Por Luis Blengino
Luego de casi dos años de transitar la pandemia por Covid-19, comienzan a ser posibles algunas reflexiones sobre las implicancias de este acontecimiento en el orden biopolítico. Luis Blengino, investigador del Conicet y de la Universidad de La Matanza, sugiere que “estamos ante una crisis de la biopolítica porque la especie llegó a un punto en el cual sólo puede garantizar su supervivencia y reproducción a través de un sistema de producción, trabajo y consumo que la expone crecientemente a incontrolables modificaciones de un medio cada vez más inestable e impredecible”.
Reflexiones sobre la población y la sociedad en el marco de la emergencia sanitaria y económica
¿Puede hablarse de crisis de la biopolítica o simplemente se trata de una crisis biopolítica, radical, por cierto, pero sólo una crisis interna a la biopolítica misma? Si bien la pandemia aún no finalizó, parece que finalmente la ansiada nueva normalidad está más cerca. Ya a casi dos años puede comenzar a analizarse el fenómeno con mayor distancia respecto de la incertidumbre inicial. Cabe preguntarse entonces qué ocurrió durante la pandemia en cada una de las esferas sociales, pero también qué ocurrió a nivel de la historia política del gobierno de las sociedades con un acontecimiento que puede ser caracterizado como una crisis biopolítica que es signo de una crisis de la biopolítica misma. La crisis que signa nuestro presente.
Por lo tanto, en un primer momento hay que considerar en qué medida la pandemia constituyó una amenaza al orden biopolítico. Si la cuestión biopolítica es garantizar la vida y la calidad de vida del mayor número posible, podríamos dudar de tomar al neoliberalismo como un proyecto biopolítico, puesto que se podía frenar el régimen de producción y de consumo, y a su vez aumentar la asistencia económica y el gasto en salud sin que el daño económico sea irreversible; en cambio, si la cuestión biopolítica fuera la mera supervivencia de la especie, bastaría con “dejar hacer” al virus y que mueran quienes tengan que morir, y así salvar la economía y el neoliberalismo constituiría una gubernamentalidad biopolítica.
Sin embargo, ningún país occidental, ya sea que haya optado por cuidar la vida o la economía o incluso ambas, ha logrado evitar ni la masividad de las muertes ni la caída de la economía, la concentración de la riqueza y la caída de amplios y nuevos fragmentos poblacionales en la pobreza y/o el desempleo y la indigencia. Si el dispositivo económico-sanitario de seguridad tiene por objetivo mantener una población normalizada en torno a índices de pobreza y mortalidad estabilizados, se entiende que el acontecimiento pandemia cortó el hilo de esa normalidad, produciendo simultáneamente una caída del trabajo, la producción y el consumo y una suba del desempleo, la pobreza, la asistencia y la mortalidad. Era lógica la ansiedad por conocer los parámetros de la nueva normalidad a la que nos acostumbraremos, es decir, los nuevos niveles de consumo, producción, empleo y las nuevas tasas normalizadas de mortalidad por Covid, así como la nueva cifra de expectativa de vida. Más allá de estos dos años de crisis biopolítica, pareciera que la gubernamentalidad occidental más allá de haber y no haber podido cuidar la vida y la economía, logró mantener a flote la nave durante la tormenta y ahora llegaría el tiempo de trabajar en las reparaciones asumiendo que ésta es la nueva normalidad de nuestra embarcación.
Sin embargo, la idea que propongo debatir es si esta crisis biopolítica, que la gubernamentalidad biopolítica logró sortear, mostró no obstante el límite de dicha gubernamentalidad y estamos ante la crisis de la biopolítica misma. ¿Por qué una crisis de la biopolítica misma? No sólo porque se trató de un fenómeno global que afectó a la especie toda, sino sobre todo por su causa y su efecto. Su causa: lo incontrolable de la interacción creciente del humano con el medio ambiente. Su efecto: eminentemente económico. En efecto, pareciera que para salir de la crisis hay que crear trabajo y expandir la producción para aumentar el consumo y, por lo tanto, sólo con mayor explotación de los recursos naturales y mayor generación de residuos, contaminación, calentamiento global, etc. se podría sortear esta coyuntura. Sin embargo, es dicha explotación la que parece jaquear la biopolítica misma.
