Por Belén Arenas Arce y Paulina González Oyarce
“Proponemos que el fracaso de la vía institucional no es el fracaso de la organización social” dicen Belén Arenas Arce y Paulina González Oyarce en este texto que se sirve de experiencias personales, corporales, de testimonios, análisis colectivos y herramientas teóricas para pensar la revuelta chilena de 2019. Apoyadas en la danza como modo de vida y como una apertura singular a la comprensión y a la participación, las autoras ofrecen una mirada situada y política de los sucesos que tuvieron lugar hace cinco años pero siguen interpelando el presente.
Organización multiforme al calor de la revuelta social chilena. Lecturas desde la experiencia de la gran comparsa del pueblo[1]
A cinco años… salir a la calle una vez más…
El 18 de octubre chileno se transformó en un nudo en el que el correr de la historia oficial se detuvo ante el estallido de una gran barricada inesperada. Desde las calles de todo el país lo que se declaró fue el fin del silenciamiento que nos han significado estos 30 años de experimentación neoliberal desde nuestro territorio-cuerpo.
Chile despertó en un grito que expresó el cansancio de los cuerpos que no resisten más horas de trabajo para sostener una mínima posibilidad de existir en un país que nos excluye constantemente del acceso a nuestra propia vida; donde el éxito del mercado y su lógica de competencia son el paradigma cultural que no necesita ser disimulado.
Los cuerpos sublevados, conmovidos y excitados, irrumpieron en las calles para desencajar el presente continuo. Frenando la rutina productiva aparentemente inacabable del capital, se actualizó desde la carne la memoria de que la vida en comunidad puede ser otra cosa que el orden moderno capitalista.
En esta irrupción, agrupaciones de todo tipo se forjaron para poner el cuerpo (a las balas) en un escenario de guerra declarada desde el gobierno. Entre éstas, La gran comparsa del pueblo, organización de arte protesta que se conforma como un bloque de más de 100 personas que se explayaron en la llamada zona cero de la protesta (Plaza Dignidad), a partir de la expresión de su rabia por medio del canto, la música y la danza.
Un gran coro espectral, incuantificable e inasible, se presentó en el escenario de la historia y suspendió el tiempo histórico lineal. Ante esto, la vía institucional, se improvisó una semana después, a puertas cerradas entre un bloque de partidos políticos en un arco desde el ala progresista hasta la extrema derecha. El “acuerdo por la paz”, que marca el cierre forzado e institucional a la condición de estallido, y el proceso constitucional que inaugura, es la vía que desde el estado se encuentra para la domesticación de la protesta social.
Haciendo partícipes a los “ciudadanos correctos” de su propio destino bajo la promesa de la redacción de una nueva constitución, lo que se instaló desde la institucionalidad fue la construcción de un enemigo interno que debía ser juzgado por la ley (de seguridad del estado) y apartado de la legítima manifestación civil. Esto es expuesto rápidamente por una serie de organizaciones sociales que, si bien luego algunas participan del proceso constitucional, no lo ubican como el horizonte a alcanzar por sus prácticas políticas.[2]
Hoy nos encontramos a la distancia escribiendo estas reflexiones en un mes que pesa y aletarga nuestras ideas de lo que pudo ser. Separadas por la frontera chileno argentina y las historias políticas de cada país; de un lado y otro de la cordillera de los Andes, repasamos algunas ideas compartidas y otras que nos ponen en tensión. Ofrecemos en este texto lecturas desde nuestras experiencias de organización, nuestras experiencias de haber crecido al calor de las manifestaciones, en una tradición de organización social, como alguna vez pingüinas, luego estudiantes universitarias y ahora, como trabajadoras de las danzas. Las experiencias de haber vivido con el constante susurro de que el sistema institucional articulado desde la dictadura cívico-militar del 11 de septiembre del 73′ iba y debía explotar.
Escribimos este texto porque estamos de acuerdo en la necesidad de insistir en que ante la negativa a la nueva constitución redactada por 155 miembros electos de una asamblea constituyente diversa, no queremos aceptar la derrota como fin. No queremos aceptar el fracaso de un grito de vida en la falla institucional de una aparente salida al conflicto. Es decir, proponemos que el fracaso de la vía institucional no es el fracaso de la organización social.
