#8M Feminismos y política
Volver a disputar

Por Malena Nijensohn

El pasado 8M se llevó a cabo un nuevo Paro Internacional Feminista. En esta nota, Malena Nijensohn vuelve sobre ese acontecimiento, su genealogía, a la vez que indaga sobre los sentidos en disputa en torno al feminismo, a la política, a sus luchas.

 

Una nueva movilización feminista tuvo lugar el 8M de 2022. Con efervescencia, se volvió a las calles bajo la consigna “La deuda es con nosotras, nosotres y nosotros. Que la paguen quienes la fugaron”. En medio de la disputa por la negociación de la deuda que tomó el gobierno de Mauricio Macri en 2018 y a sólo dos días de que se le diera media sanción al Memorándum de entendimiento para refinanciar dicha deuda, los movimientos feministas, de mujeres, lesbianas, bisexuales, travestis, trans, no binaries, migrantes, gordxs, indígenas, negras, afrodescendientes y afroindígenas, sindicalistas, trabajadorxs de la economía popular, entre otrxs, se movilizaron para reclamar por vidas dignas de ser vividas y contra la precarización de nuestras existencias en las múltiples y entrelazadas formas en las que funcionan los entramados de poder. Sobre el escenario se leyó el ya tradicional documento consensuado en asamblea, en el que convergen una pluralidad de demandas de diferentes espacios, agrupaciones y organizaciones políticas y sociales. Marchamos todxs juntxs (aunque nunca estamos todxs); todxs juntxs, sí, pero: ¿unidxs? ¿organizadxs? ¿Compartimos algo? ¿Qué nos re-úne una o dos o tres veces por año en movilizaciones masivas?

Contar las historias, trazar una genealogía

Como señala Jacques Derrida, una fecha, como aquello “que vuelve a marcarse como la única vez”,[1] indica la singularidad de un acontecimiento (el hecho de que es único: sucede por primera y por última vez), así como su retorno –imposible, pues sólo se puede datar lo que se repite pero no fechamos sino eso que jamás se repetirá. Así, las fechas se inscriben en una historia que las precede, al tiempo que producen una cesura en ella: de esos cortes y esas herencias también están hechos los relatos. ¿Cómo se escriben (y se inscriben) las fechas y las historias feministas? ¿Qué disputas subyacen a los relatos que puntúan de maneras diferentes su línea del tiempo?

El martes, entre los cuerpos, las banderas, los bombos, los grupos de amigxs y las columnas organizadas, circulaban anécdotas y recuerdos de movilizaciones anteriores, cada quien tenía algo para contar o algo para preguntar, entre retazos de historias se tejía un relato común y extraño aquí y allá: escribimos y reescribimos las historias, las luchas, nuestras memorias. Desde aquel 3J de 2015 en el que un grito común “Ni una menos” nos congregó en las calles hasta el 8M de 2022 ha corrido bastante agua bajo el puente: el primer Paro de Mujeres el 19 de octubre de 2016, el Paro Internacional de Mujeres 8M de 2017, los Paros de Mujeres, Lesbianas, Bisexuales, Travestis, Trans y No Binaries y las vigilias por el Aborto Legal, por nombrar algunas de las movilizaciones masivas feministas de ellos últimos años.

Por supuesto, no se trata de una historia lineal ni prístina, tampoco hay tanto consenso en torno a ella, aunque ciertos relatos hegemónicos hayan adquirido el carácter de verdades establecidas de los feminismos. Hay quienes creen que en 2015 se inició una revolución feminista a la que llaman alternativamente “de las hijas” o “cuarta ola”, hay quienes encuentran los orígenes en el primer Paro, hay quienes confunden la movilización del 3J 2015 con la del 19 de octubre de 2016, hay quienes consideran que el 2018 es un punto de inflexión, hay quienes piensan que el feminismo empezó en 2015, y así y así. Cada una de estas posibilidades está anclada en e implica un, o mejor dicho, una serie de posicionamientos políticos, explícitos o implícitos, que configuran el relato.

