El avance de la ultraderecha y la democracia en alerta
Por Mauro Benente
La democracia presenta dos caras, una pragmática asociada al respeto de las reglas de juego institucional, y otra redentora que promete una salvación del pueblo a través del gobierno del pueblo. Las victorias de Milei y de Bullrich en la segunda fuerza más votada, ponen en alerta las dos caras de la democracia. En este escenario, para Mauro Benente, Unión por la Patria es el único espacio que no pone en peligro la democracia en su dimensión institucional, y aunque se trate de un argumento importante para apoyar al espacio, resulta fundamental recrear una promesa redentora y ofrecer un futuro de salvación del pueblo y por el pueblo.
Pragmatismo, redención y sacrificio
Introducción. El avance de la ultraderecha
40 años de democracia. Por alguna razón, los aniversarios terminados en cero se transforman en una excusa para analizar con mayor detenimiento aquello que pasa más a la ligera cuando los años cumplidos terminan con otro número. Sin embargo, con las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias ganadas por un candidato neofascista, y la victoria de una candidata de derecha sobre uno de centroderecha en la segunda fuerza más votada, no necesitamos excusas para revisar estos 40 años de democracia.
Que el fascista Javier Milei y la negacionista Victoria Villarruel hayan sido la fórmula más votada, que la fórmula derechista de Patricia Bullrich y Luis Petri hayan ganado la interna de Juntos por el Cambio, nos ubica en un escenario distinto: solamente poniendo excusas podemos obviar una reflexión sobre la democracia, y sobre su futuro. El resultado electoral representa una alerta para la democracia, y es urgente evitar que estos números se consoliden en las elecciones de octubre y la democracia se encuentre ya no en alerta sino directamente en peligro.
Las dos caras de la democracia. Pragmatismo y redención
En un breve trabajo titulado Trust the people! la teórica política inglesa Margaret Canovan planteó que la democracia tiene dos caras, una pragmática y otra redentora. Para caracterizar estas dos caras, Canovan restituye y redefine los argumentos del filósofo conservador Michael Joseph Oakeshott, quien argumenta que la política de los últimos cinco siglos estuvo marcada por dos estilos: la política de la fe y la política escéptica. Si bien conceptualmente resultan opuestos, la política moderna puede leerse como “un concordia discors [concordancia discordante] de los dos estilos.”[1] Canovan redefine estos dos estilos, los denomina política redentora y política pragmática, y sostiene que la democracia presenta justamente estas dos caras, que son opuestas y a la vez interdependientes, que se pelean pero están ineludiblemente unidas.
La cara pragmática puede simplificarse con la máxima “boletas, no balas”, y es representativa de un sistema que busca resolver los conflictos minimizando la violencia. Mientras que la cara redentora puede simplificarse con la máxima “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.” En términos más específicos: a) la cara pragmática pretende resolver conflictos evitando el uso de la violencia y a través de una serie de prácticas y reglas institucionalizadas, mientras que la cara redentora promete la salvación a través de la política; b) la cara pragmática encuentra en el régimen democrático una manera -no la única- de resolver los conflictos sin violencia, mientras que la redentora plantea que la salvación solo es posible si el pueblo se vuelve protagonista de las decisiones sobre su propio destino; c) la cara pragmática apela a las instituciones, tanto para limitar cuanto para hacer efectivo el poder, mientras que la cara redentora es más anti institucionalista, y presenta un impulso romántico hacia la movilización. Más allá de estas diferencias, Canovan se esfuerza por reiterar que la cara pragmática de la democracia necesita de la redentora, y pone de relieve que “cierto grado de la promesa de salvación de la democracia redentora es realmente necesario para lubricar la maquinaria de la democracia pragmática.” [2]
La democracia no se puede reducir a un sistema de reglas de juego institucional, pero tampoco se asocia únicamente con la promesa de la salvación del pueblo mediante el gobierno del pueblo. La democracia es, de manera simultánea y ambivalente, ese elenco de las reglas de juego y esa promesa de salvación, pero de modo que ninguno de los polos se agota en el otro: la salvación del pueblo no se alcanza solo cumpliendo las reglas de juego institucional, a la vez que las promesas de salvación no pueden tener como objeto, solamente, mejorar el cumplimiento de estas reglas de juego.
La democracia en alerta. Pragmatismo, redención y sacrificio
Javier Milei fue el candidato que más enfatizó en una dimensión de redención, al mismo tiempo que no solo relativizó la importancia de la dimensión pragmática, sino que directamente la impugnó. La promesa de redención se articuló alrededor del significante libertad, empleado de una manera poco clara. Sin embargo, y fundamentalmente, la promesa de redención tuvo una manifestación sí muy clara y precisa: terminar con la casta. La salvación del pueblo se alcanza solo y simplemente terminando con la casta. Se trata, claro está, de una promesa absolutamente infundada porque incluso redistribuyendo el supuesto ahorro que traería la supresión de ministerios y cargos, no alcanzaría para resolver la desigualdad, la pobreza y la indigencia. Se trata, sin embargo, de una promesa infundada que pone en serio riesgo la dimensión pragmática, institucional, de nuestra democracia.