Este territorio-cuerpo, que tanto sabe de represiones, una y otra vez ha resistido el dominio de las fuerzas armadas y policiales, con ejemplos de lucha que solo podemos entender como actos genuinos de rabia y amor por una vida digna. Nos parece importante recalcar acá que si el foco fuera la vía institucional, la sensación de siempre perder sería la tónica, pero aquí más bien queremos leer el hecho de estallar socialmente como eso; una explosión de rabia, creatividad, creación y destrucción también. La revuelta en sí como un proceso catalizador, de lo que debe ya morir y ser destruido como lógica, como práctica política y social, dando espacio a que puedan actualizar las memorias de nuestra tradición organizativa popular que reconoce otras formas, otras dinámicas, otras estrategias para no solo sobrevivir sino también vivir y disputar el constante despojo al que estamos cotidianamente expuestos por estos territorios cordilleranos.
Hoy las crisis políticas de nuestros contextos inmediatos nos insisten en sostener la mirada en ese momento pasado (pero no olvidado). Cuando parece que todo ha fracasado, que la organización social está debilitada y desarticulada, rememorar el estallido, nuestro estallido, se vuelve latente, necesario y urgente. Para mirar hacia adelante sólo contamos con el pasado frente a nosotras y esto solo se entiende al practicarlo.[3]
El fracaso de la vía institucional no es el fracaso de la organización social
Con perspectiva y cercanía, al mismo tiempo, a cinco años, podemos decir que vemos como la organización social en Chile rompe las lógicas del éxito político cuando no se propone desde el acceso a un porvenir sino que desde sus propias prácticas políticas cotidianas, que dan cuenta de que se puede construir desde otros ángulos. En Chile, el tejido social, supuestamente debilitado y frágil, ha actualizado a lo largo de más de 30 años la insistencia de que la modernidad capitalista es un hecho histórico, no una verdad universal ni eterna. En este sentido es que nos convocamos a mirar los procesos políticos como entramados largos, complejos, no lineales ni menos inmediatos.
En octubre del 2019, el llamado a la evasión masiva, ante el alza del pasaje del transporte público, por parte de estudiantes secundarios, se fue articulando como un tejido de actualización y ebullición del descontento social. La protesta estudiantil se consolidó, desde las calles a los hogares, en un punto de intersección de las problemáticas compartidas: endeudamiento crónico, precarización del trabajo, jubilaciones de miseria, exclusión del sistema de salud, exclusión de la vivienda digna, exclusión en el acceso a la educación, criminalización de la pobreza, persecución y criminalización de la organización y de las demandas político sociales, encarcelamiento, tortura y asesinato de referentes medioambientalistas, indígenas y sindicales.
La condición de estallido y el desplazamiento hacia los centros de las ciudades del país de la manifestación social, pusieron en el ojo público tanto las prácticas de protesta como las de represión que se han ido sofisticando en el país a partir de la última dictadura cívico-militar. Quedó así al descubierto lo que se mantenía en los márgenes, en los territorios de poblaciones criminalizadas donde se sostiene día a día la dignidad de la vida.
Por una parte, las fuerzas policiales y militares cumpliendo protocolos de contención de la manifestación con la impunidad de saber que cuentan con una justicia propia. La restricción del derecho a la protesta, además de restricciones burocráticas, como la exigencia de autorización previa para concentrarse, se enfocó en la penalización a partir de la utilización de la Ley de Seguridad del Estado. Apoyadas en la fuerte represión, las fuerzas policiales se expresaron en el uso indiscriminado de armas “no letales”, el copamiento policial, así como cortes de luz, hostigamiento con helicópteros y el impedimento de desplazamiento a manifestantes, interrumpiendo el transporte público. También las detenciones masivas, arbitrarias y violentas, las mutilaciones, tortura, violación y el hostigamiento a las familias de personas encarceladas funcionaron como táctica para disolver y disuadir las protestas, utilizando casos ejemplificadores para expandir el miedo de salir a manifestarse.
