Entrevista a Manuel J. Becerra
Por Mariana Percovich y Romina Smiraglia
La foto tan esperada de las chicas y los chicos volviendo a las aulas se pudo hacer. Es una foto distinta a las del pasado (no sabemos si a las del futuro). Todas y todos llevan barbijo y van en grupos reducidos, lo que hoy con tanta naturalidad llamamos “burbujas”, que pueden estallar en cualquier momento rompiendo las precarias rutinas establecidas. Sobre protocolos, ansiedades por volver al mundo pre-pandémico, lo aprendido en la virtualización del 2020 y el rol de la escuela en la sociedad charlamos con Manuel J. Becerra, una voz “desde el lugar de los hechos” entre tantos discursos a veces ajenos a las complejas dinámicas de las escuelas.
Manuel J. Becerra es profesor de historia por el Instituto Superior del Profesorado “Dr. Joaquín V. González”, magíster en historia por la Universidad Nacional de San Martín y docente en el nivel secundario, en formación docente y en la universidad.
Esta entrevista es el resultado de un generoso intercambio ocurrido durante el mes de marzo con el fin de retomar algunos de los debates en torno al inicio del ciclo lectivo de este año.
Mariana Percovich y Romina Smiraglia: En el 2020 irrumpió una pandemia que impactó todos los órdenes de la vida y el sistema educativo no fue una excepción. ¿Qué balance hacés de esa experiencia desde tu lugar de docente?
Manuel J. Becerra: Existen muchos balances que se pueden hacer. Uno de ellos es sobre las expectativas puestas en la escuela presencial. Me parece que hay una revalorización de la necesidad de que la escuela sea presencial, lo cual va reacomodar los discursos sobre la virtualización de la escuela que aparecían antes de la pandemia. Quedó muy en evidencia que la escuela tiene un rol importantísimo en la dinámica social, en la propia logística del funcionamiento de las sociedades. Y es importante que eso se haya rescatado, frente a una densidad discursiva, que venía creciendo, que ponía en la virtualización “el futuro de la educación”, y que muchas veces estaba (y está) asociado al mercado.
Por otro lado, hay un balance relacionado con la alienación que nos generó a nosotros los docentes –y a todo el mundo– el haber estado encerrados en casa tratando, en nuestro caso concretamente, de llevar adelante un proceso de enseñanza que es muy difícil de llevar a cabo sin presencialidad. Además, nosotros pusimos a disposición los recursos: internet, la computadora, la electricidad, nuestra casa. Y nuestra propia dinámica familiar se puso en juego porque nosotros también tenemos familias –hijos, hijas, parejas, etcétera–, que también había que acomodar dentro de todo esto. Fue muy difícil para todos en general ese tipo de reorganización, pero también fue complejo por la propia especificidad de nuestra tarea. Nosotros estamos acostumbrados, fuimos formados y tenemos una experiencia en enseñanza presencial. Si bien hemos tenido alguna dinámica de cursos que hemos realizado de forma virtual, nunca se dio en la enseñanza en niveles obligatorios que el proceso pasara de manera estructurante por la virtualidad. Entonces para nosotros fue muy difícil en relación a la ejecución de nuestro trabajo. Porque, como comenté, pusimos toda la infraestructura nosotros; y eso al sistema educativo, a cada jurisdicción, le hizo ahorrar mucho dinero pagando a los docentes el mismo salario. Porque además estamos atravesando un contexto de crisis económica, y nuestro sueldo no ha aumentado de manera significativa.
Y al mismo tiempo, esa misma experiencia nos hizo reformular nuestra propuesta de enseñanza: estableciendo qué es lo realmente importante en relación a los contenidos, cuál es el ritmo, qué cosas se le pueden sumar a esta propuesta; más allá de las condiciones de infraestructura y sociales tan complejas donde esto sucedió. Y ahí creo que algunos aprovechamos para repensar qué es lo que estuvimos haciendo todo este tiempo y qué cosas podríamos hacer para que resulte más significativa, más nutritiva, más profunda e integral la experiencia de aprendizaje de nuestra propuesta de enseñanza.