Yendo más atrás en el tiempo, ¿son las actuales asambleas feministas reediciones masivas de los grupos de concienciación de los años setenta?, ¿qué hay allí de los otrora Encuentros Nacionales de Mujeres, hoy rebautizados Encuentros Plurinacionales de Mujeres, Lesbianas, Bisexuales, Travestis, Trans y No Binaries? ¿Reverbera en los 8M aquel 8 de marzo de 1984 cuando, junto con el retorno de la democracia, los frentes plurales en los que cabían “múltiples formas de ser feminista” se congregaron frente al Congreso? ¿En qué medida las asambleas son herederas de aquellas que se dieron cita en torno a 2001? Y, como feminista kirchnerista, considero que cabe también preguntarnos: ¿por qué no forman parte del repertorio feminista el Partido Peronista Femenino o la Agrupación Evita de Montoneros, por nombrar algunas de las experiencias de politización de las mujeres peronistas? ¿Qué se cuenta en una narración y qué queda por fuera de ella?

¿Qué quieren los feminismos?

Toda demanda es por definición insatisfecha, lo saben lxs lacanianxs y acaso también los feminismos de la generación Ni Una Menos cuando sostienen “nos mueve el deseo de cambiarlo todo”. Si no se trata de un capricho infantil, sino de una declaración política de transformación radical, es porque el “todo” funciona como un horizonte abierto, sitio de disputa por aquello que allí cabe. ¿Quién puede arrogarse el derecho de saber qué son o qué quieren los feminismos? Pero ¿quién puede declinar la disputa política –hegemónica– y no hacerlo? Así, los documentos que se consensuan (sin dudas, en el sentido gramsciano del término) desde 2016, además de elevar una serie de demandas articuladas o, mejor dicho, al hacerlo, plasman el ejercicio político en virtud del cual se configura ese “todo” que se desea cambiar –un “todo” que nunca puede ser todo, conlleva su irreductible afuera constitutivo.

Si en 2015 las demandas se centraban en la violencia hacia las mujeres, a partir de 2016 se profundizan las discusiones en torno a su recrudecimiento, específicamente en términos de violencias económicas, en el contexto de precarización y ajuste neoliberales propios de la etapa que comienza con el triunfo electoral de la Alianza Cambiemos en diciembre de 2015, lo cual desemboca en el Paro de Mujeres como modalidad de lucha, que deberá  esperar hasta 2018 para ser un Paro de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans.[2] 2018 es el año del Aborto Legal: la así llamada “marea verde” inunda las calles feministas. Celebramos la media sanción y lloramos la derrota: ganamos las calles, mas no el derecho y aunque algo cambia para siempre, el aborto continúa siendo ilegal hasta 2020, cuando el Frente de Todos honra su promesa de campaña y el Poder Ejecutivo envía un proyecto de ley que se aprueba.

¿Qué viene ahora? es una pregunta que muchxs nos hacemos y que no tiene una respuesta sino que requiere un ejercicio militante comprometido y sumamente creativo. Si bien en dos ocasiones por año nos encontramos todxs (aunque nunca estamos todxs) para construir una lucha conjunta, lo cierto es que luego volvemos a nuestros espacio políticos y sociales de pertenencia y es allí donde en lo subsiguiente y en el día a día (de sol a sol) construimos nuestras luchas. ¿Volvemos a casa fortalecidxs? ¿Qué nuevos impulsos emergen en estas ocasiones?

El feminismo es un territorio de disputa, ¿un terreno a conquistar?

Un hecho puede valer por su tamaño: cuántas personas movilizaron, cuántos micros se llenaron, cuántas cuadras ocupó la columna, cuál fue la repercusión mediática, cantidad de likes, cantidad de compartidos. No es sólo una cuestión numérica (aunque tan a menudo se ajuste a su métrica): cierta intensidad política se juega en la masificación. Así, las fotos panorámicas de plazas llenas (o vacías) funcionan por su impacto. Hay tamaños, sí; hay números, sí; hay cuentas, también. Pero no hay quien no sepa que los números son, parafraseando a Schwarzböck, el momento menos político de la política.[3] Detrás de los números o, mejor dicho, delante, antes, a los costados y por todos lados, hay una politización que no cabe en los límites de la medición cuantificable.