Por otro lado, además de las organizaciones estudiantiles y de trabajadores, se coordinan a nivel nacional diversas agrupaciones, entre las que destacan la Coordinadora 18 de octubre (compuesta por familiares de prisioneros políticos, organizaciones y personas anticarcelarias, entre otras), que se acopla a organizaciones de familiares de prisioneros políticos de dictadura y democracia. Así también, surgen diversas agrupaciones de asistencia médica y primeros auxilios en el marco de la protesta como el Movimiento de Salud en Resistencia. Con el mismo sentido se articularon geográficamente en el epicentro del enfrentamiento, la primera, segunda y tercera línea, posicionándose las tareas específicas ante la represión, desde quienes con escudos y antiparras resistían, hasta las ollas comunes para la alimentación de quienes se manifestaban. En un cúmulo diverso, las organizaciones de arte-protesta se suman y entre éstas está La Gran Comparsa del Pueblo.
La gran comparsa del pueblo, aparece en la Plaza de la dignidad, como una organización conformada por diversas comparsas de Santiago que resisten en las calles, actualizando un pasado de lucha que pone en tensión constantemente el paradigma moderno capitalista y colonial de lo que significa cantar, bailar y protestar.
Ante el estallido, la cotidianidad cayó en un sinsentido. Ante la suspensión de todas las actividades diarias, el desplazamiento de la organización se tornó necesario. Es así como las agrupaciones carnavaleras de Santiago hacen un llamado a la unión conformando La gran comparsa del pueblo. Cada comparsa que se unió ofrendó una danza y una canción, parte de un repertorio de arte protesta popular: La remolino, “el derecho de vivir en paz” (ofrecida, a su vez, por la Comparsa sin cabeza); la Chin Chin, “Arauco tiene una pena” y El frente cuequero, “las balas”. Luego, en el común inventan “Chile despertó”, canción que crean ya como Gran comparsa.
A pesar de recuperar la tradición carnavalera de Santiago, La gran comparsa no se considera dentro de esta definición. Su identificación es como una comparsa de arte protesta que no cuenta con un vestuario específico, se visten con lo que tienen a mano, decisión que permite el ingreso de muchas más personas a la agrupación. Así también, se excluyen de participar en carnavales religiosos o los que son organizados por instituciones estatales (como las municipalidades).[4]
Como trabajadoras de las danzas, y particularmente investigadoras de danza y política creemos que, si bien teóricamente se podría considerar que todo arte es político, reconocemos que la relación de las expresiones artísticas y la política no significa siempre una crítica a, o ruptura con las caras del capitalismo. En nuestro caso, podemos afirmar que no toda danza es política en la misma medida, ni se busca a través de todas las danzas un desplazamiento estético político del cuerpo neoliberal. Las danzas de La gran comparsa no son danzas académicas o artísticas, en el sentido institucionalista del arte. Son danzas que transforman el sentido sensible de habitar, danzas que significan poner el cuerpo en la calle para enfrentarnos colectivamente a nuestros demonios. Son danzas que actualizan nuestras memorias de lucha a la vez que interpelan nuestras propias trayectorias como trabajadoras de las danzas.
Si de algo se trató el 18 de octubre chileno fue de la insistencia de romper el esquema geográfico que impone el desarrollo del país. Muchos cuerpos excluidos se ubicaron en el centro. Así, el territorio del punto cero de la ciudad de Santiago se transformó en un espacio de encuentro de muchos modos de actuar la protesta social. En esa diversidad se organizó un desplazamiento logístico que contuviera la protesta al mismo tiempo que detenía la fuerte represión policial. En las primeras líneas de enfrentamiento, La gran comparsa se articuló como un espacio de protección. Un lugar contenido en el cual protestar con una respuesta colectiva ante la exposición a la represión. Muchas de sus participantes son responsables o cuidadoras en sus núcleos familiares, además de que en muchos casos, sostienen también otras organizaciones territoriales. En medio de la revuelta, tenían que volver a casa. En este contexto, La comparsa se consolidó como una trinchera más.
Resignificar la acción: la lucha no desaparece, se transforma
No podemos permitirnos decaer, ni soltar la práctica de memoria y dejar de sentir con toda la carne el 18 de octubre. No podemos permitirnos dejar de reconocer la conmoción que nos invade hasta el día de hoy, incluso escribir respecto de este estallido. Haber vivido la efervescencia social y ver cómo la manifestación cobra magnitudes inesperadas y abre nuevos caminos nos devuelve una profunda convicción de que nunca nos acostumbraremos al horror y que siempre habrá quienes se levanten ante el despojo de la vida. El tejido se constituye así, en un cuerpo que anida una fuerza que llega, junto con otros cuerpos, a empujar los márgenes de lo posible a tal punto que resulta ineludible la cobertura mediática de aquellos medios que durante décadas se han negado a reconocernos.
