Dossier especial 2001
El sentido de lo político. A 20 años del 2001

Por Camila Cuello

Pero en la página escrita, un paisaje no es un paisaje

sino la textura de las palabras con que se lo nombra,

el universo que esas palabras crean

 

Los llanos, Federico Falco.

 

“¿Qué finaliza y qué comienza en diciembre de 2001? ¿Cómo pensar las transformaciones de la política que las manifestaciones del 19 y 20 pusieron en marcha? ¿Cuáles son las huellas de esta ruptura?”, estas son las preguntas que aborda en este texto Camila Cuello, profesora e investigadora de la Universidad Nacional de General Sarmiento y autora de ¡Qué se vayan todos! El sentido político de las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre de 2001 (UNGS, 2021). Para Cuello, 2001 significó una mutación de la política en relación al espacio público como espacio de conflicto y aparición de nuevos actores y actrices. Esta disputa por el espacio, nos dice la autora, debe entenderse en su doble dimensión, “como espacio físico pero también como dinámica, como marco que contiene la libertad de acción y de discurso, es por ello que las manifestaciones decembrinas deben ser pensadas no sólo como la reacción a determinado orden político, sino también como la aparición de una nueva forma de la política materializada en la institución de actores, comunidades y espacios que no existían antes.”

 

Las manifestaciones [2] del 19 y 20 de diciembre de 2001 irrumpieron en la trama de relaciones políticas, económicas, sociales y culturales preexistentes y evidenciaron no solo el fin de un ciclo, sino también el comienzo –o la redefinición– de nuevas formas de aparición de la política. Estos sucesos marcaron un quiebre y dieron lugar a una serie de preguntas urgentes que aún hoy, veinte años después, siguen siendo relevantes para pensar la política argentina: ¿Qué finaliza y qué comienza en diciembre de 2001? ¿Cómo pensar las transformaciones de la política que las manifestaciones del 19 y 20 pusieron en marcha? ¿Cuáles son las huellas de esta ruptura?

Sobre los acontecimientos del 19 y 20 (o el 19 y 20 como acontecimiento)

En medio de una profunda inestabilidad social signada por el vertiginoso aumento de los saqueos, el 19 de diciembre De la Rúa leyó por cadena nacional un breve discurso en el que declaró el estado de sitio, vigente por treinta días a lo largo de todo el territorio nacional. Mientras se emitía este mensaje, en la mayoría de los barrios de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires comenzó a escucharse un cacerolazo en abierto cuestionamiento a este discurso y a la medida anunciada.

A pesar de la expresa prohibición del decreto presidencial, miles de manifestantes se reunieron en las calles y esquinas más importantes de la ciudad para luego dirigirse hacia el centro político: Plaza de Mayo y la Plaza del Congreso. Ante esta situación, el Poder Ejecutivo ordenó la represión de los manifestantes que continuó a lo largo de toda la jornada del 20 de diciembre, transformando la ciudad en un campo de batalla. Tras la acuciante presión, el entonces ministro de Economía Domingo Cavallo y todo el gabinete presidencial presentaron la renuncia, mientras que De la Rúa buscaba llegar a un acuerdo con el Partido Justicialista para descomprimir la delicada situación institucional. Finalmente, ante la negativa de la oposición, el presidente presenta su dimisión frente al parlamento y huye en helicóptero desde los techos de la Casa Rosada el 20 de Diciembre cerca de las ocho de la noche.

Del vasto conjunto de imágenes que rememoran el 2001, esta quizá sea la más significativa puesto que da cuenta no sólo del precario orden político institucional en el que se encontraba el país, sino también del extraordinario poder contenido en la calle.  Así, pensar sobre el 19 y 20 requiere dar cuenta al mismo tiempo, tanto de la novedad que albergan los cacerolazos y la ocupación de los espacios públicos al son del Que se vayan todos, que no quede ni uno solo, como de los procesos que preceden a ambas jornadas pero que no pueden explicarlas causalmente.

