Por Diego Conno
“Si hubiera un libro del mundo éste debería contener una entrada que guardara la memoria de todas las vidas que se han vivido de diversas maneras en esta pandemia.” Así comienza Diego Conno este texto que es un conjunto de fragmentos, mezcla de autobiografía, pequeños ensayos y reflexiones teóricas sobre el mundo actual. Un intento de narrar una vida que pueda ser todas las vidas, una forma de escritura propia que pueda volverse una lengua común.
La escritura no cura, redime
Si hubiera un libro del mundo éste debería contener una entrada que guardara la memoria de todas las vidas que se han vivido de diversas maneras en esta pandemia. En mi caso comenzó, como todo comienzo, con un error. Me enteré de la existencia del COVID-19 leyendo en un bar a la vuelta de casa, en el viejo café Montecarlo, que hoy se encuentra cerrado. Lo primero que hice fue escribir en facebook sobre la desazón que sentía (o había sentido) al ver a tanta gente ir corriendo a comprar alcohol en gel y papel higiénico a los supermercados y a encerrarse en sus casas, en lugar de estar en bares o plazas leyendo ficciones (por caso, La peste).
Me equivoqué. Una amiga me lo hizo notar.
En ese entonces creí que ese hecho –como todo hecho social– decía algo sobre nosotros, sobre nuestra humanidad. En algún punto todavía lo creo, aunque quizá en un sentido diverso. ¿Es que acaso sabemos qué se puede esperar de la humanidad ante una situación de peligro?
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Por aquellos primeros días escuché decir a la escritora María Moreno –actual directora del Museo del Libro y de la Lengua–, que las epidemias sanitarias vienen siempre acompañadas de epidemias de sentidos: la peste como castigo divino, la lepra como marca sagrada, la tuberculosis como signo de pasión o sensibilidad artística, el cáncer como represión. Finalmente, en torno al sida pudo montarse un aparato de represión de las disidencias sexuales que en algún punto perdura hasta hoy. Exceso de palabras, dice María Moreno, y vaya si su nombre no es síntoma de ese exceso (¿acaso de humanidad?).
Aquí yace una pregunta urgente y fundamental: ¿Cuáles son los sentidos que hoy se están construyendo alrededor de esta pandemia y que podrían prefigurar el mundo del mañana?
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El problema de los sentidos o de lo sensible ante lo que acontece constituye un importante problema estético. La palabra “estética” viene del griego aesthesis y significa sensibilidad. Si entendemos la estética como una práctica vinculada a lo sensible podría decirse que estamos, efectivamente, ante un problema estético de primer orden. Y es que, de alguna manera, lo que llamamos “neoliberalismo” es también (sino fundamentalmente) un modo de gobierno sobre lo sensible. Se gobierna lo sensible a través de una desensibilización del campo social. El régimen neoliberal en el que vivimos ha afectado nuestros sentidos a tal punto que hoy nos resulta muy difícil sentir. Algo similar ocurre con el deseo. No porque no haya deseo, al contrario, porque solo hay deseo. El deseo se ha vuelto una exigencia moral en el orden neoliberal.
Por eso se dirá que el neoliberalismo no es solo un modelo económico sino una tecnología de gobierno. Y, sin embargo, el problema está en el “solo”. Quizá no le hemos prestado suficiente atención a la economía, o al modo en que la ideología neoliberal –como toda ideología–, se encarna en prácticas e instituciones. Quizá hoy también estemos pagando los efectos de ese descuido. Quizá todo esto sea un exceso de la idea de autonomía de lo político.
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1989 fue el fin de un orden opresivo y violento. Pero también fue el triunfo de otro que no lo ha sido menos, y si lo fue, eso no lo exculpa de sus violencias. 1989 fue también el fin de las utopías y de la idea de revolución. Melancolía de izquierda, dice Enzo Traverso en un libro tan fantástico como polémico. ¿Es que acaso debemos abandonar la posibilidad de volver a pronunciar la palabra “revolución”?
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Últimamente se ha hablado mucho de la idea atribuida tanto a Jameson como a Žižek según la cual “es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Pareciera que hoy la frase adquiere todo su sentido. El crítico cultural Mark Fisher llamó a esta especie de impotencia del pensamiento “realismo capitalista”. Sin embargo, este no es tan solo un problema de imaginería política sino de forma de dominio y explotación sobre los seres y las cosas. El capitalismo está llevando al mundo y a la humanidad a su fin. Hemos entrado en la era de las pandemias. Pero éstas no solo son biológicas sino fundamentalmente financieras y comunicacionales, es decir, son pandemias de la lengua. Desde luego, esto no significa desconocer un problema biológico global que implica responsabilidades, cuidados y medidas de Estado, sino reconocer que todo problema biológico es ya siempre un problema político. Y que todo problema político es un problema del lenguaje.