Recalcamos nuevamente, no se trata de empujarnos para asistir a un porvenir, sino de insistir en las múltiples posibilidades de habitar este mundo compartido. Afrontar nuestras formas de vida política a aquella normalidad aparentemente única y universal.
En la revuelta y su explosión multiforme, vemos cómo las distintas manifestaciones se tejen entre ellas y cohabitan, sin anularse mutuamente sino más bien generando un entramado diverso de resistencia de la pulsión en bruto que explota en transformación: la barricada acontece al mismo tiempo que las ollas comunes, que los conversatorios y asambleas barriales, que las atenciones de salud popular en los lugares de enfrentamiento y que las expresiones de danza y música callejeras. La conglomeración inmediata solo da cuenta de que lo que comenzó a pasar ya estaba ocurriendo.
Todas estas expresiones surgen desde una memoria a la cual se recurre casi inconscientemente como una práctica que muchas veces este territorio ha habitado, y en ello entendemos cómo los pueblos históricamente se han movilizado a través de la organización y han bailado en estas latitudes: para la cosecha y siembra, para los nacimientos, para la muerte, para la guerra…
Volviendo sobre la experiencia de La gran comparsa del pueblo, queremos recalcar que, a cinco años y siendo su nacimiento al calor de la revuelta, es una organización que sigue activa y vigente dentro del tejido social organizativo de la ciudad de Santiago. Creemos que esto puede deberse en parte a que, durante el complejo escenario de la convención constituyente, no se dejaron de plantear que existen horizontes de organización social posibles más allá del apruebo y el rechazo y de la legitimidad que otorgue o no el estado nación al proceso vivido. Asumiendo su compromiso y práctica política, pero sin perderse en el horizonte mayor, la organización habilitó espacios de debate referentes a las formas en las que construimos este momento histórico.
De la misma manera, vemos en la estrategia de atender y construir una lectura contextual que permitió tener la capacidad de generar nuevas estrategias de acción ante los distintos procesos que se han vivido a partir del 18 de octubre del 2019. Esa ductilidad de acción les hizo viajar desde la efervescencia de ser muchas personas cantando, bailando y tocando en medio de la llamada zona cero a un retorno al territorio cotidiano de las poblaciones.
A partir del debilitamiento de la manifestación social en Plaza de la Dignidad, rápidamente leyeron la correlación de esto con mayor exposición a la represión. Fue en este escenario donde, lamentablemente, fueron testigos de los asesinatos por parte de carabineros de la observadora de DD.HH. Denisse Cortés (durante la “Marcha por la resistencia mapuche y autonomía de los pueblos”, celebrada el 10 de octubre de 2021 en Santiago de Chile) y posteriormente, el asesinato de la periodista Francisca Sandoval en manos de la complicidad cívico-policiales (asesinada al recibir un impacto de bala, el 1 de mayo del 2022).
El proceso de pandemia no fue menor como escenario adverso para el movimiento social, pero en esta búsqueda de mantener las estrategias de lucha vigentes, aparece el sentido más basal de que el arte protesta se puede hacer en otros lugares y que el acompañamiento danzado y tocado para seguir alentando la organización social no terminaba en la Plaza Dignidad ni en el eje de la Alameda: también florece en el funeral de Luisa Toledo, en la romería anual por los detenidos desaparecidos y ejecutados políticos de la dictadura, en las actividades por los presos/as políticos/as y sobrevivientes al trauma ocular.
La experiencia multiforme de la revuelta actualizó una diversidad estratégica de la lucha, y reformuló el imaginario de lo posible para la organización social de este país.
A cinco años, la lucha no desaparece, se transforma…
“Somos políticos desde lo que hacemos, por cómo nos organizamos y cómo decidimos vivir la vida” La gran comparsa del pueblo.
Belén Arenas Arce es Licenciada en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires y becaria doctoral de CONICET en el Instituto de Investigaciones Gino Germani. Es también bailarina e investigadora de estudios de danza, enfocada en la articulación política y la relación de la danza con las políticas públicas. Forma parte del Núcleo de Investigación en danza, política y articulación gremial, de la Red Nacional DanzaSur (Chile), y participa en proyectos de investigación relacionados con el análisis de las políticas culturales para las artes escénicas en Argentina y Chile. Colabora además en proyectos de artes escénicas como acompañante teórica y asistente de dirección.
