Dossier especial 2001
La palmera

Por Sebastián Russo

“El 19 y 20 es una imagen. Como la huelga general. Es una secuencia numérica devenida una cifra, una clave, una contraseña. Allí anida no solo una época. Sino una llamada atemporal a la revuelta. En su rememoración, en su fuerza sígnica. Incluso en su derrota, en su devenir (cómo no) otra cosa. Es el cristal mítico donde refugiarnos. Es el fulgor clarividente de una noche de verano. Que siempre amaga por volver. Diciembre eterno. Un tesoro de fuerza indómita, utópica, super poderosa.”

Herencia e invención

Ahí ella. Expectante. Espectadora. En los bordes de la plaza. Una ubicación ideal. ¿Es la hija de la que se quemó en el 2001? ¿Es ella misma? ¿Le quedarán recuerdos, zonas quemadas? ¿Recuerdan los árboles, las palmeras? Yo recuerdo. Recuerdo que llegué a verla. Incendiada. Y la fotografié. Era un símbolo. La palmera quemada era todo un símbolo. De que no iba más. De que algo no iba más. Un atrevimiento. Quemar la palmera de la plaza de Mayo. Como quemar la bandera. A quién se le ocurre. Cómo no. Lo único a hacer. Quemar la palmera/bandera. Principio y fin de todo.

Verla ardiendo fue haber visto todo. Tengo la sensación que luego de eso emprendí la retirada. Qué más ver. Qué más hacer. No hay revuelta sin incendio. No hay revolución sin quema de bandera. Si algo pasó de la noche a la mañana, de esa noche a esa mañana, fue la pérdida del temor. De un temor. El que derrumba e incendia a los otros temores. El miedo a tomar las riendas. De quemar las banderas. Y que te pisen, que te pisen, que te pisen.

Derrocar un gobierno en la calle. Tal potencia heredada es extraña. Grandilocuente. Falsa. Mentirosa. Pero lo hicimos. Eso creímos hacer. Eso creímos poder hacer. Bancando en las calles. Desobedeciendo un estado de sitio. Quedándonos más de la cuenta. Volver al otro día. Bancarla y listo, parecía: una renuncia a medianoche, un helicóptero para el chupete. Una celebración descarnada. Pura carne desnudada.

Resistir es vencer, tal el nombre de una película de Jorge Cedrón que entrevista a Mario Firmenich. Nada más lejos del 2001 que Firmenich en el 78. Cuando la vi ni sabía que estaba vivo. En esa película su arrogancia es todo: hicimos todo bien pero los avatares, viste. No hay revolución sin arrogancia. Pero menos aún sin pueblo. Persistir es vencer. Quedarse donde y cuanto un cuerpo se vuelva arma, batallón, mas no suicida aunque estuviéramos bastante perdidos; cual patrulla más sin afán instrumental. Andar, seguir, avanzar. Estar allí. Como tenerte acá. Llegar hasta el aire.

Éramos la generación de la que nada se esperaba. Incluso que nada esperaba. Y en esa todos. O casi. La celebrada certeza de la incerteza era retórica sacra y mundana de las -por caso- ácratas movidas arty políticas con ansias de oficina y vista a Patio Bullrich. Que se vayan todos. Decíamos, todos, porque no se era parte de nada. O casi. Hay prepotencia también cuando no hay experiencia. La falta de experiencia callejera de muchos permitió la arrogancia de enfrentar balas. Ahí yo. Disparaban y sacaba fotos. La prepotencia es también propiedad de(l) futuro, Arlt lo dijo. Prepotencia de trabajo. Heredar es una tarea, así como revelar, rebelarse. Ver más, verlo todo, de golpe. Una tarea. La tarea. La única. La mejor. Los métodos había que aprenderlos. Lejanos, cerca. Los piqueteros. Los docentes. La carpa blanca. Cutral Có y Puente Pueyrredón. Zanon y Brukman. Todo junto. Antes, después. Lo mejor. Lo único. Corte de ruta y asamblea. No sabíamos nada. O todo en (pre)potencia.