La idea hobbesiana del homo homini lupus que ha orientado nuestra ética y nuestra política en los últimos tres siglos y medio pareciera estar dando lugar la idea del homo homini virus. ¿Estaremos entrando en una nueva era?
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Aún no sabemos si la pandemia que estamos viviendo generará un reforzamiento del capitalismo financiero y la neoliberalización del mundo o su crisis y reconversión en otra cosa. Me gustaría que pudiera surgir algo del reconocimiento de nuestra fragilidad e interdependencia recíproca. Me gustaría que haya otra cosa y que esa otra cosa la podamos llamar “socialismo democrático” o “democracia socialista”. Comunidad igualitaria de los seres y las cosas.
Al capitalismo neoliberal no se lo combate solamente con otra forma de la economía sino con otra visión del mundo, con otra narrativa, con otros imaginarios que solo pueden salir del amor mundi y de la palabra que lo nombra y lo crea.
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Leo en diario de papel sabiendo que ese hacer pertenece a un mundo que ya no. Quizá encuentro allí una forma de perseverar en la existencia. Leo que Noam Chomsky –a quien siempre es interesante leer–, pone el acento en la relación entre neoliberalismo y capitalismo. Chomsky encuentra en la versión neoliberal del capitalismo como causa de la catástrofe que estamos viviendo. Sin dudas en esto tiene razón. Pero ¿hay otra forma de capitalismo? ¿Es posible un capitalismo no neoliberal? ¿O es que acaso el neoliberalismo –que es una forma de imperialismo– es en verdad la fase superior del capitalismo? Veámoslo así: la explotación de la naturaleza, la desposesión de tierras, la sustracción de afectos, el dominio sobre los cuerpos, las miserables condiciones de vida de las masas, la producción de sujetos desechables, no son accidentes, son las condiciones históricas y estructurales de la lógica del capital. El capitalismo no es un humanismo; el capitalismo es una de las formas del fascismo.
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“Vous travaillez pour le fascisme!” se dice que le dijo Benjamin a Klossowski acerca del grupo Acéphale, y en particular en relación al ensayo sobre “La noción de gasto” en Bataille. Agamben, que es quien cuenta esta anécdota en un texto del año 1986 que tiene como título “Bataille y la paradoja de la soberanía”, cree entender la sentencia de Benjamin no en un sentido personal, puesto que Benjamin conocía muy bien el carácter antifascista de Bataille. Sino en los términos en que esa pregunta es una especie de síntoma de nuestra actualidad en tanto señal permanente de peligro: ¿en qué sentido podemos asegurar hoy que no estamos trabajando, de algún modo nosotros también, para el fascismo? Hoy, más que nunca, la disputa es entre las fuerzas del capital y las fuerzas de lo viviente, sustraídas de su valor mercantil.
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Así como no hay un capitalismo “bueno”, tampoco hay una buena forma de la globalización. Su misma naturaleza es la de ser la expansión del capital a escala planetaria. Hoy nuestras casas y nuestras vidas han devenido globales, vivamos en Nueva York o Tokio, en Río, Londres o Berlín, en Palermo o Villa Elisa o Pirané. Esto no significa desconocer las desiguales condiciones de existencia que tenemos todos los seres humanos. Al contrario, es el punto de partida para visualizar la explotación “desigual y combinada” que produce el capital en todos lados, o que el capital-global lo ha invadido todo. El capital es lo-todo.
Y, sin embargo, ya vendrá un tiempo de reconstrucción. Tendremos que saber construir casas que puedan ser hogares –libres de todas las formas de violencias– y una tierra que pueda ser mundo.
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El término pandemia es antes que médico-biológico un concepto teológico-político. Viene del griego pan-demos y quiere decir todo-pueblo o que el pueblo está en todos. Remite a una situación que afecta a todo el pueblo o a todos los pueblos. O también: es aquello que nos viene a verificar que el pueblo está en todo.
