40 años de democracia
Entre escenas de diálogo y crispación

Por Mercedes Barros

Podría decirse que 40 años de democracia ininterrumpida han permitido tanto consolidación del régimen democrático como un consenso bastante extendido sobre algunos aspectos claves de la vida democrática, a saber, el carácter sagrado de los derechos humanos. Sin embargo,  y de la mano del crecimiento de las ideologías de derecha y en particular del acceso al gobierno de la Alianza Cambiemos, tanto la interpretación sobre nuestro pasado reciente como las políticas de derechos humanos de los años kirchneristas junto con las acciones de los organismos de derechos humanos han sido puestos en cuestión. Para la investigadora del Conicet y de la Universidad Nacional de Río Negro, Mercedes Barros, lo que hay aquí es una apuesta en donde “se conjugan y solapan discursos de rasgos dialoguistas, universalistas y pacifistas con otros claramente de sesgos autoritarios, bélicos y antipluralistas.” Según la investigadora “ambas discursividades se inscriben dentro de un mismo campo de representación y sus efectos son, de hecho, concomitantes. Esto es, no cesan de recrear los otros otros de la convivencia imaginada por Cambiemos y de reproducir una serie de disputas en torno del presente y futuro de la experiencia democrática, pero también respecto de su pasado.”

 

Las disputas por las narrativas memoriales y de derechos humanos a cuarenta años de la reapertura democrática

Introducción

En consonancia con los países vecinos de la región latinoamericana, en los últimos tiempos hemos asistido en Argentina a un pronunciado ascenso de las fuerzas políticas de derecha. Cuarenta años después de la reapertura democrática, el campo de las derechas vernáculas se amplía y algunas de sus versiones alcanzan un protagonismo impensable tiempo atrás.

Junto a este avance de la derecha, asistimos también a un nuevo impulso en los cuestionamientos sobre algunos de los consensos alcanzados durante los primeros años de la transición. En particular, aquellos vinculados a la última dictadura cívico-militar en relación a las narrativas memoriales de aquellos trágicos acontecimientos, y respecto del papel desempeñado por los activistas de derechos humanos en la nueva etapa democrática. En efecto, varios referentes de estas fuerzas de derecha cuestionan las interpretaciones actuales sobre el alcance y funcionamiento de la estructura represiva del régimen dictatorial, e insisten en cuestionar no sólo la veracidad de las denuncias de los organismos de derechos humanos, sino incluso su legitimidad y capacidad moral para encabezar una lucha concebida como universal.

De esta manera, los organismos de derechos humanos históricos y sus referentes se convierten en el blanco privilegiado de sus críticas y difamaciones. Vale mencionar, por ejemplo, las acusaciones recurrentes de la dirigente del partido Propuesta Republicana (PRO), Patricia Bullrich, quien cada vez que tiene oportunidad, reitera su descreimiento e insiste que no le concede “autoridad moral a Estela de Carlotto”, advirtiendo que “la Argentina real, progresista, no le cree nunca más a Estela de Carlotto, como ya no le creía hace mucho tiempo a Hebe de Bonafini”.[1] Esas mismas voces ponen en duda también las principales consignas de lucha de los organismos. La frase ¡No fueron 30.000!, que circula en la retórica política de varios de los referentes políticos de las derechas exhibe con claridad el ánimo de disputa crítica al que nos referimos.[2]

Ahora bien, si hasta no hace mucho tiempo atrás, la puesta en duda de los macabros sucesos de la última dictadura y las palabras injuriosas sobre las protagonistas del activismo de derechos humanos habitaban en los márgenes del habla democrática y despertaban respuestas condenatorias inmediatas, ¿cómo entender que en un tiempo relativamente breve, esas mismas palabras hayan traspasado las fronteras de los reductos reaccionarios más extremos y circulen en el debate público sin tapujos? ¿Cómo esas evocaciones se tornaron cada vez más audibles y creíbles?

Como me interesa argumentar, el gobierno de la Alianza Cambiemos, (hoy Juntos por el Cambio) y su posterior posicionamiento como oposición, resultaron decisivos para la emergencia en el espacio público de un “escenario de contienda” en torno de las narrativas memoriales y de los derechos humanos. Una de sus manifestaciones más evidentes es la revigorización de lo que se nombra usualmente como “una política negacionista”; política que, como interesa señalar, en su despliegue performativo hace mucho más que negar y relativizar los trágicos sucesos de nuestro pasado reciente.

