posibles modificaciones para flexibilizar –nuevamente- las relaciones laborales, bajo los mismos argumentos de los años 90: para atraer inversiones porque el costo laboral argentino es muy alto; asimismo, seguramente se impulse la elevación de la edad para jubilarse.

 

La construcción discursiva

Esta implementación salvaje de políticas económicas y sociales, se acompaña de una construcción discursiva y simbólica que reproduce los peores estereotipos de las diferencias de clase y de la discriminación que signan la historia argentina.

Siguiendo la línea histórica de esa diferencia de clase (apelando a motes como cabecitas negras, villeros o planeros), los funcionarios del gobierno de Cambiemos no pueden ocultar que esa diferencia de clase constituye su habitus; es lo que aprendieron, respiraron y los constituye en cada poro de su cuerpo, en cada una de sus representaciones y disposiciones. Estos funcionarios, provienen en su mayoría de la clase alta, distinguida y supuestamente culta, y abonan la teoría de la meritocracia, por lo que consideran que todo lo que tienen es resultado de su esfuerzo y, que por lo tanto, se lo merecen, y que quienes viven desde siempre del Estado, son pobres porque les gusta serlo, porque así son, porque no se esforzaron y porque se gastan el dinero de las prestaciones sociales, en droga, juego o balas (teniendo muy poca autocrítica por cierto, ya que estos CEOS son representantes de grupos económicos que se constituyeron, fortalecieron y concentraron al calor del amparo del estado argentino y con el dinero de nuestros impuestos).

Es tan fuerte esta cosmovisión, que no pueden disimularla aunque lo intenten, aun cuando gran parte de sus apariciones públicas están guionadas por sendas consultoras de marketing que les indican qué decir, cómo decir y en qué momento.

Un ejemplo claro y concreto acerca de la imposibilidad de ocultar este habitus de clase, es la ahora retirada publicidad de Anses sobre las Asignaciones Familiares y la Asignación Universal por Hijo. En ella se contraponían dos tipos de familias diferenciados: en el primer recuadro, destinado a quienes cobran Asignación Familiar, se retrataba una típica familia de clase media: una pareja conformada por un hombre y una mujer de piel blanca, jóvenes, ella rubia cargando un bebé regordete también de piel blanca. Ambos padres miran embelesados al bebé, con mucho amor. En el recuadro consignado para los perceptores de la Asignación Universal por Hijo, la foto es de una mujer, que está sola, que tiene la piel oscura, y que es madre de dos niños de ambos sexos y que también tienen la piel oscura. En esta foto no hay padre presente, porque inferimos que “las planeras” de la Asignación son tan promiscuas que tienen hijos con distintos hombres que luego las abandonan. La mujer mira sonriente a la cámara pero no mira a sus hijos con el mismo amor que la pareja de clase media bien constituida.

Es tan evidente la comparación entre ambos grupos familiares, y es tan cruda la construcción de clase que se haya detrás de esta publicidad que cuesta pensar que, a pesar de haber pasado seguramente por distintas miradas y aprobaciones, se les haya escapado que la discriminación afloraba sin necesidad de agregar palabras.

Es tan salvajemente innato este habitus, que traiciona el “querer hacer neutral” y sacan una publicidad que busca reivindicar una política social en particular, y en su lugar, no hace más que expresar su más hondo (re)sentimiento con la misma; por lo que que debieron retirar rápidamente de la publicación gráfica y visual, luego de las críticas recibidas. Consideramos que Cambiemos –como partido, y como cosmovisión clasista de la sociedad argentina que trasciende las fronteras del partido en sí- adolece de la capacidad de construir metáforas en torno a su imaginario y representaciones, ya que ello implicaría un ejercicio de cierto refinamiento de elaboración y reelaboración del pensamiento que cristalice en una configuración conceptual que indique algo que se piensa pero sin expresarlo literalmente. Aún con todo el dinero que gastan en consultores y especialistas en redes y comunicación, ese imaginario de clase se amalgama con el ideario (neo)liberal histórico que recoge y refuerza la idea de que cada clase debe permanecer en el lugar que le ha sido asignado “naturalmente” por una sociedad capitalista que es intrínsecamente desigualadora.

En relación a ello, este modo de percibir lo social viene a recomponer el equilibrio entre clases: el pobre debe permanecer en su lugar y, en todo caso, debe intersectar con los sectores de clase alta desde su función subalterna que reduce su existencia a servir a aquellos limpiando sus casas y autos, cuidando a sus niños u ofreciéndoles servicios. Jamás desde el consumo o el potencial consumo de bienes considerados excesivos y suntuosos para “los de abajo”, y característicos de los sectores de mayores ingresos, en tanto su concreción desvanecería las diferencias entre unos y otros. Las políticas económicas y sociales que intenten subvertir esa dinámica “natural” de clases es populista y debe ser obstruida, o, como en la actualidad, retrotraída hacia la desciudadanización de estos sujetos.

No obstante, no está de más advertir que dicha cosmovisión e imaginario, no sólo caracteriza la mirada de sectores económicos privilegiados, sino que gran parte de las discriminaciones y análisis peyorativos antes mencionados son compartidas, producidas y reproducidas al interior de sectores medios y sectores empobrecidos. En ese sentido, la hegemonía neoliberal contribuyó a reforzar estos imaginarios, que quedaron ocultos o borrosos al calor de las mejoras económicas y sociales que se impulsaron bajo el gobierno que dejó los asuntos gubernamentales el 10 de diciembre de 2015. Pero no desaparecieron, permanecieron latentes, y algunos descontentos con aquellas políticas sucumbieron a una construcción mediática (aunque no sólo de ésta índole) que alimentaba esa grieta de clase, y a la que el gobierno anterior no supo, no pudo, no quiso buscar el modo de abordar y dar respuesta. En parte, por ello, hoy nos encontramos atravesando un período que, más allá de cuánto tiempo perdure, dejará un daño económico, social e institucional muy profundo, que costará revertir.

El sólo hecho de que representantes de los grupos económicos concentrados hayan detentado la oportunidad histórica de acceder al gobierno a través del voto popular y hacerse cargo de la gestión de los asuntos estatales, implica que a una práctica estatal heterogénea, poco clara, plagada de múltiples problemas, pero que reivindica la existencia de lo público estatal, se le amalgamen hoy saberes, percepciones y prácticas que desdeñan lo público, y que consideran que todo lo que tiene que ofrecerse desde el estado es un servicio que se compra y vende. Sobre estos aspectos, que merecerían un escrito específico para problematizarlo, aún no hemos tomado plena conciencia de la “pesada herencia” que nos dejará como sociedad y que será de muy difícil abordaje.

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