Foucault escribió: “La plebe probablemente no existe, pero la hay (il y a de la plèbe). Existe la plebe en los cuerpos, en las almas, en los individuos, en el proletariado, pero con extensión, forma, energía e irreductibilidad diversas en cada caso. Esta parte de la plebe no representa tanto una exterioridad respecto a las relaciones de poder, cuanto más bien sus límites, su reverso, su contrapartida.”
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Antígona.
He aquí un nombre que nos importa porque creemos que ofrece un acceso privilegiado a la “condición humana” que hoy está puesta en entredicho. Pero sobre todo porque allí, en ese gran mito de nuestra cultura, se encuentra un modo de abordar el problema humano en toda su dramaticidad, fragilidad y contingencia, fuera de las formas planas de las pantallas y los zooms.
Antígona llora el dolor de sus muertos y su voz revive hoy en nosotros: ¿Dónde están los muertos? ¿Dónde están nuestros muertos? Todos los muertos. En El 18 Brumario de Luis Bonaparte Marx escribió: “La tradición de todas las generaciones muertas aplasta como una pesadilla el cerebro de los vivos”.
Nosotros tenemos nuestras Antígonas argentinas: son las Madres de Plaza de Mayo. Y la Abuelas que buscan a sus nietos. Y las hijas que hoy encabezan las luchas ancestrales del movimiento feminista.
En estos meses Horacio González también ha escrito su Antígona. En parte, para recordar aquello que de humano hay todavía en nosotros, y en lo que debemos insistir, y preservar, porque es lo que resiste y se opone a las malas formas de la ley y la justicia.
En parte también, González ha hecho en ese texto una especie de elogio –o rescate– de uno de los filósofos más importantes de la actualidad, y que en este último tiempo ha sido objeto de una especie de odio al pensamiento. Naturalmente me estoy refiriendo a Giorgio Agamben. Agamben yerra, dice González, pero es más interesante que el resto de los filósofos mundializados. Recuerdo que este texto salió el año pasado cuando se celebraba el día del libro. Aprender a leer. La lectura como ejercicio crítico, reflexivo, flexión del pensamiento sobre sí mismo, práctica de si sobre sí.
Creemos que leemos porque conocemos la técnica, pero en verdad ¿leemos?
Pareciera que nos hemos convertido en pequeñas máquinas semióticas que procesan y circulan información como lo hacen con el dinero o con los virus. La financiarización del planeta ha penetrado nuestras vidas y nos ha llevado a un mundo sin lectores que es un mundo sin amigos.
“¡Oh amigos, no hay amigo!” se dice que alguna vez escribió el viejo Aristóteles, que siempre pensó la política –y la filosofía– como una forma de la amistad.
Postulemos entonces un principio ético: sospechar siempre de la certeza que sabemos leer. Empezar de nuevo una y otra vez. Porque la buena lectura no es un aprendizaje. Tampoco es algo que se aprende de una vez y para siempre. No es una prenda, una presa, una empresa. No es algo de lo que nos podemos apropiar. Más bien la lectura es inapropiable. La lectura –como la lengua– es común.
La buena lectura tiene menos que ver con el aprendizaje y mucho más con eso que los antiguos llamaban estudio (studio), que es una de las formas más bellas del amor y del cuidado del mundo.
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Una o dos veces por semana, mi hija Isabella se pone una camisa de tela vieja que suele usar para amasar y hornear pan los fines de semana, y sale al patio con una caja de madera que solíamos usar con mi hermana en la casa de nuestros abuelos. Esta es la casa que hoy habitamos. Y ahora la que pinta y hace un dibujo precioso es ella. Entre todas las pinturas que hizo hay una que me resulta verdaderamente maravillosa, tanto por lo que expresa como por lo que sugiere.
Contemplo su obra que quedó posando sobre una ventana de madera a un costado, en el patio. Los colores de la tierra se elevan y componen el cielo. En la parte de abajo hay una franja que hace de suelo pintada con un color verde que parece renacer. A la izquierda, un árbol, con sus ramas y su tronco y sus verdes hojas también, que aún sigue de pie. A la derecha se pueden ver unos pájaros. Los pájaros todavía vuelan. ¿Cómo un ser tan pequeño puede captar algo de la gravedad del mundo y otorgarle tanta belleza, y recrear una salida? Ante el encierro y la falta de aire el arte puede ser una forma de respiración humana.
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Leo. Escribo.