En las líneas que siguen propongo comprender la configuración de este nuevo escenario y de los varios sentidos que lo atraviesan, a partir de analizar el funcionamiento de la retórica política de Cambiemos/Juntos por el Cambio. Comenzaré por mostrar brevemente cómo esta fuerza política logra instalar en el debate público un diagnóstico verosímil de la experiencia política kirchnerista, para pasar luego a detenerme en su apuesta por inaugurar un “nuevo capítulo” en la defensa de los derechos humanos en el país. En esta apuesta, como explicaremos, se conjugan y solapan discursos de rasgos dialoguistas, universalistas y pacifistas con otros claramente de sesgos autoritarios, bélicos y antipluralistas. Como me interesa señalar, no obstante su aparente fricción, ambas discursividades se inscriben dentro de un mismo campo de representación y sus efectos son, de hecho, concomitantes. Esto es, no cesan de recrear los otros otros de la convivencia imaginada por Cambiemos y de reproducir una serie de disputas en torno del presente y futuro de la experiencia democrática, pero también respecto de su pasado.

El abuso como diagnóstico verosímil del pasado y la deskirchnerización como solución definitiva de cara al futuro

Como hemos analizado en otro lugar con mayor detenimiento,[3] la emergencia de este nuevo escenario contencioso estuvo estrechamente vinculado con el diagnóstico que Cambiemos logró articular y estabilizar sobre la experiencia política kirchnerista. Varios desacuerdos y críticas que surgieron durante el momento mismo del kirchnerismo respecto de su política de derechos humanos fueron clave para el éxito y verosimilitud de este diagnóstico.

En efecto, una de las primeras críticas que surgieron apenas iniciada la gestión de Néstor Kirchner, y que se mantuvieron a lo largo de la década, se centraban en el aparente oportunismo político que, a raíz de su escaso capital electoral, guio la vinculación del gobierno con los derechos humanos. De ahí que las denuncias de “apropiación” “manipulación” de la causa de los derechos humanos comenzaran a circular tempranamente entre los opositores políticos, tanto provenientes del campo progresista como del conservador.

Durante los gobiernos de Cristina Kirchner, y de manera concomitante a la creciente polarización política, estas críticas ganaron intensidad y se convirtieron en moneda corriente en las editoriales de los medios de comunicación más populares del país. Más aún, la denuncia de la cooptación política también se hizo presente entre sectores próximos, o no tan lejanos, al espacio político kirchnerista. Concretamente, se acusaba al gobierno de “privilegiar a unos organismos y discriminar a otros,” y de promover la “desviación” de los objetivos originales de las organizaciones y de una distorsión del entendimiento de los DDHH.[4]  De este modo la denuncia de la politización cuestionaba a las agrupaciones de derechos humanos y al gobierno de sostener una mirada unívoca y de promover un relato oficial parcializado y engañoso de la historia reciente.

Ahora bien, esta secuencia de críticas formó parte crucial del campo discursivo opositor en el momento del ascenso de Cambiemos al poder. Y permite entender cómo esta fuerza política liderada por la figura de Mauricio Macri logró articular un aspecto central de su diagnóstico crítico de la experiencia kirchnerista e inscribir la necesidad y urgencia del cambio de rumbo en materia de derechos humanos. En efecto, en y a través de esa trama, Macri no sólo articuló varias de las demandas desatendidas y de los descontentos heredados de los años anteriores, sino que también comenzó a disputar la lectura hegemónica sobre ese pasado aparentemente benévolo respecto de los avances en derechos humanos y a develar la verdadera impronta de esos doce años previos. Así fue como los ecos de las denuncias de cooptación, politización, y de uso engañoso del pasado resonaron en la denuncia del abuso de los derechos humanos y en la “deskirchnerización”, como una solución inminente de cara al futuro.[5]

Derrotado el Kirchnerismo en las urnas, el viraje necesario que permitiría recuperar la verdadera impronta de esta causa, debía comenzar primero por debilitar el vínculo nocivo de los derechos humanos con la anterior gestión. La idea de “deskirchnerizar” que se filtró en el léxico de las medidas iniciales del gobierno se presentó así como una iniciativa políticamente neutral que permitiría y daría paso a una nueva cultura cívica y a lo que el nuevo titular de la Secretaría Nacional de DDHH Claudio Avruj, llamaría, un nuevo paradigma en Derechos Humanos.[6]