Fuimos los 13/20 los que también hicieron el/su 19/20. La 13 20 fue una revista de mi tiempo. Dicho así, mi tiempo ya pasó. Hoy sería vicario del tiempo de otros que dirán, a su tiempo, en mi tiempo tal. La 13 20 era canchera. Proto progresista, post psico bolche. Con la falsa ingenuidad e indolencia noventera. Los noventa, época maldecida, romantizada, malherida, fueron caldo y cultivo de una generación, de una era que retorna, que revuelve. Los 13 20, sujetos que para entonces, mi tiempo, adolecían de revueltas, tuvieron su/el 19 20. El 19 20 es también una revuelta de los 13 20. Fulgores revolucionarios de porteños mal criados. Morrison moría a la edad en la que yo nacía en una noche sin fin y un mediodía de caballos, balas y gases.

19 y 20. Dos días que condensan un antes y un después. Corralito y asamblea. Dos espacialidades que en su expansión reiluminaron ese devenir. Esa noche, esa mañana, paredón, subidón y después. Del encierre de ahorres al ágora a plaza abierta. Del adentro al afuera. Corralito y asamblea. El menemismo nos fabuló viajeros infinitos. El corral era nuestro destino. El que quiere celeste ve una vaca y llora. Las vacas gordas de nuestras billeteras convertibles eran de otros, no del otro, sino ajenas. Las penas devinieron piedras. Y no iba a ser siempre una gomera.

El kirchnerismo se dice desmovilizó. Mentira. Aunque verdad en la potencia transformadora del salir a la calle y comerse el mundo. De la resistencia rebelde a la resistencia sistémica. Del grado cero de la política (somos nosotros) a redescubrir la palabra patria, todos, (es) el otro. El 19/20 nos parió. Parió al kirchnerismo. Ese estrambótico proceso que nos hizo estatalistas. Y aplaudidores, funcionarios (a veces) funcionales para mal, para bien nos convertimos. El funcionariado, de mal/buen funcionamiento, fue una réplica inesperada y un desafío para el acratismo que se forjó o que encontró en el 19/20 su cenit. Inventar instituciones, institucionalidades. Había que hacerlo. No todos lo hicieron. Horacio González sí, lo venía haciendo, nunca dejó de hacerlo:  un faro, una palmera encendida.

Del 19 al 20 algo nació. De la noche a la mañana, como quien dice. Se dice también que hay un momento en la vida de alguien en que todo puede transformarse, hay un momento en la vida de todos en el que ese todos es lo que se va, es lo que se viene. Que se vayan, cantamos, quienes, todos, nosotros. Noche alucinada en la que yo por caso me separé (de alguien, de algo) El chupete habló, salimos a la calle, en un Caballito con centros culturales anarco punks. Otro tiempo. Otra ciudad. Pero ella no quiso llegar a la plaza. La palabra grieta no la utilizábamos. Pero fue lo que sentí. Y ya no dudé, me envalentoné y seguí caminando. La palmera ardiente expresaba el ardor naciente y el fulgor me tomó, me alumbró (me hizo ver, me parió -porque hoy nací, decían los Manal- bueno algo así) y vi a las Madres y dejé el café con leche y agarré la cámara, saludé a la vieja y me hice el Robert Cappa. Dime a quien emulas y algo te diré. Mi tiempo 13 20 llegaba a su fin.

La palmera incendiada es la plata quemada y la plaza ardiente. Captura y liberación. Captura de dinero y liberación de cuerpos, de su modo de organización. Algo nuevo emergió en el arrastre de formas ensoñadas. De tal radicalidad, de tal improvisación e inventarlo todo: un habla, una comunidad, sus criterios de orden, desconfiarlo todo. Ninguna palabra estaba asegurada, lejos de eso el refugio era un campo travieso, un campo a atravesar, la puesta en crisis del sentido de las cosas, de la cosa pública como tal. Demasiado expuestos, no faltó para la cooptación y captura y disolución de pasiones enflorecidas. Cinco presidentes y nos quedamos con Duhalde. Arrogantes creímos que no importaba. La fuerza está en las bases.

El 19 y 20 es una imagen. Como la huelga general. Es una secuencia numérica devenida una cifra, una clave, una contraseña. Allí anida no solo una época. Sino una llamada atemporal a la revuelta. En su rememoración, en su fuerza sígnica. Incluso en su derrota, en su devenir (cómo no) otra cosa. Es el cristal mítico donde refugiarnos. Es el fulgor clarividente de una noche de verano. Que siempre amaga por volver. Diciembre eterno. Un tesoro de fuerza indómita, utópica, super poderosa.

