Crisis en Brasil
A crise no Brasil, agora vai

Por Amílcar Salas Oroño
UNPAZ – UBA

En una de la sesiones paralelas al desarrollo de la Comisión del Impeachment del año pasado, en esos típicos plenarios de la Cámara en los que no se sabe muy bien con qué reflexión intestina nos sorprenderá el próximo orador, el diputado Silvio Costa de Pernanbuco, tomó el micrófono e hizo una descripción sobre los estados de ánimo de sus compañeros a propósito del supuesto nombramiento de Lula en el gabinete de Dilma Rousseff. El abatimiento imperante en los oficialistas, al ver que avanzaba el golpe, da un giro; frente al potencial nombramiento, Costa se anima: “agora, vai… agora vai”. La llegada de Lula cambiaría todo el panorama, la atmósfera social, el número de diputados en la Comisión, en el Plenario; la Suprema Corte no se atrevería, por eso mismo: “agora vai”. Pero no, nada de eso sucedió. Lula no pudo asumir, el trámite del juicio político siguió, y siguió hasta el final: Dilma destituída, el gabinete de M. Temer, y el despliegue de una crisis estructural.

Porque eso pareciera estar bastante claro: se trata de una crisis que se refleja para todos lados, sin un principio que la detenga o contrarreste su expansión. Cuando no es la esfera política la que exhibe sin pudores su descomposición de legitimidad, es una economía que alarma cualquier estadística razonable; cuando no es una derecha que reivindica a los militares y la parafernalia golpista, es una izquierda que, en el instante que parecía recomponerse un poco –con la jornada del 15 de marzo, la huelga de abril o la ocupación de Brasilia del 24 de mayo– se vuelve para atrás en su comprensión del carácter de la resistencia, y pone una voz principista de “sin partidos”, como en la última convocatoria de artistas en Copacabana del domingo pasado. Hasta los medios andan desordenados, sobre todo tras el reciente escándalo del propio Presidente: editoriales de OGlobo criticando a Folha de Sao Paulo –y a sus columnistas, como M. Coelho–, Bandeirantes defendiendo a Temer, Globo avivando el escarnio, la Jovem Pan con la estridencia de siempre disparando para todos lados, y así. Es que la crisis, agora vai.

 

Republicanismo en los trópicos

Sobre el “presidencialismo de coalición” creo que ya no hay mucho que agregar. Ahí están, a la vista de todos, las diferentes autopsias posibles: que si el cuerpo político se recupera con un nuevo calendario electoral que no haga coincidir la elección a Presidente con la del Congreso; que si en lugar de votar individualmente a los diputados y senadores se vota una lista cerrada, impidiendo el tránsito espurio y personalizado de los intereses de afuera hacia adentro del Parlamento; que si se ponen obstáculos a la migración y transfuguismo político; y tantas otras posibilidades. Lo que está claro es que el sistema político brasileño requiere, urgente, de cambios fundamentales. La última elección general, la que consagró a Dilma Rousseff como Presidenta, tenía todos los elementos necesarios para que ese mandato estallara por los aires: la peor composición posible de parlamentarios –fiadores de intereses privados, dispuestos a decir cualquier cosa en público–  y un gabinete tan loteado a tantos partidos que cualquier voz de mando presidencial se perdía como propuesta de rumbo ideológico (no casualmente el propio PMDB ya tenía un propio Plan de gobierno en paralelo, su irónico “Ponte para o Futuro”).

Sin embargo, ni Ejecutivo ni Legislativo exclusivamente: a la crisis hay que seguirla en su recorrido por los desdoblamientos ocurridos en el Poder Judicial. No en el sentido de una “judicialización de la política”, a reconstruir según un trayecto de audacia o impericia de tal o cual magistrado: no se trata de ver el asunto sólo desde el protagonismo del Juez Sergio Moro o el procurador D. Dallagnol, si es que hablan más o menos con la prensa, o con quiénes se sacaron su última selfie. La cuestión de fondo, y que está por detrás de la crisis actual, tiene que ver con esas nuevas formas globales de desarrollo de la juridicidad de un Estado, en otras palabras, con las interferencias geopolíticas sobre lo judicial.

Es que el siglo XXI trajo todo un cambio en el rubro de la “cooperación internacional” en la materia. En este sentido, Brasil es un ejemplo, entre los países latinoamericanos, de “acuerdos”/“convenios” de cooperación entre su Ministerio Público y su Poder Judicial y el Departamento de Justicia de EEUU. Con el respaldo de varias corporaciones del Estado  –como el FBI, la NSA o la CIA–, y con el soporte externo de varias ONG´s (que precisamente legitiman el accionar “político” del Poder Judicial), se pone a disposición de quien así lo requieran las más avanzadas fórmulas del espionaje electrónico, de control sobre flujos financieros, y otros varios dispositivos de acopio informativo de gran valía, decisivos al momento de encauzar una investigación judicial –como la del Lava Jato, o como en la que plantearon su “arrepentimiento colaborativo” los hermanos Batista, de JBS.