A partir de lo reflexionado en la virtualidad del 2020 me quedan varias conclusiones sobre mi propia propuesta de enseñanza para llevar adelante en la presencialidad, sobre todo en términos de aprovecharla más, por ejemplo, haciendo salidas al medio, lo que antes llamábamos excursiones, salidas didácticas. Yo soy profesor de historia en la Ciudad de Buenos Aires, donde existen una multiplicidad de espacios públicos disponibles: el Cabildo, el cementerio de la Recoleta, el Museo de Bellas Artes, la ex-Esma, el Parque de la Memoria. Existen muchos escenarios donde creo se pueden plantear propuestas interesantes de enseñanza para desmarcarse de la lógica del aula, para luego ser retomadas en el aula. Y así intentar que los estudiantes vivan de manera más protagónica algunas cosas, restarle el sobrante de peso teórico a las clases, y reponer por medio de trabajos en el aula algo que en realidad también dejó rastros en la ciudad. Yo estoy en la Ciudad de Buenos Aires, pero me parece que eso se puede hacer en todos lados recorriendo los espacios circundantes, la historia de sus nombres, la intención de resignificar una plaza, de inaugurar un pequeño monumento.
Esos son algunos balances. También se podría hacer uno más político en términos de la exigencia que tenemos los docentes dentro del sistema; sobre la lectura de que los docentes nos resistimos a volver a las aulas como un capricho, porque no quisimos trabajar; cuando en realidad nosotros somos conscientes de las tareas de cuidado que cumple la escuela, además de la enseñanza. Y justamente por esa tarea de cuidado, porque sabemos que la pandemia no terminó, tenemos muchos reparos y dudas respecto de abrirla en términos generales a la presencialidad plena.
MPyRS: Frente a un escenario de permanente incertidumbre ¿qué estrategias pensás fueron acertadas y cuáles no en el 2020? ¿Qué datos deberían llamar nuestra atención?
MJB: Me parece que esto difiere por nivel educativo –inicial, primaria, secundaria, superior, superior no-universitario, universitario– que implican situaciones diferentes. Yo estoy en secundaria y en mi caso, por ejemplo, la primera mitad del año no había planteado encuentros sincrónicos porque tengo alumnos con mucha disparidad de situaciones respecto de la conectividad. Pero después, en la segunda mitad del año, empecé a plantear algunas instancias, donde aparecían pocos chicos y chicas en función de la cantidad de alumnos por diversas situaciones: falta de ganas, alguna situación de deserción, abandono o de exclusión.
Entonces la rutina escolar quedó desarticulada. Me parece que tardó en llegar una rutina, pero, al mismo tiempo, no había muchas opciones porque estábamos todos acomodándonos a una situación que no sabíamos cuánto iba a durar. Al principio pensábamos que iba a durar quince días, un mes, dos meses, tres meses y seguimos. Entonces tardó en aparecer una rutina del trabajo de enseñanza en donde todos pudiéramos prever qué era lo próximo, cuál era el paso a seguir. Eso implica obviamente estar disponible para las chicas y los chicos por todos los medios posibles. Incluso por algunas instancias presenciales. Por ejemplo, yo participaba cada quince días de la entrega de bolsones que hacía el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires –una parte, la otra parte la donábamos nosotros los docentes– y los chicos venían a retirar sus bolsones. Y en esa instancia se presentaba por ahí alguno que no me aparecía a mí en los classrooms, ni en los zoom, ni en los Meet ni en WhatsApp, porque aunque estaba tratando de hacer el seguimiento de mi materia, estaba desconectado. Y ahí nos poníamos un poco al día. La verdad que estuvo muy bien establecer una instancia presencial en el 2020. Porque aunque se produjo por el reparto de bolsones, lo cual no es estrictamente educativo, sí estuvo en relación con esa función de cuidado que cumple la escuela. Y además reponía una instancia presencial no obligatoria que permitía una circulación de palabras, miradas y encuentros.