El diálogo y el entendimiento como horizonte de los derechos humanos

Con el telón de fondo de este diagnóstico, el nuevo paradigma que proponía el gobierno tenía como meta principal restaurar el entendimiento de los derechos humanos. Para esto, era crucial el corrimiento de la política partidaria de la esfera de los derechos y la devolución de los organismos a su terreno original, el de la sociedad civil. En varias oportunidades, Claudio Avruj sostuvo que los derechos humanos desde ningún punto de vista son propiedad de un gobierno, y mucho menos pensar que la ideología es la dueña de los derechos humanos. Hay un concepto universal de los derechos humanos. Los derechos son de la gente y para la gente”.[7]

El cambio de paradigma también convocaba a ampliar el abordaje de los derechos humanos para aggiornarlo a la nueva agenda internacional. El secretario fue claro al respecto cuando planteó que el gobierno alineaba su política a la agenda 2030 que marcó Naciones Unidas, cuyas metas eran combatir la pobreza, el compromiso con el medio ambiente, construir sociedades unidas y pacíficas, la inclusión, la diversidad.   Por eso, una de las primeras cuestiones que se señaló para lograr una agenda ampliada para “toda la gente”, fue la tarea urgente de redireccionar el foco de la política pública más allá de las demandas históricas de los organismos de DDHH por verdad, memoria y justicia vinculadas a los crímenes del terrorismo de Estado. Lo que significó también un desplazamiento temporal deliberado y un recambio de los interlocutores. Como Avruj afirmó: “Durante el kirchnerismo, los organismos estaban en la centralidad de la agenda de derechos humanos; hoy no es así para nosotros son un actor más”, y agregó, “Hoy las mujeres, el medio ambiente, los pueblos originarios, ocupan un lugar importante”.[8]

Así, enmarcado en un discurso internacional de derechos humanos, propio de los organismos supraestatales y del mundo de las organizaciones no gubernamentales, el giro propuesto por la Secretaría y el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos convertía la defensa de los derechos y libertades individuales en una suerte de ideología universal con su propia agenda de problemas y prioridades.

Pero además, la gestión de Cambiemos asignaba a la defensa y promoción de los derechos humanos una nueva misión, como señaló Avruj: “unir a los argentinos y construir sociedades pacíficas”.[9] El nuevo ímpetu de cambio en esta materia se plegaba a los llamados del gobierno nacional para poner fin a la división entre los argentinos a través de una “nueva cultura cívica” que de acuerdo a esta óptica, “promueva y proteja los derechos humanos en los valores del encuentro, la diversidad, la convivencia, el diálogo y el pluralismo cultural”.[10]

Por lo tanto, el nuevo paradigma mostraba una posición política con una fuerte impronta liberal y pluralista, desde la cual la política se presentaba como la gestión de las decisiones colectivas a partir del diálogo y por encima de la confrontación. Esto requería la apertura de un espacio de convivencia para el libre juego de las diferencias sociales, políticas y culturales en el que la vocación de entendimiento procuraría nuevos consensos en la protección y promoción de los derechos humanos entre sujetos racionales del diálogo.

Como señala Valentina Salvi, precisamente fue desde este marco de inteligibilidad que durante el gobierno de Cambiemos la figura retórica del diálogo se instaló como dispositivo memorial privilegiado, es decir, como un modo singular de “enunciación”, o de “hacer ver y hacer hablar” sobre el pasado.[11] Si bien, como muestra la autora, la apuesta por el diálogo cuenta con una larga historia en la política argentina, bajo la nueva administración las propuestas dialógicas adquirieron un nuevo impulso institucional. El entonces Ministro de Cultura de la Nación, Pablo Avelluto, jugo un rol importante en concretar ese impulso. Como señala Salvi, bajo el afán de dar un giro en las políticas de derechos humanos, la política de la memoria era ahora materia del Ministerio de Cultura, y la apuesta por el diálogo se presentaba como la posibilidad misma de la superación de los conflictos memoriales. Precisamente, a partir de la creación de un espacio plural, el diálogo permitiría una práctica tanto reveladora en el plano de las memorias sobre el pasado como transformadora de las relaciones entre los protagonistas de ese pasado.

