Por Luca Zaidan
Al día de hoy, Maquiavelo sigue despertando apasionados intercambios y debates en torno a su figura y obra. A su vez, en la actualidad, los desafíos contemporáneos han provocado nuevas indagaciones, lecturas y cruces sobre su pensamiento político. En esta reseña, Luca Zaidan, docente de la UNPAZ, a través de una reflexión sobre lo clásico y lo disruptivo del pensador florentino, invita a la lectura del libro compilado por Eugenia Mattei y Leandro Losada sobre las posibilidades y los límites de establecer un diálogo entre sus textos y las teorías del populismo.
Sobre Maquiavelo, el pueblo y el populismo. Historia, teoría política y debates interpretativos, de Eugenia Mattei y Leandro Losada (coords.), editado por el IIGG y CLACSO.[1]
¿Qué es lo que hace de una obra o un autor una obra o un autor clásico? La vía más sencilla para responder esta pregunta es de corte historiográfico. La remisión inmediata es a la antigüedad grecorromana, donde personajes de la talla de Platón, Aristóteles, Lucrecio o Cicerón establecen las coordenadas fundantes de un derrotero al que nos referimos con excesiva frecuencia como “la tradición”, para ofrecer, tal vez, cierta ilusión de consistencia a una historia del pensamiento atravesada, en realidad, por disputas polémicas, interpretaciones enfrentadas y preguntas perennes que se mofan de quienes pretenden zanjarlas. Inmediatamente después, los historiadores podrán acaso conducirnos hacia el movimiento cultural e intelectual que, durante la modernidad, busca inspiración en los patrones estéticos antiguos, en un intento desesperado por alcanzar una perfección forcluida por su tiempo.
Pero existe otro uso del término al que estamos habituados. En un sentido más general, “clásico” es aquel autor que, en tal o cual período, inaugura un modo del pensar; es quien funda una teoría que hará escuela, o quien fabrica una batería conceptual reconocida y sostenida por otros en el tiempo. Cada disciplina científica y cada comunidad intelectual podrá identificar así las operaciones que en sus campos produzcan tales efectos creativos, y se dará a sí misma sus propios clásicos. En este sentido, ¿quién dudaría de que Nicolás Maquiavelo cumple con todos los requisitos del clásico? Después de todo, el camino que propone a lo largo de una incipiente ciencia positiva sobre el objeto de la política, autonomizada de toda atadura moral y religiosa, parte de preguntas y categorías que le pertenecen de manera exclusiva. Su obra ha sido celebrada por avanzar hacia una sistematicidad que pondera, por primera vez, los modos específicos en los que se vuelve más o menos posible y eficaz la conquista, conservación y extensión de lo stato, así como de las relaciones por aquellos procesos implicadas.
Pero la intervención de Maquiavelo es demasiado irreverente como para ser petrificada en el panteón donde los grandes pensadores obtienen su reconocimiento unánime; y demasiado enigmática como para que los cultores de las épocas clásicas la acepten entre sus filas sin reparos. De los desajustes entre Maquiavelo y su época, y entre su teoría y las distintas tradiciones que la preceden y suceden, es que dan cuenta las discusiones compiladas por Eugenia Mattei y Leandro Losada en Maquiavelo, el pueblo y el populismo. Historia, teoría política y debates interpretativos, publicado en este turbulento 2024 argentino. Las catorce contribuciones por él contenidas presentan una heterogeneidad de perspectivas, referencias y posiciones teóricas que, sin embargo, pueden ser agrupadas bajo la siguiente advertencia provista por los compiladores en su introducción: cada uno de los trabajos reunidos consigue evitar dos sesgos opuestos que empantanan la reflexión. De un lado, una tendencia historicista que subordina la consistencia interna de la obra a las demandas de la época y el momento; del otro, un análisis sustraído de la historia, carente de atención contextual o coyuntural. La pregunta se torna inevitable: ¿no han sido acaso estas dos opciones el objeto de denuncia de las posiciones materialistas en el campo de la filosofía? Entre el historicismo (con sus declinaciones más o menos empiristas) y el ahistoricismo idealista es que la teoría materialista de la historia se abre lugar y se erige desafiante frente las tendencias filosóficas dominantes.
