Pobreza, género y cuidados
Aproximaciones feminizadas a la pobreza

Por María Bargo

Existe una forma de aproximación a la pobreza que es común a la Iglesia católica, al Estado y a algunos estudios académicos, señala María Bargo en esta nota que describe el maternalismo como “una performance que infantiliza al otro y lo concibe como menor en sentido amplio”. La autora identifica el origen de este abordaje en las prácticas católicas, que marcaron los modos en los que se ejerce la atención de la pobreza en nuestro país hasta nuestros días. Por otra parte, la visión global que se encuentra detrás de esas prácticas supone un ideal de lo femenino identificado con la maternidad, el sacrificio y la abnegación, que pone a la mujer como sujeto privilegiado para las tareas del cuidado y la contención de los pobres.  

 

Maternalismo e influencia católica 

Los acercamientos a la pobreza y las posiciones que se toman respecto a ella suelen tener características similares, tanto si se impulsan a través de agentes estatales como académicos. Los modos de aproximación que estos presentan parecen haber sido afectados por posturas provenientes de otra institución que tradicionalmente se ocupó de la cuestión: la Iglesia católica. 

Son abundantes los estudios que observan la influencia que el catolicismo tiene en el país. En Argentina existe un hábitus vinculado con lo católico e impera una identificación nacional con esta expresión religiosa que deriva en que el 62, 9% de la población se reconozca como parte de la misma.Además, fue la Iglesia una de las principales instituciones involucradas en la integración de la Nación y la atención de la pobreza.2  Esto, evidentemente, derivó en una configuración específica de la manera en que se ejerce dicha atención, más allá de su propio acercamiento a la cuestión. 

Una particularidad de la acción social local es que quienes atienden la cuestión son primordialmente mujeres y su perspectiva es “maternalista”. El maternalismo es una forma determinada de vinculación identificable en las actividades solidarias que afecta el trato con niños, niñas, jóvenes y mujeres adultas.3  Principalmente, es una actitud que caracteriza a mujeres que “dan” en una escala micro y personalizada. Implica habilidades asociadas a lo femenino: la sensibilidad, la empatía y cercanía, el tono pedagógico y cercano, la infantilización de la otredad que perciben como pobre. Podría oponerse al paternalismo: modalidad paradigmática de gestión de la pobreza desde arriba, institucionalizada o llevada a cabo por agentes no femeninos.  

Justamente, las áreas de desarrollo social en el Estado presentan una presencia femenina predominante desde que la institución comienza a intervenir en “la cuestión social”. Lo mismo nota Salerno, quien resalta la desigualdad histórica en el acceso a puestos de poder en los distintos niveles de gobierno y destaca que se ha venido “estableciendo una clara diferenciación de género en la política donde las mujeres ocupan cargos públicos en el área de la resolución de los problemas de supervivencia”.4   

Por otro lado, es posible trazar semejanzas con abordajes académicos -específicamente de disciplinas como la antropología, ciencia social en la cual me formé- de estos otros en situación de pobreza. Frente a “objetos” clásicos, es decir, marginados o pobres, se realiza un esfuerzo por reconocer la capacidad crítica que poseen, tornándose los antropólogos en agentes de inclusión social.5  Al trabajar con “dominados” se realiza un esfuerzo por transmitir el punto de vista, fluidez y agencia que presentan, diferenciándolos de “nosotros” y buscando darles presencia en la esfera pública, desarrollando una suerte de “maternalismo académico”. 

Los modos de aproximación que mencioné resultan similares a las formas de acercarse a la pobreza desde sectores católicos, incluso aquellos asociados al conservadurismo como el Opus Dei. En mi tesis doctoral en antropología, en la cual indagué etnográficamente en los sentidos que este grupo otorga a su accionar solidario, acompañando iniciativas desarrolladas en AMBA entre el 2015 y 2019, noté que las voluntarias presentaban actitudes que denominé, justamente, maternalistas.  

