Elecciones
Un nuevo contrato social

Por Ana Natalucci (CONICET/CITRA, FSOC/UBA)

Desafíos para la construcción de nuevas mayorías

Las elecciones internas conocidas como PASO parecen haber cobrado el estatuto de una primera vuelta electoral, predefiniendo cual será el próximo presidente de la República. En este contexto, hay por lo menos dos debates relacionados: por qué perdió el gobierno de Cambiemos y cuáles son los desafíos del Frente de Todos para su próximo gobierno.

¿Por qué perdió el gobierno?

Haciendo una breve recapitulación, de modo recurrente el presidente Mauricio Macri ha mencionado que este era el camino indicado. En marzo de este año, Macri dijo textualmente que “Si ganamos iremos en la misma dirección pero lo más rápido posible”. La misma semana mencionó que el problema es que los cambios no se habían hecho con la rapidez que requería la situación. Estas frases así sueltas dan cuenta de la caracterización que hace el presidente de la crisis que atraviesa el país. Desde su perspectiva esta crisis es consecuencia de la temporalidad con la que el gobierno actual introdujo reformas; por lo que la crisis se resolvería si esos cambios se hicieran con mayor velocidad. Ahora bien ¿es un problema de velocidad de los cambios o es un problema sobre el tipo de cambio que el gobierno ha venido impulsando impulsar?

En principio, la caracterización del gobierno ha tenido como problema inicial el modo en que entendió el resultado electoral. Respecto del 48.6% de la población que votó por Daniel Scioli en el balotaje, para quien no era necesario un cambio, no tuvo ninguna estrategia de persuasión o canalización del descontento. Por otro lado, aún para el 51.4% que sí votó por Cambiemos no había necesariamente un acuerdo explícito respecto del cambio que se proponía. Vale recordar que una de las principales consignas de la campaña del actual oficialismo era “no vas a perder nada de lo que tenes”. Sobre esta idea se fundamentó la promesa electoral de la coalición Cambiemos. Asimismo, Macri prometió recuperar cierta tranquilidad, dejar de lado la hiperpolitización, suturar la llamada grieta. Una de sus frases más resonantes por ese entonces fue “no voy a hacer cadena nacional todas las tardes así pueden ver la novela tranquilas”.

Ahora bien, como sabemos Cambiemos no cumplió con ninguna de estas promesas: ni resolvió los problemas ni suturó la grieta. Respecto de lo primero, amparándose en lo que llamó “la pesada herencia”, Macri definió un giro neoconservador en materia económica, entre sus consecuencias se encuentran: 4 millones de personas que cayeron bajo la línea de la pobreza, el deterioro general de las condiciones de vida de todos los sectores sociales, un endeudamiento inédito y una fenomenal transferencia de ingresos de sectores populares y medios a altos de la sociedad, entre muchas otras que podría mencionar.

Sobre lo segundo, el gobierno decidió montar una campaña de disputa ideológica cristalizada en las afirmaciones de la “pesada herencia”, los “70 años de fiesta” y los problemas culturales de los argentinos. Así fue que la consigna “podemos vivir mejor” se cristalizó en propuestas de uberización de la economía, trabajos precarios en las economías de plataforma y la disolución de los dispositivos estatales ocupados en regular la vida social, como la degradación de los ministerios de Trabajo y de Salud en secretarías. En definitiva, su discurso y acciones se orientaron a reforzar el proceso de dicotomización social, usando la estrategia de la hiperpolitización para definir amigos y enemigos. Dado que esta ha sido una de sus principales críticas al kirchnerismo, su adopción por parte de Cambiemos sólo fue contraproducente, reforzando su base electoral, pero refractando a aliados coyunturales. Sus acciones y su proclama del programa new age y del empoderamiento dejaban entender su adscripción al paradigma neoliberal respecto de cómo entender la relación entre la sociedad civil, el Estado y el mercado. Y la decisión de Cambiemos fue rotunda: el mercado se libera, el Estado lo favorece y la sociedad civil se las arregla para generar sus propias condiciones de reproducción.

Entonces ¿por qué el gobierno perdió las elecciones pareciera que de un modo irreversible? En parte puede atribuirse a un voto económico, la crisis de vivir en un país con costos dolarizados pero con ingresos en pesos devaluados. Pero también puede pensarse en relación a la diferencia entre la caracterización del gobierno sobre la crisis, es decir, que el problema no fue la velocidad de los cambios, sino los tipos de cambios que el gobierno quiso implementar. Podríamos hipotetizar que cuando Cambiemos ganó en el balotaje de 2015 creyó que se restituía de suyo un nuevo consenso neoliberal, frente al consenso posneoliberal construido durante los gobiernos kirchneristas.

Frente de Todos

Ahora bien, ¿qué pasó mientras tanto con ese 49% que había votado por opción Scioli?