Y esa palmera sigue ahí. La veo veinte años después en una plaza colmada que recibe a sus emanaciones políticas incluso vecinas. Lula, Mugica, Cristina, Alberto -también él-. 38 años de democracia y casi la mitad de su refundación en acto. Los periodistas se engolan con su verba continuista. Pero no. No fueron ininterrumpidas estas casi cuatro décadas. Tuvieron su vacío constitutivo. Donde los significantes se enloquecieron buscando sus nuevas parejas. Solo un refresh, como en informática, dirán los que se quedaron con gusto a poco y nada. Una refundación, los que encontramos allí el fundamento de un nosotros que no se cuece sin lo otros, incluso sin lo otro. El problema sigue siendo la palabra todos. Quien enuncia. Sin afuera, sin adentro. Dilución política. Que se vayan. Es con todxs. Las vaquitas siempre otras. Por lo que la palabra (política) es/fue/será el nos-otros. Ya se dijo en el 2001: “somos nosotros”, aunque opacada por el QSVT. Y también la Butler, en su definición performativa del popolo: aquellxs que enuncian, juntxs, y persistentemente (no como los caceroleros de ayer y hoy): “nosotrxs, el pueblo”. Nos-otros. Nosotrxs (como/junto a) otrxs. En tiempo/espacio, situado y desquiciado, siempre otro, el mismo.

La desilusión y sorpresa que generó la primera vuelta en Chile, de una constitución mapuche al crecimiento de una derecha xenófoba y radical, que aunque haya sido vencida en el balotaje tuvo un porcentaje altísimo e inédito de votos, parecería que se funda en la falta de una zona lindera, fangosa, donde el barro sublevado encuentre soportes. Los de una arquitectura que hecha para conminar de repente sea tomada por asalto y se la haga pervivir, se la infiltre y transforme, se la haga convivir en relación tensa y mutante con los tibios de ayer y hoy. Y por casa cómo andamos.

Herencia e invención. Ni la una ni la otra. Si hay casta que no se note. O que vote lo que necesitamos y diga lo que nunca creyó decir. Herencia e invención. No como falsa dicotomía de absolutos: continuidad o ruptura. Sino como montaje. Terceridad Juan Domingo Godard. El 19/20 deja el resabio sabio del lidiar dificultoso con lo que puede retrotraerlo todo, al tiempo que refundarlo, incluso en un mínimo movimiento. Néstor Kirchner fue la cifra institucional vitalista post 2001 de una experiencia política que lidió con las faltas y los restos, desde un llano escarpado, a un intento de sublimación plebeya. Cómo asumir hoy un legado -recargado- que tiene tanto de insumisión (de in asumible) como de potencial dilución en los resortes amoldados y receptivos de toda nueva irrupción. Cómo asumir la invención cada vez de lo heredado. Elegante-mente somos, debemos ser ese barro. Que moldea, crea y estructura, mientras tanto. Herencia e invención. Las bengalas se pierden en la multiplicación de lucecitas y pantallas. Y no va a haber siempre una palmera.

 


Sebastián Russo Bautista es sociólogo (UBA) y Profesor de Sociología (FADU-UBA), Teoría de la Comunicación y la Imagen y Pensamiento Social Argentino y Latinoamericano (UNPAZ) y Sociología del Arte (UMSA). Es Director del proyecto Memorias Imaginadas (IDEPI/UNPAZ). Investigador del Instituto de Arte Americano (FADU/UBA). Co-editor de VerPoder. Ensayos de la mirada y Tierra en Trance Cuadernos de Cine Latinoamericano. Autor de “En la lengua que cortaste. O la memoria de nosotros”, “Porno imaginario”, “La imagen política”, “Los condenados. Pasolini y Latinoamérica” y “La parva muerte. O la memoria de los otros” (Milena Caserola). Cofundador de las revistas Tierra en Trance; En ciernes. Epistolarias; Carapachay y Relámpagos.

 

Imagen de portada: foto de Diego Conno

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