La otra cara del diálogo y la concordancia

Ahora bien, desde el inicio de la nueva gestión, el discurso pluralista y dialoguista que informaba el cambio de rumbo confluyó con otro tipo de discurso beligerante que llevó al centro de la escena de la memoria y los derechos humanos el conflicto y la división radical. En las voces de los funcionarios de turno, virulentas defensas de las víctimas de la inseguridad urbana, denuncias sobre violencia y corrupción política kirchnerista, rechazos al supuesto garantismo de los derechos humanos, se entrelazaron con evocaciones crispantes sobre el pasado dictatorial y sobre el presente de las agrupaciones históricas de familiares.[12] En efecto, a lo largo de los cuatro años de la gestión de Cambiemos, pero más notoriamente a medida que avanzó su periodo de gobierno, estas expresiones que circulaban con variable intensidad inscribieron de manera insistente la confrontación en el seno del espacio social y expulsaron del campo de lo legítimo a una serie proliferante de otros “otros” (inmigrantes latinos, mapuches de la Resistencia Ancestral Mapuche, militantes fanatizados, sindicalistas mafiosos, delincuentes narcotraficantes), aparentes detractores de la convivencia dialoguista propuesta por el gobierno.

Este otro discurso confrontativo –y sus manifestaciones institucionales– se solapó de manera frecuente con la mentada misión asignada a los derechos humanos de traer la paz y unir a todos los argentinos. Uno de los momentos más álgidos y paradigmáticos de este solapamiento se dio a partir de la desaparición de Santiago Maldonado en agosto del año 2017 y durante los eventos que siguieron en la región patagónica ante los reclamos territoriales que involucraron el asesinato por parte de las fuerzas de seguridad de un joven mapuche, Rafael Nahuel. Durante el transcurso del conflicto con las comunidades mapuche/tehuelche, el gobierno encontró en las figuras que evocan al “terrorismo” (enemigo interno/indios violentos/subversivos) un recurso político fecundo para legitimar su posicionamiento beligerante y su accionar represivo.

A dos días de la muerte del joven mapuche por responsabilidad del grupo Albatros de la Prefectura Naval Argentina en las cercanías de San Carlos de Bariloche y en medio de denuncias y claras sospechas de violación de los derechos humanos por parte de las fuerzas de seguridad,  la entonces Ministra de Seguridad Patricia Bullrich aseguro que: “No haría falta probar lo que hace una fuerza de seguridad en el marco de una tarea emanada de la justicia, porque tiene garantizado su carácter de verdad”. En sus palabras textuales: “Estamos totalmente abiertos al diálogo con todo grupo pacífico pero no habrá un diálogo con grupos violentos. Se acabó el mundo al revés. Son grupos que no respetan la ley, no reconocen a la Argentina, no respetan al Estado y se consideran un poder fáctico que pueden resolver con una ley distinta a la de los argentinos”.[13]

Las palabras de Bullrich, pero también sus acciones represivas, fueron claras respecto de la posibilidad de eliminación/negación de las diferencias sociales y políticas que no se adaptaran a la convivencia propuesta por el gobierno, exponiendo sin tapujos un discurso abiertamente autoritario que clausura de antemano la posibilidad de cualquier inclusión presente o futura a menos que la diferencia abandone su carácter de diferencia como tal. En este caso que abandonen su condición de mapuche reivindicando la recuperación del territorio

Ahora bien, a propósito de este tipo de evocaciones y decisiones autoritarias, el secretario de derechos humanos se vio en varias oportunidades forzado a aclarar públicamente estas superposiciones en la retórica de los derechos humanos del gobierno.[14] Sin embargo, en otras oportunidades, el discurso de la división y la crispación provenía de la propia Secretaría, principal vocera del cambio de paradigma. Por ejemplo, en ocasión de la celebración de un nuevo aniversario del golpe cívico militar, Avruj aseguró de manera categórica que: “Tenemos que decir con total seriedad que los organismos de DDHH, en su mayoría, fueron cruzados por un discurso ideológico que es de oposición a este gobierno.  Los organismos de DDHH fueron cooptados por el kirchnerismo”.[15] En sintonía con la declaraciones de Patricia Bullrich sobre el sesgo opositor de la marcha por el Día de la Memoria, el secretario no solo tomaba distancia de los organismos históricos de derechos humanos, sino que también los nombraba como parte de una diferencia política con la que la nueva gestión mantenía una posición irreconciliable, por lo tanto se les negaba el estatus de interlocutores legítimos en la nueva escena de convivencia y diálogo planteada por Cambiemos.