Sobre los datos que deberían llamarnos la atención tendremos ahora, probablemente durante este mes, los datos de la matrícula en el 2021. Y se podrá hacer la comparativa con el 2020 para sacar conclusiones en torno a la deserción, la exclusión de chicas y chicos del sistema, y sobre eso se tendrá que intervenir. Otro dato que es importante al que le vamos a tener que prestar mucha atención es la cuestión de los abusos sexuales y las situaciones de violencia familiar que son detectadas en la escuela, y que el año pasado no se pudieron canalizar. Porque esas detecciones no se realizaban porque el alumno o la alumna viene y te cuenta lo que le sucede, sino que en muchos casos uno observa en el aula un moretón, un cambio de conducta, en la atención a la tarea escolar. Y a partir de ahí se podía visualizar una situación de violencia o de exclusión muy extrema; y surgía la posibilidad de intervenir sobre ella. Eso no estuvo. Estos son casos que surgen todas las semanas en la escuela. Las chicas y los chicos que son víctimas de esas situaciones habrá que atenderlos con mucho cuidado. Creo que vamos a tener que establecer encuentros intensivos para trabajar cuestiones de ESI ante este escenario.
Después en términos sistémicos está la cuestión de la reinserción. Más allá de la cuestión de infraestructura y de la cuestión salarial docente, las políticas educativas tienen que apuntar fuerte hacia ese tema y ofrecer una batería de escenarios alternativos para recuperar a los chicos que hayan quedado desconectados de la escuela el año pasado.
Me parece que este año va a presentar una intermitencia muy complicada, por lo menos la primera mitad, hasta que haya una masa crítica de vacunas y de inmunizaciones. Porque van a aparecer casos que implican aislamiento, entonces se va a interrumpir nuevamente la presencialidad, rompiendo la precaria rutina que pudiera haber armado la familia. También rompe nuestra rutina como docentes. Eso va a ser muy complejo de sobrellevar esta primera mitad del año. Estamos frente a escenarios muy complejos y a un deseo muy grande de volver a un mundo pre-pandémico que todavía no ha llegado, y al que todavía le queda un rato para que llegue.
MPyRS: Al comienzo de este año, y frente al inicio del ciclo lectivo, se inició un fuerte debate en torno la “vuelta a las aulas”. En la discusión sobre la presencialidad se cruzan desde datos epidemiológicos, infraestructura y recursos disponibles, estrategias pedagógicas, el derecho a la educación y los derechos laborales, hasta cuestiones de índole logística. ¿Cómo se volvió a la presencialidad en un año en el que aún seguimos en pandemia? ¿Cómo podrías vincular los protocolos establecidos y el papel que juegan las escuelas en esta transición?
MJB: La vuelta a la presencialidad es muy caótica porque todavía estamos en pandemia. Y porque las jurisdicciones –en mi caso el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, pero esto sucede en todas las provincias en acuerdo federal– establecieron protocolos que nosotros tenemos que seguir. Además está todo agarrado con alfileres porque ante el primer caso hay que aislar las burbujas que correspondan. Y eso implica un ida y vuelta, una presencialidad/virtualidad que se va alternando, conforme se vaya desarrollando la situación epidemiológica. En el país hay diferentes situaciones epidemiológicas. Me parece que los pueblos más chicos, en las zonas de ruralidad más dispersa, donde no hay circulación del virus, un retorno presencial a las aulas no debería presentar problemas. Pero en las ciudades grandes, donde está la mayor parte de la matrícula y los docentes en la Argentina, la situación es más complicada, porque tenemos una circulación muy alta del virus. A esto se suma que la infraestructura de las escuelas –en mi experiencia personal al menos– es la misma que en marzo del 2020. Yo estuve yendo a la escuela durante la segunda mitad del 2020 a la entrega de bolsones y la escuela estaba exactamente en las mismas condiciones de infraestructura que los meses pasados. Y los días que estuve yendo en febrero y marzo, y ahora que arrancamos las clases, la situación sigue igual. No hay inversión en infraestructura respecto al ahorro del año pasado. Pensemos que ante el no uso intensivo de esa infraestructura se ahorró en vidrios, puertas, cerraduras, sanitarios, cañerías. No se usó la infraestructura, por lo tanto, no se empleó el dinero que se suele invertir regularmente cuando la escuela está en uso.