En este sentido, parece que estamos ante una crisis de la biopolítica porque la especie llegó a un punto en el cual sólo puede garantizar su supervivencia y reproducción a través de un sistema de producción, trabajo y consumo que la expone crecientemente a incontrolables modificaciones de un medio cada vez más inestable e impredecible. El problema señalado por Foucault en torno al comportamiento de aquellos individuos y sectores sometidos a esperar la nueva estabilización de los índices de normalidad de la población es de suma actualidad.
Para pensar esto es preciso exponer lo que a nuestro juicio debería caracterizarse como la crisis de la biopolítica y de la ecuación que mantenía cierto equilibrio entre seguridad y libertad en el gobierno poblacional. Si la biopolítica tiene por finalidad administrar la población de forma tal que el hacer vivir y dejar morir se mantenga estable dentro de determinados parámetros de normalidad, el dispositivo de seguridad-libertad ya no es capaz de responder ante un acontecimiento que lo desafía radicalmente. El hacer vivir quedó reducido a la expectativa de que a nadie le faltase un lugar en el sistema de salud; mientras que el dejar morir o abandonar a su suerte crece en amplias franjas de la población.
Sin embargo, para comprender la crisis de la biopolítica no sólo hay que referirse a una crisis de tecnología gubernamental, ya que la colisión y cruce entre las diversas demandas de seguridad y libertad tienen una causa también en la profunda reestructuración de la interacción social y de las relaciones económicas. La crisis sanitaria y económica actual reside en la imposibilidad de restituir precisamente cierto equilibrio poblacional y estabilidad entre las demandas de salud y economía, seguridad y libertad. Es de esperar, y quizás entusiasmarse con, una futura nueva configuración poblacional estabilizada en torno a nuevos índices de normalidad en un nuevo régimen económico (seguramente capitalista) capaz de organizar la fuerza laboral, el consumo y la producción en sinergia con las nuevas formas de interacción y vida social que se expandieron en la pandemia. El entusiasmo con una nueva normalidad por venir y el anhelo del retorno de la normalidad anterior son dos caras de un mismo público espectador. Sin embargo, nuestro problema presente parece más profundo si es que estamos ante una crisis de la biopolítica misma en la que el costo por “hacer vivir” a franjas cada vez mayores de población, conlleva una relación con la naturaleza que somete a esa misma población a riesgos ambientales crecientes e inexorables exponiéndola a la muerte y a nuevas crisis económicas.
Tres cuestiones se anudan en nuestra actualidad política: la cuestión de que gobernar es crear trabajo, la cuestión de la eliminación de la indigencia y la reducción de la pobreza (asistencialismo), la cuestión del crecimiento o reducción de los sectores medios, según se amplíe el mercado de trabajo y el consumo de los sectores trabajadores, o se lo reduzca a través de salarios bajos. La cuestión medioambiental puso en jaque tanto la idea de crecimiento económico indefinido como la de redistribución más equitativa de la riqueza, puesto que el régimen trabajo-consumo parece haber sido el que colapsó. Un aumento de la producción, el trabajo y el consumo tal como existen hoy aceleraría el colapso ambiental; no aumentarlos y asumir de hecho el fin del objetivo de ampliar los sectores medios, implicaría asumir que desde ahora se tratará de gobernar una sociedad de trabajadores empobrecidos y de desocupados con suerte asistidos. Si en Argentina asumir esta alternativa pareciera ser una cuestión eminentemente política; asumirla en China, en India o en Brasil tiene alcances biopolíticos y ambientales de dimensiones inéditas de las que la pandemia sólo mostró la punta del ovillo. La crisis de la biopolítica parece ser la crisis del juego del crecimiento económico y la explotación ineficiente de los recursos naturales que produjo un desequilibrio entre población mundial y medio que sólo puede ser abordado como un problema común, más allá del interés nacional o económico. Preguntarse por la crisis de la biopolítica, por lo tanto, es preguntarse acerca de si nuestras sociedades aprenderán a vivir de una forma más austera y más ociosa y en un mayor equilibrio con el medio, o, por el contrario, acelerarán la explotación de los recursos naturales para sortear crisis recurrentes en medio de un entorno ambiental cada vez más hostil.