“La grandeza de Marx”. Pareciera ser que éste es el título del último libro inconcluso en el que estaba trabajando Deleuze antes de morir, según cuenta Nicholas Thoburn en su introducción a Deleuze, Marx y la política. También Hannah Arendt tenía pensado escribir un libro sobre Marx que finalmente quedó inconcluso. Sólo se cuenta con unas cuantas conferencias compiladas en Marx y la tradición de pensamiento occidental. De hecho, Arendt solía referirse a su libro sobre La condición humana como su Marx Book.
En los últimos años, quizá sea Frédéric Lordon quien haya hecho el trabajo más interesante sobre Marx al vincularlo con Spinoza. “Hace falta –dice Lordon– aumentar el marxismo de Marx con Spinoza”.
Pienso en “los lentes de Victor Hugo”, aumentar a Marx con los lentes de Spinoza.
Sartre escribió que la obra de Marx es “el horizonte insuperable de nuestro tiempo”. Esa frase aún mantiene toda su actualidad. Creo que ese horizonte está en la necesidad de una teoría política marxista, una verdadera teoría política materialista, que pueda ir más allá, o mejor, pensar en medio de lo que han sido sus dos efectos de lectura: el determinismo economicista, por un lado, la autonomización de lo político, por el otro.
Sin dudas aquí podrían citarse varios nombres: Homero, Epicuro, Sófocles, Platón, Aristóteles, Lucrecio, Plutarco, Cicerón, Agustín, Dante Alighieri, Montaigne, La Boétie, Maquiavelo, Shakespeare, Hobbes, Spinoza, Rousseau, Kant, Hegel, Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche, Simón Rodríguez, José Martí, Jacocot, Dostoyevski, Tolstói, Mary Wollstonecraft, Flora Tristán, Louise Michel, Gramsci, Mariátegui, Benjamin, Freud, Heidegger, Bataille, Arendt, Macedonio Fernández, Lezama Lima, Lenín, Rosa Luxemburgo, Trotsky, Weber, Arlt, Pizarnik, Borges, el Che, Perón, Lévy-Strauss, Roland Barthes, Merleau Ponty, Sartre, Guimarães Rosa, Fanon, Aimé Césaire, Simone de Beauvoir, Simone Weil, Althusser, Clarice Lispector, Derrida, Kafka, Deleuze, Guattari, Gabriela Mistral, Raymond Williams, Juan L. Ortíz, Scalabrini, Foucault, Lévinas, Spivak, Rodolfo Walsh, Lamborguini, David Viñas, Saer, Ricardo Piglia, León Rozitchner, Josefina Ludmer, Laclau, Carlos Alonso, Marilena Chaui, Horacio González, Silvia Federici, Pascal Quignard, Rancière, Agamben, Butler, Donna Haraway. La lista es incompleta, habrá que sumar otros nombres, y hacer con ello un programa de lectura para el mundo por venir.
Un libro.
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Anoto con lápiz en papel una tarea: Escribir un ensayo sobre David Viñas y Edward Said. Pienso en lo que podría surgir de poner juntos Literatura argentina y realidad política (1964) con Cultura e imperialismo (1993). Pienso que la pandemia también nos puede abrir un nuevo horizonte de sentidos: el infinito.
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La palabra cuidado ha surgido con mucha fuerza en los últimos meses en la Argentina. Se ha hablado de “Estado de cuidados” o de “cuidados de Estado”. “Cuidado” es una palabra compleja, que tiene una larga tradición en la historia en la humanidad, tanto en la filosofía antigua como en las religiones monoteístas. Sin embargo, le debemos al feminismo haberlo puesto en el centro en los últimos años en un sentido emancipatorio. La posibilidad de pensar el Estado en su imbricación con la idea de cuidado del mundo es de lo más interesante de los últimos tiempos. Pero eso implica desplegar una política de los cuidados no solo en el ámbito de la salud, sino también en relación a la seguridad, a la cultura, a la economía, y a todos los ámbitos de la vida.
Michel Foucault: “El cuidado de sí es ético en sí mismo; pero implica relaciones complejas con los otros, en la medida que este ethos de la libertad es también una manera de cuidar de los otros”.
“Una ciudad en la cual todo el mundo cuidase de sí como debe sería una ciudad que andaría bien y que encontraría allí el principio ético de su permanencia”.
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Podría esbozarse una métrica de los cuidados, que sea una métrica-poética-política-ética-corporal-afectiva-tecnológica, todo eso al mismo tiempo:
Cuidado no es vigilancia ni control, es amistad y es escucha.
Cuidado no es estigma, no es prejuicio ni desprecio. Cuidado es solidaridad, fraternidad, y hospitalidad con los otros.
