Por Leandro Morgenfeld
(UBA-CONICET)
Tras dos décadas y media de existencia, y múltiples idas y vueltas, el Mercosur está a la deriva. Su origen se remonta a los años de transición luego de las dictaduras militares. Desde la aproximación entre el presidente argentino Raúl Alfonsín y el brasileño José Sarney, se reflotaron los viejos anhelos sudamericanos de integración y se firmó, en noviembre de 1985, la “Declaración de Iguazú”, que sería la piedra fundamental del Mercosur. Luego se avanzó a través de distintos acuerdos hasta que, en marzo de 1991, los mandatarios de Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay firmaron el Tratado de Asunción.
A pesar de su potencialidad, varios fueron los obstáculos que impidieron la profundización de la integración vía Mercosur: la vulnerabilidad externa de Brasil y Argentina (ambas naciones fuertemente endeudadas y sometidas a constantes incursiones por parte de los fondos especulativos volátiles), las disputas comerciales (en distintos rubros como automotores, “línea blanca”, textiles, arroz, etc.), la política exterior impulsada por el gobierno de Menem, que dejaba en segundo lugar la integración latinoamericana, y una concepción estrechamente comercialista y al servicio de las multinacionales, sin una perspectiva siquiera más amplia del desarrollo en el mediano y largo plazo. Puesto en funcionamiento en los años noventa, cuando predominaba el Consenso de Washington, se enmarcó en el “realismo periférico” y el “regionalismo abierto” y fue presa de las concepciones neoliberales imperantes.
La teoría que sustentó el Mercosur fue de carácter estrictamente comercialista, ya que éste fue concebido como un trampolín para la apertura de una economía exodirigida -focalizada en la producción de commodities para el mercado externo-, en función de los intereses de las fracciones más concentradas de las burguesías locales que abandonaron el viejo modelo de sustitución de importaciones.
Aún en el nuevo contexto latinoamericano del siglo XXI, cuando cambió la correlación de fuerzas políticas en la región, el Mercosur no logró cambiar las bases sobre las que se construyó, ni superar los límites y debilidades iniciales, por lo cual permanentemente se vio sometido a crisis entre sus socios mayores, y también a amenazas de sus socios menores de abandonar el bloque.
Esta realidad muestra las dificultades, por ejemplo, para establecer un “Mercosur social”, promovido por algunas organizaciones populares que entienden que ese bloque puede constituirse en una plataforma para revertir las políticas neoliberales de las últimas décadas.
Pese a haber incorporado nuevos actores a través del Foro Consultivo Económico y Social (FCES) y la Comisión Parlamentaria Conjunta (CPC) -antecedente del actual Parlamento del Mercosur (conocido como Parlasur)-, este bloque no tiene legitimidad social y su desarrollo no provocó hasta ahora una mejora de las condiciones para avanzar en políticas anti-imperialistas, y mucho menos anti-capitalistas. Ni el relanzamiento que plantearon Luiz Inácio Lula da Silva y Néstor Kirchner en 2003, tras firmar el “Consenso de Buenos Aires”, ni la integración de Venezuela en 2012 -que sólo pudo materializarse a partir de la suspensión de Paraguay, cuyo Senado se oponía-, significaron una reversión clara de las tendencias descritas.
El proceso del Mercosur muestra las limitaciones de una concepción de la integración básicamente comercialista y al servicio de los capitales más concentrados de la región. Tampoco logró atemperar las profundas asimetrías entre sus países miembros. Sin embargo, fue una herramienta para derrotar el proyecto del ALCA (el bloque impuso a Estados Unidos las negociaciones conjuntas) y, con la incorporación de Venezuela, y el interés manifiesto de Bolivia y Ecuador por pasar a ser miembros plenos, podría tener un rol distinto en la región. Tuvo una posición contundente al suspender a Paraguay, tras el golpe parlamentario que destituyó a Fernando Lugo, y operó en los hechos como un freno a las tendencias de ciertos sectores que en Paraguay y Uruguay alentaban un Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos.
Sin embargo, el estancamiento y crisis económica que afectan a la región en el último lustro, más la desaparición de Chávez, impulsor de una integración alternativa, de carácter bolivariano, paralizó al bloque y potenció las tendencias centrífugas. El proceso de asociación vía Mercosur debe enfrentar no sólo las presiones balcanizadoras de las potencias (divide y reinarás), sino también las posiciones aperturistas de parte de las clases dominantes locales. En esta línea, Estados Unidos alentó los TLC bilaterales y en febrero de este año logró que tres países latinoamericanos -México, Perú y Chile- firmaran el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (conocido como TPP).
En Brasil, por ejemplo, la caída del superávit comercial en 2013 llevó a los sectores liberales a insistir en la idea de abandonar la asociación con la Argentina y negociar en soledad un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea. Tabaré Vázquez, tras volver a la presidencia en Uruguay, volvió a manifestarse a favor de un acercamiento a Washington. El nuevo gobierno colorado en Paraguay al principio puso en duda si iba a volver a incorporarse al bloque y pretendió imponerle condiciones. Hoy, con un ensañamiento que parece una venganza, encabeza la ofensiva contra Caracas. La asunción de Macri en la Argentina, que despliega una política exterior antichavista, profundizó el giro político en el bloque. Sumó al país como observador a la Alianza del Pacífico, desestimó organismos regionales como la UNASUR y la CELAC –en enero faltó a la cumbre anual de mandatarios en Quito, aduciendo un problema en su costilla, cuando horas antes había participado en el Foro Económica de Davos, en Europa-, y pretende que el MERCOSUR sea la vía para concretar prontamente un acuerdo de asociación económica con la Unión Europea (el presidente argentino realizó recientemente una gira por Francia, Bélgica y Alemania para intentar destrabar las negociaciones). La aprobación del impeachment contra Dilma Rousseff en Brasil, y la asunción del interino Michel Temer terminó de consolidar la restauración conservadora regional. El canciller José Serra es un fiel exponente de quienes quieren debilitar o abandonar el MERCOSUR, entre ellos algunos exponentes de la FIESP, la poderosa corporación que reúne a los industriales paulistas.