Recordemos también, que fue el mismo Claudio Avruj quien haciéndose eco de la figura del terrorismo, acusó a uno de los principales testigos del caso Maldonado de pertenecer a la Resistencia Ancestral Mapuche (RAM), poniendo en duda su capacidad moral para atestiguar y la de varios de los jóvenes mapuche que se encontraban en la zona al momento del operativo represivo llevado a cabo por Gendarmería Nacional.

Los otros “otros” de la unión y la pacificación

Ahora bien, como adelantamos en el inicio del escrito, no obstante su aparente fricción, ambas discursividades se inscriben dentro de un mismo campo de representación y sus implicancias son de hecho concomitantes. Aunque se presentan de un modo distinto – una promoviendo la pacificación y la otra la crispación- operan en tándem, como coadyuvantes de la configuración discursiva de Cambiemos. Precisamente, es en esa dispersión discursiva que el cambio propuesto en los derechos humanos y en las políticas de la memoria halla parte de su modulación y regularidad. Veamos.

Tal como señalamos anteriormente, el nuevo paradigma ubica su punto de partida en el fin de los doce años de kirchnerismo y de sus excesos y desviaciones. Y es desde allí que promueve un presente de diálogo y pluralismo cultural que eventualmente asegura (y promete para un futuro inminente) la paz y la unión entre los argentinos. De este modo, la proyección de concordancia entre las diferencias sociales y políticas bajo el nuevo paradigma, se construye a partir de una escisión original que traza una frontera entre un pasado conflictivo (y sus protagonistas) y un presente/futuro de unión.

Esa frontera inicial opera en los márgenes de la retórica dialoguista pero aun así resulta crucial para su constitución y funcionamiento. Tal como señala Valentina Salvi, las instancias de diálogo armonioso entre miradas dispares sobre el pasado sólo pueden concebirse a partir del rechazo común a las políticas de memoria y justicia del kirchnerismo y a sus aliados en el campo de los derechos humanos. Como sugiere la autora, estas experiencias de concordancia se construyeron en oposición y tensión con las memorias y demandas de quienes no participaban en ellas: los miembros de los organismos de derechos humanos en su doble rol de afectados directos del terrorismo de Estado y de activistas por la vía judicial. De manera paradojal entonces, el diálogo y la supuesta pluralidad de voces que se supone éste involucra requiere de la división y reposa sobre un proceso de homogeneización de las miradas del pasado y de los modos de entendimiento de los derechos humanos, así como sobre un borramiento del derrotero de las víctimas en búsqueda de justicia.[16]

Esta operación de homogeneización y borramiento se muestra con bastante nitidez en las palabras de Avruj cuando convoca a la creación de una “plaza de la buena memoria”, vale la pena leer un fragmento:

Victimarios y víctimas, agresores y agredidos, ofensores y ofendidos, odios y rencores. Dolor, tristeza y enojo acumulados durante años fueron….  Necesitamos una Plaza de la Buena Memoria. Un lugar de respeto y respetable para todos. Una Plaza que no dé lugar a falsas jerarquizaciones o categorizaciones sobre la muerte. Hay mucho dolor no curado las secuelas del repudiable terrorismo de Estado, las muertes perpetradas por los grupos que se armaron sembrando terror incluso en democracia, la embajada de Israel, la AMIA, víctimas del terrorismo internacional, Cromañón y Once; las muertes causadas por nuestra corrupción, las muertes de Malvinas.  La Plaza de la Buena Memoria hace a la esencia de una verdadera política de Estado en derechos humanos que incluya y pacifique.[17]

En el decir del funcionario, los daños sobre las vidas no reconocen ideologías, ni distinciones sobre las responsabilidades. La muerte y el sufrimiento igualan a las víctimas de la subversión, del terrorismo de estado, de la AMIA, de la corrupción política, de la inseguridad urbana. Y como consecuencia, las conflictividades políticas, las violencias, y las responsabilidades del presente/pasado en torno de esas muertes también se equiparan al desanclanclarse de sus particularidades y de las circunstancias históricas que las auspician y condicionaron en primera instancia. [18]