A modo de breve y selectivo racconto, ya desde diciembre de 2015 se activó un ciclo de movilización que alternó entre conflictos más sectoriales y generales, pero que fue construyendo una articulación sólida. Algunas de ellas: las movilizaciones de los estatales y toma de dependencias públicas dispersas primero según las condiciones en cada ministerio, pero que confluyeron el 24 de febrero de 2016 en una gran marcha. Las plazas kirchneristas y el colectivo Resistiendo con Aguante. La multitudinaria concentración el 30 de abril de 2016 frente al monumento al Trabajo. Las marchas de San Cayetano el 7 de agosto y la concentración multisectorial frente al Congreso el 18 de noviembre de 2016 para exigir la sanción de emergencia social. Las marchas para impedir la sanción de los proyectos de ley de reforma previsional y laboral, los paros y actos de la CGT, las marchas en defensa de la educación pública, las movilizaciones contra la quita de moratorias, los encuentros sindicales del Frente Sindical para el Modelo Nacional, donde confluyeron varios nucleamientos sindicales y articulados con las CTAs. Las marchas de las mujeres y colectivos feministas para denunciar que el ajuste del “feminista menos pensado” (como denominó a Macri una periodista) recaía principalmente sobre las mujeres. La lista podría seguir porque las organizaciones sociales, territoriales, de la economía popular, sindicales y políticas han estado en la calle desde aquel diciembre de 2015. Durante el kirchnerismo se habían fortalecido e incorporado a su memoria las experiencias de participación y gestión estatal y legislativa pero la crisis de 2001 les recordaba que la salida debía ser electoral, antes que insurreccional. Que en las crisis pierden los pueblos y que entonces la mejor opción era ganarle al gobierno en las urnas.

Aunque ese ciclo de movilización estuviera protagonizado por las organizaciones que ya se mencionaron, se fueron estableciendo contactos con dirigentes políticos y entre estos. Y allí fue cuando se empezó a escuchar la palabra unidad. Esa unidad no solo fue producto de la conveniencia o acuerdo de las elites políticas y sus dirigentes, sino que se fue amalgamando en la calle. El punto de inflexión para la dirigencia sucedió el 18 de mayo pasado cuando Cristina Fernández de Kirchner comunicó, por intermedio de un video, que le había pedido a Alberto Fernández que encabezara la fórmula presidencial en la que ella iría como vice presidenta. Su corrimiento fue clave para que otros se acercaran, pero su permanencia fue clave para que su significativa intención de voto no se dispersara.

La fórmula Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, conocida coloquialmente en las redes sociales como Les Fernández, abreviado en el hashtag #FF, logró elaborar una campaña sumamente atractiva, con un discurso provocador que disputaba con el sentido que el gobierno quería atribuirle a la crisis. Básicamente, Les Fernández elaboraron una promesa que abrió un nuevo horizonte de sentido.

La promesa de Les Fernández se asentó sobre la siguiente idea: volver a organizar la vida de los argentinos. Entre sus propuestas están la restitución de los ministerios, aumento de salarios, ampliación de la cobertura de la seguridad social, la pesificación de las tarifas y otros bienes de consumo; en definitiva, recuperar el Estado como regulador y organizador de la vida social en pleno intento de restauración neoliberal por parte del gobierno y las elites económicas. Esa promesa de volver a ordenar fue sumamente provocadora porque al mismo tiempo que restituía al Estado en un lugar central, permitía sortear la fragmentación social y los modos en que los diferentes sectores sociales están padeciendo la crisis política y económica.

Más que de cerrar la grieta, se trata de saltear falsas disyuntivas, porque en sus palabras como indica un spot de campaña “hay cosas en que todos los argentinos estamos de acuerdo”. Para reforzar esta estrategia los candidatos no han propuesto la refundación del país, que en este contexto generaría más incertidumbre. Para la campaña de #FF las causas de la crisis no se explican por los problemas culturales de largo plazo o los 70 años de peronismo, sino por las decisiones tomadas por la Coalición Cambiemos en su ejercicio del poder político, por lo que otra fuerza política podría usar otras herramientas estatales para resolver problemas inmediatos y mediatos.

De este modo, esta propuesta reinscribió a la contienda electoral en el juego democrático. No se trataba de una disputa por la república o el populismo, sino por decisiones gubernamentales. Más allá de los esfuerzos del gobierno por tensionar, en esta elección no estaba en juego ni la República, ni la Democracia. Les Fernández lo entendieron mejor y por eso ganaron.

Además de su impacto para el campo político, la campaña tuvo otra gran ventaja: habilitó un proceso de participación e involucramiento de militantes, cuadros intermedios y dirigentes locales en el proceso electoral inédito en los últimos años y prácticamente ausente en 2015. No se replegó sobre su base, sino que se extendió a otros sectores sociales.

Desafíos venideros

Por la diferencia de votos es altamente probable que Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner sean los próximos presidente y vicepresidente respectivamente. Y acá se abrirán nuevos desafíos. Tal vez el principal sea la generación de un nuevo consenso social, que algunos llaman contrato social.

Durante el período que llamamos el giro a la izquierda en coincidencia con los gobiernos kirchneristas se generó un consenso posneoliberal acerca de la necesidad que el Estado interviniera sobre la vida social, y esto implicaba sostener una racionalidad diferente que la del mercado. Durante el Kirchnerismo se insistió mucho en la frase “el regreso del Estado”. La crisis de ese giro puso en duda la solidez de ese consenso posneoliberal. Ahora bien, discutir para qué queremos el Estado, cuáles son sus funciones y atribuciones no implica automáticamente un nuevo consenso neoliberal ni un cheque en blanco al gobierno para desarticular los mecanismos de integración social. Pero tampoco nos lleva directamente al acuerdo en torno a qué tipo de contrato social instituir. Esta es la discusión que se viene. Bienvenida la política.

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