Por Sergio Gabriel Eissa
A poco más de un año de iniciada la pandemia del coronavirus las profecías que anunciaban el fin del capitalismo, un mundo bipolar o una nueva guerra fría aún no se han cumplido. Sergio Eissa sostiene que el problema de estas lecturas se debe, en buena medida, al carácter fragmentario de ciertas perspectivas, regidas en gran parte por una especie de sesgo etnocéntrico occidental. El autor discute estas miradas y arroja una serie de hipótesis recuperando aportes del pensamiento chino.
En el último año, desde el inicio de la pandemia del coronavirus en Occidente, numerosos artículos en revistas especializadas y en diarios, conferencias, jornadas, congresos realizados a través de plataformas on line, tratan de atraer a sus lectores y participantes con títulos que indefectiblemente aparecen asociados a los vocablos “postpandemia” y “escenario internacional”.
En estos análisis se expusieron argumentos que pronosticaban desde el fin del capitalismo hasta aquellos que sostenían que la actual crisis echó luz sobre tendencias subyacentes que se venían produciendo en el escenario internacional desde antes de la irrupción del COVID-19. Dentro de esos “posibles” finales destacamos dos: a) el de la globalización financiera –refiriéndose al proceso iniciado en 1991–, pero sin que asome aún un modelo alternativo a ese modelo económico; y b) la decadencia de la hegemonía estadounidense y el ascenso de China. En este sentido, este trabajo se propone analizar ambas lecturas argumentando que no estamos frente al fin del capitalismo ni ante una nueva Guerra Fría o bipolaridad, o en ciernes de una Tercera Guerra Mundial.
Para ello, intentaremos trasvasar fronteras. En efecto, Isaiah Berlín1 sostiene, analizando la obra de Lev Tolstói, que este autor consideraba que “todo nuestro conocimiento es necesariamente empírico –no hay otro– pero jamás nos conducirá al verdadero entendimiento, sino tan solo a una acumulación de fragmentos de información arbitrariamente seleccionados”. En este sentido, los cientistas sociales efectuamos un recorte analítico de la “realidad” porque es imposible abordar en su totalidad los problemas sociales. No obstante ello, la excesiva especificidad disciplinar de las ciencias sociales hace que se pierdan de vista muchos de esos fragmentos que exceden los marcos analíticos de una sola disciplina. A esto se suma, para lo que nos interesa aquí, el mainstream de las relaciones internacionales americanocentrista, que hace que pensemos a actores internacionales, como China, desde la mirada etnocéntrica de Occidente.
Este artículo aborda, entonces, las dos problemáticas señaladas a partir del a priori que sostienen Esteban Actis y Nicolas Creus2 en cuanto a que las tendencias que están en curso son previas al Covid 19, e intenta desarrollar un enfoque interdisciplinar y una mirada que, desde el pensamiento chino clásico, nos permita otear más allá del horizonte de esta coyuntura que, sin duda, nos conmueve.
Us and Them
Sigmund Freud3 planteó que tres grandes hitos científicos habían golpeado el narcisismo humano. El primero de ellos desplazó al ser humano del centro del universo (Nicolás Copérnico). El segundo nos señaló que no éramos obra de un creador, sino una especie animal resultado de un largo proceso de evolución biológica (Charles Darwin). Por último, Freud sostiene que sus investigaciones, el surgimiento del psicoanálisis, le propinaron al ser humano la estocada final: no controlamos nuestro inconsciente; no somos dueños de nosotros mismos.
La pandemia es el “primer” recordatorio del cimbronazo que produjo la Teoría de la Evolución. Toda la ciencia, todo el presupuesto mundial en armas y tecnología apenas han podido con una proteína, el coronavirus, recordando nuestra impotencia frente a la naturaleza. Pero también, el COVID-19 contribuyó a desarmar –una vez más– nuestra certidumbre a partir del año 2020. En efecto, ésta no es la primera vez que nuestras certezas tambalean. Si la religión, como sostenía Hegel, contribuía a paliar la angustia existencial de los seres humanos y a funcionar como amalgama de la comunidad, su desplazamiento como fuente de legitimidad política durante la modernidad, provocó que dejara de cumplir ese rol, el cual quedó en manos del Estado-Nación, una comunidad imaginada –como sostiene Benedict Anderson– que construyó un “nosotros” del cual nos sentimos parte durante casi todo el siglo XX y que se fortaleció con el Estado de Bienestar.
