Por Daniela Losiggio
Los resultados de las PASO que mostraron un avance de la Libertad Avanza bajo el liderazgo de Javier Milei han despertado múltiples hipótesis sobre su crecimiento y la pregnancia de su discurso, en especial entre los públicos juveniles masculinos. En ese sentido, los feminismos que en estos últimos años masificaron sus demandas en la agenda pública han quedado en la mira de ciertos análisis. En esta nota, Daniela Losiggio, investigadora del CONICET y docente en UBA y UNAJ, presenta una revisión crítica de estas lecturas, a la vez que indaga sobre la conformación de los discursos antifeministas en la Argentina.
Límites del diagnóstico
En un video subido a YouTube luego de las PASO, la filósofa Roxana Kreimer analiza los resultados electorales: “la consagración de Milei es un fenómeno multicausal. Diría que el factor económico, puntualmente una inflación anual que supera el 100% es una variable importante para optar por un partido nuevo que nunca estuvo en el poder aunque sus recetas sean viejas (…) Desde ya que hay un voto castigo por las malas administraciones (…) y también un hartazgo con los grupos más radicales del feminismo que son andrófobos y promueven el quebrantamiento de garantías constitucionales como el principio de inocencia y del debido proceso”.[1] Interpretaciones como esta, en donde la reacción contra el feminismo tiene un peso causal –más o menos similar a las “malas administraciones”– en el triunfo de la derecha, es expresivo de un lugar común de la opinión pública. Gravitante especialmente al interior del peronismo y los movimientos populares, se instaló tras las elecciones de medio término en 2021, donde La Libertad Avanza (LLA) obtuvo un resultado muy positivo (17,03% de los votos en la ciudad) por el que Javier Milei y la segunda en su lista (hoy candidata a vicepresidenta), Victoria Villarruel, obtuvieron dos bancas en la Cámara Baja. Por su parte, el periodista deportivo Flavio Azzaro responsabilizó al llamado “lenguaje inclusivo” y el arzobispo de La Plata Víctor Manuel Fernández sostuvo sobre el presidente en La Nación: “lo hemos visto muy entretenido con el aborto, la marihuana y hasta la eutanasia, mientras los pobres y la clase media tenían otras hondas angustias que no obtenían respuesta. En los últimos meses se vio una potente avanzada para imponer un lenguaje ‘no binario’ que en las inmensas barriadas a nadie parece interesarle”.[2] Finalmente, en una nota en Infobae, Mayra Arena fue taxativa: “Las grandes mayorías no quieren que les rompas las pelotas, y tampoco te las quieren romper a vos. Cada vez que me cancelás un artista que me encantaba o me hacés sentir una porquería por reírme de algún cuento viejo pienso más que vos y yo no tenemos nada que ver”.[3]
Aunque sin dudas atendibles, los reproches presuponen dos ideas equivocadas. La primera es la de ver en la presidencia de Alberto Fernández una gestión feminista (algo de lo que Kreimer se sustrae parcialmente). La segunda, leer al feminismo en términos de expresión moral. No vamos a extendernos sobre estos puntos. Aunque vale la pena observar que el Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad creado por el gobierno de Alberto Fernández destina el 90% de su presupuesto a las políticas de asistencia y abordaje de la violencia en instancias no punitorias (por caso, la Línea 144 y los programas Articular, Producir y Acompañar). Ninguna partida se destina a la implementación del “lenguaje inclusivo” (algo que a la sazón sería muy objetable por parte de quienes lo promueven desde la lingüística feminista). Además, a duras penas el gobierno lo utiliza en la comunicación oficial, por lo que es de suponer que el Ministerio no tiene ninguna incidencia en esta materia.
La segunda idea equivocada, decíamos sobre los reproches, es que el feminismo constituye un discurso “meramente cultural”, moralizante, retórico (esto reaviva una vieja acusación al movimiento por parte de la teoría feminista de orientación marxiana). En este punto, se recomienda echar un vistazo sobre las reivindicaciones de los feminismos populares y su trabajo de visibilización de la problemática estrictamente material que golpea, en especial, a las mujeres: la pobreza. Tampoco me detendré en este punto suficientemente elaborado en los informes de Economía Femini(s)ta, del PEG-UNAJ sobre Florencio Varela y alrededores o del Observatorio Villero de La Poderosa.