Por otro lado, tenemos pocos recursos en relación al COVID-19. Los barbijos son los que cada uno tiene. Mandaron unas pocas máscaras que no alcanzan para todos los docentes y mucho menos para los alumnos. Mandaron un poco de alcohol en gel; y ahora, aparentemente, resulta que el contagio por superficie no es importante, pero en el protocolo dice que sí. Por lo tanto, nosotros tenemos que obedecer el protocolo, porque es nuestro deber. Si no cumplimos con el protocolo, estamos abriendo la posibilidad de un brote de COVID en el aula y también abriendo la posibilidad de que nos inicien un sumario por no cumplir con lo que se nos ha pedido en términos del cuidado epidemiológico. Por lo tanto, los primeros interesados en que el protocolo se cumpla somos nosotros. Pero sabemos también que el protocolo es muy difícil de cumplir si no tenemos la infraestructura y los recursos necesarios, además de que es completamente distorsivo de cómo circulan los cuerpos en la escuela: abrazos, juegos…
Además tenemos que organizar la logística en torno a los horarios y grupos. Porque en un esquema bimodal no entran todos los chicos que entran en uno de presencialidad plena. En ese sentido, ese esquema bimodal lo tuvimos que armar desde la escuela, lo cual es comprensible ya que cada escuela es diferente en relación a su infraestructura, cantidad de alumnos y docentes. La verdad es una tarea muy complicada porque el Ministerio de Educación no te da las herramientas para que cumplas el protocolo que te mando el mismo Ministerio de Educación. Y cuando vos adecuas lo que podés, según lo que establece el protocolo, el Ministerio de Educación te exige que hagas más de lo que pide el propio protocolo que te mandó el Ministerio. Todo esto mientras discutís con las familias, porque las familias necesitan volver a la vieja normalidad, necesitan recuperar su rutina, al igual que nosotros como docentes. La escuela, desde que existe más o menos como la conocemos hace aproximadamente doscientos años, nunca tuvo que resolver esta logística internamente, porque el horario y los grupos venían dados por sistema
Ahora se tiene que repensar todo esto y retocar una dinámica que impacta en la misma dinámica de la sociedad en general. Porque depende de eso a qué hora los padres y las madres vayan a trabajar, entre otras cosas. Nosotros armamos lo que podemos en función de los protocolos establecidos. Esto es muy disruptivo de las rutinas y abre la posibilidad a situaciones de intermitencia presencialidad/virtualidad. Entonces, yo creo que ahí hay un borramiento de las gestiones educativas ante el gran problema de cómo volver a armar una rutina, en una situación en donde esa rutina va estar interrumpida permanentemente: las familias tensan con la escuela, que muchas veces, desde ya, arrastra problemas de años que también debe resolver sobre la relación con las familias, la bienvenida la comunidad, etcétera, pero lo concreto es que el protocolo está enviado desde el gobierno y éste se desentiende de la discusión, como si no existiera.