La globalización no solo destruyó esas políticas keynnesianas que garantizaban un empleo estable, jubilaciones, salud, educación; también desdibujó las fronteras entre ese “nosotros” y “ellos” porque los flujos humanos que se desplazaron o se movieron en busca de una mejor calidad de vida, pusieron en duda ese imaginario construido durante la segunda mitad del siglo XIX. Estos dos golpes quedaron a cobijo, como una manta, por tres “fantasmas” que, en definitiva, proporcionaban certezas allí donde quedamos vacíos. Por un lado, la ilusión del triunfo del liberalismo. En segundo lugar, la expansión democrática. Por último, la ficción de que todos teníamos acceso a la sociedad del consumo. Estos fantasmas perdieron su fuerza a fines de la primera década del siglo XXI y nos dejaron desnudos frente a los procesos que impulsaron tanto la globalización financiera como el momento unipolar de los Estados Unidos. Frente a esa desnudez, la extrema derecha o la derecha radical empezó a recorrer el mundo buscando ofrecernos certidumbre: American First; Take Britain Back, entre otros. En definitiva, nuevos fantasmas que intentan proporcionar certezas en este siglo. El auge del evangelismo –o la religión en general– y el cuestionamiento a la ciencia, la defensa de la familia “tradicional”, la nación, la patria, ofrecen un sentido de pertenencia a una comunidad que se piensa contaminada por ese “ellos” que no cumple el “imaginario” que nos enseñaron en los aparatos ideológicos del Estado como la familia, la escuela y el servicio militar. Un imaginario que ya no existe desde hace algunos años: un rol familiar estable dado por la “tradición”, un “nosotros” frente a un “ellos”, y un trabajo estable de por vida en la sociedad de consumo.
Este intento de retorno a esas certidumbres básicas choca de frente con un capitalismo que depende justamente del sujeto que el psicoanálisis dejó al descubierto y que Schopenhauer adelantará décadas previas a Freud. La sociedad contemporánea ya no produce revolucionarios, sostiene Byung-Chul Han,4 sino depresivos que se achacan a sí mismos –y no al capitalismo– el fracaso en esta sociedad de consumo o del cansancio, para utilizar la expresión del autor coreano-alemán. También, los ataques de ira no se producirán en contra del capitalismo, sino contra el “otro”. De esta manera, no existe un conservadurismo popular –en términos epistemológicos y desde la teoría política– sino una derecha radical que actúa como una droga que nos mantiene dentro del engranaje y nos hace dirigir nuestro enojo y frustraciones contra nosotros mismos o contra el otro –aquellos extraños que están tocando nuestra puerta diría Zygmunt Bauman– y no contra el que ha provocado nuestro malestar: la globalización financiera capitalista.
Desde esta óptica no estamos asistiendo al fin del capitalismo sino a su transformación, porque esta sociedad de consumo se sostiene por –entre otros factores– nuestros deseos que nunca son satisfechos. El sexo, una comida, la droga o un celular una vez obtenido, nos deja en el mismo estado de “incompletitud” que nos empuja a querer otra “cosa”. Es este deseo el que está moviendo la economía del consumo –legal e ilegal–, donde todo es fungible, donde todo es instantáneo, donde cada momento se escurre como el agua o la arena entre nuestros dedos. En consecuencia, no es posible destruir un modelo económico que se encuentra enraizado en nuestro “yo”. Hagamos lo que hagamos para satisfacer nuestros deseos y pulsiones, éstos nunca van a ser satisfechos ni van a dejar de existir.
La pandemia desnudó que no solo existen personas excluidas económicamente, sino también cientos de miles que no acceden a este nuevo entorno digital: educativo, laboral y socioafectivo. Esto que ya venía ocurriendo a mayor o menor velocidad en distintas partes del planeta, llegó para quedarse. Asistiremos a una sociedad con excluidos digitales y precarización laboral, y de nuevas exclusiones en el mundo del trabajo: homeoffice, la automatización y la Inteligencia Artificial. Por ello, el capitalismo podrá aceptar la necesidad de establecer una renta universal para que los viejos y nuevos excluidos consuman, satisfagan sus deseos y el sistema continúe funcionando; para que sean parte de la “pared”.
Por último, no solo los países con regímenes autoritarios –frente a lo que podría haberse pronosticado durante el momento unipolar y el viento de cola la democracia–, han perfeccionado mecanismos de control social, sino que también los países democráticos y desarrollados cuentan con aceitados panópticos de control. Vivimos en el mundo de la “psicopolítica”,5 donde el Estado o la clase dominante no necesita recurrir a la violencia para que hagamos lo que se supone que debemos hacer, o lo que “ellos” quieren que hagamos. La máxima manifestación del poder se ejerce en plena libertad, cuando hacemos propios los intereses del dominante y decimos sí quiero, sin darnos cuenta que no son nuestros deseos, sino del que ejerce el poder sobre “nosotros”.