Sin embargo, así como hay que poner de relieve la falsedad de la promesa, hay que dejar de decir en voz baja, y plantearlo con algo más de firmeza, que hay muchas personas funcionarias con muy escasa formación para los cargos que ocupan, y más preocupadas por llenar un álbum de fotos de alguna aplicación que por diseñar políticas públicas para enunciar o cumplir promesas de redención. Esto genera rechazo incluso de sectores que las fuerzas democráticas pretenden representar, y nos tenemos que hacer cargo e intervenir en esta discusión. Y esto no implica reducir la política a la mera gestión tecnocrática, más bien supone tomarse en serio que si una transformación democrática solo es posible con un buen punto de equilibrio entre gestión y movilización popular, la gestión debe realizarse con convicción política pero también con profesionalismo. Y esto ya no se puede decir en voz baja, porque el riesgo es que alguien lo diga a los gritos, pero en lugar de usando una gramática democrática lo haga con una tonalidad fascista, con un lenguaje que ponga en discusión la dimensión institucional de la democracia, y llegue al 30% en una elección primaria.
Por su parte, la otra candidata de derecha, Patricia Bullrich, presidenta del PRO, modificó la cara de la redención por el sacrificio. La campaña del PRO del 2015 había sido de redención, de una promesa de felicidad, globos de colores, y de un baile con cumbia cheta como música de fondo. Una promesa que había que contrastar con su plan económico para mostrar que era falsa. De modo bien distinto, para estas elecciones Bullrich modificó la redención por el sacrificio. En contraste con el supuesto despilfarro promete sacrificio, pero por el sacrificio mismo. Ya no se trata de la lógica del sacrificio retratada por René Girard, para quien las comunidades primitivas sacrificaban a algunos individuos en vistas del propio bien de la comunidad. La de Bullrich es una promesa de mero sacrificio, de todas y todos, pero una lógica del sacrificio por el sacrificio mismo. Una lógica que nada tiene que ver con la democracia. No solo porque borra una de las caras de la democracia, sino porque al hacerlo -como nos alertaba Canovan- también se oxida la cara pragmática, institucional. Pero, finalmente, la propuesta de Bullrich no solamente degrada la democracia por borrar su cara redentora, sino directamente porque ofrece un elenco de prácticas institucionales asociadas a la supresión de derechos y al uso desmedido de la violencia que también desdibuja al rostro pragmático.
Sea a través de promesas que combinan la falsedad con la anulación de la dimensión institucional, sea a través de una cara sacrificada en lugar de una redentora -que también oxidan la cara institucional-, las propuestas de Milei y de Bullrich hacen sonar las alertas de nuestra democracia. Y es en este contexto, y no en otro más idealizado o menos dramático, que debemos preguntarnos qué hacer.
Con la democracia en alerta, casi en peligro, votar a Massa
En el contexto de una democracia en alerta, la fórmula Massa- Rossi representa la única alternativa para evitar que la democracia deje de estar en alerta y en las elecciones de octubre se encuentre en peligro.
En las elecciones de 2019, el Frente de Todos realizó una fuerte promesa de mejoras de las condiciones materiales de las clases medias bajas y bajas. Promesa que no fue cumplida: por errores y horrores propios, por la pandemia, la guerra entre Rusia y Ucrania, la sequía, y fundamentalmente por la deuda con el Fondo Monetario Internacional. Como bien ha explicado Maurizio Lazzarato en La fábrica del hombre endeudado, la deuda es una tecnología de poder -la más potente en la actualidad- que condiciona las acciones de los individuos y los Estados, y reordena sus decisiones en función no de una promesa redentora sino de una promesa de pago. Y esa tecnología de poder, la más devastadora de la actualidad, no la activó el supuesto autoritarismo del peronismo, sino el elegante republicanismo del PRO y la UCR.
En estas elecciones de 2023, habiendo incumplido las de 2019, para Unión por la Patria es notoriamente más difícil enunciar nuevas promesas de mejora de las condiciones materiales. Fundamentalmente porque no enamora lo suficiente reiterar una y otra vez que, con la derecha en el gobierno, la pandemia, la guerra y la deuda hubieran agravado mucho más las condiciones materiales del pueblo. Y este es un problema no solo para ir a buscar apoyos en quienes no han votado a Unión por la Patria, sino también para volver a enamorar a una militancia golpeada no solamente por la pauperización generalizada, sino por las sistemáticas decisiones palaciegas.
Es cierto que la amenaza que representan Milei y Bullrich para el sistema democrático es un argumento en sí mismo para votar la fórmula Massa- Rossi, representantes parciales de dos procesos políticos (2003-2015, 2019-2023) que podemos discutir cuánto han profundizado la democracia, pero es indiscutible que no la pusieron en peligro. Pero tan cierto como esto, es que la protección de la democracia en su cara institucional es un argumento que no alcanza. Porque la preservación de las instituciones democráticas, por sí mismas, no dan de comer, no curan y no educan. Para ello es necesario reconstruir una épica de promesas redentoras que sí den de comer, que curen y eduquen.
El 11 de diciembre será el momento para empezar a discutir si Unión por la Patria es el mejor espacio para cumplir esas promesas de redención. Pero en esta instancia, con la democracia en alerta y hasta en peligro, solo un gobierno de Unión por la Patria generará ámbitos adecuados para discutir el modo de salvación del pueblo por el pueblo. Con Milei y Bullrich estos ámbitos estarán en peligro.
Mauro Benente es doctor en derecho (UBA), profesor adjunto de Teoría del Estado (FDER-UBA), profesor titular de Filosofía del Derecho (UNPAZ), profesor extraordinario (visitante) de Derecho Procesal Constitucional y Protección de Derechos Humanos (FCEJS-UNSL), y director del Instituto Interdisciplinario de Estudios Constitucionales (UNPAZ).
[1] Oakeshott, M. (1998). La política de la fe y la política del escepticismo. México: Fondo de Cultura Económica, p. 58.
[2] Canovan, M. (1999). Trust the people! Populism and the two faces of democracy. En Political Studies, 47(1), p. 11.