Por otro lado, me parece que hay muchas expectativas puestas en la vuelta a las aulas, en volver a un mundo pre-pandemia, como si la vuelta a las aulas repusiera normalidad. Y no hay normalidad. La normalidad de los chicos entrando con guardapolvo a las escuelas públicas y con uniforme a las escuelas privadas es sólo decorativa. Porque en realidad esa normalidad puede estallar en cualquier momento. Porque aparece un caso en una burbuja y hay que aislar a todos los chicos de esa burbuja y a todos los docentes que tuvieron contacto con esa burbuja en las últimas 48 horas. Termina siendo un “como si” para cumplir con las expectativas de ver a los chicos entrar a la escuela, que yo entiendo que es una expectativa muy deseada, pero es una expectativa más relacionada creo con el mundo pre-pandémico. Sol Montero, que es socióloga e investigadora del CONICET, escribió en Twitter que parece haber una baja percepción del riesgo sobre la pandemia. Y –esto lo agrego yo– me parece que en general nos hemos habituado a tolerar una cantidad diaria de muertos, porque estamos muy aferrados a la necesidad de volver al mundo pre-pandémico. Esto nos pasa a todos. También me pasa a mí. Pero en la escuela tenemos que tener muchísimo cuidado, tener muy presente que la pandemia no terminó. Porque si no lo hacemos, podemos abrir la puerta a un riesgo epidemiológico alto y también a la pérdida de nuestros puestos de trabajo.
MPyRS: Pasados unas semanas del inicio del ciclo lectivo, ¿qué se puede decir de la vuelta a las clases presenciales? ¿Es muy pronto para hacer una primera evaluación? ¿Cómo fue tu experiencia y la de tus colegas allegadxs?
MJB: En la escuela donde trabajo, por todas las distorsiones en las rutinas que generó la pandemia, costó de entrada volver al ritmo administrativo y operativo. Por ejemplo, hubo demoras en armar el esquema de presencialidad adecuado al protocolo, porque además estamos con nueva conducción. Después de dos semanas pudimos ofrecer un esquema a la comunidad.
Por otro lado, muy a ojo, podría decir que por ejemplo no veo grandes diferencias en el número de alumnos matriculados, respecto de 2020. Me parece que todo lo que se viene especulando en relación a los chicos que abandonaron la escuela no tiene en cuenta de que muchos pibes, así como abandonan, también vuelven a la escuela, y en una de ésas el hecho mismo de haber estado aislados durante la pandemia es, incluso, un incentivo para volver de manera presencial a ver a sus amigos, a sus docentes de siempre. A reponer, como decía antes, cierta normalidad.
Volver a encontrarnos con los alumnos, que es lo que estamos haciendo en estos días, también es un ejercicio de los primeros balances colectivos que ellos pueden hacer sobre el año de la pandemia. Yo los escucho con un tono de haber sobrevivido, de haber pasado una muy brava, pero haber sobrevivido. Y los veo contando cómo fue su año pandémico con mucha reflexión, a veces con relatos medio descarnados pero que necesitan compartir. Tengo seis cursos en secundaria, divididos en dos burbujas cada uno, lo que significa que tengo que hacer el proceso de “Presentación” doce veces. Y salen cosas interesantísimas, llenas de matices, crudeza, dolor y profundidad, pero también llenas de expectativas y, creo, una alegría solapada por volver a vernos. Me parece también que escucharse entre ellos relatando sus propias pandemias es un buen ejercicio.
Pero también están los problemas de siempre: ya tuvimos que suspender las clases tres veces porque, por ejemplo, el termómetro no andaba. Y se trata de un elemento sensible porque por protocolo tenemos que impedir la entrada de toda aquella persona que registre más de 37°C (igualmente los termómetros nunca superan los 36°, a veces han medido 32° o hasta 30°). Más allá de la densidad que se registra en el aula, que es un muy buen lugar de donde arrancar la propuesta pedagógica, hay cuestiones administrativo-epidemiológicas que amenazan con una intermitencia constante que conspira mucho contra los procesos educativos. Y más si, como parece, se viene una segunda ola mucho más potente que la primera.
MPyRS: ¿Cómo fue el reencuentro con el alumnado? ¿Cambió algo tu evaluación del ciclo 2020 virtual a partir de retomar el contacto cara a cara – barbijo a barbijo – y poder “medir la temperatura del aula” sin pantallas de por medio?
