PASO 2023
El misterio del Ministerio de Capital Humano

Por Iván Gabriel Dalmau

Una de las propuestas del programa presidencial de La Libertad Avanza es la concentración de las áreas de salud, educación y empleo en el Ministerio de Capital Humano, al que se le agregarían Familia y Niñez. Iván Dalmau revisa la racionalidad de gobierno en la que se inscribe la teoría del capital humano, que pretender leer todas nuestras acciones -incluso las familiares, sanitarias y educacionales- en términos de inversiones para alcanzar beneficios y para responsabilizarnos de los fracasos.  

 

Punto de partida

“El elemento más importante para explicar el crecimiento económico es el capital humano. El capital humano tiene dos dimensiones… Tiene lo que es la dimensión educación y la dimensión alimentación”[1].

Javier Milei

 

Dentro del abanico de propuestas que componen el programa de La Libertad Avanza, se destaca la creación del Ministerio de Capital Humano que absorbería las carteras de Salud, Educación y Empleo e incorporaría un área dedicada a Niñez y Familia. En caso de resultar electo presidente, el candidato anticipó que dicha cartera quedaría en manos de Sandra Pettovello, licenciada en Ciencias de la Familia egresada de la Universidad Austral -vinculada al Opus Dei-. Al respecto, viene al caso señalar que, tal como consta en su sitio personal, la licenciada ofrece servicios tales como la “gestión emocional”[2]. Resulta ostensible que la consideración de la educación y la alimentación como aspectos formativos del capital humano y el abordaje de “las emociones” como algo a “gestionar” constituyen una cadena, una trama. Es decir, si “lo humano” constituye un capital, resulta razonable abordar los problemas que lo aquejan bajo la lógica empresarial de la “gestión”. Asimismo, la vinculación que Milei establece entre capital humano y crecimiento económico permite entender que dentro de la órbita del citado Ministerio se ubique un área dedicada al trabajo.

Ahora bien, la pregunta sería: ¿cuál es la grilla de inteligibilidad mediante la que se articula esta forma de problematización de “lo humano” y se configura la racionalidad política sobre la que se asienta el programa mencionado? Como bien lo destacara Pablo Méndez[3], en el discurso articulado por Milei resuenan, entre otros, los desarrollos de la teoría del capital humano elaborados a partir de los años sesenta del siglo pasado en el seno de la Escuela de Chicago por parte de Gary Becker, Premio Nobel de Economía en el año 1992. Discurso que, en su contexto de surgimiento, apuntaba estratégicamente a horadar las conquistas de la clase obrera organizada, articuladas en torno al denominado Estado de Bienestar de la segunda posguerra y que, junto al monetarismo de Milton Friedman (también miembro de la Escuela de Chicago), articularían la agenda programática de las políticas implementadas tras el ascenso de Ronald Reagan en 1981, cuyo objetivo sería el desmantelamiento de la articulación entre la planificación económica de cuño keynesiano y las políticas de distribución progresiva del ingreso. Cuestión que, como lo mostrara el economista francés Thomas Piketty, se tradujo en un brutal aumento de la desigualdad que persiste hasta la actualidad, pasando la riqueza concentrada por el decil superior de menos del 35% en la década de 1970 a tender al 50% en la década de 2000-2010[4].

Habida cuenta del interrogante previamente explicitado, no nos proponemos reconstruir en un registro sociológico la historia de la implementación de las políticas de orientación neoliberal –sea en Estados Unidos o en América latina– sino que, por el contrario, buscaremos revisar la denominada teoría del capital humano en tanto contribuye a perfilar una determinada racionalidad de gobierno. Por lo tanto, realizaremos una reconstrucción a partir de la analítica foucaultiana de la gubernamentalidad neoliberal[5], lo que presupone tomar como punto de partida que dicho encuadre no se preocupa por dar cuenta de cómo los gobiernos han gobernado, sino acerca de cómo se ha reflexionado respecto de la práctica de gobierno. Dado que, desde el enfoque foucaultiano, la gubernamentalidad neoliberal funciona como grilla de inteligibilidad y método de programación, consideramos que la crítica en perspectiva gubernamental resulta pertinente en tanto evita la objeción que los (neo)liberales suelen blandir ante la crítica socio-histórica. Esto es, la estratagema que consiste en responder al señalamiento de que las políticas neoliberales generan un deterioro de las condiciones de vida de los sectores populares mediante planteos tales como “falló la aplicación del modelo… ese gobierno no fue suficientemente liberal…la pesada herencia y la falta de confianza por temor a que vuelva el populismo fueron las causas del fracaso, etc.…”.