Una particularidad de este concepto es que remite a una performance por parte de quienes tienen dicha actitud, siendo una forma de aproximación aprehendida e incorporada. Quienes la ejercen son personas activas que otorgan la condición de infante al pobre, concibiéndolo como menor en varios sentidos (moral, intelectual, en cuanto a su capacidad afectiva, etc.), es decir que se ubica al pobre del lado de la infancia. En este caso, el maternalismo, al tiempo que requiere pensarse como capaz de maternar, ejercer cuidado y educar, debe concebir al otro como un menor que debe ser cuidado y educado. Así, trae aparejado un doble movimiento y refleja una noción de sí y del otro. 

Varios son los ejemplos que demuestran que el campo de “lo social” y el cuidado se compone principalmente de mujeres, y diversos autores explican sus orígenes. Al estudiar los procesos de maternalización de las mujeres y politización de la maternidad en la ciudad de Buenos Aires entre 1890 y 1940, Nari afirma que la medicina construyó –con el objetivo de normativizar y controlar los cuerpos y las conductas de las mujeres– un modelo ideal de femineidad que la igualaba a la maternidad. Habría una serie de conductas concretas ideales vinculados a determinado modelo de mujer “verdadero” que la asocia a la función de maternar. Discursos como el médico y estatal se esforzaron por construir -no sin resistencias- al género femenino como “naturalmente maternal”. Según la autora observa, hubo una producción histórica de prácticas maternales ordenadas por los médicos por medio de la idea del “instinto maternal”. Junto con la representación simbólica que se agregó a ello, terminó asociándola a la abnegación, el altruismo y al sufrimiento.  

Lo mismo detectan Beirant y Queirolo en su dossier sobre procesos de profesionalización de mujeres en Brasil y Argentina, y afirman que el ingreso femenino al mundo del trabajo fue una suerte de continuación de su “naturaleza”. Incluso Esquivel y Faur reconocen que las mujeres usualmente se ven reducidas a su rol de “madres”. De tal manera, son vistas como las principales cuidadoras tanto en el hogar como en las políticas públicas, que en vez de desafiar este estereotipo suelen reforzarlo apelando a la función materna femenina. Es Beltrán6  quien acompaña este dato a partir de estadísticas que expresan la presencia de mujeres en el tercer sector (que suele ocuparse de este tipo de tareas). Estas labores son realizadas por casi un 70% de mujeres. Tal como especifica el autor, las ONGs son “entendidas como un espacio laboral y de construcción de carreras personales, se presentan como una opción relativamente flexible y una alternativa para quienes buscan equilibrar la vida laboral con la familiar (…) El grado relativo de mayor informalidad del vínculo laboral de las mujeres acentúa el carácter flexible de sus ocupaciones”,7  derivando muchas veces en que su participación en estos entornos no sea considerada como trabajo. 

Entre otras características, el maternalismo conlleva la atención y el cuidado de los detalles, la organización y prolijidad, el tono pedagógico y delicado en el trato personal. A su vez implica el desempeño con profesionalismo y la eficacia en el desarrollo de tareas, la disposición y entrega sacrificial (atribuible a mecanismos históricos de control sobre la mujer). Esto puede verse en las acciones solidarias impulsadas o apoyadas por el Opus Dei, en las que las voluntarias son formadas para desarrollar características acordes a una supuesta “naturaleza o esencia femenina”. Así, se promueven las tareas y ocupaciones relacionadas con su función “innata” de maternidad, y se las capacita de esa forma para su rol en la esfera de la familia y la sociedad. De este modo, en los discursos recogidos en el campo se reconoce que las voluntarias suelen ocupar la función de madres o hermanas mayores desde estereotipos que suponen determinadas funciones para cada uno de estos roles. El trato cariñoso que se traduce en tonos de voz suaves, mimos o compasión ante el malestar de los niños.  