La actual crisis expone como nunca antes las tensiones del bloque y amenaza con producir una fractura irreversible. El 29 de julio, el gobierno uruguayo, respetando la institucionalidad del bloque, dio por terminada su presidencia pro témpore. Los gobiernos de Argentina, Brasil y Paraguay querían evitar que asumiera Caracas y presionaron a Tabaré Vázquez para que extendiera su mandato. Mientras que Paraguay esgrimió argumentos políticos, señalando que como en el país caribeño había presos políticos, eso lo inhabilitaba para estar al frente del Mercosur, el gobierno uruguayo señaló que la única forma de prohibir a Venezuela ejercer su derecho era aplicándole la “Carta Democrática”. La negativa de Montevideo a plegarse al golpe institucional complicó los planes de la derecha regional.
Tras la informal reunión de Cartes, Temer y Macri en Rio de Janeiro, el 5 de agosto, en el marco de la apertura de los Juegos Olímpicos, se cambiaron los argumentos para bloquear a Venezuela: se señaló que Caracas había incumplido con la adecuación a la normativa del bloque, requerida para ser miembro pleno, y que tendría hasta el 12 de agosto para cumplimentarla. La aguerrida canciller venezolana, Delcy Rodriguez, denunció esta maniobra como un intento de golpe al derecho de su país de ejercer la presidencia rotativa del bloque. A través de un comunicado, emitido el 15 de agosto, el gobierno de Maduro señaló que “Venezuela denuncia ante la comunidad internacional la persistencia de estos gobiernos [Paraguay, Brasil y Argentina] en vulnerar los tratados constitutivos del Mercosur, haciendo prevalecer sus preferencias políticas e ideológicas neoliberales sobre los genuinos intereses de los pueblos”. En el mismo, desbarató los argumentos: “Venezuela, en este corto tiempo, no sólo ha incorporado gran parte del compendio normativo del Mercosur a su fuero interno, sino que ha incluso igualado, y en la mayoría de los casos superado, a Estados partes que estando desde el inicio de la fundación del Mercosur no han internalizado todo su acervo normativo”.[I]
Una semana más tarde, el martes 23 de agosto, se reunieron, en Montevideo, sede del Mercosur, representantes de lo que Maduro denominó la “Triple Alianza” neoliberal, para intentar convencer a Uruguay de que participara en una presidencia colegiada del bloque. Uruguay se opone a esta salida y participó, al día siguiente, de la reunión convocada por Venezuela en ejercicio de la presidencia rotativa, a la que también asistió la representación boliviana. El bloque, en los hechos, está fracturado. El viernes 12 de agosto se reunió la Mesa Directiva del Parlasur para intentar salir de la encerrona. Allí su presidente, el ex canciller argentino Jorge Taiana, preguntó: “¿A quiénes les interesa destruir el Mercosur? Lo que está detrás de esto es que algunos están en contra de la integración. Por ejemplo, es obvio que Serra quiere destruir el bloque. Él mismo dijo que el Mercosur tiene que dejar de ser un proyecto de mercado común y que tiene que ser una zona de libre comercio. Si no hay mercado en común se acaba el proyecto en conjunto. No tiene sentido ni siquiera tener un Parlamento de una zona de libre comercio”.[II]
El trasfondo de la puja por la presidencia del bloque es la creciente presión para “flexibilizar” el bloque, eliminando el arancel externo común y permitiendo a cualquiera de sus integrantes que firme acuerdos de libre comercio con miembros externos. Esto es funcional a la ofensiva de Estados Unidos por expandir el TPP -limitando la competencia china y la capacidad de los estados de establecer regulaciones- y de algunos sectores de la Unión Europea, que quieren acceder con mayores facilidades a la región. Además, se quiere aislar a Venezuela, para provocar una caída del chavismo y consolidar la restauración conservadora en todo el continente.
Si bien en los últimos años el Mercosur se vio jalonado por diversas crisis, hoy se encuentra ante un desafío mayor, en tanto su propia supervivencia está en juego. Para superarlo, es preciso evitar que se reimplante la lógica noventista, en la que primaba una visión de la integración limitada a los acuerdos comerciales y orientada por las multinacionales instaladas en la región. Enfrentar las tendencias a establecer acuerdos en función de los intereses de los capitales más concentrados de las grandes potencias requiere desplegar una estrategia que tenga como norte la consolidación de una unión latinoamericana que exceda los acuerdos meramente comerciales y los proyectos enarbolados por las burguesías locales. Las fuerzas populares, en América Latina, se aprestan para resistir la ofensiva imperial, los acuerdos de libre comercio y los ataques contra los derechos e intereses de las clases populares. La suerte del Mercosur dependerá de cómo se resuelva la disputa económica, política, social e ideológica que hoy se despliega en la región.
[I]La Nación, 16 de agosto de 2016.
[II]Página/12, 14 de agosto de 2016.
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El Mercosur a la deriva”Agregar comentario →