Problematizar la teoría del capital humano en perspectiva gubernamental

Siguiendo la reconstrucción propuesta por Michel Foucault, la teoría del capital humano desarrollada por la Escuela de Chicago se configura a partir de la definición del capital como “aquello que produce un beneficio”, en el contexto de “asignación de recursos limitados hacia fines mutuamente excluyentes”. En el seno de dicho discurso, el “capital humano”, en tanto objeto, se constituye en torno a una serie de capacidades físicas e intelectuales vinculadas a la “productividad” y al savoir-faire, atravesadas por la tensión entre “lo innato y lo adquirido”. De este modo, la “grilla de análisis económico” es aplicada a la totalidad de las prácticas sociales, o sea incluso a aquellos comportamientos considerados “habitualmente” como “no económicos”; puesto que, desde este enfoque, todas las acciones pueden ser leídas en términos económicos ya que implican la asignación de recursos limitados hacia fines mutuamente excluyentes. Así, desde la educación y las relaciones familiares, hasta la dieta y el acceso a la salud, serán problematizadas en términos de “inversiones en capital humano”.

En dicho marco, el análisis económico se propone abordar el modo en que las conductas de los individuos responden de manera sistemática a las transformaciones de las variables del medio. Por lo tanto, resulta analizable en términos económicos cualquier conducta que se deje “afectar por la realidad”. En consecuencia, la contracara de que la racionalidad económica sea problematizada como el modo adecuado y sistemático de responder a las transformaciones de las variables del medio es que el blanco del ejercicio del gobierno se tornará eminentemente gobernable, justamente, a través de las intervenciones “esclarecidas” sobre el juego entre dichas variables. Desde esta perspectiva, el trabajador en tanto capital humano no es más que un flujo de ingresos y el consumidor es, simplemente, un productor que invierte en la producción de su propia satisfacción. Dependiendo de sí mismo en tanto capital humano, el trabajador invertirá libremente su capital en pos de valorizarse. Por supuesto, como todo capital, está sometido a la competencia y expuesto al riesgo del deterioro, la pérdida de competitividad y la obsolescencia. Es tan libre para elegir como responsable de los efectos de sus elecciones. ¿Acaso quien invierte un capital puede desconocer que existe el riesgo de la pérdida e, incluso, de la bancarrota?

A modo de ejemplo, a partir de esta grilla podría señalarse que si alguien invierte su tiempo trabajando en un rubro que depende de la vigencia de un régimen de promoción industrial, en caso de que la política económica cambie y ese régimen sea desmantelado, el/a eventual trabajador/a se encuentra desocupado/a como resultado, en parte, de su propia decisión. Puesto que, al elegir invertir su tiempo a cambio de una renta bajo la forma salario dentro de ese rubro, debió prever en su estimación de riesgos que el desempleo era una opción probable. Por ende, si así y todo antepuso la comodidad, el gusto o el ingreso relativamente alto que recibía al invertir su tiempo en dicha actividad, nadie puede cuestionarlo pero, sobre todo, ante nadie puede quejarse. Si entre sus aptitudes emocionales ha desarrollado la flexibilidad y la resiliencia, se “reinventará”, como corresponde a toda empresa que pretende seguir compitiendo en un mercado en constante cambio, y si en su “capital mental” no dispone de dichas aptitudes seguirá siendo libre de invertir como mejor le parezca. Si el dinamismo del mercado y su incapacidad para adaptarse llevan a la persona a ser incapaz de “gestionar sus emociones” y es asaltada/o por la ansiedad, la angustia y la depresión, con los medios de que disponga podrá invertir, en tanto consumidor, en producirse satisfacciones a modo de contrapeso de su desazón. En la medida en que no perjudique a terceros y no implique un gasto para el Estado, nadie podrá objetar si invierte en producir su satisfacción mediante el consumo excesivo – ¿según quién?, ¿según el adoctrinamiento moral propalado por la enseñanza que recibe la casta médica y psicológica? – de alcohol, psicofármacos o drogas ilegales. Quizás, si el Estado le permitiera disponer en absoluta libertad de su capital podría desprenderse, como hacen las empresas, de parte de éste, y hubiera podido disponer de fondos frescos, sea para invertir en su renovación o, al menos, para contar con un mayor colchón de fondos para producir su satisfacción mediante el consumo y ahuyentar la depresión. En definitiva, como lo ha mencionado recientemente el candidato presidencial, si quiere aspirar cocaína hasta la muerte no sólo es libre de hacerlo[6] – y el Estado no debe meterse – sino que, inclusive, desde esta perspectiva cabe señalar que no se encuentra en una situación en la que le cuesta “gestionar sus emociones” por falta de presencia estatal en términos de salud pública, sino por un estatismo excesivo que coarta su libertad y le impide disponer plenamente de su capital… no se puede vivir sumido en la depresión constante, pero sí se puede con un riñón menos…