No es sometimiento ni obediencia el cuidado. Es una práctica ciudadana amorosa.
Los cuidados no precisan de ninguna moral. Ninguna teoría normativa que rija la acción. Ningún telos ni juicio a priori. No hay policía de los cuidados. El cuidado es una práctica, un afecto, una ética como forma de vida. Es un modo de ser y estar en el mundo con otros.
Los cuidados son actos de amor mundi. Es vivir la experiencia infinita del mundo como común.
Cuidado como derecho es saber que no hay cuidados sin una política de los cuidados. Sin cuidados tampoco hay democracia, ni pensamiento, ni vida en común.
El cuidado también es una experiencia colectiva que anida en el reconocimiento de que no siempre sabemos hacerlo.
Memoria, verdad y justicia es la forma que ha tomado la experiencia de una política de los cuidados en Argentina. Experiencia que es también la de sus aciertos y sus errores, la de sus conflictos y sus luchas. Vaya allí una orientación para el mundo.
Cuidado de sí como cuidado de otros. Cuidado de otros como cuidado de sí.
Ésta es nuestra política, nuestra ética, nuestra erótica y nuestra estética.
Porque hoy todos somos iguales.
Todos somos sobrevivientes.
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Creo que nunca reparé verdaderamente en la poesía,
aunque siempre encontré un inmenso placer en jugar
con el lenguaje. La importancia en la elección de las palabras. El uso libertario de la lengua
más que su corrección política.
Hace varias semanas que realizo un ejercicio cotidiano,
con una rigurosidad de asceta.
Cuando termina la noche y todos duermen,
en la casa
escojo un poema y lo trascribo
en lápiz a un cuaderno rojo. La elección no tiene
ningún patrón ni orden ni mantiene un mismo estilo: es aleatoria. Solo intenta ceder
ante la belleza del lenguaje humano, ante el trabajo (Arbeit)
con las palabras, como quien se deslumbra
por la meticulosidad de un artesano (Handwerker).
La poesía es,
creo o supongo, una orfebrería (Schmiedearbeit).
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La poesía también es pensamiento.
Una de las cosas que más extraño del mundo es la lectura de un par de páginas de Borges luego de dar una larga clase sobre la filosofía de Spinoza. Sucede casi como ritual. “Las traslúcidas manos del judío / labran en la penumbra los cristales / y la tarde que muere es miedo y frío. / (Las tardes a las tardes son iguales.)”.
“Bruma de oro, el occidente alumbra / la ventana. El asiduo manuscrito / aguarda, ya cargado de infinito. / Alguien construye a Dios en la penumbra.”
Spinoza ha sido dicho Maledictus. Escribió: Deus sive Natura. También escribió: Ius sive potestas. Spinoza fue acuchillado. Firmó todas sus cartas con la palabra Caute. Su Ética es una ontología, es una poesía del pensamiento. La poesía como laboratorio de la lengua común. Política.
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Un relato de la antigua China cuenta la historia de un viejo monje que enseñaba su lengua a los extranjeros que llegaban a su monasterio. El monje, que no conocía otra lengua más que la propia, contaba con dos ayudantes que se encargaban de estudiar y traducir la lengua de los extranjeros a la lengua del monje, para que así éste pudiera enseñar. Después de varios años, el viejo monje comprendió que la enseñanza de la lengua propia precisa siempre de una lengua común, un cuerpo.
Los griegos también comprendieron que pensar es siempre pensar con otros. Logos en su sentido original significa vivir con otros en el modus del habla. La pedagogía es un acto de emancipación. No hay acto de pedagogía que se haga sobre un desierto, eso se llama colonialismo o embrutecimiento pero no emancipación. El colonialismo es la negación de la humanidad del otro, es concebir al otro como un desierto.
La pedagogía es una relación entre dos potencias iguales de pensamiento. Todo acto de pedagogía precisa conocer la lengua del otro, concebir al otro como un igual. Todo acto de pedagogía implica la capacidad de producir experiencia. Todo acto de pedagogía constituye siempre un territorio y una lengua común.