La globalización, entonces, interconectó países, mercados, sociedades, cultura, personas. Así, sostenemos que no es posible desacoplarse en este mundo globalizado.6 ¿Lo harán China y Estados Unidos?
¿Two suns in the sunset?
En menos de una generación, desde 1979 a la fecha, el Imperio Chino, mutado ahora en la República Popular China, ha dejado de ser espectador para convertirse en un actor más sobre el escenario.
Coincidimos con los autores citados anteriormente en que es muy difícil un desacople entre Estados Unidos y China. Por ello, tampoco observamos la posibilidad de que ambas potencias caigan en la Trampa de Tucídides, historiador griego antiguo y autor del libro La guerra del Peloponeso. Los internacionalistas realistas infieren de la lectura de esa obra que el ascenso de una potencia y la caída de otra conduce al estallido de una guerra de gran magnitud, y así ocurrió en varias ocasiones en la historia. Si bien la investigación de Graham Allison7 encontró que en quinientos años de historia, doce de las dieciséis rivalidades hegemónicas terminaron en un conflicto armado, también halló ejemplos que combinan conflicto con cooperación y, para ello, recurre a un antiguo concepto chino: “alianza de rivalidad”.
Otros analistas son más asertivos y comparan el actual escenario con el momentum de las tragedias que corrieron el mundo entre 1917 y 1939, cuando las condiciones sociohistóricas, los cambios producidos desde el final de la Segunda Guerra Mundial, nos legaron un mundo que es sustancialmente diferente. Por el contrario, Alexander Herzen8 sostiene que “si la historia siguiera un libreto establecido, perdería todo interés, se volvería innecesaria, aburrida, ridícula (…) La historia es toda improvisación, toda voluntad (…) Se presentan atolladeros; el descontento sagrado; el fuego de la vida, el desafío interminable a los luchadores para probar sus fuerzas, para ir a donde desean ir, donde haya un camino; y donde no lo haya, el genio lo abrirá”.
En consecuencia, más que a la trampa de Tucídides, Occidente debería tener presente las trampas de Confucio y de Ibn Jaldún.
En primer lugar, el autor árabe nos presenta el concepto de assabiyah.9 Éste hace referencia a la cohesión social, solidaridad grupal, propósito compartido o sentido de pertenencia. Ese permite llegar al poder cuando un grupo social lo tiene y perderlo cuando desaparece. Así, la assabiyah es la base de la fuerza e imposición de cualquier régimen político.10 Por ello, el Estado es la imagen de la sociedad y “el componente básico de su presencia, unidad y responsable de su evolución y desarrollo”. De la misma manera que es fundamental para su surgimiento, también lo es para su decadencia. Según Ibn Jaldún, existe un ciclo histórico, cuya tercera fase es el fin del Estado. Ésta se caracteriza por el derroche, la assabiyah se empieza a debilitar y conduce a la decadencia del Estado.11 Dicho de otra manera, el Estado cae desde adentro –lo cual nos recuerda el argumento de Paul Kennedy en Auge y Caída de las Grandes Potencias–, y solo es cuestión de tiempo; y es justamente de lo que dispone China.
En segundo lugar, el pensamiento de Confucio12 y sus seguidores fue rescatado por la República Popular China en los años ´90 y forma parte fundamental de la formación de los dirigentes del Partido Comunista Chino. Esta amalgama entre Mao Tse Tung y Confucio escapa al mainstream de la disciplina de las relaciones internacionales occidentales, salvo contadas excepciones.
Recurriendo al pensamiento confuciano se puede pensar que este país no buscará enfrentarse, pero tampoco se dejará amenazar. China no descuidará sus fosos y murallas. La política de defensa claramente buscará mantener la integridad territorial china y esto incluye a Taiwán y las islas del Mar de China Meridional. No buscará el expansionismo territorial, pero no está dispuesta a sufrir la humillación que vivió en el siglo XIX. China no es pacifista, pero tampoco guerrera y la construcción de la muralla del siglo XXI llevará tiempo.
También el pensamiento clásico chino –desarrollado en la época de los reinos combatientes– aprecia el orden político tanto a nivel nacional como internacional. Algún periodista afirmó, hace años, que en China no había habido ningún cambio de régimen político: pasó del imperio dinástico al imperio del PCCh. En este sentido, el PCCh ejerce un control político significativo sobre la sociedad: China aborrece el desorden y el vacío político. En el escenario internacional, China defiende el multilateralismo, que es lo que le ha permitido, en una generación, convertir a ese país en la segunda potencia económica y comercial. En este sentido, la preservación de este orden a través de la vía diplomática no solo responde a un legado cultural del confucianismo, sino también a una necesidad pragmática que responde a los objetivos que China se ha marcado para el año 2050.