Paulina González Oyarce es Licenciada en Danza de Universidad ARCIS, Pedagoga en Danza de UCM-ARCIS y diplomada en “Educación Popular y pedagogías emancipatorias de América Latina” de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación UMCE. Es gestora, pedagoga, creadora e investigadora en danzas. Actualmente es co-directora y encargada del área de Artes Escénicas del Centro Cultural Comunitario Anandamapu e integrante del colectivo de creación escénica Acción Ñirre. En el área de investigación, ha desarrollado diversos materiales pedagógicos, destacando la elaboración de los planes y programas de la especialidad de Danza Contemporánea para el Liceo Artístico Juan Noé Crevani de Arica y el artículo “Danza en la Escuela Víctor Jara: un análisis situado desde la educación popular, la interculturalidad crítica y las danzas” en Revista ACTOS, de la cual también ha sido revisora. Es integrante del Núcleo de investigación en danzas, política y articulación gremial.”
[1] Este texto emerge desde nuestro trabajo de investigación compartido en el marco del Núcleo de investigación en danza, política y articulación gremial. En dicho espacio llevamos adelante, durante el 2023, una investigación en torno a los imaginarios de la revuelta de cuatro organizaciones de danza: La gran comparsa del pueblo, Pájarx entre púas, Agrupación de danza Atacama e Insistencia colektiva.
El Núcleo de investigación en danza, política y articulación gremial es un espacio que impulsamos desde el trabajo en conjunto de la asociación gremial Red Nacional DanzaSur y la Red de trabajadoraes de las danzas durante el estallido social y la pandemia (Covid) en Chile.
En este texto compartimos nuestras reflexiones personales a partir de lecturas compartidas respecto a lo que nos pasó a partir del 18 de octubre. Reflexiones que hemos compartido con La gran comparsa del pueblo en una entrevista realizada durante el 2023, en el marco de nuestras investigaciones.
[2] Entre otras organizaciones que cuestionaron el proceso constitucional pero aún así reconocieron la importancia política de participar del debate desde una perspectiva crítica, está la Coordinadora Feminista 8M. Para ampliar recomendamos esta entrevista publicada por Tinta Limón en 2020: Coordinadora Feminista 8M (2020) Chile despertó. La revuelta antineoliberal.
Recuperado de: https://tintalimon.com.ar/public/jzaz457ow4z3e0aq04s7b76m40wd/Coordinadora%20feminista%208M.pdf
[3]“En aymara el pasado se llama nayrapacha y nayra también son los ojos, es decir, el pasado está por delante, es lo único que conocemos porque podemos mirar, sentir y recordar. El futuro es en cambio una especie de q’ipi, una carga de preocupaciones, que más vale tener en la espalda (qhilpha), porque si se la pone por delante no deja vivir, no deja caminar. Caminar: quipnayr uñtasis sarnaqapxañani es un aforismo aymara que nos señala la necesidad de caminar siempre por el presente, pero mirando futuro-pasado, de este modo: un futuro en la espalda y un pasado ante la vista. Este es el andar como metáfora de la vida” Silvia Rivera Cusicanqui, (2018). Un mundo ch’ixi es posible. Ensayos desde un presente en crisis. Buenos Aires, Tinta Limón.
[4] El movimiento carnavalero en Santiago de Chile se teje de la mano con la organización social y territorial de la ciudad. A partir de los años 90’ muchas de las agrupaciones que sostienen año a año un calendario propio de conmemoración y celebración popular que recupera y escribe una historia periférica de nuestra ciudad.
Para más información sobre la organización de comparsas y el movimiento carnavalero, invitamos a revisar el texto “El movimiento carnavalero santiaguino: una búsqueda por lo propio, desde la pertenencia territorial y la acción política colectiva desde el goce”, dentro de la investigación “Organizaciones de las danzas en Chile durante el periodo 1990- 2020”. Recuperado de https://www.observatoriodanza.cl/cms/wp-content/uploads/2023/01/Organizaciones-de-las-danzas-en-Chile-durante-el-periodo-1990-2020.pdf
Imagen de portada: Collage Paulina González Oyarce para Libro de la Danza Chilena