Ir a la marcha con lxs compañerxs, prepararse para ello: en asamblea, en pintadas de banderas, en reunión, en conversaciones; en micro, en tren, en subte, en bicicleta; organizadxs y silvestres; en columnas y por la vereda; marchar, concentrar, saltar, cantar, abrazarse, charlar, encontrarse…son formas de la política que no caben en las cuentas pero que cuentan, cuentan y se cuentan.

Ahora bien, si los feminismos insisten desde antaño en su “otra forma de hacer política”, en cómo infringen un tajo en la política tradicional, patriarcal, cis-hetero-sexual, en cómo no se pliegan a la lógica partidaria en su rebasamiento transversal, ¿cómo se puede pensar una articulación en disputa entre estas dimensiones, para todxs aquellxs que no deseamos sustraernos de marcos que nos sobredeterminan? ¿Cómo escribimos los sentidos que damos al feminismo, a la política, a nuestras luchas? ¿Qué fuerza acumulamos en cada movilización para continuar disputando, dentro del feminismo y desde allí?

En agosto de 1972, la Unión Feminista Argentina se encontraba en un plenario cuando llegó una de las participantes anunciando la masacre de Trelew; entre la propuesta de un grupo de militantes de levantar el plenario y tomar una actitud activa ante el hecho y quienes querían sostener la actividad de mujeres sin que se viera interrumpida, se abre una brecha difícil de suturar entre los feminismos y sus contornos políticos. Este año, la movilización del 8M se convocó bajo la consigna: “La deuda es con nosotras, nosotres y nosotros. Que la paguen quienes la fugaron”, a tono con el contexto político nacional y en consonancia con la defensa de la soberanía que requiere un gobierno para poder ser popular. ¿Qué caminos se recorrieron entre aquel hecho –que nos interesa por lo elocuente para indicar el síntoma de la difícil articulación entre feminismos y política– y la consigna del 8M 2022?

Sea una fecha, una urgencia, un contexto, toda ocasión es una buena ocasión para revisitar estos vínculos complejos y dar la disputa. El 8M llegó y pasó, y otras fechas advendrán y también pasarán –en otro orden de cosas, pero por qué no decirlo: la fama, las fotos, los likes, figurar y ser vista… todo ello, queridxs compañerxs, también pasará–.

En cada uno de estos mojones y a cada paso construimos los movimientos, las agrupaciones, las organizaciones, en suma, los espacios que habitamos; cada vez, hacemos política; cada vez, se trata de una política impura, que negocia, que aprieta y que cede, que decide sus batallas (nunca son todas); cada vez, esa política se encuentra signada por antagonismos que la exceden y la enmarcan; cada vez, damos la disputa, una y otra vez.

 

 


Malena Nijensohn es licenciada en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y doctora en la misma institución con mención en Estudios de Género. Es becaria posdoctoral del CONICET. Investiga el fenómeno de masificación de los feminismos desde una perspectiva populista. También es traductora y docente de la UNPAZ y de la UNTREF. Compiló Los feminismos ante el neoliberalismo (La Cebra, 2018) y publicó La razón feminista. Políticas de la calle, pluralismo y articulación (Cuarenta Ríos, 2019).

 

 


[1] Derrida, J. (2002), Schibboleth. Para Paul Celan. Madrid: Arena Libros, p. 12

[2] Pequeña digresión: resta indagar las múltiples y solapadas maneras en que los doce años y medio de kirchnerismo habilitaron y sobredeterminaron a un tiempo la posibilidad de algo así como el fenómeno Ni Una Menos.

[3] O, como sostuvo Cristina en la carta que hizo pública luego de las elecciones primarias, abiertas, simultaneas y obligatorias: “no leo encuestas… leo economía y política y trato de ver la realidad”.

 


Foto de portada: Antonella Gaudio

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