Por otro lado, desde aquel ilusionante año 1989, no solo vivimos en un mundo más interrelacionado desde el punto de vista económico, sino desde el punto de vista cultural. En todas las grandes ciudades existe un McDonald, un Starbucks, el inglés funciona como lengua franca y un evento trágico que ocurre al otro lado del mundo recorre las redes y angustia a cientos de miles de seres humanos. Este es el soft power que ha fortalecido el momento unipolar de los Estados Unidos. Pero, ¿China necesita recurrir al soft power de Joseph Nye13 o, más bien, al smart power? El autor estadounidense lo entiende como la integración de las herramientas de los otros dos tipos de poderes, es decir, recursos económicos, militares, diplomáticos y culturales. Por eso, China ha apostado, más bien, por el “smart power”: iniciativas económicas y comerciales, inversiones en África y América Latina, entre otros.
Fuente: China Global Investment Tracker (2021). Worldwide Chinese Investments & Construction (2005-2020). Recuperado de https://www.aei.org/china-global-investment-tracker/.
Fuente: China Global Investment Tracker (2021). Worldwide Chinese Investments & Construction (2005-2020). Recuperado de https://www.aei.org/china-global-investment-tracker/.
Fuente: China Global Investment Tracker (2021). Worldwide Chinese Investments & Construction (2005-2020). Recuperado de https://www.aei.org/china-global-investment-tracker/.
Asimismo, los intereses nacionales chinos no responden únicamente a esos 5.000 años de historia desde que Confucio enseñó en el siglo V antes de nuestra era. Han pasado más de 2.000 años y China fue obligada a abrirse a Occidente en el siglo XIX, hace poco más de 100 años. Una partícula de arena en su dilatada historia.
Fuente: The Angus Maddison Project 2010 (2020). Share of World Powers in Combined GDP. Recuperado de India in Pixeles https://m.facebook.com/indiainpixels/photos/p.1117727335268882/1117727335268882/?type=3
Dos últimas consideraciones. La primera nos remite al Libro VII de las Anacletas, donde Confucio14 hace referencia al juego wéiqí, conocido como Go en Occidente. Casi como rescatando el pensamiento de Sun Tzu (aunque éste no se relaciona con el confucionismo) y de Mao Tse Tung, este juego no plantea un ataque directo porque su objetivo es rodear al adversario ocupando la mayor cantidad de territorio. Claramente, podríamos sostener que en el actual contexto de globalización esa ocupación de territorio no es literal y que la podemos entender como “control”. Por ello, el desacople entre China y Estados Unidos no es funcional a los intereses del primero: la globalización le permite a la potencia asiática controlar los flujos de bienes, servicios, dinero y datos a través del 5G; de ahí la gran disputa por este último en esta cuarta revolución industrial. Los tres primeros mapas reflejan claramente la estrategia del wéiqí, rodear al adversario y ejercer más control cada vez más cerca de su entorno inmediato hasta dejarlo sin posibilidad de ejercer una jugada. Así, China juega al wéiqí más que al ajedrez; de Sun Tzu y Mao Tse Tung más que de Erich Ludendorff; y de Deng Xioping que de la familia Bush.
La última consideración nos remite a Sun Tzu.15 La guerra es algo muy serio y no puede ser tomada a la ligera porque significa la ruina o la supervivencia del Estado. Por ello, el general más hábil y sensato rinde al enemigo sin presentar batalla.
¿ 结束语 o final reflection?
El capitalismo seguirá existiendo porque una de las bases del mismo es el deseo de los sujetos de satisfacer sus deseos y eso es lo que le ofrece la sociedad contemporánea. Esos deseos no terminan nunca; son una cadena infinita: obtenido uno, se quiere otro.
Por otro lado, éste y un orden internacional son funcionales al proyecto de China. No necesita exportar un modelo político ni económico para alcanzar sus intereses, como sí lo hizo Estados Unidos. Sin embargo, China no permitirá ser humillada nuevamente. Este país continuará construyendo su muro fuerte para defender principalmente la integridad territorial y su derecho al desarrollo. Ambas cosas requieren tiempo y un mundo pacífico hasta que cuente con un muro fuerte para defenderse.
