Jaqcues Derrida: 90 años
Deconstrucción

Por Emmanuel Biset 

…cenizas de espejo.  

Edmond Jabès 

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Hace algunos años, impulsada por el feminismo, la palabra deconstrucción ha empezado a ser de uso corriente. Se escucha en los medios, se usa en las redes, aparece en las conversaciones, se trabaja en clases. Varias décadas después de su surgimiento en el ámbito de la teoría francesa vinculada a mayo del 68, parece que la palabra ha adquirido ciudadanía política. En su momento, fue una aparición no premeditada en ciertos textos de Jacques Derrida. Con el tiempo, fue el nombre que adquirió su propuesta teórica para diferenciarla de otros pensadores cercanos como Michel Foucault, Gilles Deleuze o Jacques Lacan. 

Sin embargo, los usos públicos de una palabra nunca pueden ser regulados por una teoría. Ante el espanto de académicos que reclaman usos correctos, que juzgan aquí y allá la pertinencia de un lenguaje, las palabras se escapan. Siempre. Y hoy la deconstrucción, quizás porque insinúa un sentido no del todo claro, es ante todo el nombre de una potencia política. Los guardianes de la tradición siempre están preocupados, siempre amigos de juzgar, siempre buscando regular. Felizmente las palabras –el espesor de la lengua– escapan. 

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Deconstrucción: una lectura. La deconstrucción fue por mucho tiempo, y lo sigue siendo, un modo de entender en la academia eso que se llama lectura. Una teoría de la lectura, ante todo para uso de los críticos literarios. Pero la lectura no se circunscribe a una institución ni a una disciplina. Leer no significa estar alfabetizado, comprender un texto, poder reconstruir el sentido de un libro. Significa algo más difícil: una tarea que inscribe la diferencia entre una estructura y una singularidad. Estamos atravesados por múltiples capas de sentidos y ausencias de sentido, por lenguas que nos hablan antes de nacer y por silencios que huyen, por estructuras que establecen jerarquías de clases, de géneros, de razas. Y, a pesar de ello, es posible una diferencia, un hiato entre todo eso y una singularidad que emerge. 

No es una singularidad evidente, algo que aparezca inmediatamente como individuo excepcional, sino que es algo a trabajar. Una lectura trabaja lentamente para que emerja esa singularidad. O si se quiere: si asumimos que una tradición, una cultura, una lengua, una sociedad, lo que sea, nos moldea desde que nacemos instituyendo jerarquías, formas violentas, desigualdades y exclusiones, sólo queda un lento trabajo para que otra cosa sea posible, que sea posible lo posible. La deconstrucción es entonces una lucha violenta contra las violencias. Es imposible de detener, por eso infinita. Es imposible de escapar, por eso un fracaso. La singularidad de una lectura surge de un trabajo infinito que fracasa. 

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Deconstrucción: una política. Con la palabra política posiblemente pase como con aquellas que son muy cercanas: la usamos todo el tiempo pero si tenemos que definirla se nos escapa. ¿Qué es política? ¿Qué no lo es? El primer gesto de la deconstrucción es un trabajo para desactivar los sentidos dados de la política. La práctica política, las instituciones existentes, las teorías que circulan, siempre suponen cierto sentido de lo que es política y lo que no es política. Sobre eso hay que trabajar: destituir los sentidos comunes que delimitan un significado de política. Un sentido común que muchas veces define la política desde la definición de un nosotros, un cierto humanismo, que establece límites claros con alteridades deshumanizadas. Destituir ese nosotros, la mismidad que se repliega sobre sí, es un camino hacia otra definición de política. 

El segundo gesto de la deconstrucción consiste en producir una intervención práctica en las instituciones, dislocar un ordenamiento, para que algo acontezca: una apertura radical a lo que (o a quien) viene. La deconstrucción se asume como una intervención que busca producir algo, que se aventura para producir una apertura, y por ello siempre es estratégica. Siempre trabajar, al mismo tiempo, en la deconstrucción de la política generando políticas de la deconstrucción. Porque, al fin y al cabo, la política no existe. Existen procesos de politización o procesos de despolitización. Deconstrucción: una práctica que trabaja sobre el límite entre politizar y despolitizar. O mejor, interviene en cada situación sobre ese límite para cuestionar las fronteras de exclusión de un otro. 

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El espejo, ya se ha dicho, es un invento horroroso. A veces se piensa que eso se debe a que aloja un mundo infinito vedado para nosotros. Quizás se pueda decir otra cosa: lo inaceptable no es lo que refleja sino la idea de vernos reflejados. Uno mismo con uno mismo con uno mismo. Un mundo espejo. Un mundo humano para un nosotros siempre reducido. Y los espejos, como el mundo, nunca se detienen: hay que volverlos ceniza. La deconstrucción es un modo de ayudar al fin del mundo. De este mundo. Y entonces trabajar para abrir otros mundos: mundos alojados en la deconstrucción de los límites jerárquicos con existentes humanos y existentes no-humanos. La deconstrucción, esa palabra, ha empezado a tener fuerza política. Pero esto recién empieza: aloja un abismo que no se detiene. 

El fin del mundo. Incinerar el espejo. 

 


Emmanuel Biset es Investigador del CONICET y Profesor de la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina). Dirige el Programa de Estudios en Teoría Política del CIECS (CONICET-UNC). Su investigación actual se ocupa del pensamiento político posfundacional, específicamente, de los aportes de la deconstrucción. Ha publicado los libros: Violencia, justicia y política. Una lectura de Jacques Derrida y El signo y la hiedra. Escritos sobre Jacques Derrida. Ha compilado junto a Ana Paula Penchazsadeh los libros Derrida político y Soberanías en deconstrucción. 


 

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