31º Encuentro Nacional de Mujeres
Crónica urgente de tres días agitados en Rosario

Por Gabriela Mitidieri
(IIEGE-UBA)

“Si mujer no es más que una categoría vacía, por qué tengo miedo de caminar sola de noche? “

Laura Lee Downs [1]

 

¿Qué es un encuentro de mujeres? ¿Cuáles son los significados políticos que encierra? ¿Somos movimiento? ¿Somos algo más que infinita heterogeneidad, arco amplio que se traza entre el esencialismo y la disrrupción que intenta romper la categoría? Tal vez se trata de hacer el ejercicio de no universalizar la experiencia encuentrera. De proponer que a veces lo que nos vuelve cómplices, lo que nos hace reconocernos en tanto que mujeres dentro de un ENM es constatar que eso que somos, eso que han hecho de nosotras, es una suerte de vivencia afín. Esa sensación de la que habla la historiadora Laura Lee Downs, de apurar el paso al caminar de noche. De saber que nunca somos del todo dueñas de nuestro cuerpo o de nuestra sexualidad. Que frente a un otro que detenta privilegios nuestro esfuerzo muchas veces debe ser doble o triple. Que género, raza y clase se entraman para acotar a veces aún más nuestros márgenes de acción en el espacio público y en el mercado laboral.

Escribí hace poco que el ENM es uno y muchos, es el de las primeras veces y el de la rosca trasnochada. El de sentar posiciones y el de deconstruir certezas. El de la articulación en la que florecen proyectos políticos para desplegar a la vuelta. El de identidades que se fragmentan y se superponen: torta, trava, doña, madre, trabajadora, india, puta, campesina, estudiante.

Este breve texto no pretende dar cuenta de manera pormenorizada de todas las perspectivas que se dieron cita en Rosario. Pero sí compartir algunas impresiones que apuntan a que el debate continúe, a que se multipliquen los ánimos feministas con los que retornamos a nuestros devenires cotidianos.

Tallerismo

Sesenta y nueve fueron los talleres del listado oficial, más un puñado de autoconvocados. Junto con algunas compañeras decidimos participar en el de Mujeres y Trabajo Sexual, propuesto por AMMAR Nacional, porque se planteaba como uno de esos espacios en los que se enciende polémica, fuego cruzado abolicionista-reglamentarista, disputas que ponen de manifiesto la multiplicidad de líneas que cruzan el feminismo actual.

(Algo de inquietante tendría que horas más tarde, uno, dos, tres chongos en diferentes momentos nos gritaran “putas” con odio, con asco. Ocurriría mientras desconcentrábamos en manada para eludir posibles razzias policiales mientras hacíamos red con las que ya estaban en la catedral recibiendo balas de goma y gas. Porque parecía que ocupar la calle de la manera en que lo hicimos volvía a vulnerar los límites de lo que se esperaba de una buena mujer. Porque garantizar nuestros cuidados entre compañeras, dentro de la lógica de lo que una mujer es, de lo que puede, nos corría del eje moral delineado para nosotras. Así que, todas putas. Muy putas. Y/o también, lesbianas.)

Pese a la fantasía de debate polarizado, la comisión a la que entramos tuvo un clima bastante más amable que lo imaginábamos. Compañeras trabajadoras compartiendo experiencias, feministas que nos acercamos a escuchar, comentar, proponer. Interrogantes que no cerramos del todo pero que invitan a seguir la reflexión y a idear formas de articular políticamente: ¿cuáles son los límites y las ventajas de la reglamentación? Desacralizamos la sexualidad, pero ¿estamos dispuestas a que nuestro lugar en el mercado de los trabajos precarios feminizados sean prolongaciones de tareas de cuidado, de tareas que hacen las veces de amor? ¿Qué tabúes morales que aún no desarmamos continúan permeando las agendas antirrepresivas de nuestras izquierdas como para no tomar como propia la lucha cuerpo a cuerpo de las putas contra la policía que criminaliza, que extorsiona y hostiga? Si no pensamos que las paritarias, la demanda por derechos laborales sea reformista, ¿desde qué lugar es válido cuestionar la legítima intención de organización y lucha de las trabajadoras sexuales?

Foto: Lucía Cañaveral
Foto: Lucía Cañaveral

Visibilidad

El ENM es trabajo, coordinación, logística. Es recaudar plata de maneras creativas para costear un micro. Es cruzar dedos y encomendarse a alguna santa patrona pagana para que el susodicho micro esté ahí donde dijo estar para llevarnos y traernos. Y es también, por suerte, algún breve momento de ocio feminista. El sábado a la noche tuvo lugar una contundente marcha de visibilidad y orgullo lésbico. Con gloriosos cantitos preparados para la ocasión tales como el de “Macri no es puto, es liberal. Hacete cargo él es heterosexual”, o el hit “No soy amiga de tu mamá, somos lesbianas no paramos de garchar, olé olé olé olá.”. La deriva terminó en una plaza justo frente a la Catedral, con bandas tocando para nosotras. Mirando en retrospectiva, con el diario del lunes en la mano y conociendo los obstáculos digitados para que la marcha del día siguiente se mantuviera lejos de esa iglesia, bien hubiera estado improvisar ahí una quema alegórica de Monseñor Aguer de cartón, de Bergoglio de papel maché. Pero los cuerpos que quizás intuían el desgaste que iba a requerir la jornada del domingo fueron felices un rato nomás fundiéndose en pogos, cumbias, reggaetones, pellizcos alegres de quienes de repente se saben bailando un poco más libres.

