25 de mayo y 9 de julio
Bicentenarios del Siglo XXI

Por Diana Pogliaga (UNPAZ-UBA)

Actos patrios y fiestas populares

De pronto el brazo de una grúa eleva a una mujer bella, sonriente y divertida, cubierta con un vaporoso vestido blanco y una capa celeste. Baila, vuela y baila, al compás de los bombos y tambores del Exodo Jujeño. Su danza se desliza por encima   de la multitud como si fuera el espíritu de la Revolución. Su movimiento deja entrever sus rasgos criollos, su hermoso pelo negro, su simpatía sonriente y la libertad que brota de su cuerpo apasionado. Es el símbolo de la Patria que cumple doscientos años.

La conmemoración del Bicentenario de 2010 fue una fiesta que invitó a la celebración de la Revolución de Mayo y que tuvo distintos momentos durante los cinco días de festejos: desfile militar,  desfile federal con intervenciones callejeras de todas las provincias, recital de música latinoamericana, distintos homenajes (al cine argentino y al rock nacional, por ejemplo), desfile de autos y motos antiguas, el Paseo del Bicentenario con puestos de todas las provincias y la inauguración del Centro Cultural del Bicentenario.

A las 00:00 del día 25 se escuchó el Himno Nacional Argentino en el Teatro Colón, en la Avenida 9 de Julio y a través de la Cadena Nacional de Radiodifusión y Televisión. También fue interpretado en el Parque Provincial Ischigualasto, ubicado en la provincia de San Juan. Al mediodía se inició el Tedeum en la Basílica de Luján y otro paralelo en la Catedral de Buenos Aires. Más tarde se inauguró la Galería de los Patriotas Latinoamericanos en la Casa Rosada, donde la presidenta Kirchner dio su discurso en conmemoración del 25 de mayo en presencia de varios presidentes latinoamericanos.

Ya mas caída la tarde, sobre la fachada principal del Cabildo de Buenos Aires preparado para un mapping, se proyectó un espectáculo 3D de luz y sonido cuyas secuencias rememoraron a todo color diversas etapas de los doscientos años de historia argentina.

Para finalizar se desarrolló un desfile con el impresionante despliegue artístico de Fuerza Bruta, que cerró con un gran acto musical en la Avenida 9 de Julio.

Fue una gran fiesta popular con la gente en las calles bailando, escuchando música, degustando comidas regionales, riendo y festejando como pocas veces se vio en una conmemoración histórica. Esta fiesta que se realizó en la plaza pública, la histórica Plaza de Mayo y sus calles aledañas, nos permite pensar en la conmemoración, el festejo, la alegría del encuentro, el recuerdo y la actualización de los hechos históricos del 25 de mayo. Fue una fiesta popular que tuvo la pretensión de la refundación de un nuevo ciclo.

Una fiesta popular en el sentido profundo al que hacen alusión Mijaíl Bajtin y Hans-Georg Gadamer, una celebración que invita a una regeneración, que saluda la muerte de lo viejo y se abre a la esperanza de lo nuevo. Un nuevo acontecer que conlleva la alegría de lo popular, la risa y lo imprevisto como expresión de la vitalidad de la conmemoración.

Como describe Bajtin[1], la fiesta en el Medioevo estaba asociada a la muerte, la resurrección, la renovación, acompañada por la libertad, la igualdad y la abundancia, en una relación profunda con el tiempo, asociada a un tiempo natural, biológico e histórico. La fiesta es en ese sentido el instante en el tiempo en el cual desaparecen las diferencias, con la percepción de lo humano como ser genérico. Es la exultante irrupción del estallido de la vida, acompañada de un despliegue de humor y alegría que convoca a todo aquel que quiera participar compartiendo sus vivencias, con la convicción de que en ese momento pertenece a un todo particular.

Gadamer, en La Actualidad de lo Bello, dirá que la fiesta es lo opuesto al aislamiento de unos hacia otros. “La fiesta es siempre fiesta para todos”. La fiesta es de la comunidad, del pueblo y quien se excluye lo hace por decisión propia. Es una celebración, y esa celebración significa detener la laboriosidad diaria, el trabajo[2].

El tiempo atado a la organización del trabajo desaparece ya que todos son llamados a participar en la fiesta. Pero saber celebrar es un arte. Para Gadamer la celebración es una actividad intencional que tiene sus propias representaciones, por eso es un arte. Produce discursos y relatos. Esto significa que no hay discursos sueltos ni vivencias individuales. Tampoco hay una meta ni un objetivo al que llegar. El tiempo es un presente constante porque no se piensa ni en el pasado ni en el futuro, sino que sólo se conmemora. Lo que realmente importa es el tiempo de la fiesta, que está presente y que retorna para poder celebrar en forma anual algún hecho importante. El tiempo de la fiesta es lo que Gadamer denomina el “tiempo llenado o propio” es el tiempo que se vuelve festivo conectado a la celebración. Es un tiempo que no es planificado ni en el que hay que cumplir con un objetivo establecido. Lo característico de la fiesta es paralizar el carácter calculador con el que normalmente se dispone del tiempo, ofreciendo la posibilidad de demorarse. Es como la obra de arte que tiene su tiempo, y está estructurada en sí misma. La fiesta, al igual que el producto de la creación artística,  logra imponer un tiempo y un orden propios.