Para concluir, quizás cabe retornar al comienzo de todo, es decir, a Platón. Cuando Platón en la Republica describe la ciudad de los cerdos, el punto clave es el equilibrio bio-zoo-mesopolítico entre población y recursos naturales. Dicha organización le parece demasiado austera a sus interlocutores, ya que hay fuera de Grecia un mundo por conquistar y comercial. Es bajo el supuesto de la expansión del consumo y la producción que hay que desarrollar el comercio internacional y el ejército regular. Este camino del crecimiento indefinido y el desequilibrio entre recursos y población es el seguido por la Atlántida, la cual colapsa, luego de perder la guerra con la Atenas arcaica y verse obligada a replegarse en su territorio exhausto. La Atenas arcaica también colapsa ante el movimiento azaroso del receptáculo natural. Sin embargo, ambos colapsos, el artificial y autoproducido por el crecimiento y el natural efecto de una naturaleza cambiante y azarosa, son colapsos biopolíticos parciales, territorialmente acotados, y por eso el antiguo Egipto funciona como el lugar de la memoria y la continuidad civilizacional, pues no se trata del cataclismo universal del que Platón nos habla en las Leyes. Tal cataclismo tampoco es absoluto, pues de lo contrario no habría humanidad luego de él, sin embargo, la purga es de dimensiones tales que debe hablarse de un cambio de era y una regeneración de la humanidad. Quizás nuestro presente puede pensarse como la universalización del modelo de la Atlántida que nos está introduciendo en un nuevo cataclismo universal y quizás esto sea lo que podamos caracterizar como la crisis de la biopolítica.
Cabe entonces preguntarse si es posible fundar una nueva ciudad global de cerdos o si hay que resignarse a esperar una extinción masiva. Parece que el planeta ya no soporta la concentración poblacional urbana, la expansión del consumo y de las clases medias, pero también parece que las poblaciones urbanas tampoco aceptarán dócilmente abandonar sus aspiraciones al ascenso social y el aumento de su consumo. Tampoco parece que en la actualidad, tanto como en la Grecia clásica, la solución voluntarista platónica de un comunismo frugal al estilo de la Grecia arcaica o la sofocracia ideal sea un camino transitable, pues para ello, no sólo habría que adecuar el cálculo económico a la ecuación entre población, consumo y recursos naturales, sino, ante todo, controlar la tasa de natalidad y, esto, como bien señaló Aristóteles, es lo más complejo de lograr, pues supone intervenir autoritaria o veladamente en la organización familiar de nuestras sociedades. ¿Pueden imaginarse estrategias de un consejo biopolítico nocturno que siguiera las recomendaciones platónicas del Timeo, según las cuales se trataría de “que los gobernantes, hombres y mujeres, debían engañarlos [a los gobernados] en las uniones matrimoniales” con el fin de que se unieran convenientemente, aunque siguieran “convencidos de que el azar era la causa de su unión”1 y no la programación biopolítica para un estado sustentable? ¿Puede imaginarse un bombardeo propagandístico y publicitario o una campaña global para fomentar nuevos modelos de relaciones sexuales y de convivencia centrados en la no reproducción biológica, así como el fomento de nuevos estilos de vida amigables ecológicamente o legislaciones tendientes a desestimular la natalidad? Se podría. Sin embargo, pareciera ser parte de la crisis de la biopolítica una aceleración tal de los problemas económicos, ambientales y poblacionales que no parecen suficientes los medios biopolíticos de propaganda, que a través de la intervención sobre el medio, pretenden afectar las conductas de la población para fomentar paulatinos cambios estadísticos en su composición.
Luis Félix Blengino: Doctor de la Universidad de Buenos Aires en Ciencias Sociales. Profesor de Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Investigador categoría III. Investigador Asistente de CONICET. Director del Proyecto: PROINCE D061: Función y forma del/los Derecho/s a la luz de las definiciones de política y Estado en la perspectiva de la historia de la gubernamentalidad de Michel Foucault en sus últimos cursos (78-81).
Profesor Asociado a cargo de ‘Teoría Política II’ y Asociado de ‘Filosofía del Derecho’ del Departamento de Derecho y Ciencia Política de UNLaM. Jefe de Trabajos Prácticos de ‘Filosofía’ de la carrera de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA). Autor de varios capítulos en compilaciones y artículos en revistas académicas especializadas de Iberoamérica. Autor del libro El pensamiento político de Michel Foucault, Madrid: Escolar & Mayo, 2018. Especialidad: Filosofía Política Contemporánea.
luis.blengino@gmail.com
1 Platón (1999) [360aC] Timeo. Buenos Aires: Colihue. 19a
Imagen de portada: El castigo de Tántalo