Sólo teniendo en cuenta esta (nueva) interrelación es que puede verse con mayor precisión cómo la “judicialización” avanza, en el caso brasileño, sobre su sistema político (poniendo en jaque a buena parte de su dirigencia) y sobre su sistema económico: la “alianza judicial” entre EEUU y el Ministerio Público y el Poder Judicial está liquidando sectores claves de la 6º economía del mundo –petróleo, construcción civil, producción de proteína animal–, haciendo perder conocimientos tecnológicos acumulados –por ejemplo, en el ámbito de la investigación en ingeniería–, frenando circuitos geopolíticos proyectados –BRICS y las pretensiones de ir hacia África–, deprimiendo las herramientas propias del desarrollo económico –como el BNDES; entre otras consecuencias que ya pueden constatarse.

El sentido histórico de esta nueva corporalidad del Poder Judicial va más allá de lo que usualmente se piensa: pone parcialmente en jaque los alcances jurisdiccionales del propio Estado. Por ejemplo: esta transnacionalización investigativa –en su ida y vuelta– es lo que permite que, actualmente, en Estados Unidos, EMBRAER (compañía brasileña de primera línea, que por malos manejos está siendo investigada) tenga un interventor fiscalizando sus movimientos, con acceso estadounidense a todas las acciones estratégicas de la compañía. Presión que sucederá con otras, es sólo cuestión de tiempo. Al respecto, lo importante es considerar el hecho de que ya no habrá más restricciones de actuación, mucho menos sobre las grandes empresas –y esta quizás sea la novedad de los tiempos, y el epicentro de la crisis– pues siempre habrá algún motivo para estar en “colaboración” judicial.

En síntesis: la crisis parlamentaria, del Ejecutivo y la metamorfosis del Poder Judicial nos lleva no a una renovada y actualizada injerencia del “imperialismo yanqui”, para usar una expresión clásica, sino a otro escenario, más complejo de desanudar. No es sólo que el Parlamento está colonizado por intereses económicos dominantes, que lo está; no es que los Ministerios estuvieron –incluso durante los gobiernos del Partido dos Trabalhadores– contaminados por recursos ajenos a un proyecto de gobierno, que lo estuvieron; lo que está en juego no es el nacionalismo –o no– de las elites, o de las clases dirigentes o dominantes. No es tan sólo una crisis nacional, es también una crisis estatal, de nuevo tipo: está en juego la arquitectura jurisdiccional del Estado (brasileño), sobre la que, luego, irán a asentarse las otras dialécticas de la vida social.

 

Marshall Berman y Brasil

El paso y las reflexiones de Marshall Berman por Brasil fue tan sonoro como las críticas que él mismo le dirigió a la arquitectura de Brasilia y las repercusiones que sus ideas “modernas” tuvieron en buena parte de los circuitos intelectuales. Hasta se publicó una compilación acerca de los por qué de tan acalorada recepción de “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, su gran libro. Quizás uno de los motivos de esta fervorosa asimilación sea, precisamente, la potencia –y fidelidad– con la que Berman hace uso de la imagen utilizada por Marx para describir al capitalismo – “todo lo sólido se desvanece en el aire” – y en la propia imagen que devuelve Brasil, el país, en esa inmensa, nutritiva y no siempre feliz mezcla en donde da la sensación de que algo de lo “sólido que se desvanece el aire” hay, en su cultura, en su idiosincrasia, en los conceptos de autoridad.

Sea la antropofagia o El Ornitorrinco, hay algo en constante metamorfosis: pero de las diferentes crisis siempre se proyecta –o proyectaba– un principio de salida, de superación: no queda claro que éste sea el caso para la presente crisis. Aquí no hay tan sólo desorden y desvanecimiento, empujado en estos días por unos hermanos Batista que deciden “arreglar” con la justicia con una grabadora en el bolsillo, apostando por una devaluación del Real para ganar el dinero que tienen que pagar como multa y mandarse a mudar con su empresa, y sainetes del estilo. Acá hay una crisis, en perspectiva, de carácter estructural: ya no es modernidad, como diría Berman, por cómo los elementos del proceso escapan de componer una figura política democrática estable.

 

Volviendo a la intervención de Silvio Costa. En aquella oportunidad, el ilusionado “agora vai”, expectante de que el ingreso de Lula al gabinete diera vuelta el panorama sombrío –cosa que, finalmente, no ocurrió– recibe de parte de los pocos diputados presentes unas risotadas burlonas, despectivas. No sabía tampoco el diputado Costa que lo que vendría de allí en adelante serían unos tiempos muy diferentes a lo que deseaba, una de las crisis más profundas de la historia brasileña. Entre quienes se reían: el diputado Jair Bolsonaro. Los únicos que ríen, ante crisis como estas, son los personajes siniestros de la historia, como Bolsonaro.

 

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