En la fiesta popular no existe el sufrimiento de la soledad burguesa individual, cerrada y privada en su propio pensamiento. Se comparte la sensualidad y la alegría fruto del estar con otros. Es el festejo de la certeza de un futuro promisorio. Es el símbolo de la abundancia, es la posibilidad de liberar la palabra, convirtiéndose en un encuentro lúdico y alegre sin límites.

Si para Aristóteles el único ser viviente que ríe es el hombre, la risa será pensada como un privilegio humano inaccesible a las otras criaturas. Para el Renacimiento la risa es un punto de vista particular y universal sobre el mundo, ya que lo percibe de forma diferente. Aunque parece muchas veces espontánea, la risa siempre implica la complicidad con otros, ya sean reales o imaginarios. La risa, explosiva por cierto, nos arranca de la mecanicidad de los actos de la vida en la que a veces los hombres y mujeres caemos casi sin darnos cuenta. La risa durante el Medioevo se caracterizó por su forma  universal, libre, alegre y despiadadamente lúcida, por fuera de los límites oficiales del poder político y religioso. Se expresaba en la plaza pública, en las fiestas y en la literatura recreativa. Separada del culto y de las concepciones oficiales del mundo, creció al amparo de las fiestas. En la Edad Media la fiesta y la risa pertenecían a todo el pueblo, incluso a los clérigos de rango inferior que mantenían un vínculo directo con la concepción del mundo popular no oficial.

Esta concepción es retomada por el Renacimiento e incorporada en la gran literatura como por ejemplo Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra. Así,  en el tránsito de la Edad Media al Renacimiento, la risa pasó de un estado de existencia espontánea a un estado de conciencia artística, se convirtió en la expresión de la nueva conciencia libre, crítica e histórica de la época, captando algunos aspectos del mundo en forma excepcional.

Pero a partir de los siglos XVII y XVIII la risa ya no expresa una concepción universal del mundo, abarca sólo aspectos parciales de la vida social, lo importante, lo esencial no puede ser cómico. Por esa razón la risa y todo acto cómico quedarán restringidos y serán asociados a los vicios y desenfrenos de los individuos y la sociedad. La risa, el humor y la alegría se convierten así en un aspecto negativo de la vida, propio de los sectores bajos de la sociedad. La seriedad, entonces, implicará cordura, madurez, orden, respeto, responsabilidad, rectitud y fundamentalmente autoridad. En este contexto, la vida festiva pasa a ser una vida de gala quedando relegada a la esfera de lo privado.

Desde el punto de vista del burgués protestante las fiestas populares comienzan a ser símbolo del libertinaje, de la glotonería, sufriendo la condena moral. La concepción burguesa del mundo no incorpora la risa como la expresión de la fuerza, de la renovación y de la fecundidad, sino que la castiga por ser banal, irresponsable y degradante. Las fiestas burguesas, por su parte, relegadas al ámbito de lo privado, serán la expresión de la saciedad de un individuo egoísta, símbolo del disfrute individual y no de la alegría del pueblo en su conjunto.

A partir de este recorrido histórico por las nociones generales de la risa y la fiesta y sus mutaciones, cabe preguntarse si también los actos realizados en 2016 por el  Bicentenario del 9 de julio constituyeron una fiesta popular.

El acto principal se realizó en la provincia de Tucumán frente a la Casa Histórica y comenzó con una salva de veintiún cañonazos para dar inicio a los festejos por el Bicentenario de la Declaración de la Independencia. El acto fue custodiado por 3.500 efectivos, entre miembros de la Policía Provincial, Policía Federal y Gendarmería, que aportó también helicópteros y perros entrenados en la detección de explosivos. El estruendo acompañó el izamiento de la bandera nacional en la Plaza Independencia, pasadas las 10 de la mañana, luego de que el mandatario Mauricio Macri recibiera en la Casa de Gobierno Provincial los saludos protocolares y visitantes internacionales, con la presencia del rey emérito Juan Carlos I de España como principal figura del acto. Ningún presidente de América del Sur estuvo presente. Tras la celebración del Tedeum en la Catedral provincial, los gobernadores firmaron el “Acta de Compromiso para el Tercer Siglo de los Argentinos”.

El desfile militar fue lo que se puso en el centro de la atención pública. El acto comenzó con expresiones artísticas de danza contemporánea y alumnos ataviados con ponchos celestes y blancos, para luego seguir con gauchos de todo el país, representantes de colectividades, militares de las tres fuerzas armadas y efectivos de las fuerzas de seguridad, héroes de Malvinas y carros de bomberos, entre otros.

El discurso del Presidente[3], más parecido a un discurso de campaña que de conmemoración de una de las fechas más importantes de nuestra historia, tuvo su punto culmine cuando dijo, mirando al Rey de España, al que nombró afectuosamente como “Querido Rey”, que nuestros patriotas debían de haber sentido angustia al tomar la decisión de separarse de España. Convirtió así un acontecimiento político, como las luchas por la independencia, en un problema personal de los patriotas, diríamos psicológico, y con ribetes casi domésticos, en lugar de ponerlo a la atura de una gesta épica.

Los festejos prosiguieron el 10 de julio en Buenos Aires con un desfile militar de dieciocho bandas que iniciaron una marcha desde la intersección de las avenidas del Libertador y Salguero, hasta el Campo Argentino de Polo, para interpretar piezas típicas de festejos patrios. Macri decidió no concurrir dado su cansancio por los festejos del día anterior. Por la mañana comunicó por Twitter: “Cansado por la extenuante gira y actos, lamento no poder asistir a los desfiles de hoy. Espero que se acerquen a Palermo y los disfruten” Finalmente el presidente decidió participar de los últimos minutos de las celebraciones en el Campo de Polo. También hubo algunas actividades en la distintas Comunas de la Ciudad de Buenos Aires y en las provincias del interior, pero en forma dispersa.

Así la felicidad que proponían los festejos de la Alianza Cambiemos resultó disciplinada, anestesiada, vigilada, sometida a la autoridad de las fuerzas  de seguridad. Ciertamente el festejo en Tucumán fue un acontecimiento de la alianza  gobernante pero no fue un acto político para el pueblo y con el pueblo. Fue una fiesta de gala, privada, con invitados elegidos cuidadosamente, no sólo en el Jardín de la República, sino también en el Campo Argentino de Polo, uno de los lugares más paradigmáticos de la burguesía porteña y argentina, en el cual se realizó un encuentro sólo para una selecta concurrencia.

Se trató de una fiesta propia del pensamiento burgués en el cual no hay cabida para la risa ni para la conmemoración. Desde este punto de vista cualquier fiesta popular será tildada de chabacana y propia de gente que no conoce los límites de un sistema que llama a la austeridad y al trabajo, en las condiciones que impongan las leyes del mercado.

No por nada la fiesta del Bicentenario de la Independencia fue calificada como una fiesta austera por el periodista de La Nación Pablo Sirven, que compara ambos bicentenarios desde una óptica económica considerando que los festejos del 2010 fueron un gran despilfarro[4].

En efecto, el Bicentenario del 2016 fue un acto “austero”, es decir estricto en el cumplimiento del status quo reinante y por lo tanto desligado de la plaza pública. A pesar de que fue realizado en lugares públicos, no implicó un acontecimiento político y mucho menos popular. No se vivió como un comienzo de algo nuevo, vital y regenerador, sino más bien como un acto de formalidad política imposible de eludir.

En realidad no fue una fiesta sino un espectáculo con la intención de instalar una nación sin historia y sin memoria. Para la Alianza Cambiemos la nación del siglo XXI sería una nación disciplinada y adiestrada para convertirse en el “supermercado del mundo”, como expresó el primer mandatario en el Foro de Negocios e Inversiones Argentina-China, que se realizó en Beijing.

Pero la falta de memoria y el olvido tienen consecuencias complejas. Una de ellas es la pérdida de la identidad y de la pertenencia a un proyecto en común. Priva  la posibilidad de conmemorar entre todos, aquellos momentos que nos han constituido como nación.

La fiesta propone el encuentro, el recuerdo, es el momento de la alegría, de la risa, del olvido del cumplimiento con lo establecido y de  la vida que se hace presente y que desborda en toda su plenitud. Esa obra de arte que es la fiesta, suprime el trascurso del tiempo, no hay sucesión de tiempos fugaces, sino que invita a demorarse desinteresadamente interpelando a quienes se mueven sólo por la urgencia, el cálculo,  y la especulación. Es que sólo la demora nos hará más libres y humanos.

 

[1] Bajtin, Mijail, “Introducción. Planteamiento del Problema”, “Rabelais y la historia de la risa”, “El Banquete de Rabelais”, “La imagen grotesca del cuerpo en Rabelais”. En La Cultura Popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de Francois Rabelais. Madrid, Alianza Editorial, 1990

[2] Gadamer, Hans-Georg, “El arte como fiesta”. En La actualidad de lo bello. Buenos Aires, Paidós, 2012.

[3] Discurso de Mauricio Macri 9 de julio de 2016: https://www.youtube.com/watch?v=BDndDJbL1K4

[4] LA NACION  “Del bicentenario de Cristina al de Macri”. Por Pablo Sirvén. 10/07/16

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