Lo que vamos a sostener aquí es que los resultados electorales, que mostrarían la buena llegada de los discursos de derecha entre los públicos juveniles masculinos, permiten pensar tanto en la hipótesis del backlash[4] antifeminista –arrojada por Kreimer– como también en que la pedagogía feminista viene haciendo un fuerte trabajo genealógico que permite ver con claridad en qué plataforma los derechos de mujeres y diversidades se resguardan y en cuál se diluyen. El muy interesante dossier “Juventudes y elecciones. Argentina 2023” de Zuban Córdoba y Asociados[5] ya anticipaba, en enero de 2023, algunos números que pudieron comprobarse en las PASO. Los varones jóvenes veían con mejores ojos a LLA, mientras que, las mujeres, a Unión por la Patria (UP). El dato es relevante porque les jóvenes de entre 16 y 35 años constituyen nada menos que el 40% del padrón electoral.
Una mirada menos prejuiciosa sobre las agendas feministas (con sus errores y aciertos) nos inclina a apreciar sus efectos positivos en las electoras mujeres, así como la pérdida del diapasón que ofrece el apoyo popular, por parte de los representantes también populares que –a excepción de la izquierda– silenciaron el discurso feminista que había recubierto, previo a la pandemia, la mayor movilización popular en Argentina de la última década.
Para ser justas, Sergio Massa hace, de vez en cuando, un tímido guiño hacia la injusta división sexual del trabajo y la feminización de los cuidados; Juntos por el Cambio directamente optó por un giro conservador en los últimos dos años: de lanzar campañas sobre sobre salud sexual integral y hacer uso público de lenguaje inclusivo a prohibirlo en las escuelas. Milei, sin dudas, es actualmente el antifeminista más confeso y ha logrado –con destreza– combinar los aprendizajes de sus maestros libertarios y el discurso antifeminista consolidado por algunas organizaciones cristianas que proliferaron a la par del movimiento feminista y cuya máxima expresión intelectual y laica es Agustín Laje.
Parece urgente, así, observar esta alianza táctica, que no necesariamente va de suyo y que, además, nos obliga a repensar la espontaneidad del mentado voto hartazgo. Sin negar que algunas expresiones del feminismo pueden ser dañinas, pero teniendo en cuenta algunos méritos de su versión institucionalizada: ¿cuál es el porcentaje de votantes verdaderamente agraviados por el feminismo? No se trata de eso, sino de cómo, al costado del feminismo, creció la hiedra de un discurso organizado y productor del resentimiento, que es necesario diagnosticar como verdadera contraofensiva antipopular.
Sin novedades en el frente
Cuando surge el discurso sobre la “ideología de género”, la mayoría de los jóvenes libertarios ni siquiera había nacido. Tenemos que remontarnos a la Conferencia Mundial sobre la Mujer en Pekín de 1995, y luego de la publicación del libro del sacerdote belga Michel Schooyans (en colaboración con Marguerite Peeters), intitulado L’Evangile face au désordre mondial de 1997, que advertía sobre el rol de las Naciones Unidas en la propagación de la “ideología de género” en el mundo. De ese mismo año data un texto de Joseph Ratzinger, en el que estudia el problema del término gender (lo utiliza en inglés). Llega allí a la conclusión de que el movimiento global de mujeres oficia de “centro nuclear” para una revolución contra los presupuestos biológicos de la humanidad.[6]
La primera movilización contra la ideología de género tuvo lugar en Croacia, en 2007. En ese momento hubo una importante agitación para frenar el impulso político que buscaba incorporar la educación sexual en las escuelas. En los años 2012-2013, la movilización ganó tenor transnacional, reforzada por la estabilización de este nuevo significante de la “ideología de género”. En 2012, la expresión fue utilizada por las fuerzas conservadoras españolas que movilizaron contra el aborto (ya legalizado en España desde 1985) y, en lo sucesivo, por los Sentinelli in Piedi contra los derechos sexuales, reproductivos e igualitaristas (DSRI) en Italia (2013), La Manif pour Tous en Francia (2013) y Za otroke gre (Se trata de los niños) en Eslovenia (2015). En América Latina, la movilización contra la ideología de género tuvo un primer boom en 2016-17 cuando empezaron a aparecer videos virales, proyectos conservadores de nueva legislación reaccionaria y marchas masivas impugnando los DSRI.
Las movilizaciones contra la ideología de género son principalmente agitadas en América Latina por organizaciones cristianas, mayormente laicas (hoy ya no por el Vaticano, aliado político del frente liderado por Sergio Massa). Juan Marco Vaggion[7] ha estudiado cómo, durante la década de 1990, la Iglesia Católica destinó grandes esfuerzos a la construcción de la figura del “fiel laico” (expresión acuñada por Juan Pablo II para borrar las fronteras entre la ciudadanía moderna y la devoción religiosa). A estos efectos, el “Compendio de la Doctrina Social” llama al fiel laico a hacer valer los principios morales religiosos al interior de la sociedad moderna. A su vez, insta a los políticos que pertenecen a la fe católica a compatibilizar sus decisiones públicas con los contenidos de esta fe.