De este modo, el 19 y 20 como acontecimiento es el estallido de una crisis que conecta lo fragmentado: el devenir del largo ciclo de protestas que se inició con los piquetes a mediados de la década de los noventa en Salta y Neuquén; la reacción de los ahorristas frente a la imposición del corralito a principios del mes de diciembre y el vertiginoso aumento de los saqueos a lo largo de todo el territorio nacional. Estas múltiples dimensiones de la crisis se expresaron a través de reclamos por reivindicaciones fundamentalmente sociales, ligadas a las condiciones de vida de los actores involucrados. Sin embargo, la declaración del Estado de Sitio transformó radicalmente el tono las protestas, que ya no se articularon bajo la forma de reclamos defensivos de determinados sectores sociales sino que adquirieron un sentido marcadamente político materializado en la disputa por la libertad contenida en la acción y el discurso desplegados a la luz de lo público.

Así, la aparición inesperada de miles de manifestantes incomodó profundamente al gobierno (y al sistema político en su conjunto) que inició una verdadera batalla por desalojar ambas plazas a través del despliegue de una brutal represión[3]. El avance de las fuerzas de seguridad ante el continuo regreso de los manifestantes evidencia la importancia radical que adquiere su presencia en el espacio. La disputa es por éste, entendido como espacio físico pero también como dinámica, como marco que contiene la libertad de acción y de discurso, es por ello que las manifestaciones decembrinas deben ser pensadas no sólo como la reacción a determinado orden político, sino también como la aparición de una nueva forma de la política materializada en la institución de actores, comunidades y espacios que no existían antes.

Recuperando los aportes que Arendt elabora en torno a su noción de política, es posible sostener que estas acciones están acompañadas por un discurso que las hacen inteligibles. En este marco, las palabras expresadas en el 19 y 20 toman la forma de consignas –a primera vista desconectadas entre sí– que trazan un horizonte de sentido más allá de la mera literalidad. En efecto, pensar el discurso de ambas jornadas exige no sólo considerar la consigna ¡Que se vayan todos, que no quede ni uno solo! sino también vincular su enunciación con otras que sonaron simultáneamente[4] sin embargo, esta es quizá la más resonante y su interpretación es aún hoy, objeto de debate.

En este sentido, creemos que la potencia del QSVT no estriba en su literalidad, sino en la afirmación de una comunidad de actores que erige con ella un nuevo espacio público en el que la libertad es posible. De este modo, las manifestaciones decembrinas no constituyeron solo la reacción a un determinado orden institucional –ya sea en contra de los partidos políticos, la clase política o los sindicatos– sino que expresaron la aparición de nuevas formas de la política, pusieron en escena el poder contenido en la aparición de los actores a la luz de lo público que sortean y cuestionan los canales tradicionales de la representación para dar lugar a nuevas experiencias de participación democrática.

Ahora bien, el interrogante que surge hoy, a 20 años de aquellos acontecimientos es ¿Qué quedó de todo aquel fulgor?

Cuando pase el temblor…

Los convulsionados meses que sucedieron a las manifestaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001 estuvieron signados por la proliferación de diversas formas de auto-organización popular. Los Movimientos Sociales que existían con anterioridad a las jornadas decembrinas pasaron a ubicarse en el centro del mapa político acompañados por otros creados al calor de los acontecimientos. Así, a principios del 2002, la enunciación de la consigna piquetes y cacerolas, la lucha es una sola, daba cuenta de una posible articulación de las demandas que se oyeron aquellos días provenientes tanto de los Movimientos de Trabajadores de Desocupados como de las asambleas barriales.