Pero entonces, la posibilidad de un espacio común de respeto sólo se sostiene desde esta mirada sobre la base de la aceptación de esa igualación arbitraria de las muertes, de la violencia, del abuso, y por lo tanto, también a partir de la negación de aquellos que no admiten dicha operación, es decir,  de quienes no aceptan la igualación y desde la mirada de los promotores del diálogo, no buscan ni la paz ni el amor, sino más bien la división, el enfrentamiento y el odio social.  Estos son los protagonistas del relato, los que encarnan la parcialidad de su propio testimonio, los que violentan una causa justa, y viven de currar con su pasado.  De ahí que el discurso beligerante y antia-pluralista de varios de los funcionarios y líderes de Cambiemos/Juntos por el Cambio encuentra entonces en los renegados del diálogo y en ese aparente odio/discordia que los une, su razón de ser y su legitimación de origen. Es ese mismo discurso el que opera entonces trayendo al centro de la escena las divisiones que, en los márgenes del discurso de la pacificación, no cesan de inscribir la exclusión de sus otros otros.

Precisamente entonces, parte de las condiciones de posibilidad y existencia del discurso beligerante tiene que ver con la invención de esos “otros” excluidos del diálogo y del pluralismo. Lo cierto es que el propio discurso de la concordancia los expulsa como no merecedores del diálogo, ya que no se conciben como sujetos morales racionales y autónomos, sino más bien, como fácilmente manipulables, sin escrúpulos,  corruptos e instigadores del odio social. Es entonces a partir de esta exclusión que ese afecto político tan propio es activado y depositado en figuras cambiantes y mutables que operan como catalizadores de las emociones reprimidas de Cambiemos. Pero vale aclarar que esos que se expulsan del campo legítimo de representación, si bien muestran el límite de la convivencia prometida por Cambiemos, también representan lo que la hace posible, porque cuanto más impiden que ese ideal de convivencia sea una realidad, más coadyuvan al arraigo de esa idealización de paz y unión.

Por consiguiente, el discurso de Cambiemos encuentra su regularidad en esa dispersión discursiva que, de una y otra forma, al reproducir los “otros” de la convivencia pluralista, modula y da paso a una polémica persistente con el pasado y con el presente (con viejos/nuevos términos) que no cesa de operar e insistir aun cuando se trate de convocatorias a la unión y a la paz entre los argentinos. En definitiva, una polémica sobre los modos legítimos de protagonizar y transitar la vida en democracia en la Argentina del nuevo siglo.

Apostilla final

Para finalizar entonces, en sus cuatro años de gobierno y luego en su rol de oposición, Cambiemos/Juntos por el Cambio ha tenido una función crucial en la configuración de un escenario en el que se confronta el discurso mismo de los derechos humanos tal como se ha ido modulando en la trayectoria de lucha desde la etapa transicional, las narrativas memoriales a las que ha dado lugar, y las torsiones de sentido producidas en el devenir de su acontecer, torsiones que se presentan como derivas imprevistas de resistencia ante renovadas formas de deterioro democrático e institucional [19].  De ahí que las palabras injuriosas de los funcionarios y de los líderes de esta fuerza política de derecha, no sean solo expresiones confrontativas aisladas propias de coyunturas electorales, sino más bien muestras de una confrontación más amplia y extendida en el tiempo. Por eso mismo, me interesa finalizar enfatizando como las figuras del negacionismo, de la relativización o banalización del pasado reciente no terminan de iluminar los efectos performativos de su retórica y su ánimo confrontativo con las narrativas que dieron forma a nuestro presente democrático. Precisamente, esta fuerza política hace mucho más que negar/relativizar/banalizar puesto que no cesa de esforzarse por inscribir los sucesos de la última dictadura en una temporalidad de largo alcance, promoviendo una nueva lectura del pasado reciente y remoto, con sus propias secuencias y periodizaciones, manifestando una vocación restauradora del imaginario de la argentina de principios del siglo pasado, un imaginario muy distante de los arrebatos democratizantes del nuevo siglo.