Para ello, ha desarrollado una estrategia que tiene arraigo en el wéiqí: control del territorio, no vía la imposición militar y/o de un régimen político a su imagen y semejanza, sino la garantía de poder acceder a los recursos y de poder ofrecer los bienes y servicios que exporta. La psicopolítica no requiere de la coerción: impongo mi voluntad, de tal manera que el dominado crea que decide sus acciones en libertad.
De esta manera, a lo largo de estos últimos quince años, China ha desplegado su smart power para cumplir con la premisa del wéiqí: rodear al adversario. Esta es la trampa de Confucio. China evitará todo enfrentamiento directo porque detesta el desorden y porque éste afectaría el desarrollo de su propia sociedad y ésta se pondría en contra. Solo reaccionará militarmente cuando el oponente se acerque demasiado a sus murallas y, para ello, se prepara militarmente. ¿Cuáles son esas murallas? Taiwan, el Mar del Sur de China.
El capitalismo le ha permitido a China echar raíces por todo el mundo, incluso en los Estados Unidos, que se extienden capilarmente bajo nuestros pies. Entonces, ¿para qué buscar el enfrentamiento directo si puede lograr sus objetivos sin el uso del aparato militar?
Los conceptos de Freud nos predicen una larga vida al capitalismo –no necesariamente en su forma actual–, los argumentos de Byung Chul-Han nos muestran que para doblegar al otro no necesito ejercer la coerción –es más, cuando más se recurra al uso de la fuerza, más debilitado estará quien lo haga– y, finalmente, el confucionismo y el wéiqí nos muestran que el rodeo, la acción indirecta, extendida a lo largo del tiempo permite obtener más beneficios que el enfrentamiento directo.
A China no le sirve un Estados Unidos colapsado, con su assabiyah decadente. Más que una nueva Guerra Fría o un sistema bipolar, tenemos un sistema binario donde cada uno necesita del otro, aunque uno de ellos sea el polo dominante. China requiere de Estados Unidos para mantener un orden que le permita a ese país volver a ser el centro del mundo.
Sergio Gabriel Eissa: Licenciado en Ciencia Política (UBA), Maestro en Ciencias Sociales mención en Relaciones Internacionales (FLACSO-Sede Argentina) y Doctor en Ciencia Política (UNSAM). Docente-investigador de UBA, IUGNA y UNDEF. Entre otras publcaciones se destaca “¿La irrelevancia de los Estados Unidos? La política de defensa argentina (1983-2010)”.
1 Berlin, I. (2014). Pensadores rusos. México: Fondo de Cultura Económica, p. 151.
2 Actis. E. y Creus, N. (2020). La disputa por el poder global. China contra Estados Unidos en la crisis de la pandemia. Buenos Aires: Capital Intelectual.
3 Freud. S. (1992 [1916-1917]). Una dificultad del psicoanálisis. En Strachey, J; Freud, A. Strachey, A. y Tyson, A. (Eds.). Obras Completas Volumen XVII (pp. 125-137). Buenos Aires: Amorrortu Editores.
4 Han, B. (2014). Psicopolítica. Buenos Aires: Herder.
5 Han, B. (2014). Psicopolítica. Buenos Aires: Herder.
6 Actis. E. y Creus, N. (2020). La disputa por el poder global. China contra Estados Unidos en la crisis de la pandemia. Buenos Aires: Capital Intelectual.
7 Allison, G. (2017). Destined for war. Can America and China escape Thucydides´s trap? New York: Houghton Mifflin Harcourt.
8 Berlin, I. (2014). Pensadores rusos. México: Fondo de Cultura Económica, p. 171.
9 Ibn Jaldun (2005 [1377]). Introducción a la historia universal. México: Fondo de Cultura Económica.
10 El Khannoussi, J. (2018). El pensamiento político de Ibn Jaldún: términos esenciales. Estudios sobre Patrimonio, Cultura y Ciencias Medievales, 20, pp. 97-118.
11 El Khannoussi, J. (2018). El pensamiento político de Ibn Jaldún: términos esenciales. Estudios sobre Patrimonio, Cultura y Ciencias Medievales, 20, pp. 97-118.
12 Confucio (2015 [Siglo V A.E.C.]). Analectas. En Pérez Arroyo, J. (Ed.). Los cuatro libros. Barcelona: Paidós.
13 Nye, J. (2009). Get Smart: Combining Hard and Soft Power. Foreign Affairs, 88(4), pp. 160-163.
14 Confucio (2015 [Siglo V A.E.C.]). Analectas. En Pérez Arroyo, J. (Ed.). Los cuatro libros. Barcelona: Paidós.
15 Sun Tzu (2007 [Siglo V A.E.C.]). El arte de la guerra. Buenos Aires: Prometeo.