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¿Qué es la educación? Una obra de arte, con todo lo que ello implica: imaginación, creatividad, corporalidad, conocimientos, trabajo intelectual-manual, igualdad, diferencia, repetición, originalidad, otredad, asombro. Leo a Spinoza por medio de Deleuze y pienso que todo eso podría nombrarse con la palabra “expresión”. Como sucede en el arte o peor, en la educación en la época de la reproductividad técnica se disuelve el carácter aurático que solo sucede en el aula. La cercanía semántica entre aura y aula solo diferenciadas por una letra, que en el idioma español suena similar, es bien expresiva del problema al que nos enfrentamos. No hay aula/aura en un aula virtual, aunque tengamos que persistir en ella. Persistir como conatus, como un modo de existir con otros, o de re-existir. Perseverar aunque fracaso, en las formas de hacer mundo.
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El aula es un espacio de contaminación. Lo impuro. La mezcla. El éxtasis. Siempre hay algo allí alojado, como enraizado, que expresa una forma del exceso.
Pensemos en las aulas y los pasillos de las universidades. Los cuerpos cansados, agotados pero atentos; el olor a café, y los demás olores, los mates compartidos, las risas colectivas, las miradas cruzadas, el asombro que solo se manifiesta en acto. El pizarrón y el polvo de una tiza blanca, sí. Porque en ese gesto se vincula también la educación con el dibujo, y eso es precioso. Y porque finalmente la vida humana también es una cuestión de gestos. ¿Dónde están esos gestos hoy?
No solo estamos ante la falta de contacto, sino de rostros. El rostro no necesariamente es una cara. Es un cuerpo que habla, es un gesto. Levinás elaboró toda una teoría ética alrededor de la idea del rostro como gesto.
Como en los textos de Borges o los de Spinoza, los cuerpos son afectos.
Hasta que el mundo vuelva a ser mundo.
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Es posible que en este tiempo de virtualización no se haya reparado lo suficiente en la palabra virtual. Por un lado, la palabra “virtual” refiere a lo aparente, a lo que no es real. Por otro, alude a algo que es virtuoso o que es portador de cierta virtud. También debemos notar que comparte el prefijo con la palabra virus, que viene de veneno. Paracelso decía que todo tiene veneno. La diferencia entre el veneno que mata y un fármaco que cura es la dosis justa.
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Hoy nos encontramos ante un proyecto de virtualización del mundo. Charlas TED, tutoriales, zoom, googleclassroom, meet, aulas virtuales, campus, podcast, drives, forms., etc., etc., etc.. Dispositivos. Foucault escribe en la última página del primer tomo de su Historia de la sexualidad. La voluntad de saber: “Ironía del dispositivo: nos hace creer que allí reside nuestra libertad”. En algún sentido la virtualización total del mundo conduce a la desaparición de la acción. El capitalismo vive de la abstracción, de convertir nuestros cuerpos en “materia abstracta”, en espíritu, en fantasma. Necesitamos un Derrida, un Marx o un Hegel para comprender la naturaleza actual del mundo. Antes que deje de haber mundo y solo haya fantasmas.
No hay pedagogía sin la posibilidad de reflexionar –pensar críticamente– sobre aquello que hacemos cuando lo hacemos.
Por eso en tiempos de hiper-tecnologización es necesario rendir homenaje a quienes se dedican al viejo oficio de maestro o profesor. Un elogio a todos aquellos que nos han transmitido a muchos esa pasión contagiosa –más fuerte y más intensa que cualquier virus– por el estudio, la escritura, el pensamiento y la docencia.
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La palabra escuela proviene del griego skholè (σχολή) y del latín schola que significa ocio o tiempo libre o tiempo liberado. La escuela no es un lugar de aprendizaje sino de estudio y pensamiento. Un lugar de contemplación y de evasión. La escuela es un lugar de cuidado del mundo. Un lugar de juego y de imaginación. La escuela es una u-topía.
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Por momentos pienso que hemos hecho un mundo tan de mierda los seres humanos, un mundo tan horrible y cruel que merecemos la extinción.
Por momentos pienso que hay tanto amor, tanta dulzura y tanta belleza en nuestra humanidad que es lo que hace del mundo un lugar más habitable. Quizá no sea una cosa ni la otra.
O quizá las dos juntas.
Diego Conno es politólogo, profesor de filosofía y teoría política en la Universidad Nacional de José C. Paz, la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Nacional Arturo Jauretche. Trabaja en el cruce entre teorías del poder y teorías de la democracia, con especial interés en América Latina. Ha compilado junto a Mauro Benente la publicación colectiva Democracias Constituyentes. Teorías (y) políticas de lo común (Editores del Sur). Miembro fundador del espacio intelectual Comuna Argentina. Es editor de la Revista Mestiza (UNAJ) y Director de la Revista Bordes (UNPaz).