 


Mercedes Barros es Licenciada en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires, Argentina. MA/PhD en Ideología y Análisis del Discurso por la Universidad de Essex, Reino Unido.  Actualmente se desempeña como Investigadora Independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, en el Instituto de Investigaciones en Diversidad Cultural y Procesos de Cambios de la Universidad Nacional de Río Negro.

 

 

 


[1] Diario Perfil, 01-03-2021.

[2] Recordemos, por ejemplo, la posdata de Lopez Murphy en un tweet con esta frase que nada tenía que ver con el tema que abordaba, La Nación, 22-02-2023.

[3] Barros, M. (2017) “Cambiemos pasado por futuro: los derechos humanos bajo el gobierno de Mauricio Macri”. En Piñero, M. T. y Bonetto, M. S. (Comp.), Tensiones en la democracia argentina: Rupturas y continuidades en torno al neoliberalismo. Centro de Estudios Avanzados; Barros, M.; Morales, V. (2016); “Derechos humanos y post kirchnerismo: resonancias de una década y esbozo de un nuevo panorama político”; Universidad Nacional de Cuyo. Facultad de Filosofía y Letras; Estudios Sociales Contemporáneos; 14; 7-2016; 104-124.

[4] Palabras de Adolfo Pérez Esquivel, Perfil, 09-10-2008.

[5] Esta denuncia del “abuso”, figurada como el “curro” de los derechos humanos tuvo resonancias importantes y duraderas en el escenario político del presente. Recientemente Mauricio Macri volvió a traer a la discusión política esta acusación, mostrando su efectiva actualidad, Agencia Télam, 21-04-2023.

[6] Dicha expresión fue utilizada por primera vez, según los medios de prensa, por funcionarios de la Secretaría de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural al anunciar la “necesidad de deskirchnerizar la ESMA”, La Nación, 03-01-2016

[7] Agencia Judía de Noticias, 15-12-2015

[8] Infobae, 24-03-2019.

[9] Infobae, 28-01-2016

[10] Plan Nacional de Acción de Derechos Humanos aplicable al período 2017-2020. https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/plan_nacional_de_derechos_humanos_2018.pdf

[11] Salvi, V. (2023) “El dispositivo dialógico. Límites de lo decible en las disputas memoriales en Argentina”, Secuencia, 117, en prensa.

[12] Cabe recordar los dichos del propio presidente Mauricio Macri en ocasión de recibir en la Casa Rosada junto con la Ministra de Seguridad Patricia Bullrich al agente policial bonaerense Luis Chocobar quien el 8 de diciembre del año 2018 asesinó por la espalda a un joven, Pablo Kukoc, de 18 años que acababa de apuñalar a un turista en un intento de robo. El mandatario aseveró: “Estoy orgulloso de que haya un policía como vos al servicio de los ciudadanos. Hiciste lo que hay que hacer, que es defendernos de un delincuente”, La Nación, 1-02-2018.

[13] Bariloche 2000, 27-11-2017.

[14] Durante la investigación judicial en torno de la desaparición de Santiago Maldonado, el funcionario se dirigió él mismo a la zona donde había desaparecido el joven artesano y se refirió insistentemente sobre la voluntad del gobierno de ponerse a disposición de la justicia para aclarar cualquier duda sobre un posible encubrimiento, y colaborar activamente en la aclaración del caso, como así también con la familia del joven, Diario de Rio Negro, 6-9-2017.

[15] Infobae, 24-03-2019

[16] Salvi, V. (2023) “El dispositivo dialógico. Límites de lo decible en las disputas memoriales en Argentina”, Secuencia, 117, en prensa.

[17] La Nación, 28-08-2019.

[18]Por eso, la idea de negacionismo no termina de iluminar esta intervención memorial, ya que en su decir, no se niega lo sucedido, tampoco se banaliza ni se relativiza, más bien, se inscribe en otra temporalidad que se remonta a un pasado remoto de violencia y muerte, y que propone otra periodización y por lo tanto otra narrativa memorial en el que todas las muertes y los sufrimientos valen por igual.

[19] Barros, M. y Quintana, M.M. (2020). “Elogios del amor y la violencia. Una aproximación a la retórica afectiva de Cambiemos”. Revista Pilquen. Sección Ciencias Sociales, [S.l.], v. 23, n. 1,

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