MJB: Yo tuve un primer encuentro con los ingresantes de primer año, donde hicimos una actividad en el marco del ingreso que se denomina EPA (Empezando Primer Año), que es una semana de adaptación al nivel secundario, y después con casi todos los cursos menos uno. Sin duda el contacto presencial es otra cosa, y es para lo que nosotros hemos sido formados y estamos formateados por los años de aula. No te quepa la menor duda de que pasan otras cosas ahí. Yo tenía plena conciencia de que el día que retomáramos la presencialidad se iban a reponer cosas que fueron imposibles de reponer en la virtualidad del 2020. Me parece que todos los docentes lo supimos siempre, especialmente en eso de “medir la temperatura”: cómo participan, identificar quienes se manejan de manera más cómoda, quién es más tímido, quién tiene un poco de miedo de esta nueva situación. Hay una serie de datos que vos sacas de la presencialidad que son imposibles de detectar pantalla de por medio, ni siquiera en un Zoom o en un Meet donde existe una simultaneidad.
La corporalidad es irreemplazable por una plataforma en los niveles obligatorios de educación. En el nivel superior y universitario se abren otras cuestiones, porque no son niveles obligatorios, las personas inscriptas van camino a ser adultas o ya son adultas, y tomaron la decisión de estar allí. Eligieron una carrera y hay un compromiso epistemológico o profesional que produce que haya más atención. En los niveles obligatorios es el docente el que tiene que ofrecer algo para captar la atención. Pantallas de por medio es muy difícil. Y, sin duda, presencialmente se ponen en juego otra serie de cosas: la corporalidad, el tono de voz, las miradas (aunque la gestualidad queda muy limitada por el uso de barbijos).
Fue muy lindo porque me parece que todos estábamos necesitando eso. Por lo menos yo lo necesitaba porque es algo que nosotros hacemos hace 150 años como docentes, y es como transcurre la educación desde que existen las escuelas modernas. Fue una buena experiencia, pero indudablemente todavía muy limitada. Además, como comenté antes, en este escenario se puede abrir un espacio para compartir experiencias que es riquísimo en sus vidas. Y en la mía también, obvio: si hay algo que constituye a la educación pública y que es prácticamente único es la posibilidad de estar en los mismos espacios con otros, con otras clases sociales, con otros capitales culturales, con otras experiencias vitales, escuchar, aprender, preguntarnos cómo nos interpelan esas vidas. La escuela es un espacio donde se producen conversaciones que no se producen en ningún otro espacio de la vida.
MPyRS: Ahora que el sistema educativo está en el centro del debate ¿pensás que esto puede habilitar otras discusiones más estructurales además de coyunturales? ¿Cuáles te parecen las preguntas más interesantes para hacernos, las preguntas que pueden contribuir a un debate educativo más allá de la coyuntura, un debate que sirva para repensar la escuela? ¿A quiénes es necesario incluir en ese debate?
MJB: Me parece que hay discusiones que están teniendo lugar que son estructurales, pero que tienen lugar hace más tiempo, que no se disparan a partir de la pandemia. Como por ejemplo la necesidad de reestructurar el nivel secundario, el rol de la escuela dentro de la cultura contemporánea con la irrupción de internet o cómo el Estado organiza políticas públicas para ir a buscar a las chicas y los chicos que dejaron la escuela: en ésta última me parece que hay una pista sobre la educación del futuro. De todos modos me parece que esos debates ya vienen de antes, lo que en todo caso se pone más en discusión a partir de la pandemia es el aporte de las nuevas tecnologías a los procesos educativos. Tenemos una enorme cantidad de evidencia sobre cómo funcionaron esas tecnologías durante el 2020 y la importancia de la presencialidad escolar. Lo anterior sí viene con la pandemia, el resto me parece que son discusiones de más de largo plazo, que ojalá continúen y en algún momento se arribe a soluciones progresivas, positivas, como por ejemplo reformular la carrera docente, jerarquizarla.