En lo que a las relaciones familiares respecta, los trabajos de Becker analizan la formación de una pareja, el contrato matrimonial, el tiempo que los padres le dedican a sus hijos y el tamaño de la unidad familiar como elecciones que se basan en un cálculo de costo-beneficio. Por lo tanto, frente al discurso de fines del siglo XIX que –imbuido por el encuadre eugenésico– denunciaba el “suicidio de las elites” que se produciría como fruto de la reducción en la tasa de natalidad de la “población deseable”, la teoría del capital humano permitiría captar la racionalidad que se encuentra por detrás de dicha cuestión. Debido a que, cuanto más numerosa sea una familia, menos tiempo dispensarán los padres al cuidado de cada hijo y, en consecuencia, menor será la inversión en capital humano que realicen respecto de cada una de las personas. Una familia de altos ingresos, es decir una familia con “capital humano elevado”, tenderá a tener pocos hijos para garantizar una elevada transmisión de capital humano (que involucra inversión financiera y de tiempo por parte de los padres). Asimismo, respecto del vínculo madre-hijo, la teoría del capital humano lo problematiza en términos de que los cuidados que la madre dispensa a su hija/o constituyen una inversión cuantificable (a partir de la variable tiempo) dirigida a la obtención de un beneficio, sea afectivo o económico (por como podrá valorizarse dicha/o hija/o, en tanto capital, cuando salga a competir al mercado laboral). La salud, la educación y la capacidad de generación de ingresos en un futuro es fruto de las inversiones realizadas en el seno de la unidad familiar, a tono con la composición del Ministerio de Capital Humano proyectado por Milei. Quizás, justamente, el lugar táctico asignado al dispositivo familiar dentro de la lógica de la responsabilización individual posibilite captar la articulación estratégica en que se basa la paradoja de la (ultra)derecha: logra señalar como “conservador” y “dogmático/autoritario” todo lo que se opone a su agenda de reformas pero, al mismo tiempo, promueve un discurso “familiarista” que le permite sintonizar con el conservadurismo de cierto sector del catolicismo y, sobre todo, con el evangelismo creciente dentro de los sectores populares.

Por otro lado, cabe recordar que, como bien lo destacara Michel Foucault, en paralelo a su aplicación como grilla de inteligibilidad de la totalidad de las prácticas sociales, la teoría del capital humano da lugar a la constitución de una suerte de “tribunal económico permanente” ante las acciones gubernamentales. De este modo, dicho enfoque habilitará el ejercicio cínico de una crítica mercantil opuesta a la acción del poder público. Frente al principio liberal clásico del laissez-faire, que mandaba a que el gobierno se limitara y “dejara hacer al mercado”, el neoliberalismo ejercerá una forma de crítica basada en el ne-pas-laissez-faire – “no dejar hacer” – al gobierno[7]. Cualquier programa político que se corra del enfoque neoliberal y proponga, por ejemplo, planificar la actividad económica y reducir la desigualdad, será objetado como “carente de sentido” (al promover políticas contrapuestas a las “intervenciones esclarecidas”), en tanto pretende objetivos y propone medidas que exceden las capacidades de los gobiernos y terminan resultando contraproducentes, además de injustas. Ya que redistribuir el ingreso no es más que “castigar al exitoso” y desalentar la inversión. Si bajo el lema de la justicia social, ante cada necesidad se reconoce un derecho, el Estado se transforma en un elefante que asfixia a los impulsores del crecimiento económico, al atentar contra la propiedad privada del exitoso que carga en sus espaldas la cuenta de esos presuntos derechos.

 Palabras finales: ¿se viene el juego del calamar?