Pero no nos atrevemos a ir tan lejos como para afirmar que el término “materialista” define bien a Maquiavelo (¡tampoco que el florentino sea un filósofo!). El rótulo de “realista político” (merecedor, quizá, de su propia revisión crítica) consigue evitar, en verdad, una y otra denominación. Simplemente decimos que los textos agrupados en este volumen se entrometen, más allá incluso de sus intenciones, en un campo de discusiones teóricas atravesado especialmente por la querella entre posiciones que, a lo largo de la historia del pensamiento occidental, retornan una y otra vez bajo los nombres de idealismo y materialismo.
¿No es eso lo que se pone de relieve, por ejemplo, en la recuperación que hace Alessandro Mulieri de la recepción maquiaveliana de Aristóteles? Es cierto que ambos autores dotan a los muchos de una función política relevante, pero mientras Aristóteles propone una suerte de “solución de compromiso” con la producción de una clase artificial (la clase media) para alcanzar el equilibrio entre ricos y pobres, Maquiavelo parte de la irreductibilidad del conflicto entre ambos grupos, desprendiendo de él, además, distintas clases de efectos políticos, algunos destructivos, otros productivos, como señala Sebastián Torres en su capítulo. Lo que vemos en Maquiavelo es, entonces, una economía de la violencia que, afirma Gonzalo Bustamante, descansa sobre una ontología (¡materialista!) heredada de Tito Lucrecio Caro desde la cual la vida política no es caracterizada por parámetros divinos ni por leyes naturales, sino por la capacidad creativa del ser humano de intervenir sobre una realidad siempre abierta a la contingencia y, en última instancia, al libre arbitrio de los hombres.
Estas notaciones cobran un sentido particular si nos detenemos en los objetos específicos que este libro propone leer junto con la obra de Maquiavelo: el pueblo y el populismo. O, mejor, el pueblo del populismo, el pueblo populista. Es cierto que otros, antes y después que él, han señalado como la reflexión sobre la naturaleza de lo político encuentra en el pueblo una figura ineludible. Pero Maquiavelo nos permite ver algo más. No se trata de un interlocutor escogido al azar, entre otros, para conversar con los teóricos y teóricas del populismo. Tampoco un antecedente que reclama de manera evidente su justa mención por el trabajo realizado. El libro evita con inteligencia incurrir en comparaciones lineales entre la relación que il popolo establece con el príncipe y la relación del pueblo con el líder populista. Y esto supone algo más que la evasión de identificaciones forzadas: requiere de un esfuerzo teórico que conduce a tomar cierta distancia crítica de algunas teorías sobre el populismo, como es, por ejemplo, la establecida por Ernesto Laclau. Es el caso de Torres y también de Stefano Visentin, quienes, desde una “izquierda maquiaveliana” (para utilizar la expresión del propio Torres), objetan la reducción discursivista que termina por sofocar, en la propuesta laclausiana, la complejidad del pueblo y de la relación de antagonismo que sostiene con los grandes. Quien desee equilibrar este comentario con una posición diferente, tiene a su disposición el aporte de Ricardo Laleff-Ilieff, cuya analítica de la teoría laclausiana atiende su dimensión afectiva para añadir capas de sentido a la constitución de las identidades colectivas populares.
De cualquier modo, los capítulos que aquí comentamos portan la cautela y, a la vez, la osadía de rechazar las inscripciones que con tanta frecuencia han encorsetado el pensamiento de Maquiavelo. La más evidente se formula así: ¿es nuestro autor un defensor de la monarquía o de la república? Gabriela Rodríguez Rial nos previene de responder por una u otra opción; también de desestimarlas. Sería cuestión, más bien, de cuestionar la alternativa excluyente y de analizar el modo en que instituciones de distinto tipo y liderazgos de distinta clase se combinan en una organización política particular. Y, más que eso, se trataría de reflexionar sobre las condiciones objetivas de esa combinación en un campo fracturado por un antagonismo que resiste ser formalizado, en la medida en que su existencia en la historia va dotando a sus polos de características positivas y sentidos sedimentados.