Estas formas, en cierto modo, novedosas de participación política adquirieron distintas configuraciones a partir de lo que fue denominado el fin de los tiempos extraordinarios con la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia en 2003. Ahora bien, frente al “retorno” de las instituciones tradicionales de la política representativa la pregunta acerca de los devenires del 2001 fue paulatinamente subsumida bajo la comprensión del kirchnerismo en tanto movimiento heredero de las jornadas decembrinas que impulsó “desde arriba” la rearticulación de los lazos políticos y sociales perdidos. En este contexto, tomar el QSVT en su literalidad implica rápidamente sancionar su fracaso porque en efecto, no se fueron todos, de hecho muchos de los políticos cuestionados en aquellas manifestaciones, compartieron el espacio con aquellos actores que, apenas unos años antes, los enfrentaban.

De este modo, reflexionar sobre el sentido político del 2001 a 20 años de su irrupción requiere suspender el diagnóstico del fracaso como punto de partida para su análisis, para reconocer allí la cristalización de ciertas formas de aparición de la política que aún mantienen un eco en nuestro presente.

Ensayando alguna línea de reflexión al respecto, podemos pensar en las huellas del 2001 como la expansión de múltiples iniciativas populares, creativas y autogestivas que aún perviven. Estas huellas –que recorren como un magma subterráneo a la política argentina- son el recuerdo de la acción de un pueblo que enfrentó el Estado de Sitio y al mismo tiempo cuestionó las formas “tradicionales” de la política. Memoria que anida tanto en el pueblo como en la dirigencia política.

No obstante, resulta trascendental prestar atención no sólo al surgimiento y la proliferación de organizaciones autonomistas que proponen otro modo de actuación política sino también, e inclusive más aún, en la reaparición y consolidación de una derecha que utiliza cada vez más los modos de acción propios del campo popular. Creemos que una lectura atenta de los devenires del 2001, debe tanto morigerar el tono celebratorio que nos ubicaba en la antesala de la revolución, como reconocer que el avance de las derechas conservadoras y neoliberales de los últimos años también puede ser un efecto derivad de aquel acontecimiento.

De este modo, el 2001 como punto de inflexión en la historia de nuestra democracia aún se encuentra abierto y debe ser objeto de reflexión, toda vez que busquemos echar luz sobre nuestro presente.

 


Camila Cuello es Licenciada en Estudios Políticos y Especialista en Filosofía Política por la Universidad Nacional de General Sarmiento. Se desempeña como Becaria Interna Doctoral de Conicet y cursa el Doctorado en Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Recientemente publicó ¡Qué se vayan todos! El sentido político de las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre de 2001 (UNGS, 2021).

 


[1] Una versión anterior de este texto forma parte de los Documentos de Coyuntura del área de Política de la Universidad Nacional de General Sarmiento. La serie de Documentos puede consultarse en https://www.ungs.edu.ar/new/documentos-de-coyuntura-del-area-de-politica

[2] En ¡Qué se vayan todos! El sentido político de las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre de 2001 (Cuello, 2021) realizamos un análisis de las manifestaciones decembrinas que buscó identificar el sentido político de dichos acontecimientos a la luz de las conceptualizaciones Arendtianas. Allí, en línea con ello, recuperamos la noción de manifestación propuesta por Etienne Tassin (2010) que recoge las dos dimensiones de la comprensión arendtiana de lo político: el actuar colectivo por un lado y la visibilidad característica del espacio público, por otro. Así, consideramos caracterizar los sucesos del 19 y 20 de diciembre en términos de manifestación y no de estallido social o de protesta social, con el objetivo de recuperar el componente fundamentalmente político que ambas jornadas pusieron de manifiesto.

[3] Esta represión finalizó con la muerte de más de 30 personas, centenares de heridos y 4500 detenidos

[4] Porque junto a ella, se escuchó No al Estado de Sitio; A dónde está, que no se ve, esa gloriosa CGT; Sin radicales, sin peronistas vamos a vivir mejor.

 


Imagen de portada: Manifestación Desocupación, de Antonio Berni, 1934.

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