Me parece que hay mucho para pensar sobre esto último: es uno de los grandes problemas –en el buen sentido–: cuáles son los incentivos simbólicos y materiales que tiene un docente para permanecer en la escuela a la vez que perfecciona su trabajo; cuáles los incentivos simbólicos y materiales para tomar un cargo de gestión; o cuáles son las responsabilidades primarias y cuáles, si bien no lo son, se impusieron por sobre las responsabilidades pedagógicas. Me parece que tenemos que pensar de manera muy cuidadosa la carrera docente porque existe una tendencia de parte de las derechas a desarmar el esquema de derechos adquiridos que tiene el Estatuto del Docente en Argentina, con un interés bastante claro en la flexibilización laboral.
Por otro lado, está la cuestión de que también somos trabajadores de la cultura, y la cultura ha cambiado mucho y necesitaríamos incorporar alguna de esas cosas para repensar la carrera docente. Esto es, mejorando la carrera docente, mejorando los derechos, y mejorando los incentivos para que uno permanezca en la docencia brindando una mejor educación y con más rigor en la enseñanza. Ahí se encuentra una parte importante de algunos problemas que tenemos en los sistemas educativos. Y lo anterior está directamente vinculado al salario. Este es un debate que falta plantearlo con sinceridad y apertura.
Y después el rol escuela como agencia cultural, el rol de la escuela como lugar de cuidado, el rol de la escuela como agencia territorial del Estado. La posibilidad de que los docentes tengamos un espacio para producir ideas respecto de nuestras prácticas, espacios para repensar nuestra práctica. Por lo tanto es necesario incluir a los docentes en ese debate. Incluir no solamente a los sindicatos, que por supuesto son la representación institucional de los docentes en tanto trabajadores, sino a otros docentes que, además de lo que específicamente tiene que ver más con los derechos laborales, abran debates pedagógicos y didácticos a partir de sus experiencias en las aulas reales. También hay que pensar esta cuestión del docente como agente cultural y como agente estatal al cuidado de la minoridad. Los docentes sí o sí tenemos que participar de ese debate, del que en general no participamos, y a duras penas están los sindicatos, que tienen la función de velar por los derechos laborales, pero el puesto docente va bastante más allá. En vez de convocar docentes que están en las aulas de los niveles obligatorios se convoca a “especialistas” que no tienen una larga trayectoria en la escuela, sino que han estudiado alguna carrera y han logrado una posición con cierto privilegio dentro de determinados mundos académicos, pero no son personas que conozcan cómo funciona la subjetividad en el territorio, cómo se arman esas identidades, cómo pueden potenciar o limitar las transformaciones en la escuela.
MPyRS: ¿Te podés imaginar cómo quedarán en la historia estos años, si serán un parteaguas en cómo entendemos la escuela?
MJB: No creo que vaya a ser un parteaguas en cómo entendemos la escuela. Sí me parece que quedaron en evidencia algunas dimensiones en relación a cómo funciona la escuela dentro de la propia dinámica y logística social. También quedó en evidencia que las nuevas tecnologías no son una solución mágica. O que existen algunos discursos que son muy potentes contra los docentes organizados y tomando partido en las discusiones políticas (como hacia cualquier colectivo de trabajadores organizados). Creo que estamos transitando una época de la historia en donde la reacción conservadora de derecha ante cualquier organización popular es muy dura, potente, áspera. Entonces se condena siempre cualquier tipo de organización sindical o popular. Y eso también quedó en evidencia en esta época porque el tema educativo quedó en el centro del debate.
Estos años quedarán en la historia como los años de la pandemia Y eso en términos generales ha sido un parteaguas. Pero no sé si será un parteaguas acerca de cómo entendemos la escuela, sino quizás de algunas cuestiones y discusiones que son subsidiarias a cómo entendemos la escuela. O sea, de repente quedaron algunas cuestiones en evidencia, discusiones que ya existían acerca de cómo entendemos la escuela y ahora algunas de ellas quedaron blanco sobre negro. Y eso es parte del legado que tendrán estos años en el futuro.