Si no podemos llamar a Maquiavelo un clásico sin sentir cierta extrañeza o incomodidad es precisamente porque su obra demuestra ser poco permeable a la compulsión clasificatoria en las que suelen caer los académicos. Maquiavelo no puede reunirse con los clásicos. La singularidad de su ejercicio teórico lo distancia de los antiguos y de los modernos; de los republicanos y los monárquicos, pero también de los monarcómacos, como nos cuenta Luciano Nosetto en el capítulo segundo; de la teología medieval y de la filosofía del derecho natural. Es esta soledad, como la llamara Louis Althusser,[2] la que da libertad a Maquiavelo para constituirse no en un ideólogo de formas políticas prexistentes, sino en el teórico de las condiciones políticas de constitución del Estado, del orden nuevo. Es ese rasgo sin parangón lo que habilita su inscripción en tradiciones tan diferentes como la monárquica, la republicana y la populista.
Pero no sólo eso, porque tampoco queda la singularidad de Maquiavelo presa del relativismo de las interpretaciones arbitrarias y de los anacronismos caprichosos. Ella se instituye de otro modo: en una obra cuyas condiciones solitarias de producción determinan su apertura como una teoría de lo político descubierta a la contingencia y al encuentro aleatorio de elementos capaces de producir efectos inanticipables (ya sea la formación de un Estado nuevo, ya sea un nuevo conocimiento sobre las luchas históricas y los antagonismos). Este carácter abierto dispone la obra del florentino a un diálogo interesante, complejo y conflictivo, con las teorías del populismo. Si la querella alrededor del pensamiento del Estado permite oponer la obra de Maquiavelo (con la pregunta por las condiciones objetivas de su constitución) a los contractualistas que lo sucedieron para justificar sus órdenes europeos vigentes, el problema teórico-político del pueblo convoca al florentino a disputar con los populistas los mecanismos de constitución de los sujetos populares.
La prudencia nos llama a evitar caracterizaciones rápidas de la obra de Maquiavelo. Antes que decidirnos por tal o cual nominación, deberíamos insistir en la apertura de su obra para extender su potencia a los problemas políticos que nos atormentan; pero no desde la pretensión omnihistórica de las filosofías idealistas, sino desde las preguntas específicas que nos demandan las condiciones acuciantes de nuestras coyunturas. Esto mismo señala Julia Smola cuando nos recuerda que Hanna Arendt lee a Maquiavelo para comprender el tiempo bisagra en el que escribe el florentino, pero también para comprender, correlativamente, el tiempo bisagra en el que ella misma se encuentra.
Será cuestión de hacer lo propio. El tiempo que nos toca presenta desafíos inesperados. La tentación de declarar el carácter perimido del acervo de teorías disponibles para su comprensión nos acecha. Pero hagamos el esfuerzo colectivo por no caer en él; tampoco en su contrario. No se trata de retornar sin más sobre los pasos de otros, de realizar una exégesis sobre las obras de los que ya han pensado, sino de advertir el vigor y la audacia de la pregunta maquiaveliana por las condiciones provistas por el presente para constituir órdenes futuros. Condiciones que no pueden ser aprehendidas por el análisis de un conjunto de hechos observables, sino que requieren de una teoría que considere, al mismo tiempo, las distintas dimensiones del conflicto que estructura lo social, los cauces de la fortuna, y los límites y posibilidades de un gobierno popular. La virtud de este libro, de sus autores y compiladores, es la de atreverse a andar por tan sinuoso camino en un momento que, tal vez, lo requiera más que nunca.
Luca Zaidan es licenciado en Ciencia Política. Está cursando el Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires con una beca del CONICET en el Instituto de Investigaciones Gino Germani. Da clases en la Universidad Nacional de José C. Paz. Sus líneas de investigación abordan la relación entre política, subjetividad e ideología.
[1] El libro se puede consultar en https://libreria.clacso.org/publicacion.php?p=3273&c=49
[2] Althusser, L. (2001). La soledad de Maquiavelo. Madrid: Akal.