A partir de la reconstrucción propuesta, quisiéramos puntualizar lo siguiente. El programa de un gobierno ambiental, es decir un gobierno centrado en el control de las variables del medio, que apunta a conducir las conductas en tanto los blancos del ejercicio del poder se dejen “afectar por la realidad”, no implica una forma de “poder suave” y esto no se debe meramente a que sabemos de sobra que “sin represión, no hay ajuste”. El gobierno medioambiental propuesto por los neoliberales bien podría ser ilustrado mediante la metáfora del juego del calamar. Esa serie de Netflix en la que tras descubrir en qué consiste el juego –básicamente las personas participantes pasan por distintas etapas en las que se encuentran expuestas a la muerte violenta hasta que, finalmente, una sola quede viva y gane el millonario premio– las/os jugadora/es deciden “democráticamente” detenerlo y volver con sus vidas. Al salir del juego y confrontarse nuevamente con sus vidas precarizadas, vacías, sin horizonte de salida, cada una de las personas va decidiendo libremente volver. Ante la muerte en vida a que las condena la situación de marginalidad que constituye su realidad, deviene razonable volver al juego…

El gobierno ambiental es el que interviene sobre el medio y crea las condiciones, socioeconómicas y jurídicas, para la desproletarización de la fuerza de trabajo y la promoción de su reconfiguración en clave empresarial, teniendo al monotributista como figura paradigmática. En ese sentido, volviendo sobre el interrogante que hemos colocado en el subtítulo de este último apartado, cabría señalar que la respuesta es doble: “no y sí”. No, en tanto el nivel de marginalidad en que se encuentran gran parte de los sectores populares implica que “el juego del calamar” no es meramente un fantasma que se asoma en el horizonte, sino algo que envuelve su presente y su pasado reciente. Sí, para parte de la población que aún goza de las conquistas en materia de legislación laboral que datan del primer peronismo. En la medida en que el pensamiento político no logre desarticular las mallas de la racionalidad neoliberal y, como contracara de ello, habilite el ejercicio de la soberanía económica, no hay perspectiva de que la democracia se reencamine hacia la justicia social (impensable en una sociedad que no recupere el objetivo del pleno empleo). En contraposición, la racionalidad neoliberal hegemónica constriñe el orden de lo posible a nivel de la agenda política, de modo tal que la democracia –en tanto gobierno del pueblo– resulta vaciada de sentido y reducida a un mero formalismo electoral. En lugar de la conquista democrática de la igualad concreta, se impone la mera igualdad formal ante la ley. En dicho marco, parecería que la justicia no se alcanza con la extensión de derechos laborales hacia aquellos que se encuentran privados de ellos, sino haciendo que los que aún los conservan, los pierdan. Puede decirse, entonces, que la comprensible bronca de quienes se encuentran marginalizados es articulada reactivamente en torno al supuesto “combate a la casta”. Así, se consuma la utopía neoliberal de fragmentar a los sectores populares, haciendo pie en las penurias de las personas desproletarizadas para terminar de destruir las condiciones de vida de las/os trabajadoras/es formales.

 

 


Iván Gabriel Dalmau es Licenciado en Filosofía (UBA), licenciado y profesor en Sociología (UBA), doctor Ciencias Sociales (UBA) y posdoctorado en Ciencias Sociales (UBA). Investigador Asistente del CONICET (radicado en el IIGG-FSoC-UBA). Su línea de investigación se centra en la indagación de los alcances y las potencialidades de la crítica foucaultiana del neoliberalismo en tanto racionalidad de gobierno.

 


[1] https://www.youtube.com/watch?v=d4A6p7JpoQA&t=11s

[2] https://licpettovello.com/index.php/servicios-sandra-pettovello/

[3] http://revistabordes.unpaz.edu.ar/milei-y-la-batalla-por-las-ideas/

[4] Piketty, Th. (2013), Le Capital au XXIe siècle, Paris, Éditions SEUIL, p. 391.

[5] Foucault, F. (2004), Naissance de la biopolitique. Cours au Collège de France. 1978-79, Paris, Éditions Gallimard SEUIL.

[6] https://www.politicargentina.com/notas/202308/52828-milei-mosto-su-postura-en-salud-mental-si-vos-te-queres-suicidar-no-tengo-problema.html

[7] Foucault, F. (2004), Naissance de la biopolitique. Cours au Collège de France. 1978-79, op. cit., pp. 252-253.

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