Ni tuya ni yuta

Mujer no se nace, se hace, se deconstruye, se resignifica. Mujer bonita es la que lucha. Varón idem el que cuestiona sus privilegios. Etcétera. Meditaba los lemas mientras avanzaba con compas cis y trans, con maricas maquilladas, con mi aspecto de niño de 12 años a cuestas el domingo en la marcha general que va cerrando cada ENM. Y así y todo no podía dejar de pensar en las implicancias políticas de que hubiera columnas en esa marcha imponente, (“apoteótica”, leí en crónica amiga y amé) cuya seguridad era garantizada exclusivamente por compañeros varones. Una amiga escuchó sobre el ruido de las cuerpas multitudinarias marchantes a un muchacho de tupida barba, espetándole a su compañera lo perdidas que habrían estado si ellos no les gestionaban la posibilidad de lo seguro en Rosario. Probablemente el camarada, con quien tal vez incluso tenga algún que otro acuerdo político, no estaría al tanto de la cantidad de reuniones, instancias de coordinación, horas que le quitamos al sueño, al ocio y al taller ya durante el ENM para fabricarnos una seguridad entre compañeras, para que esa red de cuidados feministas tomara cuerpo durante la marcha. Jamás sabrá de la potencia que se construye cuando nos sostenemos entre nosotras y de paso desafiamos roles de género preestablecidos.

Foto: Florencia Urosevich
Foto: Florencia Urosevich

Represión y después

La heterogeneidad del movimiento de mujeres, feminista y de la disidencia sexual que confluyó esos tres días tuvo algunos buenos puntos de contacto y consenso. Uno de ellos fue la convicción de que después de Mar del Plata, de la represión salvaje que cerró el 30º ENM, las fuerzas represivas no nos iban a tomar por sorpresa. Y ya fueran grandes intentos de coordinación entre organizaciones o mapas que circulaban de mano en mano con datos sobre operativo policial, comisarías, hospitales, todo envolviendo limones y pañuelos, logramos sistematizar estrategias de autocuidado.

Sin embargo, resulta preocupante, y se enmarca en una coyuntura hostil para los movimientos sociales en general, que comience a naturalizarse la violencia institucional como corolario lógico del Encuentro. Una casi absoluta falta de cobertura periodística sobre la dimensión política del intercambio en talleres, sobre la magnitud de la convocatoria contrastó en estos días con la multiplicación de imágenes sobre la aparente violencia simbólica que traslucen nuestros graffittis en las paredes rosarinas. En estos discursos se refuerza la idea peligrosa de que estampar pintada en una pared con consignas feministas o tomar las calles demandando aborto legal, justifica que el gobierno provincial con connivencia del nacional redireccione sus fuerzas de seguridad -que ya de por sí militarizan las barriadas populares rosarinas arguyendo luchar contra el narcotráfico- sobre 120 mil compañeras.

Una vez le oí decir a Mabel Bellucci que una de las primeras cosas que nos expropian para que seamos mujeres hechas y derechas es la capacidad de ejercer y devolver violencia. De defendernos.

Mientras ocurría el Encuentro, Lucía Pérez de 16 años era violada y asesinada en Mar del Plata. Un mes antes, una razzia policial en La Plata descargaba toda su impunidad sobre 25 compañeras travestis, vejadas, vulneradas en sus derechos e identidad. Por esos días también el diputado del PO Gabriel Solano insistía en que el cupo femenino era un verso reformista.

Este ENM, cada ENM, es una instancia de aprendizaje colectivo. Es tramar estrategias para reapropiarnos de aquello que nos negaron. Es volver con herramientas para despatriarcalizar nuestras organizaciones, nuestros espacios de trabajo, nuestras casas y nuestras camas. Es mariconear y lesbianizar los horizontes emancipatorios que tratamos de prefigurar.

Son necesarios los balances críticos, que no todo es éxito de pañuelo verde y selfie empoderada. Pero acá estamos. Y volvimos con un montón de envión.

 

[1]    Traducción de fragmento del título de un artículo de la historiadora Laura Lee Downs: If “Woman” is Just an Empty Category, Then Why Am I Afraid to Walk Alone al Night? Identity Politics Meets the Postmodern Subject. Comparative Studies in Society and History, Vol. 35, Nº2 (Apr, 1993), pp.414-437

Foto de portada: Julieta Oxman

 

Comentarios:

3 comentario en “31º Encuentro Nacional de Mujeres
Crónica urgente de tres días agitados en Rosario
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  1. “Si mujer no es más que una categoría vacía, por qué tengo miedo de caminar sola de noche? “
    Me animo a contestar que es porque la mayoría de los varones se dejan manejar por sus instintos más bajos, lo único que ven son tetas, culos y siempre tratan de acostarse con cualquier mujer que se les cruce. No evolucionan, es la historia de la humanidad, no avanzan como seres humanos. Y te lo dice una de 71 años que ha pasado por todo eso y camina y ve las miradas depredadoras a las jóvenes todo el tiempo. No importa la edad, desde los de 14 hasta los de 90 miran con “hambre”, ni siquiera con admiración.

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