Una de las expresiones de este propósito es la creación y fomento de organizaciones no gubernamentales que se autodenominan “Pro-Vida” o “Pro-Familia”. Este proceso es, según Vaggione, uno de los principales pilares del activismo católico conservador en América Latina. En paralelo, se da una profesionalización de las ONG’s que incluye organizaciones de médicos y abogados declaradamente católicas, alianzas y campañas cofinanciadas con sectores del evangelismo y la transnacionalización de esas campañas. Las organizaciones vienen ejerciendo, desde 2016, una gran presión sobre los políticos de los distintos partidos que pertenecen a la fe católica, a quienes se les exige coherencia moral.
Entre las organizaciones laicas encargadas del lobby antiderechos destaca, por sus dimensiones, el Opus Dei, hoy en cierto nivel de conflicto con el Vaticano, desde que el Papa Francisco degradó a esta organización en dos oportunidades, quitándole autonomía. Esta asociación, original de España, recibe financiamiento de los capitales privados más importantes de Sudamérica (como, por ejemplo, de Pérez Companc en Argentina). Cuenta con clubes y centros educativos; ofrece formación académica y/o técnica destinada a distintos grupos según género y clase social y educa a sus jóvenes en la observación de prácticas de castidad y autoflagelación. El Opus Dei tuvo un rol cardinal en las dictaduras latinoamericanas de la década de los setenta, nuclea a un importante número de familias de las élites urbanas y cuenta con una gran cantidad de miembros especialmente en Argentina.
Las adscripciones ideológicas de las distintas ramas del evangelismo son mucho más difíciles de establecer, no solo por su enorme atomización, sino porque su organización no tiende a un centro jerarquizado transnacional (no existe en el evangelismo una suerte de papado). Es cierto que, en la década de los ochenta, la derecha evangélica de los Estados Unidos dio fuerte impulso económico a la emergencia de liderazgos internacionales dirigidos a influir en las distintas ramas del cristianismo no católico. En el caso particular de América Latina, se buscaba incorporar a los sectores populares y disputar así los lugares que antes había ocupado la perseguida “Teología de la Liberación” (algo que han estudiado Pablo Semán y Nicolás Viotti[8]). Ese impulso no alcanzó para lograr una homogeneización ideológica. Las pequeñas iglesias pentecostales que tienen asiento hoy en los barrios más pobres de Latinoamérica (o en todo caso, la gran mayoría de ellas) realizan tareas sociales que no siempre se encauzan en la movilización política conservadora, en parte precisamente porque su atomización constituye una limitante. No obstante, y tal como sostiene Marcos Carbonelli,[9] estas tareas les permiten la administración de fondos públicos y cierto peso en la opinión pública. Del mismo modo que en el catolicismo, no son hoy las Iglesias sino las organizaciones las que llevan adelante las campañas para combatir la “ideología de género” y, más precisamente, las campañas cofinanciadas por pentecostales y católicos como es el caso de “Con mis hijos no te metas”.
La incompatibilidad entre esta movilización Pro-Vida y el libertarismo, en materia de género, se da precisamente en el punto donde el cristianismo deduce una idea universal de justicia de la diferencia natural. El cristianismo considera que la superioridad masculina, la concepción mariana de la feminidad y la reproducción son de ley, y que cualquier intento de modificación de esos pilares debe ser considerado una perversión a ser combatida. El libertarismo es mucho más cándido.
Para ser más precisas, el que dedica algunas páginas a un biologicismo algo tirado de los pelos (poco de la tradición liberal, ciertamente, habilita semejantes premisas) es Murray Rothbard, autor que le da el nombre nada menos que a uno de los hijos de cuatro patas de Milei. Además, su fantasma le ha confiado al candidato a presidente una serie de preceptos para el destino suyo y el de la Argentina.
Rothbard cree que el igualitarismo (ya sea en formato de izquierdas, de feminismo o liberación racial) constituye una perversión de la realidad que debe ser eliminada. Los individuos son totalmente diferentes en capacidad física y mental. Lo que el feminismo sostiene, acerca de que es la cultura la que produce las desigualdades, es una gran mentira. Las desigualdades sin dudas se originan en la realidad biológica. Sin embargo, estos no son motivos para discriminar o impedir que los individuos originariamente inferiores sean libres: “No voy tan lejos como los hombres extremadamente ‘machistas’ que creen que las mujeres deben limitarse a la casa y a los niños, y que consideran anti-natural cualquier búsqueda de carreras alternativas”,[10] sostiene en un simpatiquísimo pasaje. Precisamente, de lo que se trata es de no indignarse ante las desigualdades o de procurar conservarlas o revertirlas. Si algo es considerado un pecado en el libertarismo es la intervención de un proceso “natural”.