En este sentido, según pude notar a lo largo del trabajo de campo, es esperable que las mujeres que realizan estas acciones aprendan formas de cuidado, contención y atención del otro que les permitirán desempeñarse mejor en sus ocupaciones cotidianas, siendo que este modo de acercarse entrenaría a las estudiantes para el futuro profesional y familiar. De tal forma, en el caso de las mujeres que pertenecen a la Obra, el maternalismo (y sus aspectos característicos), convertiría a estas instancias en experiencias que contribuyen a acercarse al ideal de santidad. 

En resumen, una forma de aproximación a la pobreza que se hace visible tanto en mi trabajo de campo como en el accionar de otros agentes e instituciones (Estado, academia e Iglesia católica en general) es el maternalismo. Como sostuve, esto tiene que ver con la feminización de “lo social” y con el rol central que ocuparon las mujeres en la gestión de la pobreza desde distintos espacios. Además implica y opera desde la reproducción de idearios de mujer que la identifican con la maternidad natural, que deriva en que las profesiones y ámbitos donde se desempeñan sean aquellos vinculados a lo maternal, como una prolongación de esa naturaleza. En este sentido, refleja roles diferenciados de género (los hombres y las mujeres tendrían características particulares por lo que habrían de realizar actividades acordes a ello) y un modelo específico de familia. 

Para concluir, retomando las características centrales de esta forma de acercamiento, el maternalismo es una performance que infantiliza al otro, que lo concibe como menor en sentido amplio (implica un yo capaz de cuidar y un otro que debe ser cuidado), que conlleva un tono didáctico (explica, aclara, enseña), un uso del cuerpo y la voz que reflejarían cercanía. Además, iguala el dar con el sacrificio y la abnegación mediante el ofrecimiento silencioso, la eficacia y la atención al detalle. 

 


María Bargo es licenciada y doctora en antropología social por EIDAES/UNSAM y docente en la misma casa de estudios. Becaria CONICET, investiga cuestiones ligadas a gestión de la pobreza y religión. Secretaria del Consejo Local de Niñez y Adolescencia de San Miguel desde 2018. Trabajó en diversas áreas estatales (a nivel municipal y nacional) vinculadas a problemáticas como género, patrimonio, medio ambiente y niñez. 

 


1 Mallimaci, F. et al (2019). Segunda Encuesta Nacional sobre Creencias y Actitudes Religiosas en la Argentina. Buenos Aires: CEIL-PIETTE CONICET. 

2 Mallimaci, F. (2015). El mito de la Argentina laica. Buenos Aires: Capital Intelectual. 

3 Se consideran femeninas las acciones de generar, reproducir y cuidar la familia. De ahí que su trabajo implique un trato entre mujeres, por asignarles a ellas la función de “producir familia”. 

4 Salerno, A. (2017). Evitismo liberal: voluntarias y peronistas en el Ministerio de Desarrollo Social de CABA durante la gestión PRO (2007-2015). Papeles de Trabajo (20) (pp. 167-188). 

5 Dullo, E. (2016). Seriously enough? Describing or analysing the native (s)’s point of view. Routledge, After the Crisis, (pp. 133-153). 

6 Beltrán, G. (2010) La sociedad civil organizada y los jóvenes. Una aproximación a las ONGs y las formas de participación juvenil. En G. Beltrán y R. Malagamba, Jóvenes y ONGs, una agenda pendiente (pp. 55-90). Buenos Aires: Aurelia Rivera.  

7 Beltrán, G. (2010) La sociedad civil organizada y los jóvenes. Una aproximación a las ONGs y las formas de participación juvenil. En G. Beltrán y R. Malagamba, Jóvenes y ONGs, una agenda pendiente (pp. 55-90). Buenos Aires: Aurelia Rivera. 

 

 

Imagen de portada: edición de una imagen de Bob Bello en Pixabay.

Comentarios: