Elecciones PASO
Ciencias sociales y principio de incertidumbre

Por Silvana Vignale (CONICET)

En su último ensayo ¿Qué es real?,[1] el filósofo italiano Giorgio Agamben esboza una particular hipótesis respecto de la desaparición del físico Ettore Majorana vinculada a sus descubrimientos y experimentos en el campo de la física cuántica. No nos detendremos tanto en ella como en la tesis de Majorana respecto de la analogía entre el carácter probabilístico de los fenómenos en la física cuántica y los procedimientos con la estadística en el campo de las ciencias sociales. A partir de ello, sugerimos a continuación que tanto la tesis de Majorana, como el análisis del filósofo italiano, nos brindan elementos para fundamentar otra relación con la producción del conocimiento en las ciencias sociales, abriendo la posibilidad de poner en cuestión lo que desde la modernidad denominamos “objetividad” –entendida como neutralidad–, y también el modo de intervención de las ciencias sociales en un “arte de gobernar”. Esto entretejido a la sorpresa electoral del pasado domingo, y al cuestionamiento por las diferencias entre los resultados obtenidos en distintas mediciones en encuestas –dispositivos de impacto mediático– y la contundencia de los resultados de las elecciones Primarias, Abiertas Simultáneas y Obligatorias.

Principio de incertidumbre

Hay un ya famoso principio de la física cuántica que convocamos aquí para el desarrollo de lo que buscamos plantear. Heisenberg formuló el “principio de incertidumbre”, que marca el final del sueño de una teoría de la ciencia cuyo modelo sería un modelo totalmente determinista del universo. En el siglo XIX, Laplace había argumentado que conociendo el conjunto de leyes científicas que rigen el universo y su estado completo en un instante de tiempo, sería posible predecir todo lo que sucediera, “signo de que todo el futuro está implícito en el presente, en el sentido de que puede ser previsto con absoluta certeza siempre y cuando el estado actual del universo sea enteramente conocido”.[2] Por ejemplo, conociendo las posiciones y velocidades de los planetas y del sol, sería posible saber el estado del sistema solar en otro momento futuro. Laplace supuso que había leyes similares gobernando todos los fenómenos, incluso aquellos relativos al comportamiento humano. Pero el principio de incertidumbre vino a revelar a la física que no es posible determinar la posición y la velocidad de una partícula al mismo tiempo, porque al introducir un método para determinar la posición (iluminándola con luz), se modifica la velocidad de la partícula: el sólo hecho de observar el fenómeno para medirlo hace que se modifiquen sus condiciones. ¿Qué quiere decir esto? Que la realidad se modifica en la medida en que intentamos observarla, o dicho de otra forma, que el observador interviene y modifica las condiciones del objeto cada vez que quiere estudiarlo.

En este sentido, el texto de Majorana dice: “el resultado de cualquier medición parece relacionarse más con el estado al cual el sistema ha sido llevado en el transcurso del propio experimento que con ese estado incognoscible en el que se hallaba antes de ser perturbado”,[3] lo que sugiere que el carácter exclusivamente probabilístico de los fenómenos en la física cuántica autoriza una intervención del investigador que le permite «conducir» el propio fenómeno en una cierta dirección. El principio de incertidumbre, por lo tanto y como lo sostiene Agamben, “revela aquí su verdadero significado, que no es de ponerle un límite al conocimiento, sino el de legitimar la razón por la cual es inevitable la intervención del investigador”.[4]

Advirtamos la idea aquí que de la intervención del investigador no resulta el conocimiento del objeto, sino el de “conducir el fenómeno en una cierta dirección”. En este sentido, quizás el aspecto más inquietante de la mecánica cuántica, como Majorana lo expresa, sea una “cierta falta de objetividad en la descripción de los fenómenos”.[5] ¿Qué pasa si trasladamos este mismo enunciado a las ciencias sociales, y asumimos no sólo la “falta de objetividad” –preferiríamos, siguiendo a Nietzsche, hablar mejor de perspectivismo–, sino la intervención concreta en el sistema que analizamos, pudiendo modificar el estado de cosas  con nuestros estudios? El mismo Majorana lo expresa al referirse a las ciencias sociales cuando dice: “Si esto es así, como nosotros creemos, las leyes estadísticas de las ciencias sociales adquieren un papel más destacado, que no es sólo el de establecer empíricamente el resultado del gran número de causas desconocidas, sino sobre todo, el de dar testimonio concreto e inmediato de la realidad, cuya interpretación requiere un arte especial, para nada el último recurso en el arte del gobierno”.[6] Esto último nos desafía a pensar que la producción en el campo de las ciencias sociales de modo general, y en la estadística social en particular, no apuntan al conocimiento, sino al “gobierno” de los fenómenos sociales.

El arte de gobernar

Siguiendo el texto de Agamben, es posible mostrar el desplazamiento hacia la cuestión de la incertidumbre y no de las certezas en el campo del trabajo con la estadística. La probabilidad ha reemplazado al determinismo y la necesidad, y lo que debe considerarse en este plano es que el azar no es lo opuesto a la necesidad, sino algo que se presenta al mismo tiempo. Lo interesante del planteo, sobre todo en un año electoral como el que atravesamos, donde se disputan distintas fuerzas políticas la conducción de los próximos cuatro años de gobierno, tiene que ver justamente con la introducción de la probabilidad en el análisis estadístico a partir de técnicas como las encuestas. No tanto, una vez más, porque estas nos brinden un conocimiento de la realidad tal como es –intencionalidad de voto, imagen positiva, imagen negativa, etc.–, sino porque precisamente intervienen en el juego de azar que supone la estadística. Dice Agamben: “la estadística no es una ciencia dirigida al conocimiento experimental de lo real: es, más bien, la ciencia que permite tomar decisiones en condiciones de incertidumbre”.[7] ¿Qué puede significar para nosotras y nosotros, teniendo en cuenta el papel que juegan las encuestas en un año electoral, la idea de que no se trata del conocimiento de lo real, sino de tomar decisiones en condiciones de incertidumbre?

Para comenzar a dar respuesta, ¿cuál sería, para las ciencias sociales, nuestro principio de incertidumbre? Desnudemos el concepto de su sentido común –o del que ha ganado circulación en los discursos–. No el que el neoliberalismo propone: que en un mundo como el de hoy (tradúzcase: donde gobierna el capital financiero) las personalidades fuertes son las “resilientes”, las capaces de tolerar la incertidumbre de los mercados y adaptarse a los cambios como “emprendedores de sí mismos” (la encarnación viva de estas palabras son las del entonces Ministro de Educación Esteban Bullrich cuando dijo “debemos crear argentinos que sean capaces de vivir en la incertidumbre y disfrutarla”; aunque no puede atribuírsele mérito propio a la frase, es el corazón del emprendedurismo y de la comprensión del mercado como un proceso subjetivo, de la escuela neoliberal austro-americana). Nuestro principio de incertidumbre es diferente. Y postula que no es posible determinar el conocimiento de nuestra realidad social y política sin que nuestra propia intervención condicione la realidad y la direccione: el solo hecho de observar el fenómeno modifica sus condiciones. En este sentido, dice Agamben: “una vez que se asume que el resultado real de un sistema es en sí incognoscible, los modelos estadísticos se vuelven esenciales y no pueden más que sustituir la realidad”.[8] El dispositivo político-mediático no es ingenuo respecto de la intervención de la realidad en la difusión de datos estadísticos, y este es un detalle que no debemos pasar por alto. Podemos ser más osadas y osados, y  decir que las encuestas no reflejan la realidad, sino que la crean. Pero ¿qué sucedió con los resultados de las PASO? ¿Qué abismo se abrió entre los sondeos y las elecciones?

¡Plop! Puede que haya estallado una burbuja en el aire. Esto último nos plantea el  interrogante: ¿cómo debemos entender la idea de que la difusión de los datos estadísticos pueden “sustituir” la realidad, a la luz de los resultados de las elecciones del domingo, a partir de los cuales hemos quedado boquiabiertas y boquiabiertos respecto de las tendencias que se habían instalado en las encuestas –tanto del gobierno como de las fuerzas que disputan la conducción–, con diferencias amplísimas de las mediciones que se habían realizado en las últimas semanas? La pregunta del último párrafo del texto de Agamben encuadra nuestra inquietud. Refiriéndose a la misteriosa desaparición de Majorana, aparentemente como respuesta empírica, material, al problema que le presentaban sus investigaciones y como objeción decisiva a la naturaleza probabilística de la mecánica cuántica, dice: “con la decisión, esa tarde de marzo de 1938, de disolverse en la nada y de borrar toda huella experimentalmente comprobable de su desaparición, le planteó a la ciencia la pregunta que todavía aguarda una respuesta que no puede exigírsele y que, no obstante, es ineludible: ¿Qué es real?”. Si preguntáramos entonces, nosotras y nosotros, a las ciencias sociales ¿qué es real? ¿Lo incognoscible sobre lo que los encuestadores se lanzan, lo que más tarde se procesará como resultados de un análisis estadístico?

Tal vez en las horas que han pasado de los resultados, la interrogación se vuelque hacia las sociólogas y sociólogos, hacia las consultoras, sobre sus instrumentos de medición y sobre todo el aparato metodológico con el que fueron llevadas adelante las mediciones. Tal vez quepa la propia pregunta que nos hacemos atónitos ante los resultados ¿qué es real? ¿fallaron las mediciones? ¿el electorado no había blanqueado cuál sería su comportamiento? Quizás necesitemos asumir nuestro principio de incertidumbre y dejar de buscar las coincidencias entre nuestras mediciones y el reflejo –cada vez más borroso– de una realidad que pretendemos “conocer”. Si mantenemos la hipótesis hasta el final de que no se trata tanto del conocimiento de un fenómeno como de la posibilidad de intervenir hacia dónde es llevado, es decir, sobre el gobierno de un fenómeno, lo real se encuentra siempre asociado a la creación de las condiciones para intervenir sobre la realidad, en el terreno de la incertidumbre; y las ciencias sociales, deban asumir, su arte de gobernar.

Para eso es necesario abandonar los presupuestos respecto del conocimiento de la realidad, y asumir esa falta de objetividad producida por la pertenencia a la realidad que se estudia. Falta de objetividad de la que no se sigue  posverdad ni relativismo o subjetivismo, sino otro modo de comprender la relación que mantenemos con lo que se convierte en nuestro objeto de estudio. No estamos llamando a las ciencias sociales a utilizar las mismas herramientas con las que gobiernos de distintos puntos del planeta han ganado elecciones presidenciales. A diferencia del dispositivo mediático y de redes, cuyo proceder es el de la implantación de fakes news o datos falsos, para hacerlos pasar por veraces, o identidades trolls que funcionan en cantidad de comentarios sincronizadamente, estamos refiriéndonos a un asunto epistemológico de envergadura, que es deshacernos de ese carácter metafísico que nos hace pensar en el dualismo verdad/posverdad, cuando parece que no hemos asumido aquello –como decía Nietzsche– de que no hay hechos, sino sólo interpretaciones.

Nuestro descubrimiento más importante

Más allá de estas disquisiciones, de la incertidumbre y de la sorpresa, y por supuesto, de la necesidad de repensar la función de las ciencias sociales en general, y de cómo opera el principio de incertidumbre en el conocimiento de lo social y lo político, hay algo cierto sobre lo que podemos concluir –construido por la contundencia material y no especulativa de los resultados–. Y quizás sea nuestro descubrimiento más importante: por dónde pasan las resistencias.

Todo el aparato político-mediático y la manipulación de la información en las redes no sólo no alcanzó para un triunfo, sino que fue vencido de modo decisivo, en una sola manifestación. No hay en la Argentina lugar para Trumps ni para Bolsonaros, no hay lugar para el FMI. Hemos dicho no al gobierno de los mercados financieros internacionales y de la especulación (asumiendo, por supuesto, la titánica tarea que supone enfrentar la deuda externa más grande de la historia argentina). La “reacción de los mercados” no es, como dice el Presidente de la Nación, que “el kirchnerismo no le ha demostrado al mundo credibilidad”, sino la intolerancia de la Bolsa y del capital trasnacional a la autonomía de los pueblos. No ha primado en estas elecciones la lógica jerárquica del poder que aplasta con sus botas de ajuste y mano dura, sino la potencia que expresa por dónde van las resistencias a los poderes fácticos. Nuestro descubrimiento –y sobre lo que debiéramos trabajar–: que el límite a la lógica de manipulación de la big data, y a sus dispositivos trolls, fakes y estrategias de medios monopólicos, pasa por la militancia, por el cuerpo a cuerpo, por un rostro frente a otro rostro, por poder mirarse a la ojos.

 

[1] AGAMBEN, Giorgio (2019) ¿Qué es real? La desaparición de Majorana. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Adriana Hidalgo.

[2] Así describe Majorana la concepción mecanicista de la naturaleza que él mismo confronta, en su ensayo “El valor de las leyes estadísticas en la física y en las ciencias sociales”, que Agamben tiene por objeto de análisis, y que se encuentra incluido en el volumen ¿Qué es real? La desaparición de Majorana. Cfr. p. 72.

[3] MAJORANA, E. “El valor de las leyes estadísticas en la física y en las ciencias sociales”. En: AGAMBEN, G. (2019) ¿Qué es real? La desaparición de Majorana, p. 88.

[4] AGAMBEN, G. (2019) ¿Qué es real? La desaparición de Majorana, p. 21.

[5] MAJORANA, E. Op. Cit., p. 88.

[6] Ídem, p. 92.

[7] AGAMBEN, G. (2019) ¿Qué es real? La desaparición de Majorana, p. 52.

[8] Ídem, p. 59.

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