Articulando dos discursos a priori incompatibles, LLA se da el gusto de criticar dos veces al feminismo: primero, a partir de un amoralismo cínico del libertarismo y, después, desde una perspectiva moralizante propia del conservadurismo religioso. En ocasiones los concentra en una sola figura. Es el caso de Ninfa Alvarenga, estudiada por José Luis González en El loco. Ninfa fue candidata de LLA en Misiones; se autodefine como una “evangélica cristiana, que pone a la familia en el centro” que viene a combatir a los “progres culposos”. El otro caso es el de Mila Zurbriggen, coordinadora nacional de “La Juventud Pro-Vida” y, oportunamente, la presidenta de la juventud libertaria. No se daba esta milagrosa amalgama en otras figuras más puristas del libertarismo o del catolicismo que supieron ser cercanas a Milei: de un lado, Maslatón o Danann; del otro, Eurnekián.
Moralismo y amoralidad: esa combinación táctica estructura el discurso de LLA que muchas veces se interpreta como hartazgo (la idea generalizada de que al feminismo se le fue la mano, que se ha gastado pólvora en chimango). Los reproches, lo hemos visto, se escuchan en nuestras propias filas, y se nos viene pidiendo a las feministas que bajemos las banderas. Pero, vamos, cuánta inocencia en medio de tanta realpolitikería. El antifeminismo existe en Argentina, más organizado que nunca, hace por lo menos 30 años; y nosotras no, señores, con nuestra retórica, no inventamos a la derecha. Estaba todo hecho mucho antes, ya lo dijo Rothbard.
Daniela Losiggio es doctora en Ciencias Sociales y licenciada en Ciencia Política (UBA). Es docente en UBA y UNAJ e investigadora asistente en CONICET- Instituto de Investigaciones Gino Germani. Integra el Seminario sobre Género, Afectos y Política (SEGAP) y es la actual Directora de Género, Diversidad y Derechos Humanos de la UNAJ.
[1] Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=aEjUgXyv8Y4&ab_channel=RoxanaKreimer
[2] Fernández, V. M. (2021). Presidente, queda poco tiempo. Recuperado de https://www.lanacion.com.ar/opinion/presidente-queda-poco-tiempo-nid16092021/
[3] Arena, M. (2021). Derrota electoral del Gobierno: no conciben que un pobre no los banque ideológicamente. Recuperado de https://www.infobae.com/opinion/2021/09/16/derrota-electoral-del-gobierno-no-conciben-que-un-pobre-no-los-banque-ideologicamente/
[4] El término inglés backlash, proveniente de la sociología de la cultura, remite a una reacción social negativa, frente a un fenómeno social de relevancia.
[5] Zuban Córdoba y Asociados (2023). Juventudes y elecciones. Argentina 2023. Recuperado de https://zubancordoba.com/portfolio/informe-juventudes-y-elecciones-argentina-2023/
[6] Un estudio completo sobre esta temática puede encontrarse en Losiggio, D. (2021). Depicting “Gender Ideology” as Affective and Arbitrary: Organized Actions Against Sexual and Gender Rights in Latin America Today. En C. Macón, M. Solana y N. Vacarezza (Eds.), Affect, Gender and Sexuality in Latin America (pp. 19-40). London: Palgrave MacMillan.
[7] Para mayor información Vaggione, J. M. (2005). Entre reactivos y disidentes. Desandando las fronteras entre lo religioso y lo secular. En Católicas por el Derecho a Decidir (Ed.), Defensa de los derechos sexuales en contextos fundamentalistas. Buenos Aires: CDD-Córdoba, IGLHRC y Vaggione, J. M. (2017). La Iglesia Católica frente a la política sexual: la configuración de una ciudadanía religiosa. Cuadernos Pagu 50.
[8] Viotti, N. y Semán, P. (2018). Todo lo que usted quiere saber sobre los evangélicos y le contaron mal. Recuperado de https://www.revistaanfibia.com/todo-lo-que-quiere-saber-de-los-evangelicos-le-contaron-mal/
[9] Para mayor información Carbonelli, M. (2013). Liderazgos evangélicos y trayectorias políticas en contextos de pobreza. Estudio de caso de la comunidad pentecostal “La Hermosa del barrio El Ceibo”, Buenos Aires”. En E. Judd y F. Mallimaci (Eds.), Cristianismos en América Latina. Tiempo presente, historias y memorias (pp. 163-194). Buenos Aires: CLACSO y Carbonelli, M. (2015). Pan y palabras. La inserción evangélica en la gestión pública en Argentina. Religião & Sociedade 35(2) (pp. 73-95).
[10] Rothbard, M. (2000). Enderezando la gran cuestión de la liberación femenina. En El igualitarismo como rebelión contra la naturaleza y otros ensayos. Alabama: The Ludwig von Mises Institute, p. 140.